Patriotas (20 page)

Read Patriotas Online

Authors: James Wesley Rawles

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Patriotas
10.16Mb size Format: txt, pdf, ePub

Matt estaba indignado por el flagrante sesgo estatista del artículo. Al describir el primer incidente, afirmaba incorrectamente que Chase había disparado primero, y que el policía y el ayudante del sheriff habían «disparado a su vez en defensa propia». El artículo seguía describiendo el posterior «ataque del francotirador» en el centro comercial. Mostraba al agente «dando informes de radio con valentía, mientras Keane, al mismo tiempo, supuestamente disparaba ráfagas de mortíferos proyectiles capaces de perforar el chaleco antibalas del agente, con la intención de darle en la cabeza».

El artículo seguía con una entusiasta descripción de los objetos que los hermanos habían abandonado en la caravana. Hablaba de seis pistolas paramilitares, «dos de las cuales, según el ayudante del sheriff, eran fácilmente convertibles en automáticas»; de las cuatro mil balas, «la mayoría de las cuales podrían atravesar fácilmente un chaleco antibalas», de una camilla, varias bolsas para cadáveres, gorras con el logo del FBI, chaquetas de asalto del FBI, placas de los U. S. Marshall, guantes de látex, y un rollo de cinta aislante. La lista buscaba causar la impresión de que se trataba de un «arsenal de armas» y de «herramientas para cometer crímenes». Quienquiera que escribiera el artículo olvidó mencionar el hecho de que tanto las pistolas como la munición y el material policial llevaban etiquetas con su precio, porque formaban parte del inventario de los Keane para las ferias de armamento. La camilla y las bolsas para cadáveres también eran mercancía de su puesto y también tenían etiquetas con el precio. El autor tampoco mencionaba que la cinta aislante estaba dentro de la caja de herramientas de la furgoneta, y que los guantes de látex estaban dentro del botiquín de Chase, junto con diverso material de primeros auxilios, vendas e instrumentos de cirugía menor.

El extenso artículo estaba lleno de insinuaciones y referencias a los hermanos Keane como «pirados de las armas» (más o menos cierto),
«survivalistas»
(cierto), «miembros de una célula militar» (mentira), «supremacistas blancos» (mentira), «con lazos con el Ku Klux Klan» (mentira), «distribuidores de armas sin licencia» (una media verdad), «organizadores de una sociedad de amigos» (cierto), «simpatizantes del grupo racista Identidad Cristiana» (mentira), «miembros reputados del grupo neonazi Naciones Arias» (mentira), y «con amplios contactos con el grupúsculo neonazi Elohim City» (otra mentira).

La insinuación más flagrante hacía referencia al rollo de esparadrapo. Un portavoz de la Agencia de Alcohol, Tabaco, Armas de Fuego y Explosivos lo describía como «la misma clase de cinta que se usa para atar de pies y manos a las víctimas de asaltos a viviendas». Estos comentarios enfurecieron a Chase.

—Deberían cambiarle el nombre por el de ATF & CA: Agencia de Alcohol, Tabaco, Armas de Fuego, Explosivos y Cinta Aislante —bromeó Chase. Y con un falsete burlón, añadió—: Si encerraran a todos los psicópatas de este país que tienen esa malvada «cinta aislante de asalto» viviríamos en una sociedad mucho más segura. No hay ningún motivo legítimo por el que los ciudadanos debieran tener cinta aislante. La mera posesión debería verse como intención de delinquir.

—Sí, y solo a los miembros entrenados de los cuerpos de seguridad debería permitírseles tener cinta aislante o surtidores de cinta de gran capacidad —añadió Matt.

Durante las siguientes semanas, Matt bromeaba a menudo sobre ese artículo y otros en la misma línea que habían ido viendo.

—De verdad que me alegro de vivir en un país con una prensa así de justa e imparcial —decía.

