Peluche (40 page)

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Authors: Juan Ernesto Artuñedo

BOOK: Peluche
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—Ja —me hago con él

—Ja, no puedo conducir así

—Ja, a ver si nos vamos a estrellar

—Ja, iré más despacio

—Ja, despacio

—Ja, no me repitas

—Ja, no, despacio

—Ja, ¿estás tonto?

—Ja, es el porro

—Ja, a mí no me afecta

—Ja, eso lo dirás tú

—Ja, no puedo parar

—Ja, no conduces rápido

—Ja, que no puedo parar de reír

—Ja, ni yo

—Ja, ¿qué hacemos?

—Ja, nada, tú sigue

—Ja, ¿paramos?

—Ja, si ves un sitio

—Ja, no veo nada

—Ja, yo tampoco

—Ja, vas fumado

—Ja, tú también

—Ja, llevas los ojos rojos

—Ja, como tú

—Ja, los míos son azules

—Ja, que te quedas

—Ja, ¿dónde?

—Ja, en la parra

—Ja, ¿en qué parra?

—Ja, colgado

—Ja, ja, ja, colgado por ti

Paramos. Nos comemos enteritos. A besos. Me quita la camisa. Se la quito. Me soba los huevos. Le muerdo el cuello. Se desabrocha. Chupo. Se corre dentro. Yo sobre el cambio de marchas. Limpiamos. Nos tumbamos. Le entra la risa. Me contagio. Paramos porque nos duele el estómago. Llora.

—¿Qué te pasa? —le pregunto

—Nada, altibajos

—¿Puedo ayudarte?

—Si me dices qué quieres de mí

—Que seas sincero

—No tengo nada que decir

—¿Por qué te haces la víctima?

—¿Nos vamos? —me pregunta

—Y ahora escapas

—Déjame, no te conozco de nada

—Yo tampoco

—Pues entonces te abres

—Qué fácil, ¿no?

—Ahí tienes la puerta

—¿Se puede saber qué coño te pasa?

—A mí nada, eres tú el que no para de preguntar

—Pero tú has abierto la puerta

—Para que te largues

—No me refería a eso

—No te entiendo

—Que me dejaras entrar en tu persona

—Pero ¿tú quién te has creído?

—Sólo quería hablar contigo, pero por lo visto

—Por lo visto qué

—No escuchas

—¿Y a ti qué coño te importa si escucho o si soy así o asá?

—Mucho

—¿De qué te sirve?

—Para no sentirme solo, te parece poco

—Pues para eso te buscas a otro

—¿Qué crees que estaba haciendo?

—Ah, utilizarme, ¿es eso lo que me quieres decir?

—Ei, a la mierda

Salgo del coche.

—¡Eso! —me grita—, ¡sal, escapa, como tú dices!

—Que te den —le digo mientras cojo la mochila

Camino. El coche no arranca. Me giro. Golpea el volante con las manos. Hago dedo. Pasan coches, camiones, un tractor. No para ni dios. Arranca. El corazón se me sale del pecho. Su coche en punto muerto. Necesito caminar. Le doy la espalda y pienso en todo lo que le he dicho. Me arrepiento. Al momento lo tengo conduciendo a mi lado con la ventanilla bajada. Me hago el duro.

—¿Subes, guapo? —me pregunta

—No

—Anda

—Eso estoy haciendo

—Sube al coche

—Tengo pareja

—Yo también, pero por eso no vas a pegarte la pateada

—Déjame

—Venga

—No subo con desconocidos

—Va tonto, no seas crío

—Que no

—Siéntate a mi lado y hablamos, pregúntame lo que quieras

—Pero, ¿acaso crees que estoy jugando? —le pregunto—, ¡pues esto no tiene ni puñetera gracia!

Detiene el coche. Llora. Se me rompe el alma. Recompongo el puzzle. Le pego una patada a la rueda. Rebota. La espinilla contra los bajos. Me entra sudor fría. Giro la cabeza para que no me vea sufrir. Contengo el grito. Meto la cabeza por la ventanilla.

