Authors: Esquilo
ESTROFA 5.ª
Y, una vez se vistiera el arnés del destino, levantose en su espíritu un vendaval contrario, impío, sacrilego, a cuyo embate mudó de sentimientos hasta atreverse a todo. Que instiga a los mortales obtusa consejera, una infausta demencia, hontanar primigenio de criminales actos. Osó, en fin, convertirse de su hija en el inmolador fomentando una guerra iniciada
para vengar el rapto de una hembra, propiciatoria ofrenda de una armada.
ANTÍSTROFA 5.ª
Y sus ruegos, sus súplicas de «¡Padre!», sus años virginales, para nada contaron para aquellos capitanes sedientos de combate. Tras la plegaria, el
padre hace señal a sus ministros, que con todas sus fuerzas la incorporen postrada como está entre sus ropajes, y que encima del ara la coloquen, con el rostro inclinado hacia la tierra como una cabritilla; que con una mordaza sobre su hermosa boca, impidan que dé gritos de maldición sobre su propia casa,
ESTROFA 6.ª
con la fuerza y el mudo ardor de un freno. Y en tanto iba vertiendo azafranados tintes, desde sus ojos iba despidiendo dardos de compasión contra quien la inmolaba. Parecía llamarlos por su nombre, como en un cuadro, pues, ¡con qué frecuencia en la estancia paterna, llena de ricas mesas, había ella cantado! ¡Cuántas honrara, intacta y amorosa, con su voz virginal, la libación tercera de su padre, con un feliz peán!
ANTÍSTROFA 6.ª
Lo que luego siguió ni lo vi ni lo digo. Mas de Calcante el arte no deja de cumplirse. La justicia se inclina hacia aquellos que sufren, y comprensión les trae. El futuro, cuando se haya cumplido,
verlo podrás; hasta aquel día no debe preocuparte. Ya llegará, y muy claro, con los primeros rayos de la aurora. En todo caso, tengan feliz remate los sucesos futuros, cual desea la que muy próxima a mi dueño, es solo baluarte de la tierra de Apis.
(Aparece
CLITEMNESTRA).
CORIFEO. He venido a rendir mi pleitesía, a tu augusto poder, oh Clitemnestra. Que es justo honrar del príncipe a la esposa si está vacío el trono del marido. Tanto si recibiste dulces nuevas, como si no, y consagras sacrificios a la dulce esperanza, yo te escucho con leal atención. Y si te callas tampoco lo tendré por reprochable.
CLITEMNESTRA. De buenas nuevas sea mensajera —como reza el proverbio— esta alborada que ha nacido del seno de la noche. Una noticia escucharás que toda tu esperanza supera: los argivos han capturado la ciudad de Príamo.
CORIFEO. ¿Cómo dices? Es tan inverosímil lo que cuentas, que apenas me lo creo.
CLITEMNESTRA. Que Troya es de los griegos. ¿No hablo claro?
CORIFEO. Me embarga el gozo y me provoca el llanto.
CLITEMNESTRA. Tus ojos bien delatan lo que sientes.
CORIFEO. ¿Tienes fiel garantía del suceso?
CLITEMNESTRA. La tengo, sí, si un dios no me ha engañado.
CORIFEO. ¿Te basas en los sueños persuasivos?
CLITEMNESTRA. Yo no acepto quimeras de un demente.
CORIFEO. ¿Te ha cebado, quizá, un rumor sin alas?
CLITEMNESTRA. Fustigas mi razón cual la de un niño.
CORIFEO. Y, ¿cuándo ha sido la ciudad arrasada?
CLITEMNESTRA. La noche que ha parido esta alborada.
CORIFEO Y, ¿qué nuncio llegó tan prestamente?
