Authors: Juan Ernesto Artuñedo
—Aquí tienen —les digo tirándoles la toalla
—Gracias —me responden
—Han hecho un buen campeonato
—Muchas gracias —me dice el levantador quitándose la camisa de tirantes sudada y tirándomela en la cara
—¿No van a ver a los demás finalistas?
—¿Para qué? —me pregunta el leñador
—Bueno, los cuatro están en la final
—Coge —me dice el levantador después de lanzarme sus pantalones de maya
—¿No les interesa?
—No —responde el leñador
—¿Por qué? —pregunto con los gallumbos del levantador en la cabeza
—Porque son mejores —dice el leñador
—¿Cómo lo saben?
—Los conocemos
—¿Son amigos?
—¿No estás haciendo demasiadas preguntas? —me increpa el leñador rascándose los huevos
—Perdona
—Déjame pasar —me aparta el levantador con su barriga entrando en la ducha
—Perdón —digo mientras me sube el olor de los calzoncillos
—Pásame el jabón —le pide el levantador desde la ducha al leñador
—Toma —se lo lanza
—Vaya —dice recogiéndolo del suelo—, cómo resbala
—¿Quiere que le ayude? —pregunto al levantador
—¿Por qué no te metes en tus asuntos? —me contesta enfadado persiguiendo con los dedos el jabón en el plato de la ducha
—Ven aquí —me pide el leñador sentado en el banco
—Voy —le dijo dejando la ropa en el cesto
—Quítamelo
Pega la espalda peluda en los azulejos blancos del baño y empiezo a estirar del esparadrapo pegado a sus dedos.
—¡Maldita sea! —gruñe el levantador que todavía no ha dado caza al jabón
Contengo la risa mientras observo el culo en pompa y el agujero cubierto de pelo negro.
—¿Quieres concentrarte? —me regaña el leñador
—Claro —digo mirando su pedazo de tronco empalmado
—Qué manos más pequeñas tienes —me dice a la cara
—Es que usted lo tiene todo grande —le digo consciente de haber metido la pata hasta el fondo
—Es de nacimiento
—Ya veo
—Por fin —dice el levantador cogiendo el jabón
—Más vale maña que fuerza —le dice el leñador
—A mí me gustaría verte en manos de una princesa
—Ja —me río pensando que esa soy yo
—Sí —dice el leñador—, pero a todas les gusta chupar mi centollo
—Ja —se me escapa mientras imagino descansando mis posaderas en tan hermoso ejemplar
—¡Toma polla princesa! —el leñador agarrándosela fuerte
—Ay —pienso, no me haga usted hacer daño que soy virgen y pura y así quiero llegar a nupcias
—Será que no ha visto ésta —dice el levantador desde la ducha descapullándosela
—Mmm —veo a mi Romeo desde el balcón bajo la lluvia ofreciéndome una rosa
—No vayamos a comparar —le contesta Robín Hood, apretando la piel de su flecha hacia atrás
—Gg —con la garganta pensando cuál de estos dos hermosos caballeros será el que se me lleve al huerto
—Qué te parece esto —nos la enseña Romeo levantándose la barriga
—Espera —dice Robín de los Bosques, masturbándose
—Uf —digo tragando tortilla de calabacín
—Mira, mira —replica Romeo frotándose con el jabón
—Aysss —digo sin decir en mí
—¿A que me corro primero? —le reta Robín, metiéndose un dedo en el culo con esparadrapo y todo
—Eso sí que no —contesta Romeo bajo una catarata de espuma
—Demasiado tarde —dice Robín mostrando el cáliz sagrado en sus manos
—Mierda —Romeo eyaculando
—Ja, ja, ja —ríe el leñador
—¿Vas a ducharte, o no? —pregunta el levantador
—Cuando éste termine de quitar el esparadrapo —enfadándose conmigo
—Sí —le digo sumisa curando sus heridas de guerra
—Deja, que ya está
—Ahora os traigo la ropa —les digo
—Date prisa que tenemos que recoger la plata
—Sí —cogiendo camisetas, pantalones, calzoncillos y calcetines
—No es verdad ángel de amor —recita Romeo secándose con la toalla
—Que en esta apartada orilla —digo en voz baja
Entro con la ropa limpia.
—Dame —me coge el levantador
—Tome
Desposeída de toda voluntad observo cómo se ducha mi caballero vencedor.
—Átame los cordones —me pide el levantador
—Claro
Se me cae una lágrima.
—¡Quita de en medio! —me dice el leñador saliendo de la ducha
—Perdón —ruego al caballero vencedor que no desate su ira contra una pobre y desvalida princesa en el primer día de su nueva vida con su amor
Observo cómo mi caballero uniformado se presenta ante mí.