—Anda abre —le digo suave

—Snif —llorando

—Abre, Juan

—Pero no me grites

—Lo siento

—Está abierto

—Gracias

Entro.

—Son altibajos —me dice

Pienso.

—Llega el calor y me pica todo el cuerpo —comenta

—¿Alergia?

—Sudor

—Ah

—Ves, ya te estoy contando mi vida

—No tienes porqué hacerlo

—Es que no sé cómo te lo montas para

—Sólo escucho

—Pues eso, que no estoy acostumbrado

—No pasa nada

—Ya lo sé

—Perdóname —le digo

—Es que estoy muy gordo

—¿Y qué?

—Que no me gusto

—Ah —me sale sin pensar

—Y no puedo adelgazar

—Un problema

—No lo sabes bien

—Pero, perdona, yo no te veo tan gordo

—Porque no estás dentro de aquí

—Supongo que habrás probado de todo

—¿Regímenes? Para qué te voy a contar

—¿Y ejercicio?

—Es que tengo poca voluntad, aparte me da vergüenza ir al gimnasio, y eso que van chicos como yo

—Pues si no quemas calorías, aunque comas poco

—Si empezar empiezo, me mentalizo, estoy una semana o quince días, pierdo unos kilos y hasta ahí llego

—Es el principio

—Pero es que no tengo disciplina, es que tú no lo puedes entender, tendrías que estar en mi piel

—La voluntad no depende del cuerpo

—Eso es lo que tú te crees, cuando esto te pide comer

—¿Y qué solución propones?

—La operación me da miedo

—¿Operación?

—Reducción de estómago

—Da cosa sólo pensarlo

—A veces me siento como un yonki

—Joder

—Con el mono, inyectándome grasa

—No pienses eso, no es lo mismo

—Como si lo fuera

—¿Por?

—Porque no veo la salida, quiero y no puedo, lo intento y caigo, a veces pienso que no debería ni siquiera intentarlo. Putos regímenes, cuando los dejas engordas más y aún te sientes peor, la batalla está perdida de antemano

—No seas pesimista

—Pero, ¿tú me estás escuchando? ¿No te las dabas hace un rato que escuchabas?

—Sí, sólo digo

—Pues no lo parece, te estoy diciendo que estoy muy chungo y a ti como si te importara una mierda

—Claro que me importa

—¿Y por qué me miras así las tetas? Se te cae la baba

—Porque me gustas así

—¿Gordo?

—Sí, gordo

—¿Y si adelgazara?

—No lo sé, no te imagino

—¿Dejaría de gustarte?

—Puede ser

—Eso quiere decir que sí

—Supongo

—Supongo no, sí o no

—Vale, no me gustarías, si adelgazaras mucho dejarías de gustarme, te dejaría de ver las tetas y ya no se me caería la baba por ti, ¿eso querías oír?

—Sí

—Pues ya está

—Por lo menos eres sincero

—De eso se trata, ¿no?

—Sí, se trata de que te gusta de mí lo que yo más odio

—Si lo quieres ver así

—Salta a la vista. Es lo mismo que si a mí me gustaras porque fueras imbécil, o tonto

—Lo mismo —digo irónico

—¿Dónde ves tu la diferencia?

—Yo no te estoy juzgando cómo eres

—No, peor me lo pones, te importa una mierda como yo sea, sólo ves mi cuerpo ante tus ojos

—Bueno, pues perdóname, no sé qué decir, así es, yo también tengo mis defectos y al parecer son peores que los tuyos, porque al menos tú puedes cambiarte, yo dependo de otros factores

—¿Qué factores?

—No lo sé, me refiero a cambiar lo que me gusta

—Te gusta el sexo, como a todos, y si en esto que me rodea está lo que te gusta pues ahí vas

—A caer

—A pecar, en el buen sentido de la palabra si es que tiene alguno, no, no lo tiene, mejor caer, caer en la tentación

—Constantemente

—Pues no te reprimas —me dice

—Eso ya lo he dejado atrás

—Mira qué suerte

—Pero ahora no sé dónde estoy

—Tiempo al tiempo

—Bueno

—Míralo bien, yo aún estoy en la primera fase

—¿Cómo?

