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Authors: Jane Austen

Tags: #Clásico,Romántico

Persuasion (16 page)

BOOK: Persuasion
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Los primeros tres o cuatro días pasaron sin sobresaltos, sin ninguna circunstancia excepcional, como no fueran una o dos notas de Lyme, enviadas a Ana, no sabía ella cómo, y que informaban satisfactoriamente de la salud de Luisa. Pero la tranquila pasividad de Lady Russell no pudo continuar por más tiempo, y el ligero tono amenazante del pasado volvió en tono decidido:

—Debo ver a Mrs. Croft; debo verla pronto, Ana. ¿Tendrá usted el valor de acompañarme a visitar aquella casa? Será una prueba para nosotras dos.

Ana no rehusó; muy por el contrario, sus sentimientos fueron sinceros cuando dijo:

—Creo que usted será quien sufra más. Sus sentimientos son más difíciles de cambiar que los míos. Estando en la vecindad, mis afectos se han endurecido.

Podrían haber dicho algo más sobre el asunto. Pero tenía tan alta opinión de los Croft y consideraba a su padre tan afortunado con sus inquilinos, creía tanto en el buen ejemplo que recibiría toda la parroquia, así como de las atenciones y alivio que tendrían los pobres, que, aunque apenada y avergonzada por la necesidad del reencuentro, no podía menos que pensar que los que se habían ido eran los que debían irse, y que, en realidad, Kellynch había pasado a mejores manos. Esta convicción, desde luego, era dolorosa, y muy dura, pero serviría para prevenir el mismo dolor que experimentaría Lady Russell al entrar nuevamente en la casa y recorrer las tan conocidas dependencias.

En tales momentos Ana no podría dejar de decirse a sí misma: «¡Estas habitaciones deberían ser nuestras! ¡Oh, cuánto han desmerecido en su destino! ¡Cuán indignamente ocupadas están! ¡Una antigua familia haber sido arrojada de esa manera! ¡Extraños en un lugar que no les corresponde!» No, por cierto, con excepción de cuando recordaba a su madre y el lugar en que ella acostumbraba sentarse y presidir. Ciertamente no podría pensar así.

Mrs. Croft la había tratado siempre con una amabilidad que le hacía sospechar una secreta simpatía. Esta vez, al recibirla en su casa, las atenciones fueron especiales.

El desgraciado accidente de Lyme fue pronto el centro de la conversación. Por lo que sabían de la enferma era claro que las señoras hablaban de las noticias recibidas el día anterior, y así se supo que el capitán Wentworth había estado en Kellynch el último día (por primera vez desde el accidente) y de allí había despachado a Ana la nota cuya procedencia ella no había podido explicar, y había vuelto a Lyme, al parecer sin intenciones de volver a alejarse de allí. Había preguntado especialmente por Ana. Había hablado de los esfuerzos realizados por ella, ponderándolos. Eso fue hermoso… y le causó más placer que cualquier otra cosa.

En cuanto a la catástrofe en sí misma, era juzgada solamente en una forma por las tranquilas señoras, cuyos juicios debían darse sólo sobre los hechos. Concordaban en que había sido el resultado de la irreflexión y de la imprudencia. Las consecuencias habían sido alarmantes y asustaba aun pensar cuánto había sufrido ella; con una rápida mirada alrededor después de curada, cuán fácil sería que continuara sufriendo del golpe. El almirante concretó todo esto diciendo:

—¡Ay, en verdad es un mal negocio! Una nueva manera de hacer la corte es ésta. ¡Un joven rompiendo la cabeza a su pretendida! ¿No es así, miss Elliot? ¡Esto sí que se llama romper una cabeza y hacer una bonita mezcla!

Las maneras del almirante Croft no eran del agrado de Lady Russell, pero encantaban a Ana. La bondad de su corazón y la simplicidad de su carácter eran irresistibles.

