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Authors: Jane Austen

Tags: #Clásico,Romántico

Persuasion (25 page)

BOOK: Persuasion
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Mr. Elliot —respondió Mrs. Smith— tenía por aquel entonces una sola idea: hacer fortuna, y por cualquier medio y rápidamente. Se había propuesto hacer un matrimonio ventajoso. Y sé que creía (si con razón o no, no puedo asegurarlo) que su padre y su hermana con sus invitaciones y cortesías deseaban una unión entre el heredero y la joven; y como es de suponer, dicho matrimonio no satisfacía sus aspiraciones de bienestar e independencia. Este fue el motivo por el que se mantenía alejado, puedo asegurárselo. El mismo me lo ha contado. No tenía secretos para mí. Es curioso que, luego de haberla dejado a usted en Bach, el primer y más importante amigo que tuve después de casada haya sido su primo, y que por él haya tenido constantes noticias de su padre y de su hermana. El me describía a una miss Elliot y esto me parecía muy afectuoso de su parte.

—Quizá —dijo Ana asaltada por una súbita idea—, habló usted de mí algunas veces con Mr. Elliot.

—Ciertamente, y con mucha frecuencia. Acostumbraba alabar a Ana Elliot y a asegurar que era usted una persona bien diferente a…

Se detuvo a tiempo.

—Esto tiene que ver con algo que Mr. Elliot dijo anoche —exclamó Ana—. Esto lo explica todo. Me enteré de que se había acostumbrado a oír hablar de mí. No pude saber cómo o por quién. ¡Qué imaginación loca tenemos cuando se trata de cualquier cosa relacionada con nuestra querida persona! ¡Cuánto podemos equivocamos! Pero le ruego que me perdone; la he interrumpido. ¿Así, pues, Mr. Elliot se casó por dinero? Fue esta circunstancia, imagino, la que por primera vez le hizo a usted entrever su verdadero carácter.

Mrs. Smith vaciló un momento.

—Oh, estas cosas suelen suceder. Cuando se vive en el mundo no es nada sorprendente encontrar hombres y mujeres que se casan por dinero. Yo era muy joven; éramos un grupo alegre e irreflexivo, sin ninguna regla de conducta seria. Vivíamos para divertimos. Pienso muy de otra manera ahora; el tiempo, la enfermedad y el pesar me han dado otras nociones de las cosas; pero por aquel entonces debo confesar que no vi nada reprobable en la conducta de Mr. Elliot. «Hacer lo mejor para uno mismo», era casi nuestro deber.

—Pero ¿no era ella una mujer muy inferior?

—Sí, y yo puse ciertas objeciones por esto, pero él no las tomó en cuenta. Dinero, dinero, era lo único que deseaba. El padre de ella había sido ganadero, y su abuelo, carnicero, pero ¿qué importaba esto? Ella era una buena mujer, tenía educación; había sido criada por unos primos. Conoció por casualidad a Mr. Elliot y se enamoró de él. Y por parte de él no hubo ni una vacilación ni un escrúpulo en lo que respecta al origen de ella. Su único interés era saber a cuánto ascendía la fortuna antes de comprometerse en serio. Si juzgamos por esto, cualquiera sea la opinión que sobre su posición en la vida tiene ahora Mr. Elliot, cuando joven la consideraba bien poco. La posibilidad de heredar Kellynch era algo quizá, pero en general, en lo que concierne al honor de la familia, lo colocaba bien bajo y poco limpio. Muchas veces le he oído decir que si las baronías fuesen vendibles él vendería la suya por cincuenta libras, con las armas, el lema, el nombre y la tierra incluidos. Pero no le repetiré la mitad de las cosas que decía sobre este asunto. No estaría bien que lo hiciera. Y sin embargo, debería tener usted pruebas, porque, ¿qué es esto sino simples palabras? Debería tener usted pruebas.