—¿Vamos? —pregunta el leñador
—Vamos —responden los poros de mi piel que se abren por la dulce brisa de la pasión
—¿Tú donde vas! —me pregunta el leñador
—Donde su merced quiera —respondo inocente con las manos en mi corazón
—¡Tú, tú te quedas ahí, gilipollas! —mientras cierra la puerta
—¡No, no, no! —grito golpeando la puerta mientras el cámara sigue grabándome— Ten piedad de mí, por favor, soy tu princesa. ¿Por qué me haces esto? ¿Por qué me rompes el corazón? —digo llorando desconsolada y el cámara con un primer plano en mi cara.
Fuera se oyen gritos. Reparto de medallas. Acabo el bocadillo y doy el último trago de agua. El leñador y el levantador se van a su casa cogidos de la mano. Recojo las migas del plato. Cojo la mochila, pregunto la hora y me abro.
Se me ha hecho tarde. Corro por la acera y cruzo la calle. Creo que he venido por aquí. No puedo perderme, joder. Espero que no se haya ido. Llego donde hemos quedado y lo veo. Respiro. Me acerco.
—Perdona —le digo—, se me ha hecho un poco tarde
—Vamos
Caminamos rápido. En silencio. Espero que no se haya enfadado.
—Lo siento —le digo
—Yo también
—¿Por qué?
—Por no invitarte a cenar
—Si casi no me conoces
—Pensaba que éramos amigos
—Para mí lo eres
—Gracias
Subimos al coche. Arranca y salimos.
—Te veo nervioso —le digo
—¿Lo parezco?
—Pensativo
—Puede ser
—¿Qué piensas?
—Luego te lo digo
—¿Cuándo?
—Cuando estemos solos
Miro de reojo dentro del coche buscando a alguien. Dejamos atrás
las luces de ciudad. Conecta la radio. Suena una vieja balada de Loquillo y los
Trogloditas. Acelera.
—¿Llegamos tarde? —pregunto
—No, estarán toda la noche
—¿Tus amigos?
—Algunos
Me miro las piernas. Debía haberme cambiado los piratas y las
zapatillas. Subo la vista por el salpicadero. Ni rastro de cámara o micro oculto. Me lo habrá dicho por decir o porque no será el momento. Soy cotilla. Joder, pero es que cuando te dicen algo así te quedas con la duda. Aunque cuando te enteras piensas: «Vaya mierda ¿Para eso tanto rollo? ¿Tanto secreto para esto?» Lo dejo porque entramos en un camino de tierra. Aguanto la mochila recta entre las piernas. Llegamos a una casa de campo. Aparca entre dos coches. Apaga las luces. Dudo si cambiarme o no de ropa. Ante la prisa cojo la mochila. Abrimos una puertecilla de madera. Caminamos por el sendero de piedras que cruza el jardín hasta el porche iluminado con una bombilla azul. Llamamos a la puerta y nos abren una pareja de hombres agarrados del cuello. Uno gordo. Otro cachas con barba.
—Bienvenidos —nos dicen
—Gracias
Entramos. Nos ofrecen bebida. El cachas bromea con Pedro, mi
acompañante. Es así como me entero de su nombre.
—Yo Lucas —me presento
—Iván —el que bromea
—Manolo —el que me encanta
—¿Y los demás? —pregunta Pedro
—Ya han empezado —contesta Iván
—¿Un tequila? —nos ofrece Manolo
Dejo la mochila en el suelo. Nos sentamos en el sofá del salón.
Bebemos de un trago con sal y limón. Está fuerte. Lo agradezco. Me quedo con ganas de otro y basta pensarlo para que Manolo rellene los vasos. Para dentro. Ya no me veo tan feo con zapatillas y piratas. Me bajo los calcetines disimulando. En la televisión una película porno de osos. Suena
Bailando
de Astrud. Un reloj de carillón junto a la cadena de música. Hablan. Yo hago como que escucho sin apartar los ojos de la pantalla. Un plano fijo. En medio una cama dos por dos. Encima diez o doce cuerpos desnudos entrelazando caricias y abrazos. A cada lado un sofá de terciopelo marrón. Trago saliva. Ya que disimular el bulto no puedo por lo menos intento parecer auténtico. Éstos con risas y aplausos arrancados por un chiste que ha contado Iván. No me he enterado. Como he decidido parecer auténtico no me río. El plano permanece fijo. Manolo pasa un consolador anal a Pedro por delante de mí. Imagino cómo me debe quedar puesto. Enfoco a la pantalla. Dos hombres barbudos se la comen a otro más gordo y cubierto de pelo. Un tercero bigotudo le abre las piernas y le mordisquea los huevos. El que está siendo devorado a chupetones y lametazos le come el culo a un cuarto más gordo que de vez en cuando baja la mano para restar placer a su cuerpo y no morir de semen tan pronto. Dos hombres delgados acarician con las manos a un hombre acostado panza abajo. Frotando sus cuerpos adagio. Sinfonía de movimientos dulces y temperados. Las prisas para el que mira. Iván me pasa un porro encendido y se interesa por mí.
—¿No eres aquí? —me pregunta
—¿Es que no lo parezco?
—Me lo ha dicho Pedro
—¿Es tu casa?
—El amo está arriba con los invitados
—¿Vosotros no subís?
