Peluche (41 page)

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Authors: Juan Ernesto Artuñedo

BOOK: Peluche
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—Tengo sed —me dice

—Espera —digo metiendo la mano para sacar una lata de la nevera

—¿La encuentras?

—Sí, aquí está

—Muévela

—Como quieras

—Más

—¿Qué quieres hacer?

—Tú mueve

—¿Ya?

—Pínchala con esto aquí abajo, pon la boca en el agujero y abre la lata

—¿Así?

—Abre, rápido

Bebo.

—Joder —observo—, no ha quedado nada

—Pásame una

Eructo.

—Yo pincho —le digo

—No te la vayas a beber tú

—No, hombre

Bebe.

—Joder —dice—, qué buena

—¿Dónde has aprendido esto?

—En la mili

—Qué cosas os enseñan

Eructa.

—¿Tú no has ido? —pregunta

—No

—No te has perdido nada

—¿Te gustó?

—Me gustó un chico que conocí

—¿De Logroño?

—Asturiano, pintaba cuadros al óleo. La última semana me hizo un retrato. Todavía lo guardo. Yo no posé para él. Lo pintó su imaginación. Bueno, tenía una foto mía que le regalé. Estábamos los dos en la fotografía, yo le cogía por la cintura y él por mi hombro. Él más alto que yo. Los dos sin camisa. Al otro lado de la cámara su novio. Eso creía yo al principio. Dormíamos juntos. Cada uno en su cama. Por las noches hablábamos mucho. A veces se nos hacía de día. Era cuando nos distanciábamos, él se iba con el de la cámara y otros amigos de reemplazo mientras yo preparaba ensaladas, carne, y pelaba patatas. Llegaban y se sentaban. Cuando el hambre apretaba cogía una bandeja y la pasaba de punta a punta de la barra. Yo me preocupaba porque su comida fuera la adecuada. Pero él comía lo que le daba la gana. A veces, cuando se descuidaba, le quitaba el pan de la bandeja. Él, rápido de reflejos, me pellizcaba la mano hasta que yo soltaba. Cuando no con la cerveza. Sólo quería que se cuidara, que no se echara a perder como yo. Después se sentaba en la mesa con sus compañeros y bromeaba. Alguna vez se rieron de mí. El de la cámara no le quitaba el ojo de encima. Le pillaba mirándole el cuello, el pecho y hasta los huevos. A mí se me caía un trozo de lomo al que servía y se cagaba en algún familiar mío. Cuando terminaban salían fuera a jugar a las cartas. En el césped. Yo fregaba los platos. Se daban palmaditas en la espalda. Alguna que otra copa se me rompía apretándola con la mano. Más tarde salían a formar al patio mientras a mí me cosían un par de puntos de sutura en la enfermería del cuartel. Todas las noches con él hasta que se fue. Yo permanecí tres meses más en aquella cárcel de soledad. Detrás del retrato me escribió unas líneas. Yo era su estrella. Me pregunto dónde estará ahora. Si alguna vez supo lo que yo sentí por él. Si él sintió lo mismo por mí. Esas son las preguntas que algún día antes de morir me gustaría responder

—¿Lo volviste a ver?

—Aunque parezca mentira sí, me crucé con él en un bar de ambiente de Madrid. Me presentó al chico con el que salía, que les iba bien, que se habían comprado un piso entre los dos

—¿Y?

—No le pregunté. Ya no lo quería saber. Cierto es que durante un tiempo llegué a odiarlo por haberme dejado en aquella situación, y creo que hasta ese momento no se me quitó la espinita que tenía clavada. Me sentí muy bien, me alegré por él y me entristecí por mí, por haberle guardado rencor tanto tiempo. Orgullo de abandonado, incapaz de aceptar que otra persona pueda ser feliz si no es a tu lado. Aun así me quedé con las ganas de desearle lo mejor del mundo a los dos, ahora espero volver a encontrarme con él y hacérselo saber, que le quiero, que quiero que sea muy feliz

—Eso está bien

—Sí, porque al final daba igual que él sintiera algo por mí, recordar esas noches en vela me trae momentos bonitos, irrepetibles

Acelera. Llegamos a Logroño. Me invita a cenar a su casa. Se lo agradezco pero le digo que me tengo que ir. No insiste. Me despido. Sube la ventanilla. Vuelvo a darle las gracias por el viaje. Creo que no me ha oído. Se va. Grito con todas mis fuerzas. Levanta la mano y mira por el retrovisor. Le digo adiós con la mano. Una sonrisa en sus ojos. Cojo la mochila y me la echo al hombro. Espero sentado. A las puertas de Logroño. Algún día volveré.