A principios de junio, Matt compró un ejemplar de
The Gun List
en un quiosco de Nueva Orleans. Seguía manteniendo la esperanza de encontrar cargadores adicionales de alta capacidad para sus armas. No vio ninguno anunciado. Sin embargo, un llamativo anuncio a media página puesto por la ATF lo dejó muy impresionado. La agencia ofrecía una recompensa de cincuenta mil dólares, y las autoridades de Carolina del Norte, otros diez mil. En el anuncio se veían dos fotos borrosas de Matt y Chase. Y decía así: «Buscados por el FBI, la ATF, la patrulla de carreteras de Carolina del Norte, la oficina del sheriff del condado de Randolph, Asheboro, y el Departamento de Policía de Carolina del Norte; por el intento de asesinato de tres agentes de la ley... Sesenta mil dólares de recompensa. Precaución: Los sujetos van armados y son peligrosos. En caso de tener información, contacte con la línea 24 horas del centro de operaciones de seguridad de la ATF en el 1-888 ATF-Guns o con su oficina local del FBI».

Al ver el artículo y el anuncio con la recompensa, los Keane se alegraron de haberse sumergido en la clandestinidad, de su cambio de identidad y de no haber hecho ningún intento de contactar con su familia o amigos. Estaban en la lista de los diez más buscados de la ATF. Tras verse en las fotos con y sin barba, Matt decidió dejarse crecer bigote. Llevaba sus Ray-Ban puestas casi todo el tiempo. Chase empezó a dejarse barba. La dejó crecer durante los cuatro años que permanecieron escondidos. Llegó a sobrepasar su mentón siete centímetros.

Cada día laborable, en lo que se convirtió en una rutina implacable, Chase tomaba el autobús a la fábrica de postes y Matt conducía la furgoneta al almacén. No se tomaron ni un día de vacaciones y evitaron conscientemente entablar una relación que fuera más allá del «hola, qué tal» con nadie del campamento o del trabajo. Debido a sus hábitos de reclusión, algunos de sus vecinos en el parque de caravanas llegaron a la conclusión de que eran homosexuales. Raramente comían fuera, y ahorraban cuanto era posible. Casi todos los fines de semana salían a pescar para relajarse. Con el tiempo le cogieron el gusto a la música cajún y a la cocina criolla. Fruto de un empeño consciente, pronto desarrollaron un habla lenta acompañada de un ligero acento sureño.

Cayeron en la cuenta de que como conocían a tanta gente de la época en que frecuentaban las ferias de armas, resultaba muy peligroso asistir a una. Así que evitaron visitarlas. Empezaron a acudir a una iglesia baptista de la zona. Allí también mantuvieron un perfil bajo. Era frustrante, pero evitaban cualquier contacto con su familia o con ninguno de sus viejos amigos. Era la única manera de romper limpiamente con su pasado. Sabían que la gran mayoría de los criminales más buscados eran detenidos cuando volvían a sus viejos dominios y renovaban el contacto con antiguos colegas. Los Keane no eran tontos y nunca cometerían uno de esos errores.

En junio, Matt vació su trastero de alquiler en Baton Rouge y alquiló otro a nombre de Jason Lomax, cerca de Nueva Orleans. En agosto, Chase encontró un remolque de caja abierta a la venta. El remolque era casero y robusto, hecho a partir de la cama de una camioneta. El fin de semana siguiente, compró una capota rígida de segunda mano. Tras registrar el remolque a nombre de Jason Lomax, arreglar el cableado de los faros y encajar algunos muelles de hipersustentación, lo dejaron en su nuevo trastero de tres metros por tres y medio. Lo almacenaron con todo su material táctico guardado dentro, listo para marcharse en cualquier momento en caso de necesidad. La humedad del clima de Luisiana podía destruir rápidamente cualquier arma que no se mantuviera limpia y bien engrasada, así que cuatro veces al año llevaban el remolque a casa para engrasar las armas y efectuar la rotación de los paquetes de gel de sílice secante. Para eliminar cualquier rastro de humedad que pudieran haber adquirido los paquetes, el día anterior a cada viaje de mantenimiento de armas, Chase los ponía en el horno a baja temperatura. Chase había conseguido un suministro gratis de gel de sílice de una tienda de pianos en Nueva Orleans. La tienda obtenía grandes paquetes que venían con cada piano que recibían de ultramar. Hasta que Chase no había empezado a pedírselos «para sus herramientas», la tienda los tiraba a la basura.

