Ana cumplió su compromiso; los demás cumplieron el de ellos, y, por supuesto, debió oír, a la mañana siguiente, que habían pasado una velada encantadora. Ella fue la única ausente; Sir Walter e Isabel no solamente se habían puesto al servicio de su señoría, sino que habían buscado a otras personas, molestándose en invitar a Lady Russell y a Mr. Elliot; y Mr. Elliot había dejado temprano al coronel Wallis, y Lady Russell había finalizado temprano sus compromisos para concurrir. Ana supo, por Lady Russell, todos los detalles adicionales de la velada. Para Ana, lo más importante era la conversación sostenida con Mr. Elliot, quien, habiendo deseado su presencia, estimó comprensibles sin embargo las causas que le impidieron ir. Sus bondadosas y compasivas visitas a su antigua condiscípula parecían haber encantado a Mr. Elliot. Creía éste que ella era una joven extraordinaria; en sus maneras, carácter y alma, un prototipo excelente de femineidad. Las alabanzas que de ella hacía igualaban a las de Lady Russell, y Ana entendió claramente, por los elogios que de ella hacía este hombre inteligente, lo que su amiga insinuaba en su relato.
Lady Russell tenía ya una opinión muy firme sobre mister Elliot. Estaba convencida de su deseo de conquistar a Ana con el tiempo y no dudaba de que la mereciera, y pensaba cuántas semanas tardaría él en estar libre de las ataduras creadas por su viudez y luto, para poder valerse abiertamente de sus atractivos para conquistar a la joven. No dijo a Ana tan claramente cómo veía ella el asunto; solamente hizo unas pequeñas insinuaciones de lo que bien pronto ocurriría, es decir, de que él se enamorase y de la conveniencia de tal alianza y la necesidad de corresponderle. Ana la escuchó y no lanzó ninguna exclamación violenta; se limitó a sonreír, se ruborizó y sacudió la cabeza suavemente.
—No soy casamentera, como tú bien sabes —dijo Lady Russell—, conociendo como conozco la debilidad de todos los cálculos y determinación humanos. Sólo digo que en caso que alguna vez Mr. Elliot se dirija a ti y tú lo aceptes, tendrán la posibilidad de ser felices juntos. Será una unión deseada por todo el mundo, pero, para mí será una unión feliz.
—Mr. Elliot es un hombre en extremo agradable, y en muchos aspectos tengo una alta opinión de él —dijo Ana—, pero no creo que nos convengamos el uno al otro.
Lady Russell no dijo nada al respecto, y continuó:
—Desearía ver en ti a la futura Lady Elliot, la castellana de Kellynch, ocupando la mansión que fuera de tu madre, ocupando el puesto de ésta con todos los correspondientes derechos, la popularidad que tenía y todas sus virtudes. Esto sería para mí una gran recompensa. Eres idéntica a tu madre, en carácter y en físico y sería fácil volver a imaginarla a ella si tú ocupas su lugar, su nombre, su casa; si presidieras y bendijeras el mismo sitio; solamente serías superior a ella por ser más apreciada. Mi queridísima Ana, esto me haría más feliz que ninguna otra cosa en el mundo.
Ana se vio obligada a levantarse, a caminar hasta una mesa distante y pretender ocuparse en algo para esconder los sentimientos que este cuadro despertaba en ella. Por unos momentos su corazón y su imaginación estuvieron fascinados. La idea de ser lo que su madre había sido, de tener el nombre precioso de «Lady Elliot» revivido en ella, de volver a Kellynch, de llamarlo nuevamente su hogar, su hogar para siempre, tenía para ella un encanto innegable. Lady Russell no dijo nada más, dejando que el asunto se resolviera por sí solo y pensando que Mr. Elliot no habría podido escoger mejor momento para hablar. Creía, en una palabra, lo que Ana no. La sola imagen de Mr. Elliot trajo a la realidad a Ana. El encanto de Kellynch y de «Lady Elliot» desapareció. Jamás podría aceptarlo. Y no era sólo que sus sentimientos fueran sordos a todo hombre con excepción de uno. Su claro juicio, considerando fríamente las posibilidades, condenaba al señor Elliot.