EL REGRESO

Meo en la cuneta. Me arreglo los piratas y la camiseta. Hago dedo. Pasan coches. Vuelvo a Castellón. No hay suerte. Me animo. Pienso que alguno de ellos debe ir al FIB, va tanta gente. Dos horas después me desanimo, qué poco gusto musical tienen. Razono, quien quiera ir al FIB, a estas horas del viernes ya debe estar allí. Y yo tan lejos. Para un camión. Me encaramo a la puerta. A Valencia. Mochila y zapatillas para arriba. Cierro la puerta. Conduce un señor gordo con barba y melena. Callado. Llevamos kilómetros y kilómetros y no abre la boca. A mí, como me lleva, sólo me queda esperar. Hasta que empieza.

—¿Se te ha comido la lengua el gato?

—Hola —le digo

—Eres muy callado

—Sí

—Yo pensaba, este chico me dará un poco de charla por el camino

—Ah, sí

—Pero no habla y ahora que parece que se arranca sólo dice monosílabos

—Soy Lucas, de Castellón, vivo con mis padres y este fin de semana he quedado con unos amigos para ir a un festival de música en Benicàssim, donde tocan muchos grupos de...

—Para, para, que te vas a ahogar

—Perdone

—No soy quien para perdonar

—Ya, bueno

—Me llamo Bernardo

—Encantado

—Camionero, soltero, sin hijos, voy de punta a punta del país repartiendo propano. Tengo prohibido llevar acompañante pero a menos que hayan instalado cámaras en el camión hago lo que quiero. He descargado y regreso para Moncada, un pueblo de Valencia

—Yo soy de Castellón

—Ya lo has dicho antes. Sesenta kilómetros nos separan y juraría no haberte visto en la vida

—Yo tampoco

—Era broma

—Claro, ¿fuma?

—Ya no, he fumado demasiado

—¿Demasiado tiempo?

—Demasiados cigarros

—¿Se cansó?

—De ese vicio sí

—¿De cuál no?

—Bailar

—¿Usted baila?

—Swing, tango, lo que me echen

—¿Pasodobles?

—Claro: un, dos, tres media vuelta, giro, otro giro, un, dos, tres y media vuelta otra vez

—Qué gracia

—Es muy divertido

—¿Con pareja?

—Por supuesto

—¿Como usted?

—Divirtiéndonos

—¿No cansa?

—Es como volar

—Pero con los pies en la tierra

—Hasta que aprendes los pasos

—¿Y luego?

—Alzar el vuelo

—¿Con la música?

—Y el ritmo, y el tiempo

—Un, dos, tres media vuelta

—Exacto

—Y con pareja

—Los dos uno

—Como el amor

—Como la vida

—Pero también se puede bailar solo —observo

—¿Quién ha dicho lo contrario?

—¿Y qué más?

—Ya está

—¿Ya?

—Bueno, hasta la próxima canción

—Como una relación —observo

—Si lo quieres ver así

—Me refiero a que cuando termina una, empieza otra

—La vida sigue

—¿Y si te marca mucho la primera?

—Haz que la segunda sea más intensa

—¿Cómo?

—Primero olvidando la primera

—Pero es necesaria para aprender

—No puedes perder el tiempo aprendiendo lo aprendido, y además es demasiado pronto para ver

—¿Por?

—Porque no eres tú

—¿Y quién eres?

—Parte del ayer

—Pero sigues siendo tú

—Bueno, sí, a ver

—Sigues en tu piel

—Ya, pero vas y vuelves

—No te entiendo

—Pues que...

—Si ya ha terminado una relación se acabó —le digo

—No es tan fácil

—Ahora argumentas justo lo contrario que antes

—Puede

—Lo que tiene un fin tiene un fin

—Pero tú estás en todas partes

—¿En el pasado? —pregunto

—Y en el presente

—Eso quería decir, acaba una relación y empieza otra

—Sí

—No hay vuelta atrás

—No

—Es la vida

—Sí

—Sigue su curso normal

—Sí

—Hacia delante

—Como este camión

—Kilómetro a kilómetro

—¿A qué tienes miedo? —me pregunta

—A tropezar otra vez

—¿A caer?

—Sí

—No hay otro camino

—Pero, ¿si estás atento?

—La atención hace que te pierdas muchas cosas

—¿Por?

—Porque sólo ves una a la vez

—¿Cuántas se pueden ver?

—No sé

—Yo sólo puedo ver una, la señal, el volante, el radiocasete

—Me refería en general

—¿Como todos esos árboles?

—No, a ver, como ser

—¿Ser muchas cosas?

—Y una a la vez

—Y eso, ¿cómo se hace?

—¿Acaso te he dicho yo que sea fácil?

—¿Y qué tiene que ver todo esto con la canción que termina?

—Pues que la relación es la vida

—¿Y por qué cuando una relación termina no puede empezar otra?

—Porque la relación es infinita

—Me refería a una pareja

—Yo también

—Pero si se acaba, yo me voy con otra persona

—Bien

—Y a la anterior no vuelvo a verla en mi vida

—Pero no hablamos de personas, sino de relaciones, y tu relación con las cosas suele ser siempre la misma, así es que si has llegado a reconocerte en una pareja pues las demás no van a diferir mucho entre sí

—¿Eso también sirve para el dolor?

