Orestíada (7 page)

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Authors: Esquilo

BOOK: Orestíada
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ESTROFA 3.ª
Por las gotas de sangre bebidas por la tierra nodriza vengativo coágulo de sangre se forma que no vuelve ya a fluir. Una acerba ruina deja pasar el tiempo y el culpable da una buena cosecha de males que lo invaden todo.

ANTÍSTROFA 3.ª
Para el que ha profanado un lecho virginal ya no hay remedio, y aunque muchos torrentes se juntaran en uno solo, en vano lavarían la sangre criminal.

EPODO. Y
puesto que los dioses la desgracia
enviaron a mi patria, y de mi hogar paterno hacia un destino esclavo me llevaron, la fortuna me obliga a aceptar desde que era una niña contra mi voluntad lo justo y lo no justo, reprimiendo en mi pecho el odio amargo. Y, oculta entre mis velos, lamento las terribles desgracias de mi dueño, con el alma helada por ocultos dolores.

ELECTRA. Esclavas, fieles sirvientas de mi casa; puesto que me acompañáis en la ofrenda dadme ya vuestro consejo. ¿Qué es lo que debo decir en tanto yo vierto estas funerarias libaciones? Y, ¿cómo podré yo hablar un piadoso lenguaje? ¿Cómo podré dirigir las plegarias a mi padre? ¿Acaso diré que vengo a ofrecerlas al esposo en el nombre de su esposa, lo que es decir de mi madre? Yo no me atrevo a decirlo y no sé cómo rezar mientras estas libaciones a la tumba de mi padre voy vertiendo. ¿O bien pronuncio las palabras de costumbre en el mundo, en tales casos: «que responda con venturas a quien le manda esas flores»? ¿O bien en silencio, forma insultante —cual murió mi pobre padre—, una vez ya la libación vertida que ha de beber esta tierra, me retiro, como quien tira los restos impuros de una ofrenda, y echo lejos de mí, sin volver el rostro este cofre? Aconsejadme en mi decisión, amigas; que, al fin y al cabo, en la casa un mismo odio compartimos. Y no me ocultéis por miedo hacia nadie lo que oculta vuestro corazón, que el hado aguarda igual al que es libre y al que a otro está sometido. Habla, pues, si es que tú puedes decir algo más sensato.

CORIFEO. Pues que respeto cual un altar la tumba de tu padre, deseo revelarte lo que me pides, lo que oculta el pecho.

ELECTRA. Habla ya, pues que respetas de mi buen padre la tumba.

CORIFEO. En tanto vas vertiendo libaciones, ve rezando palabras piadosas en favor de los que le han sido fieles.

ELECTRA. ¿Y a quién de entre mis amigos puedo invocar de este modo?

CORIFEO. Ante todo, a ti misma, y a los que sienten un odio intenso contra Egisto.

ELECTRA. ¿Entonces serán por ti y por mí misma esos rezos?

CORIFEO. Considera tú misma mis palabras y respóndeme luego.

ELECTRA. ¿Y a quién más añadir a este partido?

CORIFEO. Recuerda a ORESTES, aunque muy lejos.

ELECTRA. Es bueno, sí, tu consejo.

CORIFEO. Recuerda a los culpables de su muerte.

ELECTRA. ¿Y luego qué he de decir? Ilustra bien mi ignorancia.

CORIFEO. Que un hombre o un dios contra ellos aparezca...

ELECTRA. ¿Es decir, que llegue un juez, o que llegue un vengador?

CORIFEO. No; di solo «que dé muerte por muerte».

ELECTRA. ¿Y que pida esto a los dioses lo crees tú muy piadoso?

CORIFEO. Y, ¿cómo no va a ser santo y piadoso devolver mal por mal al enemigo?