—En verdad esto debe de ser muy malo para usted —dijo de pronto, como despertando de un ensueño—, venir y encontrarnos aquí. No había pensado en ello antes, lo confieso, pero debe de ser muy malo… Vamos, no haga ceremonias. Levántese y recorra todas las habitaciones de la casa, si así lo desea.

—En otra ocasión, señor. Muchas gracias, pero no ahora.

—Bien, cuando a usted le convenga. Puede recorrer cuanto guste. Ya encontrará nuestros paraguas colgando detrás de la puerta. Es un buen lugar, ¿verdad? Bien —recobrándose—, usted no creerá que éste es un buen lugar porque ustedes los guardaban siempre en el cuarto del criado. Así pasa siempre, creo. La manera que tiene una persona de hacer las cosas puede ser tan buena como la de otra, pero cada cual quiere hacerlo a su manera. Ya juzgará usted por sí misma, si es que recorre la casa.

Ana, sintiendo que debía negarse, lo hizo así, agradeciendo mucho.

—¡Hemos hecho pocos cambios, en verdad! —continuó el almirante, después de pensar un momento—. Muy pocos. Ya le informamos acerca del lavadero, en Uppercross. Esta ha sido una gran mejora. ¡Lo que me sorprende es que una familia haya podido soportar el inconveniente de la manera en que se abría por tanto tiempo! Le dirá usted a Sir Walter lo que hemos hecho y que mister Shepherd opina que es la mejora más acertada hecha hasta ahora. Realmente, hago justicia al decir que los pocos cambios que hemos realizado han servido para mejorar el lugar. Mi esposa es quien lo ha dirigido. Yo he hecho bien poco, con excepción de quitar algunos grandes espejos de mi cuarto de vestir, que era el de su padre. Un buen hombre y un verdadero caballero, cierto es, pero… yo pienso, señorita Elliot —mirando pensativamente—, pienso que debe haber sido un hombre muy cuidadoso de su ropa, en su tiempo. ¡Qué cantidad de espejos! Dios mío, uno no podía huir de sí mismo. Así que pedí a Sofía que me ayudara y pronto los sacamos del medio. Y ahora estoy muy cómodo con mi espejito de afeitar en un rincón y otro gran espejo al que nunca me acerco.

Ana, divertida a pesar suyo, buscó con cierta angustia una respuesta, y el almirante, temiendo no haber sido bastante amable, volvió al mismo tema.

—La próxima vez que escriba usted a su buen padre, miss Elliot, transmítale mis saludos y los de mistress Croft, y dígale que estamos aquí muy cómodos y que no encontramos ningún defecto al lugar. La chimenea del comedor humea un poco, a decir verdad, pero sólo cuando el viento norte sopla fuerte, lo cual no ocurre más que tres veces en invierno. En realidad, ahora que hemos estado en la mayor parte de las casas de aquí y podemos juzgar, ninguna nos gusta más que ésta. Dígale eso y envíele mis saludos. Quedará muy contento.

Lady Russell y Mrs. Croft estaban encantadas la una con la otra, pero la relación que entabló esta visita no pudo continuar mucho tiempo, pues cuando fue devuelta, los Croft anunciaron que se ausentarían por unas pocas semanas para visitar a sus parientes en el norte del condado, y que era probable que no estuvieran de vuelta antes de que Lady Russell partiera a Bath.

Se disipó así el peligro de que Ana encontrara al capitán Wentworth en Kellynch Hall o de verlo en compañía de su amiga. Todo era seguro; y sonrió al recordar los angustiosos sentimientos que le había inspirado tal perspectiva.

CAPITULO XIV

Aunque Carlos y María permanecieron en Lyme mucho tiempo después de la partida de los señores Musgrove, tanto que Ana llegó a pensar que serían allí necesarios, fueron, sin embargo, los primeros de la familia en regresar a Uppercross, y apenas les fue posible se dirigieron a Lodge. Habían dejado a Luisa comenzando a sentarse; pero su mente, aunque clara, estaba en extremo débil, y sus nervios, muy susceptibles, y aunque podía decirse que marchaba bastante bien, era aún imposible decir cuándo estaría en condiciones de ser llevada a casa; y el padre y la madre, que debían estar a tiempo para recibir a los niños más pequeños en las vacaciones de Navidad, tenían escasa esperanza de llevarla con ellos.