En enero, usando su descuento para empleados, Matt compró cuatro barriles de gasolina de setenta y cinco litros y una lata de medio litro de estabilizador.

Esperó a propósito hasta enero para comprar la gasolina. Sabía por su experiencia en el trabajo que la gasolina fabricada en los meses de invierno tenía más butano añadido para facilitar el arranque a bajas temperaturas. Así también se incrementaba su vida útil. Almacenaron los bidones junto con el remolque. El enero siguiente y durante los sucesivos inviernos, Matt los reemplazaba por nuevos bidones. Como el trayecto hasta el trabajo era breve, el combustible le duraba varios meses.

No contentos con tener un solo carné de identidad falso cada uno, en los siguientes dieciocho meses los Keane consiguieron tener dos más. Habían pasado ya por la experiencia de vivir acampados mientras esperaban recibir la documentación y no querían volver a sentirse tan vulnerables. Para estas nuevas identidades decidieron «ir a por todas» y llegaron incluso a sacarse pasaportes.

En mayo, la reparación de unos problemas inesperados en la transmisión y el diferencial de la camioneta acabó con la práctica totalidad de sus ahorros, por lo que tuvieron que reducir sus gastos al mínimo hasta que se recuperaran.

Una vez restablecieron su presupuesto, Matt y Chase invirtieron en su programa de almacenamiento de comida y se fabricaron trajes de camuflaje ghillie. Los primeros en usar los trajes ghillie fueron los guardabosques británicos en el siglo XIX, que los usaban para camuflarse mientras acechaban a la espera de furtivos. Los trajes ghillie están cubiertos por tiras de tela de longitud aleatoria en tonos ocre, de forma que disimulan concienzudamente la silueta de su portador, y si este se queda completamente quieto, sentado o con el cuerpo a tierra tendrá el aspecto de un matojo de maleza.

Para hacerse su propio ghillie, Matt usó primero un gran trozo de red para cazar langostas que encontró en una tienda de excedentes. Formaba parte de una red de nailon marrón prácticamente nueva que había quedado inservible por un desgarro. La parte sin dañar era perfecta para los propósitos de Matt, así que la cortó dándole la forma de un poncho rectangular que llegaba hasta las rodillas. Para reforzar el cuello del ghillie, cosió un anillo de diez centímetros de tela vaquera verde bosque. Esto evitaría que la red se rompiera por ahí, ya que ese era el punto que tendría que soportar mayor tensión. Una vez comprada la red, Matt pidió por correo tres rollos de cinco centímetros de ancho de material de camuflaje a The Gun Parts Company, en Hurley Oeste, Nueva York. La compañía los anunciaba como «rollos de camo». La mitad de los rollos eran de color verde bosque, y los otros eran marrones. La arpillera era perfecta para la fabricación de un traje ghillie. Los Keane añadieron a las tiras verdes y marrones unas pocas sacadas de un saco de patatas. La tarea de coserlas a la red les llevó incontables horas. Sin embargo, como tenían las tardes y los fines de semana libres, no tardaron en tener preparado el traje. Con la idea de darles un aspecto gastado e irregular despuntaron meticulosamente cada una de las tiras. Una vez el poncho estuvo terminado, Matt usó la estopa restante para cubrir uno de sus sombreros militares. Las tiras de estopa colgaban de la parte trasera hasta los hombros. El efecto de cobertura ghillie se completaba al llevar un velo facial de camuflaje por debajo del sombrero. Cuando el conjunto estaba acabado, lo bañó en líquido ignífugo FC-1055 marca Flamecheck.