ELECTRA.
(Mientras vierte la libación).
Oh tú, heraldo supremo de quien vive en tierra y bajo tierra, oh Hermes Ctonio, socórreme, pidiendo a las deidades del subsuelo que escuchen mis plegarias, y a la Tierra que da vida a los seres y una vez les ha dado su alimento en su seno, de nuevo, los acoge. Y yo entre tanto, mientras voy vertiendo agua lustral en honor de los muertos invocando a mi padre, así le digo: «Ten compasión de mí, y de mi querido ORESTES. Haz que brille en esta casa la luz de nuevo. Pues cual vagabundos caminamos, vendidos por aquella mujer que un día nos pariera, y que en tu lugar tomara por esposo a Egisto, de tu muerte un día cómplice. Yo misma soy tratada como esclava. ORESTESvive desterrado, lejos de su heredad, cuando ellos con el fausto, que tú con tus fatigas conseguiste, gozan ahora. Yo también te pido —y préstame atención, padre querido— que vuelva ORESTES por un don del hado. En cuanto a mí, más casta que mi madre concédeme que sea, y una mano más piadosa también». He aquí los votos para nosotros; para mi enemigo yo imploro, oh padre, que aparezca un día quien te vengue, y que en justicia mueran tus asesinos. E intercalo en medio contra ellos en mis votos favorables esta maldición: «Para nosotros sé portador de gozo en este mundo con la ayuda del cielo, de la tierra y de justicia, que da la victoria». Mis súplicas son estas; después de ellas yo derramo en tu honor estas ofrendas. Y vosotras, de acuerdo con el rito, con la flor del lamento coronadlas entonando el peán de los difuntos.

CORO. Verted lágrima ardiente y de muerte por nuestro señor muerto, ante este baluarte para el bueno —que es protección, al tiempo abominable y del dolor conjuro—, que se han vertido ya las libaciones. ¡Óyeme, Majestad, Señor, escucha desde tu corazón hundido en la niebla! ¡Ay, ay! Con su potente lanza, ¿qué guerrero vendrá a salvar la casa, manejando el arco escita con la mano, que en la lucha se dobla, y la espada sin puño para la lucha cuerpo a cuerpo?

ELECTRA. Mi padre ya ha recibido las libaciones que absorbe la tierra. Mas compartid ahora nuevas razones.

CORIFEO. Di, que de miedo el corazón me baila.

ELECTRA. Recién cortado bucle hay en la tumba.

CORIFEO. ¿De quién? ¿Es de varón o es de doncella?

ELECTRA. Fácil es de juzgar para cualquiera.

CORIFEO. ¿Puede una anciana, y cómo, tus palabras entender de alguien que es más joven? Dime.

ELECTRA. Yo, y nadie más, puede haberlo ofrecido.

CORIFEO. SÍ, pues un enemigo es quien debiera expresar su dolor con ese bucle.

ELECTRA. Con todo, si lo miras, cuán igual...

CORIFEO. ¿A qué cabello? Esto saber quisiera.

ELECTRA. ... a los míos. La cosa es evidente.

CORIFEO. ¿Lo habrá enviado ORESTES en secreto?

ELECTRA. ¡Sí! ¡Cuánto se parece a sus cabellos!

CORIFEO. ¡Llegar aquí! ¿Cómo pudo atreverse?

ELECTRA. Este bucle cortóse y lo ha enviado en mortuoria ofrenda a nuestro padre.

CORIFEO. Pues no me causa a mí menor tristeza todo lo que me dices, si esta tierra no ha de pisar de nuevo con sus plantas.

ELECTRA. También a mí una marea de bilis el corazón me ha inundado, y como herida por un afilado dardo aquí en el pecho me siento. Incontenibles y ardientes de mis ojos brotan gotas de inundación tempestuosa al contemplar este bucle. Pues, ¿cómo esperar que sea de un ciudadano ese bucle? Pero tampoco ha podido ser mi madre, la asesina, cortárselo, pues su nombre desmienten los sentimientos que ha mostrado con sus hijos. Y afirmar sin más ambages que es una ofrenda de ORESTES, el ser que me es más querido... Mas me halaga la esperanza. ¡Ojalá tuviera lengua, una lengua inteligible cual es la de un mensajero y así no me sentiría entre dos afirmaciones conmovida! ¡Si dijera claramente o bien que debo rechazar esas ofrendas, si proceden de verdad de una persona enemiga, o bien que muy ciertamente es de mi hermano, y que debo asociarla a mis sollozos como un don y un homenaje a la tumba de mi padre! Invoco a los dioses, ellos que saben muy bien por qué tormenta, cual marineros, somos ahora arrastrados. Porque si hay que alcanzar al final la salvación, de una pequeña semilla gran tronco puede brotar.