Todos habían estado en hospedajes. Mrs. Musgrove había mantenido a los niños Harville tan apartados como le había sido posible, y cuanto pudo llevarse de Uppercross para facilitar la tarea de los Harville había sido llevado, mientras éstos invitaban a comer a los Musgrove todos los días. En suma, parecía haber habido puja en ambas partes por ver cuál era más desinteresada y hospitalaria.

María había superado sus males, y en conjunto, según era además evidente por su larga estadía, había hallado más diversiones que padecimientos. Carlos Hayter había estado en Lyme más de lo que hubiese querido. En las cenas con los Harville, no había más que una doncella para atender y al principio la señora Harville había dado siempre la preferencia a la señora Musgrove, pero luego había recibido ella unas excusas tan gratas al descubrirse de quién era hija, y se había hecho tanta cosa todos los días, tantas idas y venidas entre la posada y la casa de los Harville, y ella había tomado libros de la biblioteca y los había cambiado tan frecuentemente, que el balance final era a favor de Lyme, en lo que a atenciones respecta. Además la habían llevado a Charmouth, en donde había tomado baños y concurrido a la iglesia, en la que había mucha más gente que mirar que en Lyme o Uppercross. Todo esto, unido a la experiencia de sentirse útil, había contribuido a una permanencia muy agradable. Ana preguntó por el capitán Benwick. El rostro de María se ensombreció y Carlos soltó la risa.

—Oh, el capitán Benwick está muy bien, eso creo, pero es un joven muy extraño. No sé lo que es, en verdad. Le pedimos que viniera a casa por un día o dos; Carlos tenía intenciones de salir de cacería con él, él parecía encantado, y yo, por mi parte, creía todo arreglado. Cuando, vean ustedes, en la noche del martes dio una excusa bastante pobre, diciendo que «nunca cazaba» y que «había sido mal interpretado», y que había prometido esto y aquello; en una palabra no pensaba venir. Supuse que tendría miedo de aburrirse, pero en verdad creo que en la quinta somos gente demasiado alegre para un hombre tan desesperado como el capitán Benwick.

Carlos rió nuevamente y dijo:

—Vamos, María, bien sabes lo que en realidad ocurrió. Fue por ti —volviéndose a Ana—. Pensó que si aceptaba iba a encontrarse muy cerca de ti; imagina que todo el mundo vive en Uppercross, y cuando descubrió que Lady Russell vive tres millas más lejos le faltó el ánimo; no tuvo coraje de venir. Esto y no otra cosa es lo que ocurrió y María lo sabe.

Esto no era muy del agrado de María, fuera ello por no considerar al capitán Benwick lo bastante bien nacido para enamorarse de una Elliot o bien porque no podía convencerse que Ana fuera en Uppercross una atracción mayor que ella misma; difícil adivinarlo. La buena voluntad de Ana, sin embargo, no disminuyó por lo que oía. Consideró que se la halagaba en demasía, y continuó haciendo preguntas:

—¡Oh, habla de ti —exclamó Carlos— de una manera…!

Maria interrumpió:

—Confieso, Carlos, que jamás le oí mencionar el nombre de Ana dos veces en todo el tiempo que estuve allí. Confieso, Ana, que jamás habló de ti.

—No —admitió Carlos—, sé que nunca lo ha hecho, de manera particular, pero de cualquier modo, es obvio que te admira muchísimo. Su cabeza está llena de libros que lee a recomendación tuya y desea comentarlos contigo. Ha encontrado algo en alguno de estos libros que piensa… Oh, no es que pretenda recordarlo, era algo muy bueno… escuché diciéndoselo a Enriqueta y allí «miss Elliot» fue mencionada muy elogiosamente. Declaro que así ha sido, María, y yo lo escuché y tú estabas en el otro cuarto. «Elegancia, suavidad, belleza.» ¡Oh, los encantos de miss Elliot eran interminables!

