Authors: Esquilo
La Orestíada es una trilogía de obras dramáticas de la Grecia Antigua escrita por Esquilo, la única que se conserva del teatro griego antiguo. Trata del final de la maldición sobre la casa de Atreo. Las tres obras que la forman son: Agamenón, Las coéforas y Las euménides. Una cuarta obra, Proteo, un drama satírico que se representaría junto a ellas, no ha sobrevivido.
-Agamenón. En la primera obra de la trilogía, se relata el regreso de Agamenón, rey de Argos, de la Guerra de Troya para encontrar la muerte. En su hogar se encuentra su esposa, Clitemnestra, que ha planeado su muerte como venganza por el sacrificio de su hija, Ifigenia. Más aún, dado que la ausencia de su esposo ha durado diez años, Clitemnestra ha sucumbido a una relación adúltera con Egisto, primo de Agamenón y el descendiente de una rama desheredada de la familia, que está determinado por recuperar el trono que cree que en justicia le pertenece.
-Las coéforas. La segunda parte de la trilogía cuenta el proceso de venganza planeado por Electra. Trata de la reunión de los dos hijos de Agamenón, Electra y Orestes, y su venganza. Electra reconoce a Orestes por una marca en la cara durante los funerales de Agamenón. Acto seguido, Orestes mata a Egisto y a su madre Clitemnestra. Ésta convoca a las furias, que perseguirán a Orestes.
-Las euménides. Esta tercera y última pieza muestra cómo Orestes es llevado a juicio ante el tribunal divino. Las Euménides narra cómo Orestes, Apolo y las Furias comparecen ante un jurado de atenienses conocido como Areópago (‘roca de Ares’, una colina rocosa plana junto al ágora ateniense donde el tribunal de homicidios de Atenas celebraba sus sesiones), para decidir si el asesinato de Clitemnestra por parte de su hijo, Orestes, le hace merecedor del tormento que le infligen. Orestes es encontrado inocente gracias a la ayuda de Apolo.
Esquilo
Orestíada
ePUB v1.0
Polifemo703.11.11
Traducción: José Alsina
PERSONAJES DEL DRAMA
VIGÍA
CORO DE ANCIANOS ARGIVOS
MENSAJERO
CLITEMNESTRA,
esposa de Agamenón
HERALDO
AGAMENÓN,
rey de Micenas
CASANDRA,
hija de Príamo y cautiva
EGISTO,
amante de Clitemnestra
(En la azotea del palacio de los Atridas en Micenas está apostado un
VIGÍA.
Es de noche y reina un profundo silencio).
VIGÍA. Pido a los dioses que mis penas cesen, esta guardia, que dura ya hace un año, durante el cual, echado como un perro, en la azotea del palacio Atrida, aprendí a conocer la multivaria multitud de los astros que en el cielo, príncipes luminosos, resplandecen, y las estrellas, que a los hombres traen inviernos y veranos, ortos y ocasos.
(Breve pausa).
Y ahora aguardo el signo de la antorcha, la llama esplendorosa que de Troya ha de traernos nuevas y el anuncio de que al final ha sido conquistada, pues así lo ha mandado de una esposa el varonil e impaciente pecho. Cada vez que me tumbo en mi camastro perdido en la tiniebla y empapado, y nunca visitado por los sueños —que en vez del sueño, el terror se me acerca y el párpado cerrar no me permite en tranquilo reposo—, cuando quiero cantar o bien silbar una tonada buscando contra el sueño algún antídoto, echo a llorar, lamento el infortunio de una casa ya no tan bien llevada como antaño. Mas ¡ojalá que ahora, a través de la noche, apareciera la llama que traerá buenas noticias, y llegara el final de mis desdichas!
(Breve pausa. A lo lejos, de pronto, brilla una luz).
Oh, bienvenida, antorcha que, en las sombras, presagias ya la luz de la alborada y en Argos el comienzo de festejos para conmemorar esta ventura. ¡Oé, oé! Con voz muy clara envío la consigna a la esposa del rey, para que, presta, se levante del lecho y en palacio haga entonar un canto de triunfo en honor de esa antorcha, si es muy cierto que la ciudad de Troya está tomada. Y yo mismo el preludio de la danza habré de interpretar; que esta jugada de mis amos la apunto yo en mi haber: ¡un triple seis me vale esta fogata!
