Peluche (35 page)

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Authors: Juan Ernesto Artuñedo

BOOK: Peluche
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—Sí —le digo antes de morir

—Pues va

Nos vestimos.

—Perdona —le digo—, tú eres el marido de Candela, ¿no?

—Qué más da

Salimos por detrás. Siguen cantando y bailando en la tienda.

Algunos ya se han marchado a hacer la siesta. Nos acercamos y cantamos también. Volao y su amigo se miran. El Pepi discute con Candela mientras le dan a las palmas. Los niños han abierto la caja y se guardan unas monedas. Cojo la mochila y me despido de todos cantando y secándome las lágrimas de la cara. Camino. Me giro. El Volao y su amigo me lanzan un beso. Me lo guardo en el bolsillo. Se pegan un pico. Escucho el último estribillo:

Vente conmigo, mi niña con alegría

que quiero verte

Y no me digas que no vienes porque llueve, que mi corazón y todas las flores de amor

por ti

se mueren

Sigo caminando hacia la carretera. Pasan por mi lado un par de furgonetas de mercaderos que se van. Llego a un desvío. Miro a los lados. Levanto la cabeza y me cubro los ojos del sol. Debí coger agua. Camino por la cuneta.

EL AUTOBÚS

Hora y pico más tarde compro una botella en un restaurante de carretera. Saco un billete. Me devuelve. Levanto el auricular y llamo a casa. Mis padres bien, mi hermana bien, y mi sobrina, que cogió un empacho de helado anoche, tiene treinta y nueve de fiebre pero está bien. Cuidaros. Besos. Abro la cartera y saco un papel con el teléfono de Gisela de Dublín. Marco. Cuánto número.

—Jai?

—¿Cómo que jai? Ei, que soy Lucas

—¡Qué pasa, mi niño!

—Bien, de viaje

—¿Dónde estás?

—Ahora en un restaurante de carretera

—¿En España?

—Sí

—¡Ay, qué ganas tengo de verte!

—¿A qué hora llegas a Castellón?

—No lo sé, el viernes por la mañana estaré en Barcelona que he quedado con Sandra, ayer le envié un mail y todavía no me ha contestado. Yo no sé qué os pasa en España, cuando estuve en Nepal este invierno habían cibers por todas partes, tirabas una piedra y salía uno, y eso que casi no tienen para comer. Y tú,
xiquet
, a ver cuándo te compras ordenador que ya va siendo hora

—Sí, pero, ¿a qué hora llegas a Castellón?

—Por la noche, salgo de la Estación de Sants a las diez y media, así que calculo que llegaré sobre las dos de la madrugada

—Ya miraré la hora de llegada

—¿Cómo estás?

—Muy bien, ¿y tú?

—Yo acelerada, como siempre, suerte que ya he acabado los exámenes, aunque todavía me faltan por saber dos notas y espero que por lo menos una la tenga aprobada porque la otra seguro que la llevo a septiembre, me estudié la mitad de temario porque no llegaba a todo y de cinco preguntas cuatro me las han puesto de la otra mitad, ¿cómo lo ves, chani?, además es la parte de programación analítica la ostia de chunga

—Pues entonces quedamos así, el viernes sobre las dos te espero con el Dani en la estación

—No hace falta que vengáis, que no quiero ser una molestia, yo cogeré un taxi que por seis euros me lleva al Grao y no tengo que depender de nadie

—Que no nos molestas Gisela, que tenemos muchas de ganas de verte

—De verdad, que no hace falta que vengáis, yo saldré de Sants a las diez y media y llegaré a Castellón sobre las dos

—Sí, lo que tú digas

—¿Ya te has ligado a un osito?

—Bueno...

—A ver si encuentras a uno que te dé caña y te ponga los pies en la tierra de una vez que...

—Sí

—...estás demasiado en la parra, Lucas, ten cuidado con los de Castellón porque tú te crees que entienden y no es así y como...

—Ya

—...te coja por banda uno de esos tíos enormes te puede dejar tieso de un guantazo. Y abre un poco la mente que aparte de gorditos hay más...

