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Authors: John Brunner

Tags: #Ciencia ficción

Órbita Inestable (37 page)

BOOK: Órbita Inestable
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—¿Se ha puesto en contacto con algún abogado?

—¿En sábado? ¡Está usted bromeando! Pero el Ginsberg dispone de un servicio de ase-soramiento legal computarizado al que podemos acceder directamente a través de nuestras líneas normales de la comred. Lo utilicé.

Diablo agitó admirado la cabeza.

—Este es realmente otro mundo, ¿saben? Quiero decir, independientemente de que esté drogado o no, alguien que arrojara a un hombre desde la ventana de la Torre Zimbabwe allá en Blackbury estaría en prisión y muy probablemente atado con cadenas durante todo el tiempo que necesitara el juez Dennison para ocuparse de su caso. Su forma de actuar quizá sea más tolerante, pero dudo que sea más eficaz. ¿Ni siquiera ha tenido que acudir al tribunal para obtener su libertad provisional, eh?

—No, si tiene un dossier de inestabilidad mental —dijo Reedeth cansadamente—. Pero la fianza es automáticamente doblada.

—Es un sistema, supongo —suspiró Diablo.

Tomando otro cartón de cerveza, Conroy tiró del abridor de plástico, y maldijo cuando la presión interior del gas lo roció con una fina lluvia de gotitas. Se secó la barba y dio un sorbo.

—Si han terminado ustedes sus disgresiones sociológicas, me gustaría volver al asunto que nos ocupaba antes de que ustedes se fueran del tema —dijo a Diablo—. ¿Qué es lo que le hace a usted tomar en serio esa profecía de Harry?

—¿Profecía? —repitió Diablo—. Sí, supongo que lo es, ¿no? Bien, esta referencia a algún nuevo producto de los Gottschalk, ya sabe. Tienen algo en proyecto, algo nuevo y muy especial, y creo que tienen previsto introducirlo en la primavera del año próximo.

—¿Cómo sabe usted eso? —preguntó Reedeth, escéptico.

—Esa es una curiosa pregunta para un blanc —respondió Diablo—. ¿No saben cómo se aseguran los Gottschalk su clientela entre ustedes? Distribuyen sus últimas novedades en armas en los enclaves negros, a un coste no muy elevado, sabiendo que ustedes se asustarán tanto de nosotros que pagarán lo que ellos les pidan para mantener el equilibrio del terror. Pero eso no dice mucho de todos modos, ¿verdad? Hablar del «golpe Gottschalk de 2015» no significa otra cosa excepto que Harry lo ha oído en algún lugar circulando por los enclaves.

—¿Entonces hay algo? —preguntó Flamen, sintiendo que se alertaba su instinto profesional.

—¡Acabo de decirlo!

—¿Qué, específicamente? —insistió Flamen.

—Rayos, ¿no siguen ustedes las noticias de Blackbury? Yo mismo hice un programa acerca del último equipo que Anthony Gottschalk nos entregó para probarlo, y mañana estará en las ondas en tres de los satélites propiedad de los negros. Hay un láser de 250 vatios con una capacidad de quinientos disparos…, un nuevo avance en acumuladores, me dijeron, aunque están diseñados de tal modo que no puedes desmontarlos sin que se fundan sus partes, y hasta que me fui no oí ninguna noticia de que nuestros ingenieros hubieran conseguido descubrir el principio en que se basaban. Hay también una granada de mano autopropulsada con una cabeza micronuclear con un alcance de mil metros y la energía suficiente co-mo para derribar todo un bloque medio de apartamentos. Hay un montón de cosas, y la idea es introducirlas todas a la vez. Pero no he oído en ningún momento que se les diera el nombre conjunto de…, ¿cómo lo llamó usted, señorita Clay?

—No lo llamé de ninguna manera —dijo obstinada la pitonisa—. Pero Harry dijo «sistema C de armas integradas», y habló acerca de equipar a un solo hombre con el poder de arrasar una ciudad.