(Baila durante unos instantes).
Y que el día en que llegue a este palacio mi señor rey, me sea concedido sus manos estrechar entre las mías. El resto, me lo callo: que en mi lengua pesa un enorme buey. La casa misma si hablar pudiera todo lo explicara. Yo escojo, por mi parte, a quienes saben y entienden, dirigirme. Para aquellos que ignoran todo, todo lo he olvidado.
(Sale. Entra el
CORO).
CORO. Diez años desde que el magno adversario de Príamo, —el noble Menelao y Agamenón, potente junta de los Atridas, por Zeus honrados con doble cetro y trono, lanzaron a la mar, desde esta tierra argiva, escuadra con sus mil navios —expedición armada, de castigo— lanzando con poderosa voz, desde el fondo del pecho, el grito de «¡Guerra!», como buitres que, en solitario dolor por sus polluelos, revolotean en torno de su nido bogando con los remos de sus alas, perdido sin remedio ya el trabajo de proteger el nido de sus crías. Pero un dios, en la altura, —¿un Apolo, quizás, un Pan, o un Zeus acaso?— al escuchar los gritos de esas aves avecindadas en su reino, contra el culpable envía unas Erinias, tardía vengadora. De igual modo, el prepotente Zeus hospitalario contra Alejandro manda a los hijos de Atreo, y por una mujer de muchos hombres dispónese a imponer a dánaos y a troyanos igualmente numerosos combates que extenúan los miembros, rota la pica en el primer asalto la rodilla apoyada ya en el polvo.
Todo está como está y acabará tal como fue fijado: ni avivando la llama por debajo ni el aceite vertiendo por arriba si rehúsan las víctimas el fuego nadie podrá acallar furia inflexible.
Nosotros, incapacitados por la vejez de nuestro cuerpo, de esta acción vengadora descartados, aquí quedamos, guiando con el báculo nuestro vigor de niños: el ímpetu mozuelo que late en sus entrañas es igual al del viejo: Ares no está en su puesto.
Y la vejez extrema, su follaje agostado, marcha sobre tres pies, y no más fuerte que un niño, cual espectro en plena luz del día, va de acá para allá.
(Aparece
CLITEMNESTRA).
Hija de Tíndaro, Clitemnestra, reina, ¿qué es lo que ocurre? Di, ¿qué novedades? ¿Qué noticia te indujo a ordenar por doquiera sacrificios? Flamean con sufragios los altares de los númenes todos de esta tierra, olímpicos, subterráneos, de palacio y de fuera, y una aquí y otra allí, hasta los cielos avivada se eleva la llama con los suaves estímulos, no engañosos del aceite sagrado, y con ofrendas sacadas desde el fondo del palacio. De todo esto dígnate contarme lo que es justo, lo que esté permitido y conviértete en médico de mi ansia, que ora es angustia, ora ante los sacrificios que celebras, esa cuita de penas insaciable aleja de mi alma la esperanza.
ESTROFA 1.ª
Fuerzas me quedan para cantar el augurio de victoria que saludó la partida de mis jóvenes príncipes: aún por un don del cielo, alienta en mí la fuerza persuasiva, y puedo yo, a mi edad, cantar aún nobles gestas: cómo el doble poder, el doble trono, de los aqueos, concorde caudillaje de la juventud griega, hacia la tierra teucra fue enviada, con pica y mano justicieras, con un bélico augurio: reinas de aves, a unos reyes de naves, negra la una, de blanca cola la otra, se aparecieron muy cerca de la tienda, del lado de la mano que la pica blande
en lugar bien visible, en tanto devoraban una liebre, con toda su preñez, que vio frustrada su última carrera. ¡Entona, el canto lúgubre, sí, lúgubre, pero que, al fin, se imponga la
justicia!