—Vale

—...gente interesante en este mundo, no te limites tío, yo no me cierro porque sea un tío rubio, moreno, alto o bajo, tienes que ver más allá

—Te recuerdo que tú sólo sales con guiris y si llevan pelo rasta mejor

—Hombre, una tiene que cuidar su imagen, que no, que es broma

—Bueno, ya hablamos

—Sí, que la conferencia te va a salir por un pico

—Ah, Dani ya tiene las entradas del FIB

—¿Cuánto son?

—Ya se lo pagarás

—Un beso

—Con lengua

—Chao

—Adiós

Marco un nueve seis cuatro. El padre del Dani coge el teléfono.

—¿Quién es?

—¿Está Dani?, soy Lucas

—Ahora se pone

Se oye Radio 3.

—¿Pasa, chani, cómo estás?

—Bien —le digo—, en Burgos

—Al final te has ido

—Sí, pero vuelvo mañana viernes

—¿Sabes algo de Gisela?

—Acabo de hablar con ella

—¿Qué cuenta
motoret
?

—Nada, que ha terminado los exámenes y que le quedará una para

septiembre, bien, como siempre

—¿Cuándo viene?

—El viernes, sale de Sants a las diez y media y llega a Castellón

sobre las dos de la madrugada

—Joder

—Le he dicho que íbamos a recogerla

—¿Qué ha dicho?

—Lo de siempre

—Que no hace falta que nos molestemos, ¿no?, pero que llega sobre

las dos

—Eso mismo

—¿Y tú, Lucas, cuándo llegas?

—Más o menos como Gisela, si puedo un poco antes para ver a mis

padres

—¿Nos tomamos una cerveza en el Rico y la recogemos?

—Eso había pensado yo

—Pues nada chani, quedamos, cuídate por esas tierras que yo sigo

con la silla que me he dejado a medias

—Lo haré, un beso

—Un beso

Cuelgo. Recojo las monedas que han caído en la máquina. Echo una

de ellas en la tragaperras. No hay premio. Cojo la mochila y salgo del restaurante. En el parking cuatro o cinco camiones. Me siento en las escaleras y bebo agua. Llega un autobús de abuelos. Me echo a un lado. Cierro los ojos y tomo el sol. Se oye el tumulto de gente. Pongo la mochila entre las piernas.

—Joven, ¿le importaría hacernos una foto? —me pregunta una voz de mujer

Abro los ojos. Me mira fijamente.

—Claro —contesto mientras cojo la cámara

—Sólo tiene que apretar el botón de arriba

Cierro un ojo. El otro en la mirilla. Encuadro.

—Un poco a la derecha —les ordeno

Dan tres pasitos y se paran.

—Patata —dicen

A la derecha una señora bajita con una sonrisa de oreja a oreja que aprieta con fuerza su bolso de terciopelo. La de la falda blanca con círculos rojos que me mira como si estuviera esperando una respuesta, en el centro. A la izquierda un señor mayor con cara de bonachón se rasca la barriga como si yo no me diera cuenta de que se mete el dedo por dentro de la camisa debajo del ombligo todo lleno de pelos. Aprieto el botón.

—¿Otra? —pregunto

Como no cambian el gesto me coloco de rodillas y pongo la cámara de fotos en vertical. Un par de amigos se suman a la fotografía. Vuelvo a girar la cámara en horizontal. Ahora la más bajita, que ha dejado de serlo, mira a su izquierda a un hermoso caballero vestido de azul que no sé porqué me da que se trata del autobusero. Hombre gordo al que se le adivina pelo por todo el cuerpo especialmente en su enorme barriga caída sobre el pantalón. Sonríe con las manos atrás. A su izquierda y mirando hacia arriba una señora mayor con ojos saltones coge del cuello al señor con cara de bonachón. Hacen buena pareja. Aprieto de nuevo el botón. El autobusero se coloca las gafas de sol y viene a por la cámara.