Pese a conocerlo desde hacía más de un mes, no podía decir que supiera mucho sobre su carácter. Que era un hombre inteligente y agradable, que hablaba bien, que sus opiniones eran sensatas, que sus juicios eran rectos y que tenía principios, todo esto era indiscutible. Ciertamente sabía lo que era bueno y no podía encontrarle ella faltas en ningún aspecto de sus deberes morales; pese a ello, no habría podido garantizar su conducta. Desconfiaba del pasado, ya que no del presente. Los nombres de antiguos conocidos, mencionados al pasar, las alusiones a antiguas costumbres y propósitos sugerían opiniones poco favorables de lo que él había sido. Le era claro que había tenido malos hábitos; los viajes del domingo habían sido cosa común; hubo un período en su vida (y posiblemente nada corto) en el que había sido negligente en todos los asuntos serios; y, aunque ahora pensara de otra manera, ¿quién podía responder por los sentimientos de un hombre hábil, cauteloso, lo bastante maduro como para apreciar un bello carácter? ¿Cómo podría asegurarse que esta alma estaba en verdad limpia?
Mr. Elliot era razonable, discreto, cortés, pero no franco. No había tenido jamás un arrebato de sentimientos, ya de indignación, ya de placer, por la buena o mala conducta de los otros. Esto, para Ana, era una decidida imperfección. Sus primeras impresiones eran perdurables. Ella apreciaba la franqueza, el corazón abierto, 'el carácter impaciente antes que nada. El calor y el entusiasmo aún la cautivaban. Ella sentía que podía confiar mucho más en la sinceridad de aquellos que en alguna ocasión podían decir alguna cosa descuidada o alguna ligereza, que en aquellos cuya presencia de ánimo jamás sufría alteraciones, cuya lengua jamás se deslizaba.
Mr. Elliot era demasiado agradable para todo el mundo. Pese a los diversos caracteres que habitaban la casa de su padre, él agradaba a todos. Se llevaba muy bien, se entendía de maravillas con todo el mundo. Había hablado con ella con cierta franqueza acerca de Mrs. Clay, había parecido comprender las intenciones de esta mujer y había exteriorizado su menosprecio hacia ella; sin embargo, mistress Clay estaba encantada con él.
Lady Russell, quizá por ser menos exigente que su joven amiga, no observaba nada que pudiese inspirar desconfianza. No podía encontrar ella un hombre más perfecto que Mr. Elliot, y su más caro deseo era verlo recibir la mano de su querida Ana Elliot, en la capilla de Kellynch, el siguiente otoño.
Comenzaba febrero, y Ana, después de un mes en Bath, se impacientaba por recibir noticias de Uppercross y Lyme. Deseaba saber más de lo que podían darle a conocer las comunicaciones de María. Hacía tres semanas que no sabía casi nada. Sólo sabía que Enriqueta estaba de nuevo en casa, y que Luisa, aunque se recuperaba rápidamente, permanecía aún en Lyme. Y pensaba intensamente en ellos una tarde cuando una carta más pesada que de costumbre, de María, le fue entregada, y para aumentar el placer y la sorpresa, con los saludos del almirante y de Mrs. Croft.
¡Los Croft debían pues estar en Bath! Una situación interesante. Era gente hacia los que sentía una natural inclinación.
—¿Qué es esto? —exclamó Sir Walter—. ¿Los Croft han llegado a Bath? ¿Los Croft que alquilan Kellynch? ¿Qué te han entregado?
—Una carta de Uppercross, señor.
Ah, estas cartas son pasaportes convenientes. Aseguran una presentación. Hubiera visitado, de cualquier manera, al almirante Croft. Sé lo que debo a mi arrendatario.