—En verdad, mi querida Mrs. Smith, no necesito ninguna —exclamó Ana—. No ha dicho usted nada que parezca contradictorio con lo que Mr. Elliot era en esa época. Esto más bien confirma lo que nosotros creíamos y oíamos. Lo que despierta mi curiosidad es saber por qué es ahora tan diferente.

—Encantada; no tiene usted más que llamar a María. O mejor aún, le daré a usted la satisfacción de que traiga por sí misma una pequeña caja que está en el estante más alto de mi ropero.

Ana, viendo que su amiga deseaba esto vehementemente hizo lo que se le pedía. Llevó y colocó la caja delante de ella, y Mrs. Smith, inclinándose y abriéndola, dijo:

—Esto está lleno de papeles pertenecientes a él, a mi marido; sólo una pequeña parte de lo que encontré cuando quedé viuda. La carta que busco fue escrita por mister Elliot a mi esposo antes de nuestro matrimonio, y felizmente pudo salvarse. ¿Cómo? No sabría decirlo. El era descuidado y negligente, como muchos otros hombres, en esta materia. Y cuando examino sus papeles encuentro una porción de cosas sin importancia, cuando otros realmente valiosos han sido destruidos. Aquí está. No la he quemado porque aun conociendo por aquel entonces poco de Mr. Elliot, decidí guardar pruebas de la amistad que hubo entre nosotros. Tengo ahora otro motivo para alegrarme de haberlo hecho.

La carta estaba dirigida a «Charles Smith, Esq. Tunbridge Wells», y estaba fechada en Londres en julio de 1803.

Querido Smith,

He recibido su carta. Su bondad me abruma. Desearía que la naturaleza hubiese hecho más corazones como el suyo, pero he vivido veintitrés años en el mundo sin encontrar a nadie que se le iguale. En estos momentos, se lo aseguro, no necesito sus servicios porque dispongo otra vez de fondos. Felicíteme usted: me he visto libre de Sir Walter y de su hija. Han vuelto a Kellynch y casi me han hecho jurar que los visitaré este verano; pero mi primera visita a Kellynch será con un agrimensor, lo que me indicará la manera de obtener la mayor ventaja. El barón, posiblemente, no se casará de nuevo. Es un imbécil. En caso de hacerlo, sin embargo me dejarían en paz, lo cual sería una compensación. Está aún peor que el último año.

Desearía llamarme de cualquier manera menos Elliot. Me fastidia este nombre. ¡El nombre de Walter puedo dejarlo a Dios gracias! Desearía que nunca volviera a insultarme usando mi segunda W. también. En tanto quedo por siempre afectísimo amigo.

Wm. Elliot.

Ana no pudo leer esta carta sin exaltarse y mistress Smith, observando el color de sus mejillas, dijo:

—Este lenguaje, bien lo comprendo, es sumamente irrespetuoso. Aunque había olvidado las palabras exactas, tenía una impresión general imborrable. Pero ahí tiene usted al hombre. Señala también el grado de amistad que tenía con mi difunto esposo. ¿Puede haber algo más fuerte que esto?

Ana no podía recobrarse del dolor y la mortificación que le causaban las palabras referidas a su padre. Debió recordar que el haber visto esta carta era en sí una violación de las leyes del honor, que nadie debe ser juzgado por testimonios de esta naturaleza, que ninguna correspondencia privada debe ser vista más que por aquellas personas a quienes está dirigida. Todo esto debió recordarlo antes de recobrar su calma y poder decir:

—Gracias. Esta es una completa prueba de lo que usted estaba diciendo. Pero ¿a qué se debe su amistad con nosotros ahora?

—También esto puedo explicarlo —dijo Mrs. Smith sonriendo.

—¿Puede en realidad?

—Sí. Le he enseñado a usted cómo era Mr. Elliot hace doce años y le demostraré ahora cuál es su carácter actual. No puedo proporcionarle esta vez pruebas escritas, pero mi testimonio oral será tan auténtico como usted quiera. La informaré sobre lo que desea y busca ahora. No es hipócrita actualmente. Es verdad que desea casarse con usted. Sus atenciones hacia su familia son ahora sinceras, brotan en verdad del corazón. Le diré por quién lo sé: por su amigo el coronel Wallis.