—Gracias —me dice con una sonrisa marcada por un espeso bigote

Entran en el restaurante. La última pareja iba cogida de la mano pero como si no quisieran que los vieran. Miro tras el cristal. Se han soltado. Toman asiento. El camarero se acerca. Hay tres chicos jóvenes con ellos. Les coge nota. Dos gordos. Un señor mayor ayuda al camarero. Dos chicas piden bebida. Sigue tomando nota. Les dejo en paz. El autobusero sale del restaurante con una cerveza en la mano. Me hago el loco. Me mira de reojo. Yo estoy tomando el sol. Vuelve a girarse. Me creo importante. Saca un cigarro. Si mi cara es el reflejo del alma debe creer que soy gilipollas. No le funciona el mechero. Me llevo las manos a los piratas. Lo tira a la papelera. Cartera, tabaco, que dura la tengo, el mechero.

—¿Llevas fuego? —me pregunta

—Creo que sí

Me tiembla el cuerpo entero. Mejor le dejo el mechero y que se lo encienda. Demasiado tarde, ha puesto las manos alrededor del cigarro. Aprieto el dedo. No funciona. Se agacha. Enciendo. Chupa y me mira por encima de las gafas. Además de gilipollas seguro que tengo la cara roja.

—Gracias —me dice

Me estremezco al contacto con sus dedos. Creo que lo ha notado. Me hago el duro. Él simplemente respira para no morirse, sin hacer nada del otro mundo. Me encantaría ser tan auténtico como él. Por lo menos que no se me fueran tanto los huesos por un hombre gordo con pelo. No puedo. No puedo hacer nada para evitarlo y creo que ahora no es el momento de contrariar mis sentimientos. Me dejo llevar. No puedo. Intento hacerle ver que no me importa. Intento creerlo por lo menos. Creo que acaba de darse cuenta que me tiene dentro. Entra en el restaurante. Me siento en las escaleras. Dejo que el sol queme mis pensamientos. Los calienta. Cojo la mochila. Entro en el restaurante. Abro la puerta del aseo, la del baño, la de mis deseos. Limpio el semen de la taza con el papel higiénico que he cogido previamente. Me lavo las manos y salgo de nuevo al sol. Ahora no pienso. El sol me quema la piel. Silencio por un momento. Tarareo una canción de Radiohead del elepé
The Bends
. Se la lleva el viento. Noto los labios secos. Bebo agua. Guardo la botella. Enciendo un cigarro. Todavía me tiemblan las manos, pero no los pensamientos. Comienzan a salir los abuelos. Hago como que no va conmigo. Alargo la vista y de vuelta rápido. Como un yoyó. Bajan las escaleras. Uno con bastón. Yo disimulando pero son ellos los que no me hacen ni puñetero caso. Al final unos zapatos. Traje azul.