CLITEMNESTRA. Hefesto, que desde el Ida nos mandó brillante llama. Después, una hoguera manda otra llama mensajera de Hermes; más tarde, desde esta isla, al ingente resplandor acoge la cima de Atos, que está consagrada a Zeus; —esta es la tercera etapa—. Más tarde, el empuje errante de la llama pega un brinco y la espalda del mar cruza... Después anuncia la antorcha a los guardias del Macisto un resplandor tan dorado como el sol. Sin detenerse, y sin dejarse vencer por el sueño, incautamente, su papel de mensajero, aquel no olvida, y la luz de la hoguera parte lejos en dirección a las aguas del Euripo, y comunica su mensaje a los vigías del Mesapio. A su vez, estos su respuesta luminosa encienden, prendiendo fuego a un montón de broza seca y la mandan hacia aquí. Y llena de vigoría, sin jamás debilitarse, la llama cruza, de un salto la llanura del Asopo, cual si la brillante luna fuera, y marcha hacia los riscos del Citerón, despertando otro relevo de fuego. Y la guardia allí apostada no se ha negado a avivar hoguera de largo alcance prendiéndola más potente de lo que se le ordenara; y salta su resplandor más allá de la laguna Gorgopis, y ya llegando al monte Egíplanto, urge a no retrasar la orden de hacer fuego; entonces prenden, liberales, una llama, y enorme barba de fuego mandan, que a lo lejos brilla, con fuerza para saltar el promontorio que se alza sobre el Sarónico golfo. Da un brinco y llega a la cima del Aracne —ese vigía que cabe nuestra ciudad se yergue, para llegar de un salto hasta los palacios del Atrida, esa ardorosa llama que, en cierta manera nieta de la hoguera es que allá en el Ida naciera. Estas eran las consignas que ya habían recibido los corredores de antorchas. Y la victoria merecen el último y el primero. He aquí la prueba, he aquí el signo que, desde Troya, me ha mandado mi marido, y que ahora te relato.
CORIFEO. Luego mi acción de gracias a los dioses dirigiré, señora. Por ahora, yo quisiera escuchar, punto por punto, esas noticias, mientras me repites la nueva, y me extasío al escucharlas.
CLITEMNESTRA. Hoy Troya al fin es ya de los aqueos. En la ciudad, imagino, ya se escuchan voces de desigual acento. Vierte, en la misma vasija, algo de aceite y de vinagre: y tú dirás, al punto, que obran cual enemigos enfrentados. Del mismo modo pueden escucharse, bien distintos, por cierto, los lamentos de vencedores y vencidos, ante su suerte desigual. Estos abrazan de hermanos y de esposos los cadáveres, los hijos, los de sus progenitores, y se lamentan, con su boca esclava, por el hado de sus más caros deudos; pero a los otros, a los vencedores, la nocturna fatiga tras la lucha los acomoda, hambrientos, a almorzar de los bienes que la ciudad encierra, no en un orden concreto, mas tal como a cada cual se lo indicó la suerte.
(Pausa).
Ahora están instalados, ya, sin duda en la esclava mansión de los troyanos, libres, al fin, del hielo del relente, de la escarcha. Cual ricos potentados, la noche pasarán sin montar guardia. Si de esta tierra respetan a los dioses, esclavizada ya, y los santuarios, no existe ya temor, que, vencedores, hoy, sean los vencidos de otro día. ¡Que no invada a la hueste el ansia ardiente de profanar aquello que no deben! Pues para ver el día del retorno, les queda aún por recorrer un largo de su doble carrera. Y más aún; si consiguen llegar, sin verse reos, a los ojos del cielo, hay la esperanza de mitigar el daño que causaron a los que han muerto allí, si antes, no ocurre algún suceso infausto y lamentable. Tal son las razones que de labios de una mujer has escuchado. ¡Triunfe el bien, al fin, sin confusión alguna! Que, de los muchos bienes que se ofrecen, este es, sin duda, aquel que yo prefiero.
CORIFEO. Has hablado, mujer, con gran prudencia, como a varón prudente corresponde. Yo, después de escuchar tan claras pruebas, invocaré a los dioses, pues un bien recibimos que vale nuestro esfuerzo.
