—Si tú lo dices…
—Venga, no te enfades.
—¿Yo? Pero ¡quién se enfada! —Y se echa a reír. Niki se coge del brazo de Alessandro—. Oye, un poco más allá hay un sitio donde hacen unas pizzas buenísimas, en via della Lupa. ¿Te apetece comer un trozo? En via Tomacelli hay uno donde el pan es de muerte, y también tiene una terraza preciosa, se sube arriba y es todo un espectáculo. Luego hay otro en corso Vittorio, allí tienen ensaladas, se llama Insalata Ricca. ¿Te gusta la ensalada? Aquí cerca también hay un lugar buenísimo de helados, Giolitti, o mejor aún, un sitio de batidos de cortarse las venas, Pascucci, cerca de piazza Argentina.
—¿Piazza Argentina? Pero eso está lejísimos.
—Qué va, si es un paseo. ¿Vamos?
—Pero ¿adónde? ¡Has dicho ocho sitios en dos segundos!…
—¡Ok, entonces vamos a tomar un batido! ¡El que llegue primero no paga! —Y sale corriendo, guapa, alegre, con sus pantalones ajustados, su bolsa de malla, su pelo castaño claro al viento, recogido con una cinta azul. Y los ojos azules o verdes, según la luz. Alessandro se queda allí quieto, mirándola. Sonríe para sí. Y de repente, como si decidiera echárselo todo a la espalda, sale detrás de ella, corriendo como un loco por via del Corso. Adelante, siempre adelante hasta girar a la derecha, hacia el Panteón, con la gente que lo mira, que sonríe, que siente curiosidad, que deja de hablar por un momento antes de volver a su propia vida. Alessandro corre tras Niki. Ya casi la alcanza. Vaya, piensa Alessandro, parece una de aquellas viejas películas en blanco y negro, estilo
Guardias y ladrones
con Totó y Aldo Fabrizi, cuando corrían por la vía del tren. Sólo que Niki no le ha robado nada. Y no sabe que, en realidad, le está regalando algo.
Niki se ríe y de vez en cuando se vuelve para ver si la sigue.
—Eh, no pensaba que estuvieses tan en forma.
Alessandro está a punto de atraparla.
—Te cojo, ahora te cojo.
Niki acelera un poco e intenta correr más aprisa. Pero Alessandro está siempre allí, a pocos pasos de ella. Luego aminora de repente, hasta casi detenerse. Niki se da la vuelta y lo ve a lo lejos. Quieto. Por un momento se asusta. También ella aminora. Se para de golpe y se vuelve. Alessandro mete la mano en la chaqueta y saca su teléfono móvil.
—¿Sí?
—¿Alex? Soy Andrea, Andrea Soldini…
Alessandro intenta recuperar un poco el aliento.
—¿Quién?
—Ya vale, soy tu
staff manager
. —Y en voz más baja—: Aquél a quien salvaste en tu casa con las rusas…
—Sí, ya sé quién eres, ¿será posible que no te des cuenta de cuando bromeo? ¿Qué ocurre? Dime.
—¿Qué estás haciendo?, ¡estás sin aliento!
—Así es. Estoy respirando a fondo a la gente para ser más creativo.
—¿Qué? Ah, ya entiendo. Sexo a la hora de la siesta, ¿eh?
—Todavía no he comido. —Y le gustaría añadir: «Si a eso vamos, ni sé cuánto hace que no tengo sexo»—. ¿Qué pasa? Dime.
—Nada. Quería decirte que estoy revisando nuestros viejos anuncios y se me ha ocurrido una idea para montarlos de otro modo. Si te pasas por aquí podríamos hablarlo.
—Andrea…
—Sí, dime.
—No hagas que me arrepienta de haberte salvado.
—No, en absoluto.
—Muy bien. Hablamos después.
—¿Puedo llamarte si se me ocurre otra idea?
—Si no puedes resistirlo…
—Ok, jefe. —Andrea cuelga.
