—¡Olly! ¡Qué asco!
Diletta rasga el envoltorio de su
snack
y empieza a comérselo.
—¿Qué te pasa?
—Nada. Que la máquina no me cogía la moneda.
—¿Y qué has hecho?
—Bueno… Uno me ha ayudado…
—¿Uno quién?
—Y yo qué sé. Uno. Me la ha sacado él.
—¡Ajá! ¿Has oído, Niki? ¡Había uno! —Y, de pronto, las tres empiezan a gritar a coro—: ¡Uno al fin! ¡Uno al fin! —Y le dan empujones a Diletta, quien pone mala cara aunque al final no le queda más remedio que reírse ella también. Entonces se detienen de golpe. Diletta se da la vuelta. También Erica y Niki. Olly es la única que continúa gritando:
—¡Uno al fin! —Pero finalmente se detiene también.
—¿Qué pasa?
—El uno —dice Diletta, y entra rápidamente en el aula.
El muchacho se ha detenido frente a ellas. En la mano lleva el mismo
snack
de cereales que Diletta.
—Uno al fin. —Y sonríe.
—Bien, entonces buscadme todo lo que se pueda encontrar sobre cualquier tipo de caramelo que se haya publicitado alguna vez en Italia. No, mejor. En Europa. Qué digo, en el mundo.
Giorgia mira a Michela y sonríe señalando a Alessandro.
—Me vuelve loca cuando se pone así.
—Sí, a mí también; se convierte en mi hombre ideal. Qué lástima que cuando todo esto acabe volverá a ser como los demás. Frío, desinteresado por cualquier cosa que no sea… —y traza una curva en el aire—, y, sobre todo, comprometido ya…
—No, ¿no lo sabes? Se han separado.
—No me digas. Hummm… entonces la cosa se pone más interesante. Podría ser que mi apetito durase más allá de la campaña… ¿En serio lo ha dejado con Elena? Ahora entiendo lo de anoche, todos a su casa… Las rusas… Ahora me encaja.
—¿Qué rusas? ¿Qué noche? No me digas que se fueron de juerga con nuestras modelos.
Llega Dario.
—¿Cómo que
vuestras
modelos? Ésas son de nuestra empresa, la Osvaldo Festa, hasta hoy. Tenían que rodar un día más y por lo tanto siguen bajo contrato. Y, además, son un poco de la comunidad, son nuestras mascotas. ¿Qué os pasa, estáis celosas?
—¿Nosotras? ¿Por quién nos has tomado?
Justo en ese momento, llega Alessandro.
—¿Se puede saber qué es tanto hablar? ¿Os queréis poner a la faena? Venga, a currar, exprimios las cabecitas, lo que os quede dentro. ¡Yo ni me voy a Lugano ni os quiero perder!
Giorgia le da una patada a Michela.
—¿Lo ves? ¡Me ama!
La otra resopla y niega con la cabeza.
—¿«Me»? ¡En realidad ha utilizado el plural cosa que me incluye a mí también!
—¡Venga, a trabajar!
Andrea Soldini se acerca a Alessandro, que está mirando el paquete de caramelos. Lo ha dejado sobre la mesa. Lo observa fijamente. Cierra los ojos.
Imagina. Sueña. Busca la inspiración… Andrea le da unos golpecitos en el hombro.
—¿Eh? ¿Quién es? —Se remueve un poco molesto.
—Yo.
—¿Yo quién?
—Andrea Soldini.
—Sí, lo sé, bromeaba. Dime…
—Lo siento.
—¿El qué? Nos lo jugamos todo en esta partida. Si empezamos así, estamos apañados.
—Estoy hablando de Elena.
—¿Elena, qué tiene que ver Elena con esto?
—Bueno, que siento que se haya acabado.
Andrea se vuelve hacia Giorgia y Michela, que se fingen absortas en sus ordenadores respectivos.