—No acabo de comprenderlo —dijo Flamen tras una pausa—. Nunca he sabido que los Gottschalk se rodearan antes de secreto acerca de sus productos. En los estadios de investigación y diseño sí, por supuesto, pero no después de empezar a entregar muestras para pro-barlas.

—¿Un cambio de política en el trust? —sugirió Conroy.

Flamen pareció ser pillado por sorpresa por un momento, luego hizo chasquear los dedos.

—¡Cristo, realmente estoy perdiendo mi toque! Nunca antes había ocurrido, pero puede que se trate simplemente de algo relacionado con la lucha interna que se está produciendo ahí dentro. —Saltó en pie—. Voy a computar eso inmediatamente, si no les importa. Es algo que encaja demasiado bien.

—Me temo que no comprendo en absoluto —aventuró Lyla.

Acercándose a la primera y más usada consola de sus ordenadores, Flamen le dirigió una mirada.

—¿No? Pero usted habrá oído seguramente que hay un desacuerdo importante entre los Gottschalk. Lleva semanas produciéndose, y alcanzó su clímax el otro día, cuando Marcantonio celebró su ochenta cumpleaños y un puñado de cotorras de las altas esferas fueron dejadas de lado. Todo ello podría deberse principalmente a diferencias de criterio acerca de cómo introducir en el mercado esos nuevos juguetes que Diablo nos ha descrito. Sigan hablando ustedes si quieren; finalmente he sacado algo de todo ese batiburrillo que tal vez podamos utilizar. —Sus dedos empezaron a codificar órdenes mientras hablaba—. Esa podría ser una historia que alegrara su corazón, ¿no es así, prof? —añadió, dirigiéndose a Conroy—. ¡Los Gottschalk discutiendo acerca de su nueva línea de armas, y un grupo es-cindido de ellos adelantándose a los demás en contra de los deseos del viejo!

—¡No veo ninguna razón de sentirse complacido por ello! —exclamó Conroy—. En lo que a mí respecta, son gángsters, ¿y cómo se sentirá usted si empiezan una guerra de bandas al estilo de las del siglo pasado con su moderno equipo? ¡Será algo infinitamente peor que todo lo que hayan hecho hasta ahora los Patriotas X!

Flamen no contestó, y en un momento estaba perdido en la serie de crípticos índices de probabilidad que empezaron a parpadear en la pantalla ante él.

—Oh, infiernos —gruñó Conroy—. Seguramente será mejor para la gente recibir algún tipo de advertencia respecto a eso, pese a que la mayoría de nosotros ya no prestamos la menor atención a las advertencias. La mitad de las veces ni siquiera confiamos en nosotros mismos, ni creemos en nuestro buen juicio si no viene acompañado de una segunda opinión, preferiblemente una opinión mecánica, así que ¿por qué deberíamos escuchar los consejos de otras personas?

—Usted es realmente el más cínico hijo de puta con el que jamás me haya encontrado —dijo Diablo, guiñando un ojo para dar mayor sentido a sus palabras.

—Tomaré eso como un cumplido. —Conroy miró su reloj—. Llevo perdido ya un montón de tiempo aquí, y no parece que haya llegado a ninguna parte. Intentemos centrar-nos en el tema, ¿quieren? Estaba diciendo usted que deseaba revisar todo lo que había oído y asegurarse de que lo había asimilado todo.

—¡Centrarse en el tema! —Diablo parodió una sonrisa—. Si pudiera encontrar algún tema sobre el que pudiera centrarme, me sentiría feliz. Tengo la impresión de estar hurgan-do en el barro en busca de algo vendible. Es algo que acostumbraba a hacer cuando era chico… —Habló más rápidamente—: De acuerdo, déjenme empezar de nuevo desde el principio, en orden cronológico, para asegurarme de que no me he dejado nada. Todo empieza con usted siendo invitada a mostrar sus talentos en el Ginsberg para una audiencia de pacientes a punto de recibir el alta, ¿no es así, señorita Clay?

Lyla asintió.

—Y su actuación fue notable por dos cosas que nunca le habían ocurrido a usted antes.