—El dolor es el mismo

—¿Y si te abandona, si es un amor imposible?

—En ese caso lo que importa no es cómo te relacionas con la persona, sino tu relación con lo imposible

—Entiendo

—Por eso está contigo mientras vivas

—Y afecta a mi nueva relación

—Es inevitable

—¿Puedo encenderme un cigarro?

—Claro

Fumo.

—Entonces —continúo—, eso quiere decir que siempre estás saliendo con la misma persona

—No exactamente

—Pero si dices que la relación es infinita, cuando tienes la primera las demás van a ser igual

—En gran parte sí

—¿Y en qué se diferencian?

—Eso depende de ti

—Y de la otra persona

—Estamos hablando de ti

—Me dejas pocas salidas

—No era mi intención acorralarte

—Me rindo

—Cada relación es infinita y cada relación es única

—Eso es lo que quería oír

—Bien

—Pero, ¿cómo se hace?

—Relacionándote

—Eso es fácil

—Dejándote llevar

—Eso ya no

—Pero si le quieres

—¿Cómo puedo saberlo?

—Preguntándotelo

—Déjame pensar

—Suéltalo

—No sé

—Di algo

—¿Siendo los dos libres?

—A mí no me lo preguntes

—Siendo libres

—Pues ya lo sabes

—¿Y ahora qué?

—Pues, a relacionarte

—¿Sólo eso?

—¿Te parece poco?

—Sí —le digo

—Partir de ahí significa haber recorrido el camino más largo

Apago el cigarro en el cenicero. Relajo los músculos. Descanso. Me duermo. Despierto en una gasolinera de Sagunto. Bernardo sube a la cabina y me dice que se va para Valencia. Nos despedimos.

TARTA DE BODA

Dejo la mochila en la base de una señal de prohibido. El último tren para Castellón ha pasado hace un cuarto de hora. Llamo a casa. Hablo con mis padres. Les digo que llegaré tarde. Llamo al Dani. Quedamos a las doce menos cuarto en la estación de trenes de Castellón. Cojo la mochila. Cruzo la carretera. Compro una palmera de chocolate y un par de zumos. Naranja y melocotón. Vuelvo a la señal. Pasan coches. Tiro la servilleta de la palmera en una papelera. No paran. Voy al parking de la estación. Meo detrás de una furgoneta. Sale caliente. A mi lado un hombre. Se me corta.

—No pares —me dice

—¿Es suya la furgoneta?

—Mi coche es aquel —señalándome un Ford Fiesta en medio de la calle con la luz encendida y la puerta abierta

—¿Y qué hace?

—Estaba meando

—Usted perdone —le digo mirándole la bragueta de reojo—. ¿Ha terminado?

—Se me ha cortado

—A mí también

—Lo siento

—No importa, me giro y ya está

—¡Aaaaahhhh!

Recibo un fuerte golpe en la espalda. Me giro rápido y veo cómo el hombre cae en redondo a mis pies.

—¿Le pasa algo? —pregunto

—Nada, perdona, creo que me he resbalado

—¿Se encuentra bien?

—Sí, es que he bebido un poco

—Venga aquí —le digo sentándolo en el bordillo, entre la furgoneta y una moto

—Gracias

—Respire

—Estoy bien

—Desabróchese un poco

—Sí —quitándose el nudo de la corbata y el botón de arriba

—¿Le doy aire?

—Sí, por favor, hace una calor —intentándose quitar un segundo botón de la camisa

—Déjeme ayudarle —rozando su barba con el dorso de mi mano...

—Gracias

—No hay de qué —...y ya estoy empalmado

—Muy amable

—No es nada, de verdad

—Si yo fuera marinero, mi amor —cantando

—Sí —abanicándole

—Ven aquí hombre —rodeando mi cuello con su pesado brazo

—Sí

—Pega un trago —sacando una botella de agua rellena de güisqui de su chaqueta

—No bebo, gracias

—¿No?, ¿fumas?

—Fumar sí

—Pues fúmate éste —me dice con su mano en el bolsillo hasta el paquete, sacando un puro con tubo de plástico

—¿Me da un trago?

—Bebe —abriendo la botella

—¡Ah!

—Así se hace, y ahora a fumar

—Tenga fuego —digo metiéndome la mano

—Deja, deja, si me han regalado también un mechero, pero no sé dónde lo llevo, mierda —dice sin llegar al otro bolsillo

—¿Pruebo? —pregunto con mi mano en la obertura del pantalón

—Mete, mete, que no hay dinero

Cierto, sólo carne blandita y mis dedos notando el suave tacto de su pelo y más adentro...

—Aquí lo tengo —sacándolo del bolsillo

...el cielo.

—Gracias —le digo tras hincarle el diente al puro

Enciendo.

—Qué peste hace eso —me dice

—Un poco

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