—Bueno, nada, disculpa, me he equivocado… Pensaba que…
—Eso mismo, muy bien, pensar, eso es lo que tienes que hacer. Pero pensar en el caramelo LaLuna. Sólo en eso. Siempre, de un modo ininterrumpido, de día, de noche, incluso en sueños. Tiene que ser tu pesadilla, una obsesión, hasta dar con algo. Y si no lo encuentras, empieza a pensar en LaLuna también cuando te desveles. Venga, no te distraigas. LaLuna… LaLuna… LaLuna…
En ese momento, suena un teléfono móvil.
—Y cuando estemos reunidos, cuando estemos en un momento de
brainstorming
, en medio del temporal creativo, a la caza de la idea para LaLuna, mantened apagados los malditos móviles.
Georgia se acerca y le pasa un Motorola.
—Ten,
boss.
Es el tuyo.
Alessandro lo mira levemente azorado.
—Ah, sí… es verdad. Bueno,
boss
me gusta más que jefe. —Luego se aleja mientras responde—. ¿Sí? ¿Quién es?
—Pero ¿es qué no has metido todavía mi número en memoria?
—¿Diga?…
—Soy Niki.
—Niki…
—A la que has atropellado esta mañana.
—Ah, perdona, es verdad, Niki… Mira, ahora mismo estoy liadísimo.
—Vale, no te preocupes, cuando nos veamos yo te ayudo. Pero hazme un favor. Guarda mi número, de ese modo cuando te llame te ahorrarás el tiempo de preguntar cada vez quién habla y yo el de recordarte cada vez nuestro accidente y especialmente que la culpa fue tuya…
—Ok, ok, está bien, te juro que lo haré.
—Y sobre todo, guárdalo con el nombre de Niki, ¿eh? Niki y nada más… Mi nombre es justo así. ¡No soy la abreviatura de ningún otro! No te equivoques con Nicoletta, Nicotina, Nicole ni cosas así.
—Entiendo, entiendo, ¿algo más?
—Sí, tenemos que vernos para arreglar el asunto.
—¿Qué asunto?
—El accidente, mi ciclomotor. Tenemos que rellenar aquella hoja, ¿cómo se llama?
—El parte.
—Eso, el parte y además lo que ya te he dicho antes… Te acuerdas, ¿verdad?
—¿De qué?
—De que tienes que venir a buscarme para acompañarme al mecánico. Yo no puedo estar sin ciclomotor.
—Y yo no puedo estar sin trabajar. Tengo que dar con una idea importante y tengo poco tiempo.
—¿Cuánto?
—Un mes.
—¿Un mes? Pero si en un mes se resuelve cualquier cosa… En un mes se tiene tiempo hasta de ir a casarse a Las Vegas.
—Ya. Pero nosotros estamos en Italia, y aquí las cosas son más complicadas.
—Bueno, tampoco es que tengamos que casarnos, ¿no? Al menos no de inmediato.
—Oye, Niki, de veras que estoy muy liado. No puedo seguir hablando por teléfono.
—Entiendo, ya me lo has dicho. Entonces te lo pondré fácil. A la una y media en el instituto. ¿Recuerdas dónde es?
—Sí, pero…
—Ok, hasta luego entonces.
—Escucha, Niki… ¿Niki? ¿Niki?
Ha colgado.
—Chicos, me voy a mi despacho. Seguid trabajando. LaLuna, LaLuna, LaLuna. ¿Lo oís? La solución está en el aire. LaLuna, LaLuna, LaLuna.
Alessandro sale meneando la cabeza. Niki. Sólo le faltaba eso.
Cuando se va, Giorgia y Michela se miran. Giorgia tiene el ceño fruncido. Michela se da cuenta.
—¿Qué te pasa?
—Me parece a mí que el
boss
se va a recuperar pronto.
—¿Tú crees?
—Bueno, tengo esa sensación.
—Ojalá sea así. Cuando está tan nervioso, se trabaja mal.
Andrea Soldini se desplaza al centro de la mesa. Sonríe extendiendo los brazos.
—Una vez leí una cosa muy bonita. Amor… motor. Es cierto, ¿no? El amor hace que todo se mueva.