—Os estábamos esperando
—¿Falta alguien más? —pregunto pasándole el porro
—Creo que no
—¿Entonces?
—¿Qué prisa tienes?
—Ninguna, perdona
—No lo decía con intención, toma fuma
—Gracias
—Pedro no nos había dicho que eras tan joven
—No sé
—Pero lo tienes claro, ¿no?
—¿El qué?
—Ya sabes —dice enseñándome el consolador
—Creo que sí, vamos
—Yo a tu edad ya me había tirado a media ciudad y alrededores
—¿Con osos?
—Sobre todo, pero no le hacía ascos a nada, con que tuvieran un buen rabo
—Está bien la película —le digo señalando la pantalla y pasándole el porro
—No es una peli, es el piso de arriba
—¿Cómo? —trago saliva
—Mira, el gordo bigotudo que arrastra a esa perra por el suelo
—¿El del látigo?
—Es el amo de la casa por quien preguntabas
—¿Saben que estamos aquí?
—Y que se está grabando
—¿Me dirán algo?
—¿Qué te van a decir? Hay dos ositos que te están esperando como miel en tarro, cuando te vean entrar se van a tirar de los pelos del pecho por ti
No me atrevo a preguntar quiénes son. Pero lo deseo.
—Ya será menos —observo
—Pedro les ha hablado tan bien de ti
—¿Es tu novio? —le pregunto mirando a Manolo
—Amigos
—¿Él tampoco tiene?
—Eso ya no se lleva
—Yo conozco parejas
—Era metafórico, es que aquí se prohíbe hablar de relaciones serias
—¿Vives solo?
—Mi chico está ahí arriba
—Ah, ¿entonces por qué?
—¿Qué?
—Nada
—¿Llevas tabaco normal?
—Sí, espera
Enciendo un par de cigarros y le paso uno.
—Es que no puedo dejarlo —me dice
—¿A tu chico?
—El tabaco, y deja de hablar ya de parejas
—¿Fumas mucho?
—Un paquete al día, bueno, eso no te parece mucho, ¿no?
—No —le digo al tiempo que me siento culpable por hablar sin
propiedad
—¿Y tú, qué vas ha hacer esta noche?
—No sé, no esperaba esto
—Es que aquí vienen muchos que se las dan de recatadas y luego
bien que les gusta comerse una buena polla
—¿Te parezco yo así?
—Coug, coug —tose sacando humo por la boca—, perdona
—Te da la risa —le digo
—No es eso
—¿Es porque te parezco?
—No
—Dime la verdad
—Bueno, tienes todos los boletos de un premio de reprimidos, se te
van los ojos por estos dos osazos que están hablando aquí al lado y disimulas para no aparentarlo. Chico disfruta, que están muy buenos, toca sin miedo — quitándole un par de botones de la camisa a Manolo y sacándole una teta fuera—, toca, hombre
—Hola —le digo a Manolo
—Toca —insiste Iván agarrándome de la mano
—Por favor, Iván —le contesta Manolo mirándome paternal
—Pero si le gusta
—Las cosas a su tiempo
—Bueno, pues toca la mía, que aunque no es tan gorda ni peluda está dura
Le pongo la mano en el pecho.
—Aprieta —me dice
—¿Así?
—Sin miedo
—Quieres dejar al chico en paz —le dice Manolo
—Pues como te decía —sigue Iván
—¿Qué?
—Sobre ti
—Ah
—Nada, lo dejamos
—No, sigue, sigue
—También te va el masoquismo
—Sólo intento aprender
—Pues ahora te enseño la teoría, que la clase práctica la darás en el
piso de arriba
—¿Otro tequila? —pregunta Pedro
Nadie dice que no. Falta sal y limón. Me levanto. Imposible
disimular el bulto exagerado en mi entrepierna. Entro en la cocina. No es que se hayan dado cuenta, es que he hecho un desfile de miembro. Eso por lo menos ha sido auténtico. Me la escondo como puedo y salgo. Bebemos.
—Nosotros subimos ya —dice Manolo cogiendo a Pedro de la mano
El tequila entra suave ante tanta presión atmosférica. Me recuesto en el sofá mareado. Iván coge el paquete de tabaco y enciende dos cigarros más. Vemos cómo Manolo y Pedro entran en pantalla por una puerta situada debajo de la cámara. Un par de chicos gordos y otro delgado les desnudan. Despacio. No sé si seguir mirando. Opto por mirar para no parecer recatado. Las palabras de Iván me han hecho daño. El tequila empieza a curarlo. Apoyo los pies en la mesa. Respiro hondo. Iván comienza a meterme mano. Nos besamos.
—Qué bien lo haces —me dice
—Gracias
—Transmites buen karma
—¿Otro tequila? —pregunto
—¿Es que no quieres subir?
—Sí
—Vamos, no tengas vergüenza
Nos levantamos. Me coge de la mano. Salimos del salón. El volumen de la música desciende. Pongo el pie en el primer escalón. Noto un calambre. Me digo que son los nervios. Miro a Iván. Sonríe.