ANTÍSTROFA 1.ª
Cuando el sabio adivino de la hueste, vio con tan parecidos sentimientos a aquellos dos Atridas, reconoció en los bélicos devoradores de la liebre, a los dos capitanes de la hueste. Y habló de esta manera explicando el portento: «Con el tiempo, de Príamo las torres habrá de conquistar esta incursión, y todas las riquezas de este pueblo, acumuladas tras sus fuertes muros, habrá de destruir la Moira fatalmente. ¡Tan solo que la envidia de los dioses
no vaya a ennegrecer ese terrible bocado de Troya que ha forjado esta hueste! Que Ártemis, la pura, por compasión está irritada con los alados perros de su Padre, que a la mísera liebre, con su preñez inmolan, antes del parto, y odia el festín de las águilas. ¡entona el canto lúgubre, sí, lúgubre, pero que, al fin, se imponga la justicia!
MESODO.
Tan magnánima siempre, la bella que en los tiernos cachorros se complace de los fieros leones, y en las crías de todas las fieras de la selva, me pide que interprete esos portentos, felices, sí, y, al tiempo, reprochables. A Peán yo suplico que la diosa no envíe hacia los dánaos, con un viento contrario,
dilaciones que paren el curso de las naves, y que exijan un nuevo sacrificio. Porque aguarda, horrible, dispuesta siempre a erguirse, una artera intendente, la ira rencorosa, que exige la venganza por los hijos». Tal fue la profecía que Calcante, entre grandes venturas, vaticinó a nuestra real casa, interpretando augurios de partida. Y con
ella concorde, ¡entona el canto lúgubre, sí, lúgubre, pero que, al fin, se imponga la justicia!
ANTÍSTROFA 3.ª
Y el anciano caudillo de las naves aqueas, sin cubrir de reproche al adivino, y respirando al compás de la adversa fortuna, cuando la hueste aquea se consumía por larga demora que vaciaba las ánforas, varada frente a Calcis, en las playas de Áulide, por el mar azotada;
ESTROFA 4.ª
los vientos soplaban desde el Estrimón trayendo consigo nefastas demoras, ayunos y anclajes peligrosos, errátiles caminos de las tropas, ruina de las naves y las jarcias; prolongaban el tiempo de la estancia, y consumían con la inacción la flor del ejército argivo. Pero cuando el augur el nombre pronunciaba de Ártemis, y a los reyes pregonaba un remedio aún más duro
que el fuerte temporal, de tal manera que con su cetro golpean los Atridas la tierra, sin contener el llanto;
ANTÍSTROFA 4.ª
entonces el rey de más edad la palabra tomó y habló de esta manera: «Cruel es mi destino si no cumplo, pero también cruel si degüello a mi hija, de mi hogar la alegría, y con un chorro de sangre virginal yo mancho junto al altar estas manos de padre. ¿Cuál de los dos partidos está libre de males? ¿Y cómo puedo abandonar mi escuadra traicionando así mis alianzas? Pues que este sacrificio, que ha de calmar los vientos, que esta sangre de virgen, con todo ardor deseen, no es, en verdad, un crimen, ¡que sea para bien!».
ESTROFA 2.ª
Zeus, quienquiera que sea, si le place este nombre, con él voy a invocarle. No puedo imaginarme, computándolo todo, más que a Zeus, si, en verdad, he de arrancar de mi alma el peso de esa angustia tan inútil.
ANTÍSTROFA 2.ª
El que un día fue grande, desbordando de audacia combativa, no se dirá de él, un día, ni siquiera que ha sido. Y el que tras él surgiera, dio con su vencedor. Tan solo el que piadoso invoca a Zeus en cantos de triunfo alcanzará la prudencia suprema.
ESTROFA 3.ª
Él, que abrió a los mortales la senda del saber; Él, que en ley convirtiera «Por el dolor a la sabiduría». En vez de sueño rezuma dentro el pecho un dolor que recuerda el mal antiguo. Así, aun sin querer, le llega al hombre la prudencia. ¡Favor violento de los dioses que en su augusto trono se sientan, junto al timón!