Dario mueve la cabeza.
—Yo me voy a buscar anuncios que tengan que ver con caramelos. —Antes de salir se acerca a Michela con expresión muy triste—. No sé por qué, pero echo de menos a Alessia una barbaridad…
Andrea Soldini coge un bloc de notas y lo abre.
—Bien, repartámonos las tareas. Objetivos y subobjetivos, ¿no? como nos ha dicho el
boss
. Mientras tanto, que alguien se informe sobre Marcello Santi. Quién es. Qué hace. De dónde viene. Qué come. Qué piensa. Cómo trabaja.
Michela lo mira con curiosidad.
—¿Y eso por qué?
—Porque es bueno conocer al adversario. Yo de él sé poco, muy poco. Algún éxito y alguna historia que no me gusta pero que no tiene nada que ver con nuestro trabajo.
—¿Qué historia?
—He dicho que no tiene nada que ver con nuestro trabajo.
—Entonces, ¿por qué la sacas a colación?
—Vale —Michela levanta la mano—, de Marcello Santi me ocupo yo.
—Perfecto, los demás investigan sobre el producto y piensan también en algún eslogan para LaLuna.
—Yo pienso en el eslogan —dice Giorgia.
Dario se queda en silencio. Andrea lo mira.
—Además, tenemos que inventarnos otro tipo de
packaging
, no sé, una caja nueva para caramelos, un dispensador diferente a todos los demás.
Dario sigue callado. Andrea suelta un largo suspiro.
—Si nos organizamos todo irá mejor. Es cierto que soy el
staff manager
, pero para mí, nosotros somos sólo un equipo que debe vencer.
Dario mueve la cabeza y sale de la habitación. No sé por qué, piensa, pero cada vez echo más de menos a Alessia.
—¿Sí? ¡Ah!, ¿así que finalmente has guardado mi número?
—Sí.
—¡Estupendo! ¿Y bien?
—¿Y bien qué?
—Que cuánto vas a tardar, venga date prisa…
—Casi estoy llegando…
—Mira que si llega mi madre y me ve, me meto en un lío.
—¿Por qué dices que…?
Clic.
—¿Sí? ¿Sí, Niki? —Alessandro mira su teléfono—. No me lo puedo creer. Ha vuelto a colgarme. ¡Qué vicio! —Mueve la cabeza, después toma una curva a la derecha y acelera, dirigiéndose a toda prisa hacia el instituto. Llega a la esquina. Niki ya está allí. Corre hacia el Mercedes, casi se le echa encima. Intenta abrir la puerta, pero el cierre automático está puesto. Niki golpea el cristal.
—Venga, abre, abre…
—Para, que me vas a romper el cristal.
Alessandro aprieta un botón. Se desbloquean los seguros. Niki se tumba dentro y casi se agacha en el suelo, luego lo mira de un modo suplicante.
—¡Vamos, vamos!
Alessandro se estira desde su asiento y cierra la puerta que ha quedado abierta. Después arranca con calma y, con un lento zigzag entre los coches aparcados que aguardan la salida de los alumnos de las demás clases, se aleja. Niki sube poco a poco hacia su asiento.
Mira fuera.
—¿Ves aquella señora que está junto al escarabajo?
—Sí, la veo.
Niki vuelve a agacharse para esconderse.
—Pues ésa es mi madre. No te detengas, no te detengas, vamos, acelera.
Alessandro continúa conduciendo tranquilo.
—Ya la hemos pasado. Ya puedes sentarte bien.
Niki se acomoda en su asiento y mira por el espejo retrovisor. Su madre ya está lejos.
—Una mujer hermosa.
Niki lo fulmina con la mirada.
—No hables de mi madre.
—En realidad era sólo un cumplido.
—Para ti mi madre no existe, ni siquiera para un cumplido.
El móvil de Niki empieza a sonar.
—¡No! ¡Me está llamando! Demonios, esperaba que me diese un poco más de tiempo… Un poco de calma. Para ahí.
Alessandro, obediente, se detiene en el arcén. Niki le indica por señas que se mantenga callado.