—¡El coronel Wallis! ¿También lo conoce?

—No, no lo conozco. Las noticias no me han llegado tan directamente. Han dado algunas vueltas: nada de importancia. La fuente de información es tan buena como al principio, y los pequeños detalles que puedan haberse agregado son fáciles de discernir. Mr. Elliot ha hablado con el coronel Wallis sin ninguna reserva sobre usted. Lo que el coronel Wallis le pueda haber dicho acerca de este asunto imagino debe ser algo sensato e inteligente; pero el coronel Wallis tiene una esposa bonita y tonta a quien le dice cosas que debiera guardar para sí. Esta, en la animación del restablecimiento de una enfermedad, le contó todo a su enfermera, y la enfermera, conociendo su amistad conmigo, no tardó en traerme las nuevas. En la noche del lunes, mi buena amiga mistress Rooke me reveló los secretos de Marlborough. Así, pues, cuando le relate a usted una historia de ahora en adelante, puede tenerla por cierto bien informada.

—Mi querida Mrs. Smith, me temo que su información no sea suficiente en este caso. El hecho de que mister Elliot tenga ciertas pretensiones o no con respecto a mí no basta para justificar los esfuerzos que ha hecho para reconciliarse con mi padre. Estos fueron anteriores a mi llegada a Bath. Encontré que él era muy amigo de mi familia a mi llegada.

—Ya lo sé, lo sé muy bien, pero…

—En verdad, Mrs. Smith, no creo que por este camino obtengamos información fidedigna. Hechos u opiniones que tengan que pasar por boca de tantos pueden ser tergiversados por algún tonto, y la ignorancia que puede haber por alguna otra parte contribuye a que de la verdad quede muy poco.

—Le suplico que me escuche. Bien pronto podrá juzgar si puede o no darse crédito a todo esto cuando conozca algunos detalles que usted misma podrá confirmar o negar. Nadie supone que haya sido usted su objeto al principio. Verdad es que la había visto y la admiraba antes de que usted llegase a Bath, pero no sabía quién era usted. Al menos así dice mi narradora. ¿Es verdad? ¿Es cierto que la vio a usted el verano o el otoño pasado «en algún lugar del oeste» para emplear sus palabras, sin saber que usted era usted?

—Ciertamente. Eso es exacto. Fue en Lyme; todo esto sucedió en Lyme.

—Bien —continuó Mrs. Smith triunfante— ya comienza usted a conocer a mi amiga. El la vio en Lyme y tanto le gustó que tuvo una gran satisfacción al volver a verla en Camden Place, y saber que era usted miss Ana Elliot, y a partir de entonces ¿quién puede dudarlo? tuvo doble interés en visitar su casa. Pero antes hubo un motivo y se lo explicaré. Si encuentra en mi historia algo que le parezca falso o improbable le ruego que no me deje seguir adelante. Mi relato dice que la amiga de su hermana, esa señora que es huésped de ustedes actualmente, y de la que le he oído hablar a usted, vino con su padre y con su hermana aquí en el mes de septiembre, cuando ellos llegaron, y ha estado aquí desde entonces. Es una mujer hábil, insinuante, hermosa y pobre. En una palabra, por su situación hace pensar que podría aspirar a ser Lady Elliot y llama la atención que su hermana esté tan ciega como para no verlo.