(Siente otro sobresalto).

Pero aquí hay otro indicio: huellas de unos pies iguales comparables a las mías. Son huellas de dos pisadas: las suyas y las de quien hace camino a su lado. Si se miden, los talones y las líneas de sus plantas, coinciden exactamente con las mías. ¡Oh qué angustia dolorosa! Mi razón siento que se me extravía.

ORESTES.
(Saliendo de su escondite).
Ruega a los dioses, pues, que en el futuro tus deseos se cumplan como en este momento para ti se están cumpliendo.

ELECTRA. ¿Qué bien he recibido de los dioses?

ORESTES. Estás ante el objeto de tus ansias,

ELECTRA. ¿Sabes acaso a qué mortal llamaba?

ORESTES. Suspirabas con ansia por ORESTES.

ELECTRA. ¿Es que están satisfechas mis plegarias?

ORESTES. Soy yo, no busques más a un ser querido.

ELECTRA. ¿Me preparas una trampa, oh extranjero?

ORESTES. Me engañara a mí mismo si así fuera,

ELECTRA. TÚ te ríes de mí y de mis desgracias.

ORESTES. También de mí, si yo de ti me burlo.

ELECTRA. ¿ORESTES eres, y así he de llamarte?

ORESTES. Me estás viendo en persona y no lo crees. Y con ver un mechón de mi cabello —ofrenda funeraria— y ver las huellas de mis pies, antes, tú te entusiasmaste y creíste encontrarte a mi presencia. Mira del pelo de tu hermano el bucle, ponlo en la zona de que fue cortado e igual al tuyo lo verás. Contempla esta prenda que es obra de tu mano, esta escena de caza y las señales que dejó el bastidor.

(ELECTRA
se le echa al cuello).

Pero domínate; que el gozo no extravíe tus sentidos: Sé que el ser más querido es mi enemigo.

ELECTRA. ¡Oh el más dulce cuidado de la casa paterna! ¡Oh mi llorada esperanza!, ¡semilla salvadora! En tu valor confía y recupera de tu padre el palacio. ¡Oh dulce rostro que es para mí, al tiempo, cuatro cosas! Que es fuerza que te invoque como a padre, que en ti fije el afecto de una madre, —que nos es, con razón, tan odiosa— y el de la hermana, cruelmente inmolada. Y eres mi hermano fiel, que aquí ha llegado y mi propio respeto trae consigo. Ahora, que la fuerza, y el derecho, y Zeus omnipotente nos ayuden.

ORESTES. ¡Oh Zeus, oh Zeus, contempla este espectáculo! Dirige tu mirada hacia estas crías de un águila, de un padre que murió en los lazos y espiras de una víbora. Sin amparo, el hambre las oprime con su ayuno, pues aún no tienen fuerzas para llevar al nido lo que el padre les cazaba. Pues bien, de igual manera puedes vernos a mí y a esta —a ELECTRA— sufriendo el mismo exilio de su casa. Si las crías de un padre tú destruyes que tantos sacrificios te ofrecía, y que tanto te honraba, ¿dulce ofrenda de mano igual podrás tener, acaso? Y si el tronco real llega a pudrirse ya no podrá servir en tus altares en los días fijados para el culto. Protégelos, y levanta a esta casa que parece caída enteramente.

CORIFEO. ¡Hijos, oh salvadores del hogar paterno! Callad ya, no vaya a oíros alguien, mis hijos, y por darle gusto a su lengua no lo descubra todo a los que mandan. ¡Si pudiera verlos muertos un día, envueltos en el chorro resinoso de la llama!