—Chissst —hace. Y abre su teléfono para responder—. ¡Mamá!
—¿Dónde estás?
—Estoy en casa de Olly. Hoy hemos salido un poco antes.
—Pero ¿cómo? ¿No te acuerdas de que hoy tenía que pasar a buscarte, que dejabas el ciclomotor y nos íbamos a la peluquería?
Niki se golpea la frente con la mano.
—Es verdad, mamá…, demonios, se me había olvidado por completo, disculpa.
Simona, la madre de Niki, mueve la cabeza.
—Ya veo que no estás en lo que tienes que estar. Debe de ser la proximidad de los exámenes o ese novio que no te deja un segundo… ¿cómo se llama?, Fabio.
—Mamá, ¿tenemos que hablar justo ahora? Estoy en casa de Olly. —Niki mira a Alessandro como diciendo: me estoy pasando, ¿verdad?—. De todos modos ya lo hemos dejado.
—Oh, por fin una buena noticia.
—¡Mamá!
—¿Qué pasa?
—¡No me digas eso! ¿Y si vuelvo con él?
—¡Justamente por eso te lo digo, para que así no vuelvas con él! Además, nos lo prometimos, ¿no? Debemos decírnoslo todo siempre.
—Ok, ok, está bien. Oye, ahora me voy a comer algo con Olly, volveré tarde, no me esperes, ¿de acuerdo?
—Perdona, Niki, pero ¿no tienes que estudiar?
—Adiós, mamá…
También Simona se queda con un móvil mudo en la mano. Su hija ha colgado.
Niki pone su móvil en modo silencio y bloquea el teclado. Se apoya sobre una mano y se vuelve a guardar el teléfono en el bolsillo trasero del pantalón. Alessandro la mira y sonríe.
—¿Le dices muchas mentiras a tu madre?
—No muchas… Por ejemplo, es cierto que lo hemos dejado. Y además, ¿a ti qué te importa? Ni que fueses mi padre.
—Por eso mismo te lo pregunto, porque no lo soy. Si lo fuese, nunca me responderías.
—¡Virgen santa, qué filosófico eres! Gira ahí, venga, aquí, de prisa. —Niki coge el volante por un lado y casi lo ayuda a dar la curva. El coche da un pequeño bandazo, invadiendo el carril contrario, pero consigue recuperar la trayectoria.
—Estáte quieta. Pero ¿qué haces? ¡Deja el volante! Por poco nos la pegamos.
Niki vuelve a sentarse bien en su asiento.
—Vaya, sí que eres maniático, ¿eh?
—Qué tiene que ver ser maniático con esto. Sólo hace falta que me lo abolles también por delante y entonces sí que estamos apañados, ya puedo ir tirando el coche.
—Exagerado.
—¿Has visto ya el porrazo que me has dado en el lateral con tu ciclomotor?
—El porrazo… Un arañazo de nada. Exagerado, ya te digo, eres un exagerado.
—Claro, a ti qué más te da, el coche es mío.
—Vaya, ahora te pareces a mi madre. Ahora mismo estamos estudiando eso precisamente, la propiedad. ¡Cuidado!
Alessandro frena y clava el coche de golpe. Un muchacho trigueño sobre un ciclomotor hecho polvo, con una muchacha de pelo castaño abrazada con fuerza a su cintura, atraviesa sin respetar el stop. No se dan cuenta de nada. O les trae sin cuidado. Alessandro baja su ventanilla.
—¡Imbéciles! —Pero ya están lejos los dos—. ¿Tú has visto? No se han detenido en el stop, ni siquiera han mirado… Y luego dicen que hay accidentes.
—Venga, no seas plomo. Lo importante es que los has visto y has podido evitarlos, ¿no? Quizá tienen una cita importante…
—Sí, así vestidos.
—A lo mejor tienen una prueba. Necesitan trabajar. No todos son hijos de papá, ¿sabes? Madre mía… qué antiguo eres. ¿Todavía sigues juzgando a las personas por cómo se visten?