Aquí se detuvo Mrs. Smith, pero Ana no tenía nada que decir, y así, continuó:

Esta era la opinión de los que conocían a la familia, mucho antes de la llegada de usted. El coronel Wallis opinaba que su padre tendría buen criterio en este asunto, aunque por aquel entonces el coronel no se relacionaba con los de Camden Place. Pese a ello, el interés que tenía por su amigo Mr. Elliot lo hizo poner atención en todo lo que allí pasaba, y cuando Mr. Elliot vino a Bath por un día o dos, un poco antes de Navidad, el coronel Wallis lo puso al corriente de la marcha de las cosas según los comentarios que andaban de boca en boca. Comprenderá que por entonces las opiniones de Mr. Elliot respecto al valor del título de barón eran bien distintas. En todo lo que se relaciona con los vínculos sanguíneos y a las relaciones es un hombre completamente distinto. Haciendo ya bastante tiempo que tiene todo el dinero que desea, y nada que desear desde este punto de vista, ha aprendido a estimar y a poner su felicidad y aspiraciones en la familia y en el título del que es heredero. Esto lo había yo presentido antes de que terminara nuestra amistad, pero ahora es un hecho evidente. No puede soportar la idea de no llamarse Sir William. Puede, pues, comprender que las noticias que le comunicó su amigo no fueron para él nada agradables, y puede imaginar también los resultados que produjeron. La resolución de volver a Bath lo antes posible; de establecerse aquí por algún tiempo, de renovar la amistad y enterarse por sí mismo del grado de peligro y de obstaculizar los planes de la tal señora en caso de creerlo necesario, fueron la inmediata consecuencia. Entre los dos amigos convinieron ayudar en cuanto fuese posible. El y la señora Wallis serían presentados, y habría presentaciones entre todo el mundo. En consecuencia, Mr. Elliot volvió; se reclamó una reconciliación y se envió el mensaje a la familia. Y así, su principal motivo y su único propósito (hasta que la llegada de usted añadió un nuevo interés a sus visitas) era vigilar a su padre y a Mrs. Clay. Ha estado con ellos en cuanta ocasión ha podido; se ha interpuesto entre ellos; ha hecho visitas a todas horas…, pero no tengo por qué darle detalles sobre este particular. Puede imaginar todas las artimañas de un hombre hábil; quizás usted misma, estando avisada, pueda recordar algo.

—Sí —dijo Ana—, no me ha dicho nada que no estuviera de acuerdo con lo que he visto e imaginado. Hay siempre algo ofensivo en los medios empleados por la astucia. Las maniobras del egoísmo y de la duplicidad son repulsivas, pero no me ha dicho nada que me sorprenda. Comprendo que hay muchas personas que conceptuarían chocante este retrato de Mr. Elliot y que les costaría tenerlo por acertado. Pero yo jamás he estado satisfecha. Siempre he sospechado que había algún motivo oculto en su conducta. Me gustaría conocer su opinión acerca del asunto que tanto teme. Si cree que hay aún peligro o no.

—El peligro disminuye según creo —replicó mistress Smith—. Piensa que Mrs. Clay le teme; que comprende que él adivina sus intenciones y que no se atreve a actuar como lo haría en caso de no estar él presente. Pero como él tendrá que irse alguna vez, no sé en qué forma pueda estar seguro mientras Mrs. Clay conserve su influencia. La señora Wallis tiene una idea muy divertida según me ha informado la enfermera amiga mía. Esta consiste en poner en los artículos del contrato matrimonial entre usted y Mr. Elliot que su padre no se case con Mrs. Clay. Es ésa una idea digna en todos los aspectos de la inteligencia de la señora Wallis, y Mrs. Rooke ve claramente cuán absurda es. «Seguramente, señora —me dice—, esto no evitaría que pudiera casarse con cualquier otra.» Y, a decir verdad, no creo que mi amiga la enfermera sea enteramente contraria a un segundo matrimonio de Sir Walter. Ella es una gran casamentera, y ¿quién podría decir si no tiene aspiraciones de entrar al servicio de una futura lady Elliot merced a una recomendación de la señora Wallis?

—Me alegro de saber todo esto —dijo Ana después de reflexionar un momento—. Me será molesto cuando esté en compañía de Mr. Elliot, pero sabré a qué atenerme. Sé ya adónde dirigir mis pasos. Mr. Elliot es un hombre falso y mundano que jamás ha tenido como guía más principio que sus propios intereses.

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