CORO. ¡Zeus, rey! ¡Oh noche amiga, que el tesoro de tan inmensa gloria has conquistado! Sobre las torres de Troya tu envolvente red echaste, y nadie, ni persona de edad, ni tierno niño, ha podido librarse de esa enorme trampa esclavizadora que todo lo somete. Ante Zeus, el gran Zeus hospitalario, me postro humildemente. Él ha sido el autor; Él, que ha tenido, durante tanto tiempo, tenso el arco, apuntando hacia Paris, de modo que sus dardos no cayeran allende las estrellas y resultaran vanos.
ESTROFA 1.ª
«De Zeus el golpe es», puede afirmarse. Y es fácil rastrear estas verdades. Todo ha ocurrido conforme a sus designios. Alguien ha dicho que los dioses no se dignan ocuparse de aquellos que han hollado la majestad de lo que es intocable. Mas quien lo dijo no era un ser piadoso. Porque brota, prolífica, la maldición que cae sobre el osado, sobre quien alienta metas que sobrepasan la medida, cuando su casa desborda abundancia. Venga sin daño la fortuna, y baste así a los que poseen la prudencia. No es baluarte bastante la riqueza a evitar la ruina para quien, en su hartazgo el gran altar de la justicia ha hollado.
ANTÍSTROFA 1.ª
Lo azuza, con violencia, la tenaz Persuasión, la hija insoportable de Ceguera. Y vano ya resulta todo antídoto. No consigue ocultarse, y cual tétrica luz, su perversión fulgura, y, sometido al toque de Justicia, se ennegrece, cual bronce, de mala ley, roído por el uso y los golpes. Es como un niño que corre tras un pájaro alado y que provoca entre los suyos aflicción infausta.
Ningún dios presta oído a sus plegarias; al criminal autor de esas maldades los númenes lo abaten.
Cual Paris, que penetró en el palacio
Atrida y deshonró su mesa hospitalaria a una esposa raptando.
ESTROFA 2.ª Y
ella, entonces, dejando, a su patria tumultos de escudos, arneses de la hueste, y armamentos de naves, y trayendo a Ilion la ruina, en vez de dote, la puerta de su hogar cruzó con diligencia, repleta de criminal audacia. Gimen agudamente los profetas del palacio, exclamando: «¡Ay, ay, ay, casa y príncipes! ¡Ay, pasos presurosos tras el amor de un hombre! En su amor creerá que el espectro de la que está allende los mares reina en la casa.
La gracia de las bellas estatuas se hace odiosa al esposo; de aquellos ojos que no despiden luz ha huido todo encanto.
ANTÍSTROFA 2.ª
En sueños se le muestran atractivas quimeras, que traen gozo, y que, al final, resulta un gozo vano. Porque, cuando contempla lo que cree su bien, la aparición se esfuma, de entre sus brazos, vana, para nunca volver siguiendo los alados caminos de los sueños». Tal es el duelo en el palacio, y otros que lo esperan aún; y reinan en el hogar de cada cual pesares que el alma afligen por los que partieron de esta tierra de Helén. Porque son muchas las cuitas que el corazón han lacerado.
Cada cual sabe a quiénes despidiera, pero, en vez de guerreros, son urnas y cenizas lo que al hogar regresa.
ESTROFA 3.ª
Ares, cambista de oro y de cadáveres, y que sostiene el fiel en la refriega desde Ilion devuelve un puñado de polvo calcinado, amargo y triste a sus deudos, y rellena las
urnas de ceniza en vez de devolver a unos guerreros. Todos vierten sus lágrimas mientras hacen elogios de los suyos. De uno dícese que era «sabedor de batallas», de otro que «cayó dignamente en la refriega», por la mujer de otro. Tal es lo que en silencio se murmura, y sordamente va avanzando contra los Atridas, brazo de la justicia, un oleaje de rencor punzante.
Mas otros allí mismo, junto al muro con sus formas intactas, por tumba tienen un pedazo de la tierra de Troya.