—Pues que no he solucionado mi problema

—¿De verdad que lo es?, y perdona, pero es que yo no te veo tan gordo

—Me sobran cuarenta kilos

—¿Cuarenta?

—Eso me dice el medico, veinte kilos en el cuerpo y veinte más en la cabeza

—¿A qué te refieres?

—Al complejo, a la carga mental de decirme todos los días por la mañana cuando me levanto que estoy gordo

—Entonces empieza por ahí

—Eso hago, pero entonces me digo, joder, mira ese chico, qué guapo, además se muere por mis carnes, qué suerte tengo

—Qué perra eres

Fumamos tabaco. Se me ha ido por completo el efecto porro. La mente en blanco. El espíritu tranquilo.

—¿Entonces, te has colgado por mí? —me pregunta Juan

—Sí, ¿por qué me lo preguntas?

—Quería saberlo, la verdad es que yo también

—Me alegro

—Lo de antes ha significado mucho para mí

—Y para mí

—Lo recordaré siempre, y...

—¿Por qué lloras, Juan?

—No sé

—¿Los altibajos?

—Sí, ya empiezas a conocerme

—Pero no llores, que estoy aquí contigo

—Por eso lloro

—¿Cómo?

—Nada

—¿Qué pasa?

—Nada, mira, ya está, mira, alegre

—Así mejor

—Es que...

—No llores, hombre, que me rompes el corazón

—Es que eres muy guapo

—Juan, eres la cosa más sensible y maravillosa que he conocido

—Estoy gordo

—Tío, no llores —digo llorando con él

—No, no lloro, lo que tú digas

—Juan, no es lo que yo diga

—¿Entonces, lloro o no?

—No llores, que no puedo verte así

—Tú también lloras

—Es que —digo buscando una explicación

—Qué, ¿me quieres o no?

—¿Cómo no voy a quererte?

—Pues dímelo

—Pero es que ahora, así, no me sale

—Porque no me quieres

—No llores más, por favor

—No me quieres nada

—Para, para el coche —le repito mientras pone el intermitente

—¿Otra vez? ¿Quieres más sexo?

—No

—Pues explícate

—Vale, pero deja de llorar

—No lloro

—Así

—Ya está, mira ésta la última lágrima

—Bien, ¿qué quieres que te diga?

—¡Me haces parar y...

—Perdona, perdona. Perdona, joder. Es que tengo que poner un poro de orden en mi cabeza

—Lucas, o me dices lo que sientes o te vas

—Está bien, soy una persona solitaria, egoísta, pienso en mí, no me gusta que me digan lo que tengo que hacer, no me gusta que me presionen, no me gusta que me den prisa... quiero hacer las cosas a mi bola, a mi tiempo. Y aunque parezca lo contrario, y después de esto, me cuesta la vida expresar lo que siento, y no me refiero a hablar ni a conversar ni a escuchar, sino a dejarme llevar sin pensar. Veo a la gente que come, ríe y llora delante de los demás y yo soy incapaz de hacer algo con naturalidad, lo pienso todo antes de actuar y sale falso, es una mentira, hago teatro con la vida en lugar de vivirla. Eres precioso, Juan, pero no me pidas más, tú ya sabes porqué me gustas y no te voy a engañar. Y ahora piensa, si un tipo como yo, al que le has dicho que le quieres, está delante de ti soltándote esta parrafada, yo no apostaba nada por él

—A mí también me gusta tu físico

—Pero no es lo mismo

—¿Por qué?

—Porque estoy hablando de cariño, lo qué tú me das no tiene precio

—Tú también eres cariñoso, me dices cosas bonitas y me tocas la cara con ternura

—El problema es que no sé si lo hago por amor o simplemente por sexo

—Yo tampoco lo sé

—Pero tú eres una buena persona, se te ve en los ojos, transparente

—Tú no me conoces, y perdona que emplee esta expresión, hay gente a la que he hecho daño, mucho daño, irreparable

—No sé

—Tampoco quiero contarte

—Claro

—No soy un ángel, soy un tío normal y corriente, como todos

—Por eso me gustas

—¿Por eso? ¿Pero es que tú no eres normal?