—Y en mi opinión —exclamó María vivamente que esto no le hace mucho favor si lo ha hecho. Miss Harville murió solamente en junio pasado. Esto demuestra demasiada ligereza. ¿No opina usted así, Lady Russell? Estoy segura de que usted compartirá mi opinión.

—Debo ver al capitán Benwick antes de pronunciarme —contestó Lady Russell sonriendo.

—Y bien pronto tendrá usted ocasión, señora —dijo Carlos—. Aunque no se animó a venir con nosotros y después concurrir aquí en una visita formal, vendrá a Kellynch por su propia iniciativa, puede usted darlo por seguro. Le enseñé el camino, le expliqué la distancia, y le dije que la iglesia era digna de ser vista; como tiene gusto por estas cosas, yo pensé que seria una buena excusa, y él me escuchó con toda su atención y su alma; estoy seguro, por sus modales, de que lo verán ustedes aquí con buenos ojos. Así, ya lo sabe usted, Lady Russell.

—Cualquier conocido de Ana será siempre bienvenido por mí —fue la bondadosa respuesta de Lady Russell.

—Oh, en cuanto a ser conocido de Ana —dijo María— creo más bien que es conocido mío, porque últimamente lo he visto a diario.

—Bien, como conocido suyo, también tendré sumo placer en ver al capitán Benwick.

—No encontrará usted nada particularmente grato en él, señora. Es uno de los jóvenes más aburridos que he conocido. Ha caminado a veces conmigo, de un extremo al otro de la playa, sin decir una palabra. No es bien educado. Le puedo asegurar que no le agradará.

Yo discrepo contigo, María —dijo Ana—. Creo que Lady Russell simpatizará con él y que estará tan encantada con su inteligencia que pronto no encontrará deficiencia en sus modales.

—Eso mismo pienso yo —dijo Carlos—. Estoy seguro de que Lady Russell lo encontrará muy agradable y hecho a medida para que ella simpatice con él. Dadle un libro y leerá todo el día.

—Eso sí —dijo María groseramente—. Se sentará con un libro y no prestará atención cuando una persona le hable, o cuando a una se le caigan las tijeras, o cualquier otra cosa que pase a su alrededor. ¿Creen ustedes que a Lady Russell le gustará esto?

Lady Russell no pudo menos que reír:

—Palabra de honor —dijo—, jamás creí que mi opinión pudiera causar tanta conjetura, siendo como soy tan simple y llana. Tengo mucha curiosidad de conocer a la persona que despierta estas diferencias. Desearía que se le invitara a que viniese aquí. Y cuando venga, María, ciertamente le daré a usted mi opinión. Pero estoy resuelta a no juzgar de antemano.

—No le agradará a usted; estoy segura.

Lady Russell comenzó a hablar de otra cosa. María habló animadamente de lo extraordinario de encontrar o no a Mr. Elliot.

—Es un hombre —dijo Lady Russell— a quien no deseo encontrar. Su negativa a estar en buenos términos con la cabeza de su familia me parece muy mal.

Esta frase calmó el ardor de María, y la detuvo de golpe en medio de su defensa de los Elliot.

Respecto al capitán Wentworth, aunque Ana no aventuró ninguna pregunta, las informaciones gratuitas fueron suficientes. Su ánimo había mejorado mucho los últimos días, como bien podía esperarse. A medida que Luisa mejoraba, él había mejorado también; era ahora un individuo muy distinto al de la primera semana. No había visto a Luisa, y temía mucho que un encuentro dañase a la joven, razón por la que no había insistido en visitarla. Por el contrario, parecía tener proyectado irse por una semana o diez días hasta que la cabeza de la joven estuviese más fuerte. Había hablado de irse a Plymouth por una semana, y deseaba que el capitán Benwick lo acompañase. Pero, según Carlos afirmó hasta el final, el capitán Benwick parecía mucho más dispuesto a llegarse hasta Kellynch.

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