No he tenido tiempo, piensa Alessandro, de decirle lo más importante: «No soporto que me llamen jefe.»
Mientras tanto, Niki ha llegado junto a él.
—¿Qué pasa?
—Nada, de la oficina. Por lo visto no pueden prescindir de mí.
—Eso es mentira. Te llaman jefe y te hacen sentir importante, ¿no es cierto?
—Sí, ¿y?
—Acuérdate de que la misma regla se aplica a todo el mundo: a jefe muerto, jefe puesto.
—Ah, ¿sí? Pues, ¿sabes qué te digo? Quien pierde paga también «el pendiente». —Y diciendo esto, Alessandro la adelanta y se echa a correr como un loco hacia la piazza Argentina.
—¡Eh, no vale, así no vale! ¡Yo he vuelto atrás para ver cómo estabas!
—¡¿Y quién te lo ha pedido?! —Alessandro ríe y sigue corriendo.
—¿Y qué quiere decir eso de «el pendiente»?
—Te lo explico cuando lleguemos, ahora necesito todo mi aliento para ganar. —Alessandro acelera, pasa corriendo junto a las ruinas del Panteón, más allá de la plaza, pasa junto al hotel, siempre derecho.
El teléfono de nuevo. Alessandro aminora pero no se detiene. Lo saca de la chaqueta. Mira la pantalla. No se lo puede creer. Se vuelve hacia Niki, que se le acerca.
—Pero ¡si me estás llamando tú!
—Por supuesto, la guerra es la guerra. Todo vale. Me has hecho volver atrás y luego has salido corriendo a traición, ¿no? ¡Quien a teléfono mata, a teléfono muere!
—Sí, pero no he caído en la trampa. ¡Has sido tú misma quien me ha dicho que guardase tu número!
—¿Lo ves? ¡Es que no se puede ser buena persona! —Y siguen corriendo—. Dime qué es esa historia de «el pendiente», si no, no pago.
—Eso lo decidimos allí… si no, no vale.
Y siguen corriendo uno detrás del otro hasta llegar a Pascucci.
—¡Primero! —Alessandro se apoya en el cristal del bar.
—¡Claro, me has engañado, eres un tramposo!
—¡No sabes perder!
Se quedan los dos en la puerta, doblados sobre sí mismos, intentando recuperar el aliento.
—Sea como sea, la carrera ha estado bien, ¿eh?
—Sí, y pensar que todos los días juego a voleibol. Creía que te ganaría con facilidad, de no ser así, no te hubiese retado.
Alessandro se levanta respirando con la boca abierta.
—Lo siento, cinta rodante en casa. Veinte minutos cada mañana… Con una pantalla delante para simular bosques y montañas, paisajes que ayudan a mantenerse en forma y, sobre todo a derrotar a una como tú.
—Ya, ya. Si repetimos, pierdes.
—Claro, ahora que sabes que mi tope son veinte minutos, tendrías ventaja. El secreto tras una victoria consiste en no volver a jugar. Hay que saber levantarse de la mesa en el momento oportuno. Todo el mundo es buen jugador, pero pocos son auténticos vencedores.
—¿Ésta es tuya?
—No lo sé, tengo que decidirlo. No recuerdo si se la he robado a alguien.
—¡Entonces de momento me parece una gilipollez!
—¿Qué pasa, que si la dice otro cambia su valor?
—Depende de quién sea el otro.
—
Excuse me
… —Una pareja de extranjeros les pide educadamente que se aparten. No pueden entrar en el local.
—
Oh, certainly, sorry
… —dice Alessandro, haciéndose a un lado.
—Vale que con tu cinta rodante y tus sucios trucos me hayas ganado la carrera, pero en inglés te gano de calle. Podrías contratarme como
account
internacional.
Alessandro sonríe, abre la puerta acristalada, espera a que ella entre y la cierra de nuevo.
—¿Sabes lo que solíamos decir nosotros cuando se acababan los partidos de futbito y empezaban las discusiones…? El que gana, lo celebra, el que pierde, lo explica.