ORESTES. ¡Oh, no!, no va a traicionarme el poderoso Loxias, que me ordenó que este peligro afrontara, urgiéndome con voz imperiosa y desgracias anunciando —y que helaron mi ardiente corazón—, si no persigo yo a los responsables de la muerte de padre, de igual modo —así me lo decía— dando muerte por muerte, colérico como un toro por ese mal que no sana el dinero. Y si no, proclamaba que yo mismo, y con mi propia vida, pagaría entre terribles, múltiples fatigas. Y mostrando a los hombres, de la tierra las furias vengativas, me iba hablando, en su amenaza, de dolencias que a la carne se agarran, y de lepras que con fuertes mandíbulas devoran el cuerpo, y de las canas que por culpa de ese mal aparecen. Y aún otros ataques de las Furias, provocados por la sangre de un padre, proclamaba, mientras brillaban en la noche sus ojos y colérico las cejas iba moviendo; que el dardo invisible de los poderes de la tierra (cuando claman venganza, de la misma estirpe las inocentes víctimas) locura y vano horror surgido de la noche persigue, ataca, expulsa de la patria con broncíneo aguijón que el cuerpo ultraja. Que un hombre tal no puede tener parte en la cratera, ni de los amigos unirse a libación; y la invisible ira del padre impide que se acerque a los altares; nadie le da asilo, nadie con él se aloja; sin derecho alguno, sin amigos, muere al cabo de un tiempo, cruelmente resecado por una enfermedad que lo consume. ¿No debo prestar fe a estos oráculos? Y aunque yo no lo hiciera, ha de cumplirse esta acción: pues confluyen en el mismo punto unos estímulos diversos: las palabras del dios, y por mi padre este dolor inmenso, y la indigencia, y mi deseo de que unos ilustres ciudadanos, de Troya destructores, con su gloria, no sean los esclavos de dos simples mujeres; pues su espíritu es de mujer, y, si lo ignora, pronto va a saberlo muy bien, te lo aseguro.

CORO. ¡Oh poderosas Moiras, que por gracia de Zeus puedan cumplirse estas empresas conforme a la balanza de Justicia! «A cambio de palabras enemigas, que palabra enemiga se tribute». Exigiendo su deuda, tal es lo que pregona la Justicia: «Por un golpe de muerte, golpe también de muerte; contra acto criminal, el escarmiento». Tal proclama un refrán tres veces viejo.

ESTROFA 1.ª

ORESTES.
¡Padre, padre infeliz!, ¿con qué plegaria, con qué rito podría, desde lejos, parejo
con el viento, llegar donde tu lecho te retiene? La luz contrapartida es de la sombra. Pero es un homenaje, también, a los Atridas, el lamento a las puertas del palacio.

ESTROFA2.ª

CORO.
Hijo mío, el espíritu del muerto no lo abate la enérgica mandíbula del fuego: pues su furia muestra fuego. La víctima es llorada, el vengador asoma, y el grito de «¡Justicia!», que claman padre y madre, acosa, por doquier, irresistible.

ANTÍSTROFA 1.ª

ELECTRA. Escucha, padre mío, el turno de mi llanto lacrimoso; llora por ti el lamento fúnebre de tus hijos; cual suplicantes, tu tumba nos acoge;
también cual desterrados; ¿qué habrá de acabar bien y sin desgracias? ¿No es invencible siempre la ruina?

CORO. Aún, si lo quisiera, un dios podría hacer que de este daño más gozosos acentos emergieran; y en lugar de lamentos funerarios, un canto de triunfo aún podría traer a las estancias del palacio vino recién mezclado.

ESTROFA 3.ª

ORESTES.
¡Ojalá, padre mío, ante el muro de Troya te hubiesen abatido licias lanzas!, dejando, así, tu gloria a este palacio, cimentando en el curso de tus hijos una vida que atrae las miradas,
un elevado túmulo allende el mar te habrían erigido, desgracia a tu familia soportable.

ANTÍSTROFA 2.ª

CORO. Y
entonces, caro a cuantos te eran caros allí, muerto con gloria, brillarías bajo la tierra cual augusto príncipe, ministro de los grandes señores subterráneos. Que fuiste rey, en vida, de quienes con sus manos y su cetro con la tarea cumplen que les legó el destino.

ANTÍSTROFA 3.ª

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