—¿Vienes con nosotros? —me pregunta el autobusero

—No, gracias —contesto como si no fuera en serio

—Como quieras

Baja escaleras. Saca las llaves del bolsillo y abre el maletero lateral del autobús. Guardan mochilas. Cierra. Suben. Rezo para que me lo pregunte otra vez. Baja el parasol. Sube el último abuelo. Arranca. La gente se acomoda en sus asientos. Quita el freno de mano. Ruego porque mire por el espejo retrovisor. Sale humo del tubo de escape. La señora bajita de la sonrisa de oreja a oreja que apretaba con fuerza el bolso de terciopelo a la derecha de la fotografía me dice adiós. Suplico al autobusero con ojos de perro muerto en carretera por un camión. Se abre la puerta. Veo a Dios. Lanza el cigarrillo y cierra. Mi cuerpo no responde a mi voluntad y perplejo veo cómo el autobús se va. Un camarero sale del restaurante corriendo con una cámara de fotos en la mano. Desde la última ventanilla el señor mayor con cara de bonachón que se rascaba la barriga como si yo no me diera cuenta de que se metía el dedo por dentro de la camisa debajo del ombligo todo lleno de pelos da la voz de alarma. Mi cuerpo salta como si preso se encontrara. El camarero detrás con la cámara y yo detrás del camarero con la mochila. El señor con cara de bonachón cambia de cara. La misma que pongo yo cuando subo las escaleras del autobús. Me siento en primera fila. Delante un enorme cristal y al volante algo en que creer. La puerta se cierra. Mi voluntad se reconcilia con mi cuerpo. Mi quiero con puedo. Aquí y ahora soy feliz. Entra aire por la ventana. No cierra bien. Me recuesto en el asiento. Sería un bonito momento y lugar para morir. Mi cerebro procesa un deja vu. Me entran escalofríos por las piernas. La gente comenta. Giro la cabeza. Gente normal y corriente, con virtudes y defectos. Como tú y como yo. Puedo preguntar al autobusero si quiero. Espero un momento. Antes prefiero disfrutar de esto. Desaparece la magia. Además me meo. Miro la botella de agua. Casi vacía. Puede que haya aseo. Me aprieta la vejiga. Me giro. Un chico gordito. Baja. Pelo en el cuello. Las escaleras. Y con michelines a los costados. Despacio. Barriga. Escalón. Buen culo. A escalón. Me levanto y voy por el pasillo. Llego. Miro hacia bajo. El chico espera. Yo no tengo prisa. El vaivén mueve sus tetas. Noto el bulto en mi entrepierna. Disimulo. El chico serio. Me siento en la escalera. Mi pene se sale fuera de los calzoncillos. Se me dilata el agujero del culo. Levanto la vista y miro al espejo retrovisor del autobusero. Conduce tranquilo. Vuelvo al asunto. El temblor de mis manos ha pasado a mis piernas. Bailan en su camiseta. Yo las acompaño. Nos marcamos un vals. Mejor un rock and roll. Su propietario me mira mal. Quién es el chico tan raro con el que vas. Se abre la puerta. Me resigno y las dejo marchar. Ante mí el señor con cara de bonachón. Le miro las tetas. Las invito a bailar pero me deniegan. Las dejo pasar. Su barriga me guiña el ojo del ombligo y me promete una danza del vientre en la próxima fiesta. Yo sentado. Mi zapatilla al fondo de la escalera. Como cenicienta. Bajo, me agacho, el chico abre la puerta. Mi cara en su entrepierna. Su paquete me promete una noche de juerga. El chico se cabrea. Entro y me miro en el espejo. Lloro. Meo llorando. Sólo sexo y juego. Me lavo la cara y salgo. Voy a mi sitio. Guardo la mochila en el maletero de arriba y me siento. Callo. El autobusero cambiando el dial de la radio. Mi cabeza entre el respaldo y el cristal. Me quedo frito. Sueño. Camino por un pasillo oscuro hasta una sala redonda cubierta de vapor de agua. En la piscina un grupo de hombres. Mi piel desnuda se acerca. Yo mirando desde fuera. Con otro punto de vista. Los hombres dejan sitio para que pueda sentarme. Se echan agua. Cuerpos redondos. En silencio. Cubiertos de pelo. Toallas blancas. El tiempo se ha tomado su tiempo. El hombre más gordo se aproxima al último que ha llegado. Éste deja el cuerpo a su merced. Le echa agua en la frente. Su cuerpo inerte. Lo sumerge en el agua. La piscina en calma. Salen burbujas. Lo saca, le besa en la boca, lo deja en la piedra y se hace el muerto en el agua. A su lado, otros dos se besan. Sus barrigas flotando. El recién bautizado mete la cabeza por debajo de la toalla de uno que espera que cumplan sus deseos. El que flota se le acerca por detrás remando despacio con el falo fuera del agua. Los que se besan le observan. Saben lo que va a pasar. El chupado se gira. El que cumple sus deseos introduce la mitad inferior de su cuerpo en el agua. Salgo de la sala. Sin cuerpo. Como en un videojuego. Me apoyo en la pared. Cojo aire. Lo echo. Guardo un poco dentro por si desaparezco con mi último aliento. Caigo al suelo. Lloro. Sin lágrimas. Por dentro. Me voy hundiendo. Desaparezco. Intento agarrarme al suelo pero no puedo. Miro a los lados. Nadie me ayuda. En un pasillo oscuro me desintegro. Pienso en tantas cosas que al final no pienso en nada. Es cuando mi descenso para. Suspendido en el centro de mi universo. En equilibrio. Sobrevivo. Crezco. Veo mi cuerpo. Brazos, manos, piernas, dedos. En contacto con el suelo. Una luz en mi cerebro. Ha vuelto mi estrella. Es cuando despierto. Joder, cómo me duele el cuello. A mi izquierda el autobusero. Detrás los abuelos y algún que otro chico que bonito sería morir por sus huesos. No me atrevo. No debo. Sí. Es el momento de vivir.

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