—Sí, está bien, lo he pillado: me toca pagar. Estoy de acuerdo. Yo siempre pago mis apuestas cuando pierdo.
—Vale, pues de momento paga ésta. Para mí un rico batido de frutas del bosque.
Niki observa las distintas posibilidades en la carta.
—Para mí, en cambio, kiwi y fresa. ¿De qué iba aquella historia de «el pendiente»?
—Ah, ya. Bueno, dado que no lo sabes, si quieres puedes no pagar. Sería incluso justo que no lo hicieses.
—Tú de momento explícamelo, después ya decidiré si pago o no pago.
—Vaya, hay que ver cómo te pones… la derrota escuece, ¿eh?
Niki intenta darle un puntapié, pero Alessandro se aparta con presteza.
—Vale, vale, ya basta. Te explico lo que es «el pendiente». Se trata de una tradición napolitana. En Nápoles son generosos en todo y, cuando van a un bar, además del café que se toman ellos, dejan uno pagado para otra persona que entre después. De modo que hay un café «pendiente» para quien no pueda pagárselo.
—Qué fuerte, me gusta. Pero ¿y si después el del bar se hace el loco? ¿Si se guarda el dinero y no le dice nada al que entra, que no tiene dinero pero quiere un café?
—«El pendiente» se basa en la confianza. Yo lo pago, el del bar acepta mi dinero y con ello implícitamente me está prometiendo que cumplirá. Tengo que fiarme del dueño del bar. Es un poco como con eBay, cuando pagas por un objeto y después confías en que te llegará a casa.
—¡Sí, pero en el bar no puedes dejar después tus comentarios y valoraciones!
—Pues yo creo que en el bar es muy fácil, sólo te juegas el dinero de un café. En cambio, estaría bien poderse fiar de los desconocidos para cosas más importantes. A veces no lo conseguimos ni siquiera de quien siempre ha estado a nuestro lado…
Niki lo mira. En el tono de su voz nota que hay algo profundo y lejano.
—De mí te puedes fiar.
Alessandro sonríe.
—¡Seguro! ¡Lo máximo que puedo perder es el seguro del coche!
—No, lo máximo que puedes perder es el miedo.
—¿Cómo?
—Porque te toca volver a creer en todo aquello en lo que habías dejado de creer.
Y se quedan así, en suspenso, con esas miradas hechas de sonrisas y alusiones, de lo que no se conoce, de curiosidad y diversión; indecisos a la hora de tomar o no el pequeño sendero que se aleja del camino principal y se adentra en el bosque. Pero que a veces es tan hermoso, incluso más que la propia fantasía. Una voz irrumpe estridente en sus pensamientos.
—Aquí tienen sus batidos; para la señorita, kiwi y fresa, para usted, frutas del bosque.
Niki coge el suyo. Empieza a tomárselo con la pajita, mirando alegre a Alessandro, sin pensar en nada, con la mirada limpia, rebosante y transparente. Luego deja de beber.
—Hummm, qué bueno. ¿Te gusta el tuyo?
—Está buenísimo.
—¿Cómo es?
—¿Qué quiere decir «cómo es»?
—Que qué tiene dentro.
—Entonces debes decir «de qué es» o «qué gusto has elegido». Mi batido es de frutas del bosque.
—Madre mía, eres peor que la Bernardi.
—¿Quién es ésa?
—Mi profesora de italiano. Me rayas tanto como ella. Venga, que se entendía perfectamente lo que quería decir… ¿no?
—Sí, bueno, depende de lo que quisieras decir, todo es una cuestión de matiz… ¿Sabes que el italiano es la lengua más rica en matices y entonaciones? Por eso se estudia fuera de aquí, porque nuestras palabras permiten expresar con exactitud la realidad.
—Vale, no eres como la Bernardi.
—Ah, eso mismo quería oír.
—¡Eres peor! —Y vuelve a tomarse su batido con la pajita. Se lo acaba y empieza a sorber los restos, haciendo muchísimo ruido, ante la mirada escandalizada de algún turista anciano y la divertida de Alessandro. Está acabando con lo poco que queda cuando…—: Demonios.