En primer lugar, su difunto mackero tuvo que abofetearla para sacarla de una trampa de eco, que por lo que comprendo es debida a la presencia en el auditorio de alguna personalidad especialmente dominante, de la cual su subconsciente no puede arrancarse.

—Eso es lo que me dijeron —admitió Lyla cautelosamente—. Como le dije, nunca antes me había ocurrido algo así.

—De acuerdo entonces. Vamos a dejar a un lado por el momento el contenido del oráculo que desarrolló en esa trampa de eco, que el señor Flamen tiene grabado en cinta de modo que podemos examinarlo más tarde. Vayamos al segundo punto notable, que fue el que usted sufrió…, ¿lo llamó usted una resaca?

—Exacto. En el camino a casa, en el deslizador del señor Flamen.

—Aja. Usted pronunció lo que resultó ser otro oráculo, en estado consciente en vez de en estado de trance.

Lyla se estremeció.

—¡Fue extraño! Tuve aquella momentánea sensación de absoluta certeza, y oí las palabras surgir de mi propia boca sin saber en lo que iban a resultar cuando terminaran.

—Hay procesos muy parecidos a ese en el vudú —dijo Diablo de pronto—. Debería usted contrastarlo con algunas de las personalidades de ese campo en los enclaves, como Mamá Eco en Chicago, o la chica con la que yo trabajaba en Blackbury, Mamá Visiones. De todos modos —carraspeó—, usted escuchó de nuevo sus oráculos en compañía del señor Flamen, ¿verdad? Y no llegó a ninguna conclusión definitiva respecto a ellos.

—Los dos teníamos tantos motivos de distracción —murmuró Lyla—. Yo me había peleado con Dan, y ese anuncio de la llegada de usted…, aunque yo no sabía que era de usted de quien estaban hablando cuando el señor Prior llamó con la noticia. Todo lo que dedujimos fue esa vaga idea de que quizá la señora Flamen estuviera implicada en ello, pero…, no, olvide eso. El señor Flamen me preguntó en el deslizador por qué yo había mencionado a su esposa, así que eso debió de haber quedado excepcionalmente claro.

De pronto pareció sorprendida.

—¡Eh, había olvidado eso!

—Y sus automatismos en el hospital —Diablo se volvió hacia Reedeth— computaron los sujetos probables para cada uno de los tres oráculos que la señorita Clay consiguió emitir antes de que fuera despertada de un bofetón, y el que se desarrolló en una trampa de eco se refería supuestamente a Harry Madison. ¿Correcto?

Reedeth asintió, el rostro tenso.

—Por aquel entonces, por supuesto, yo no sabía lo que implicaba una trampa de eco. Oí el término por primera vez cuando hablé con Dan Kazer directamente después de la actuación de la señorita Clay, y no fue hasta más tarde que volví a pensar en ello. Después de lo ocurrido hoy, sin embargo, estoy empezando a preguntarme si no fui un estúpido creyendo lo que me dijeron los automatismos.

—¿Porqué?

—Bien… —Reedeth hizo un gesto de impotencia—. Poco antes de marcharnos del hospital, hubo aquello que ya le contamos: el señor Flamen preguntó por qué esos ordenadores de aquí habían predicho el fracaso de las computadoras federales en resolver el problema de las interferencias en su programa diario, y la respuesta que obtuvimos fue una diáfana tontería.

—Jim, ¿qué ocurrió con esa apertura mental que intenté animar en usted cuando estaba estudiando conmigo? —dijo Conroy.

—¡Apertura mental! ¡Cristo, si debo creer en pacientes femeninas que pueden interferir a distancia con una cadena de Tri-V, el siguiente paso será invocar al diablo y ofrecer mis sacrificios a un ídolo de plástico!

—No exagere. —Conroy cargó sus palabras con un helado reproche—. La vida es un asunto de probabilidades, no de seguridades. ¿Usted está preparado para creer lo que su robescritorio le dijo acerca de Mogshack, por ejemplo?

Reedeth dudó.

—No es lo mismo —murmuró.