ANTÍSTROFA 3.ª
Pesado fardo, una nación airada; la maldición de un pueblo, se cobra, finalmente, la factura. Yo, en mis ansias, espero una noticia oculta entre tinieblas. Los dioses siempre acechan a los que han provocado tantas muertes, y la lúgubre Erinia, con el tiempo, a aquel que injustamente la dicha haya alcanzado, lo cubrirá de noche, transformando en ruinas su existencia. Y cuando ya ha llegado entre los muertos, no hay remedio. Terrible cosa es la gloria con exceso, pues de Zeus el rayo sobre su hogar se abate.
La dicha yo prefiero que no despierte envidia. No sea yo jamás un destructor de pueblos, ni, vencido a mi vez, tenga que ver mi vida sometida al arbitrio de terceros.
EPODO.
Veloz recorre la ciudad una nueva, que nos trajo una llama de feliz augurio.
Si es cierta, si es engaño de los dioses, ¿quién podría saberlo?
¿Hay nadie tan pueril, de mente tan enferma, que deje que su pecho se
caliente por extraños mensajes de una hoguera, para, luego, al trocarse ya el relato, caer en el desánimo?
Es propio del talante femenino aceptar la alegría antes de comprobarse realmente. Crédulo con exceso, corazón de mujer es presa fácil. Pero también desmaya fácilmente fama que una mujer ha difundido.
CORIFEO. Muy pronto sabremos si estos relevos de antorchas y fogatas la verdad han dicho, o bien, al contrario, el resplandor que llegó hasta nosotros envuelto en dulce alegría es solo espejismo de la mente, como si fuera un ensueño. Veo llegar de la costa a un heraldo, coronado con unos ramos de olivo. Del lodo hermano y vecino la pulverulenta tierra es garantía de que no va a permanecer mudo, y de que no va a prender una hoguera con la leña de los montes y ofrecer su mensaje, simplemente, con humo, sino que va o a aumentar con su palabra nuestro gozo, o bien... mas esto de miedo y terror me llena. ¡Y que a la ventura de hoy venga a sumarse esta nueva ventura! ¡Y si de esta tierra alguien, en sentido opuesto, hace sus votos, recoja el fruto de su alma aviesa!
HERALDO.
(Que llega corriendo con un ramo de olivo).
¡Oh tú, suelo paterno! ¡Oh patria argiva! Después de esos diez años he logrado llegar a ti, y tras ver mis esperanzas gran número de veces naufragando, una, al menos, ya puedo ver cumplida. Ya ni siquiera imaginar podía mi muerte en tierra argiva, compartiendo tan dulce sepultura con los míos. Pero ahora, ¡salud, oh tierra mía! ¡Salud, rayos del sol, Zeus soberano! iY tú, príncipe Pitio, ya tus dardos no mandarás sobre nuestras cabezas! ¡Harto adversario fuiste cabe el agua del Escamandro! Sé ahora nuestro médico salvador, príncipe Apolo. También nuestro saludo a las deidades del ágora y a Hermes mensajero, mi patrono y orgullo del heraldo. Y también a los héroes que guiaron nuestra ruta. Acoged ahora a la hueste que ha sobrevivido a esta contienda. ¡Oh palacio real, hogar querido! ¡Sitiales augustos de los dioses encarados al sol! Hoy, como antaño, acoged dignamente, y radiantes, a nuestro rey, después de tanto tiempo. Trayéndonos la luz en plena noche, el rey Agamenón ahora ha llegado. Recibidle con gozo, que, al final, se lo merece, puesto que ha arrasado con el mazo de Zeus, el justiciero, de Troya la ciudad; bajo sus golpes ha sido aniquilado el territorio. Los altares, borrados, y los templos de los dioses también; y se ha extinguido entera la semilla de esta tierra. Tal yugo en la cerviz ha colocado de Troya el rey Atrida, el venerable, el dichoso mortal que ahora ha llegado el más digno de gloria de entre todos los hombres de esta tierra. ¡Que ni Paris ni la ciudad que un día fue su cómplice, puede ufanarse de haber sido nunca mayor que su castigo, su insolencia! Reo de rapto y robo, ha visto cómo se le escapaba la cobrada presa; cómo se desplomaba totalmente su hogar paterno con toda su patria. Doble ha sido la pena que han pagado los Priámidas por el crimen cometido.