—¿Y ahora qué pasa?
—Nada, mi móvil. —Niki lo saca del bolsillo de sus tejanos—. Había puesto el vibra. —Mira el número que aparece en la pantalla—. Qué mierda, es de mi casa.
—A lo mejor sólo quieren saludarte.
—Lo dudo. Serán las tres preguntas de costumbre.
—¿A saber?
—Dónde estás, con quién estás y a qué hora piensas volver. Vale, voy a responder… Me sumerjo… —Niki abre su teléfono—. ¿Sí?
—Hola, Niki.
—¡Eres tú, mamá, qué sorpresa!
—¿Dónde estás?
—Dando una vuelta por el centro.
—¿Y con quién estás?
—Sigo con Olly. —Mira a Alessandro y se encoge de hombros como diciendo: «Qué mierda, me toca seguir mintiendo.»
—Niki…
—¿Qué pasa, mamá?
—Olly acaba de llamar hace un momento. Dice que no le coges el móvil.
Niki levanta los ojos al cielo. La articulación de sus labios no deja lugar a dudas. Mierda, mierda, mierda. Alessandro la mira sin comprender absolutamente nada de lo que está sucediendo. Niki da unas patadas al suelo.
—No me he explicado bien, mamá. Hasta hace poco he estado con Olly, luego ella no quería venir al centro y nos hemos despedido. Le he dicho que me iba para casa, pero después he decidido venir sola. Me ha dejado en el ciclomotor.
—Imposible. Me ha dicho que durante el recreo te había acompañado al mecánico. ¿Cuándo lo has recogido?
Mierda, mierda, mierda. La misma escena de antes con Alessandro, que cada vez entiende menos lo que está pasando.
—Pero, mamá, ¿no lo entiendes? Que me venía en el ciclomotor se lo he dicho a ella porque no me gusta cómo conduce, tengo miedo de ir detrás.
—¿Sí? Y entonces, ¿con quién piensas volver?
—Me he encontrado con un amigo.
—¿Tu novio?
—No, mamá… Él es ya un ex… Ya te he dicho que lo hemos dejado. Se trata de otro amigo.
Silencio.
—¿Lo conozco?
—No, no lo conoces.
—¿Y por qué no lo conozco?
—Y yo qué sé, mamá, a lo mejor un día lo conoces, qué sé yo…
—Yo lo único que sé es que me estás contando mentiras. ¿No nos habíamos prometido que siempre nos lo diríamos todo?
—Mamá —Niki baja un poco la voz y se vuelve un poco—, ahora mismo estoy con él. ¿No podríamos suspender este interrogatorio?
—Ok. ¿Cuándo vas a volver?
—Pronto.
—¿Pronto cuándo? Niki, acuérdate que tienes que estudiar.
—Pronto, mamá, te he dicho pronto. —Y cuelga—. Jo, cuando quiere mi madre puede ser muy pesada.
—¿Peor que la Bernardi?
Niki sonríe.
—No sabría decirlo. —Después se vuelve hacia el camarero—. ¿Me trae otro?
—¿Lo mismo? ¿Kiwi y fresa?
—Sí, estaba de muerte.
Alessandro se acaba el suyo y arroja el vaso de plástico en el cesto que hay junto a la caja.
—¿Te vas a tomar otro, Niki?
—¿Qué te importa? Pago yo.
—No, no lo digo por eso. Es que dos son demasiado, ¿no te parece?
—¿Sabes?, sólo hay una persona capaz de superar a mi madre y a la Bernardi.
—Creo que sé de quién se trata.
Niki se dirige hacia la caja. Alessandro se le adelanta.
—Quieta, pago yo.
—¿Estás de broma? He perdido la apuesta y pago yo, faltaría más. Bien, son tres batidos y un «pendiente».
La cajera la mira extrañada.
—Lo siento, no tenemos batido pendiente.