Chase decidió hacer un ghillie más elaborado aún; el suyo era parecido a los que había visto fabricados por Custom Concealment. Empezó con un mono de mecánico del ejército una talla mayor que la suya. Lo hizo así porque había oído, en boca de un tipo en una feria de armas, que el material del mono encogería conforme se le fueran cosiendo tiras de camuflaje. El tipo estaba en lo cierto. Para cuando había acabado de coser los cinco kilos y medio de «guarnición», el traje le ajustaba perfectamente. Como el material de camuflaje le quedaba por encima de las botas, el efecto era impresionante. Incluso de pie, Chase parecía un arbusto. Cuando se probó el traje completo junto con el sombrero y el velo facial proclamó:

—¡Mírame, soy el increíble montículo reptante! —Antes de guardarlo en el talego, trató también su traje con el líquido Flamecheck.

Cuando ya habían acabado con los trajes, los Keane aún tenían un montón de estopa y de red para langostas, así que las usaron para confeccionar cubiertas ghillie para sus mochilas de combate CFP-90 y para cada uno de sus rifles. Para unir las cubiertas a las mochilas, cosieron unos anillos elásticos que compraron en una mercería. Las cubiertas de los rifles estaban especialmente diseñadas para no interferir en su manejo. Necesitaron varios intentos antes de dar con el diseño adecuado.

Cuando el dólar inició su caída y se desataron los disturbios en el norte, «Jason» y «Travis» anunciaron con dos días de antelación que dejaban el trabajo. Gastaron prácticamente todo el dinero que tenían en comida enlatada: por culpa del incremento desbocado de la inflación sus ahorros no dieron para mucho. Su último día en el almacén, Matt compró a cambio de su último sueldo semanal otro bidón de gasolina Premium sin plomo. Esa misma tarde, Chase devolvió la llave al dueño del trastero alquilado y le dijo que se disponían a mudarse inmediatamente. No tardaron demasiado en cargar la caja de la camioneta, conducir al trastero, cargar el resto de bidones de gasolina y acoplar el remolque. A las ocho de la tarde ya estaban en la autopista. Condujeron por turnos hasta Yellowstone Oeste, parando solo para repostar, y pasaron la noche acampados en las afueras de Yellowstone. Al día siguiente emprendieron otra maratón rumbo a Spokane. La mayor parte del viaje transcurrió sin incidentes, pero cuando llegaron a su destino se encontraron con una ciudad en llamas. Había más de veinte incendios ardiendo sin control en el centro de Spokane.

Exceptuando los prolongados cortes de electricidad, en el barrio de sus padres se respiraba una cierta normalidad. Nadie les abrió cuando llamaron al timbre, la puerta de entrada estaba cerrada con llave. Entraron por la puerta trasera: utilizaron la portezuela del perro para alcanzar el cerrojo de la puerta, un truco que Matt había usado durante años. No cabía duda de que sus padres, su hermana y los perros habían huido a toda prisa. La habitación de su hermana estaba llena de perchas esparcidas al azar. Había algo de comida para el perro derramada por el suelo del garaje; la despensa estaba vacía. Habían desaparecido también la mayoría de platos, cubiertos, sartenes, ropa, herramientas y motosierras. Tampoco había rastro del equipo de acampada, pesca, tiro con arco y de las pistolas. El coche de la familia, el todoterreno y el remolque también faltaban. El único mueble que no vieron era un futón. Tras inspeccionar la casa, Matt y Chase se reunieron en el salón.

Other books

Unfed by McKay, Kirsty
Call On Me by Angela Verdenius
Changing Her Heart by Gail Sattler
Lost by Lori Devoti
The Earth Gods Are Coming by Kenneth Bulmer