Ana no pudo escuchar más; no podía siquiera haber dicho cómo había escapado la piel del pobre almirante; la carta monopolizaba su atención. Había sido comenzada varios días antes:
1 de febrero
Mi querida Ana,
No me disculpo por mi silencio porque sé lo que la gente opina de las cartas en un lugar como Bath. Debes encontrarte demasiado feliz para preocuparte por Uppercross, del que, como bien sabes, muy poco puede decirse. Hemos tenido una Navidad muy aburrida; el señor y la señora Musgrove no han ofrecido una sola comida durante todas las fiestas. No considero a los Hayter gran cosa. Las fiestas, sin embargo, han terminado: creo que ningún niño las haya tenido más largas. Estoy segura de que yo no las tuve. La casa fue desalojada por fin ayer, con excepción de los pequeños Harville. Te sorprenderá saber que durante este tiempo no han ido a su casa. Mrs. Harville debe ser una madre muy dura para separarse así de ellos. Yo no puedo entender esto. En mi opinión, no son nada agradables estos niños, pero Mrs. Musgrove parece gustar de ellos tanto o quizá más que de sus nietos. ¡Qué tiempo tan espantoso hemos tenido! Quizá no lo hayan sentido ustedes en Bath, debido a la pavimentación, pero en el campo ha sido bastante malo. Nadie ha venido a visitarme desde la segunda semana de enero, con la salvedad de Carlos Hayter, quien ha venido más de lo deseado. Entre nosotras, te diré que creo que es una lástima que Enriqueta no se haya quedado en Lyme tanto tiempo como Luisa; esto la hubiera mantenido lejos de él. El carruaje ha partido para traer mañana a Luisa y a los Harville. No cenaremos con ellos, sin embargo, hasta un día después, porque la señora Musgrove teme que el viaje sea muy cansador para Luisa, lo que es poco probable considerando los cuidados que tendrán con ella. Por otra parte, para mí hubiera sido mucho mejor cenar con ellos mañana. Me alegro que encuentres tan agradable a mister Elliot y yo también desearía conocerlo. Pero mi suerte es así: nunca estoy cuando hay algo interesante; ¡soy siempre la última en mi familia! ¡Qué larguísimo tiempo ha estado Mrs. Clay con Isabel! ¿Ha querido marcharse alguna vez? Sin embargo, aunque ella dejara vacía la habitación, no es probable que se nos invitase. Dime lo que piensas de esto. No espero que se invite a mis niños, ¿sabes? Puedo dejarlos perfectamente en la Casa Grande por un mes o seis semanas. En este momento oigo que los Croft parten casi ahora mismo para Bath; creo que el almirante tiene gota. Carlos se ha enterado de esto por casualidad; no han tenido la gentileza de avisarme u ofrecerme algo. No creo que hayan mejorado como vecinos. No los vemos casi nunca, y ésta es una grave desatención. Carlos une sus afectos a los míos, y quedo de ti con todo cariño,
María M.
«Lamento decir que estoy muy lejos de encontrarme bien y Jemima acaba de decirme que el carnicero le ha dicho que abunda aquí el mal de garganta. Imagino que voy a adquirirlo, y bien sabes que sufro de la garganta más que cualquier otra persona».