—A veces no sé qué pensar

—A mí me pareces como los demás

—¿Sí?

—Bueno, te comes demasiado el tarro por cosas sin importancia

—¿Tú crees?

—Es que lo analizas todo

—¿Sí?

—Te gusta hablar de ti

—¿Sí?

—Aunque lo haces de una forma muy particular

—¿Cómo?

—Tú dices que escuchas, pero preguntas es esperando la respuesta que quieres oír sobre ti

—No lo había pensado

—Aunque a veces el tiro te sale por la culata

—¿Por?

—Cuando te miento o te suelto algo que no esperabas

—Vaya, no soy el único que analiza

—Pero sí por el que yo daría la vida

—Gracias

—¿Nada más que hablar?

—No

—¿Ya lo has dicho todo?

—Sí

—¿Podemos continuar?

Quita el freno de mano y salimos. Se nos han hecho las cuatro y pico y ni siquiera hemos comido. Juan lleva papas y bocadillos en el asiento de atrás. Lo hemos puesto todo perdido de migas. Empiezan los conciertos del FIB en Radio 3. Nosotros tan lejos. Dirección correcta. La música cambiando el espacio y el tiempo. Lo que daría por estar ahí. Joder, ya la he vuelto a cagar, el horóscopo tenía razón, el amor te persigue pero tú corres más. No sé si cambiaré nunca. No sé si debo cambiar. Intentaré escuchar de verdad y hacer un poco de caso a mis sentidos, a lo que mi cuerpo quiera expresar, desde dentro. Pero dejarse llevar tampoco significa echarse a correr sin parar.

Suena percusión, tum catum ca tum, catum ca tum, esas palmas, tacatá tacatá, ese cuerpo olé y olé a bailar, a bailar, flamenco, seguidillas, solea, tacatá, tacatá, ese arte que tiene mi niña que todo lo sabe y no sabe de na, tacatá, ese cuerpo, esa gracia, tacatá, esa pedazo de artista que lleva a la gente arriba y arriba que tiene mi niña no tiene de na, para bailar, para cantar, no hace falta na de na, y alegrar ese alma que todo lo tiene y no tiene de na, y la gente que quiera escuchar, tacatá, y un guitarra, y un cajón, y las palmas tacatacatacatacatá, achilipum, y se acabó.

Abro dos latas de cerveza. Aguanto la suya. Enciendo un cigarro como puedo y fumamos los dos. Cuento los segundos que tarda la nicotina en llegar a mi cerebro. Entre siete y ocho. Descarga de placer. Pego otra calada y se lo paso a Juan. Ahora no cuento. Se le cae la ceniza al suelo. Pero igual le llega al cerebro. Nos miramos. Sonreímos. Reina la armonía en estos dos metros cuadrados. Acompañados por la música de la radio. Desde Benicàssim. Mi playa. Arena. Agua entre mis piernas. La huella bajo mis pies sólo el tiempo que tardo en darme cuenta que no soy de ningún lugar cuando lo levanto. Como un nómada. Y mi pie vuelve a caer sobre la arena consciente de su lugar en la tierra. Aunque algún día soñé ser pájaro que vuela. Y de tanto batir los brazos me salieron alas. Y me quedé sin manos para agarrarme a las cosas. Y fui libre para volar. Sin miedo a lo que pudiera pasar. El amor nunca mira atrás, siempre va delante, aunque tú corras más. Porque tú tranquilo que ya te pillará, y cuando lo haga verás como corres de verdad, pero detrás del dolor. Sufrirás, como antes lo hicieron aquellos que te quisieron, y te acordarás de ellos, sólo entonces escucharás de verdad, sólo entonces sabrás qué es amar de verdad. Tiro la bola de papel de aluminio del segundo bocadillo por la ventana. Espolso las migas de la camiseta. Salen volando. Las de Juan en su camiseta y en los pantalones. Me las comería si fuera pájaro. Le doy un cigarro encendido y fumo del mío. El humo sale despedido por donde antes lo hizo la bola de papel de aluminio.

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