—Es el mismo complejo automático utilizando los mismos bancos de datos —insistió Conroy—. Es más, cuando usted hizo computar los oráculos, ¿estaba preparado para aceptar el que fueran adjudicados, entre otros, a Harry Madison, aunque no lo hubiera imaginado nunca por sí mismo?

—Oh… —Reedeth se pasó la lengua por los labios—. Sí, maldita sea, ¡por supuesto que confiaba en ello! Encajaba. ¡Pero esa ridícula cosa acerca de la señora Flamen no había aparecido aún por aquel entonces!

—Aún no hemos llegado a ello en esta revisión de nuestro problema —dijo Conroy—. Déjelo a un lado por el momento, y dígame tan solo lo que quiere dar a entender con que Madison «encajaba» con el oráculo que supuestamente se relacionaba con él.

Reedeth miró intranquilo al sujeto de la conversación, que permanecía sentado a un lado del grupo, virtualmente sin tomar parte en la discusión excepto para responder educadamente cuando alguien se dirigía directamente a él.

—La mañana antes de la actuación de la señorita Clay —murmuró—, llegué a la conclusión, debido a que él había reparado los problemas que tenía con los circuitos sensores de mi robescritorio sin que yo se lo hubiera pedido directamente, que los trastornos de Madison no podían ser clasificados como locura. No conformismo, quizá, pero eso no es lo mismo.

—Hummm. Trabajar con Mogshack no ha petrificado entonces por completo su mente —gruñó Conroy—. En una era en la que la excentricidad se ha convertido casi en un crimen capital, eso es de una notable lucidez.

—Enfoquemos por donde enfoquemos esta montaña de confusión —dijo Diablo—, parece que siempre vamos a parar de nuevo a Harry. ¡Eh, Harry!

Madison volvió hacia él una mirada carente de emociones.

—¿Qué es todo esto, hombre? Como el que no deje de oír que puede abrir usted cerraduras a código sin la llave…, y arreglar un robescritorio de una forma en la que su diseñador ni siquiera hubiera soñado…, y que estaba usted internado en el Ginsberg pese a no estar loco…, y que cuando le hicieron tragar a la fuerza una píldora sibilina hizo cosas que la literatura médica no ha reflejado nunca en un caso así…, y aquí esta pitonisa dice que lo vio vencer a nueve oponentes uno tras otro y ella recibió todas esas visiones de extrañas luchas y dice que no estaba simplemente soñando…

Abrió las manos.

—Olvidó usted un par de cosas —dijo Conroy—. Cuando fui golpeado por esa corazonada, justo antes de abandonar la oficina de Reedeth, empecé a preguntarle a Madison quién demonios era, sólo que alguien me dijo algo y me distrajo. —Se inclinó hacia delante en su silla—. Estaba pensando parcialmente en todas esas visiones que había tenido la señorita Clay…, que me hicieron desear preguntarle cómo demonios había conseguido ella todos aquellos detalles… ¿Ha estudiado usted historia? —le lanzó a Lyla.

—No especialmente, sólo la que me enseñaron en la escuela. Y nunca me gustó demasiado. Mis notas solían ser más bien bajas.

—Pero lo que nos dijo usted respecto a…, oh, sentirse mal por haber comido carne en malas condiciones en la arena romana, o resultarle difícil ver claramente debido a que sus ojos estaban turbios por el polvo y la brillante luz del sol en Egipto…

—¿Egipto? —interrumpió Diablo—. ¡Hombre, está haciendo que me pierda constantemente!

—El hombre con el látigo y el faldellín de lino crudo, y el coger aquel ladrillo de adobe con la forma de una hogaza de pan. ¡Y todo tan malditamente en tres dimensiones! —Conroy golpeó el puño de una mano contra la palma de la otra—. Ese no es el tipo de cosa que uno espera recordar de una simple alucinación. Es el tipo de pequeños detalles que quedan en tu mente de la vida real, como llegar con penas y trabajos a la cima de una montaña y sentirte menos impresionado por la espléndida vista que por la ampolla que te ha salido en el talón. ¿Entiende lo que quiero decir?

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