Así terminaba la primera parte, que había sido puesta en un sobre que contenía mucho más:
«He dejado mi carta abierta para poder decirte cómo llegó Luisa, y me alegro de haberlo hecho, porque tengo muchas más cosas que decirte. En primer lugar recibí una nota de la señora Croft ayer, ofreciéndose a llevar cualquier cosa que quisiera enviarte; en verdad, una nota muy cortés y amistosa, dirigida a mí, tal como correspondía. Así, pues, podré escribirte tan largamente como es mi deseo. El almirante no parece muy enfermo, y espero que Bath le haga mucho bien. Realmente me alegraré de verlos a la vuelta. Nuestra vecindad no puede perder esta familia tan agradable. Hablemos ahora de Luisa. Tengo que comunicarte algo que te sorprenderá. Ella y los Harville llegaron el martes perfectamente bien, y por la tarde le preguntamos cómo era que el capitán Benwick no formaba parte de la comitiva, porque había sido invitado al igual que los Harville. ¿A que no sabes cuál es la razón? Ni más ni menos que se ha enamorado de Luisa, y no quiere venir a Uppercross sin tener una respuesta de parte de Mr. Musgrove, porque entre ellos arreglaron ya todo antes de que ella volviera, y él ha escrito al padre de ella por intermedio del capitán Harville. Todo esto es cierto, ¡palabra de honor! ¿Estás atónita? Me pregunto si alguna vez sospechaste algo, porque yo… jamás. Pero estamos encantados; porque pese a que no es lo mismo que casarse con el capitán Wentworth, es infinitamente mejor que Carlos Hayter; así pues, Mr. Musgrove ha escrito dando su consentimiento, y estamos esperando hoy al capitán Benwick. Mrs. Harville dice que su esposo añora muchísimo a su hermana, pero, de cualquier manera, Luisa es muy querida por ambos. En verdad, yo y Mrs. Harville estamos de acuerdo en que tenemos más afecto por ella por el hecho de haberla cuidado. Carlos se pregunta qué dirá el capitán Wentworth, pero si haces memoria recordarás que yo jamás creí que estuviera enamorado de Luisa; jamás pude ver nada semejante. Y puedes imaginar que también es el fin, de suponer que el capitán Benwick haya sido un admirador tuyo. Cómo Carlos pudo creer semejante cosa, es algo que yo no comprendo. Espero que sea un poco más amable ahora. Ciertamente no es éste un gran matrimonio para Luisa Musgrove, pero de todos modos un millón de veces mejor que casarse con uno de los Hayter».
María había acertado al imaginar la sorpresa de su hermana. Jamás en su vida había quedado más boquiabierta. ¡El capitán Benwick y Luisa Musgrove! Era demasiado maravilloso para creerlo. Y solamente haciendo un gran esfuerzo pudo permanecer en el cuarto, conservando su aire tranquilo y contestando a las preguntas del momento. Felizmente para ella, fueron bien pocas. Sir Walter deseaba saber si los Croft viajaban con cuatro caballos y si se hospedarían en algún lugar de Bath que permitiera que él y miss Elliot los visitaran. Era lo único que parecía interesarle.
—¿Cómo está María? —preguntó Isabel—. ¿Y qué trae a los Croft a Bath? —añadió sin esperar respuesta.
—Vienen a causa del almirante. Parece que sufre de gota.
—¡Gota y decrepitud! —exclamó Sir Walter—. ¡Pobre caballero!
—¿Tienen conocidos aquí? —preguntó Isabel.
—No lo sé; pero imagino que un hombre de la edad y la profesión del almirante Croft debe de tener muy pocos conocidos en un lugar como éste.
—Sospecho —dijo fríamente Sir Walter— que el almirante Croft debe ser mejor conocido en Bath como arrendatario de Kellynch. ¿Crees, Isabel, que podemos presentarlos en Laura Place?
—¡Oh, no! No lo creo. En nuestra situación de primos de Lady Dalrymple debemos cuidarnos de no presentarle a nadie a quien pudiere desaprobar. Si no fuéramos sus parientes no importaría, pero somos primos y debemos cuidar a quién presentamos. Será mejor que los Croft encuentren por sí solos el nivel que les corresponde. Abundan por ahí muchos viejos de aspecto desagradable que, según he oído decir, son marinos. Los Croft podrán relacionarse con ellos.
Este era todo el interés que tenía la carta para su padre y hermana. Cuando Mrs. Clay hubo pagado también su tributo, preguntando por Mr. Carlos Musgrove y sus lindos niños, Ana se sintió en libertad.