Entonces entró Anthony, el padre de la novia, y, tras acercarse a su hija y darle un beso en la frente, anunció:
—Cariño, ha llegado el momento de salir hacia la iglesia. Creo que un novio impaciente te espera.
En ese momento, todas se miraron y sonrieron. Querían darle fuerzas a Aída, que en ese momento se había quedado paralizada.
—¡Toma el ramo! —dijo Elsa ofreciéndole un precioso arreglo de rosas rojas, flores silvestres y paniculata. Al darse cuenta de su bloqueo dijo tras besarla—: Iremos tras tu coche.
Una Cecilia llorosa, junto a un Javier guapísimo, esperaba a Aída y a su padre en la puerta de la casa. Cecilia tenía los ojos enrojecidos de tanto llorar. Ver a su niña tan radiante el día de su boda la emocionaba muchísimo.
Javier, al ver a su hermana con cara de susto, agarrada del brazo de su padre, se acercó y la besó deseándole toda la suerte del mundo.
Una vez en la puerta, llegó el primer Rolls-Royce, donde se montaron Cecilia, Javier, Anthony y la novia. En el segundo irían las chicas y en un tercero, Patrick y Aiyana, los orgullosos abuelos paternos llegados días antes de Estados Unidos. Cuando estaban a punto de arrancar, Celine, de pronto, se bajó y llamó a su amiga.
—¡Aída, Aída!
La novia, nerviosa, sacó la cabeza por la ventanilla para escucharla.
—¡Vigila que Mick lleve la corbata derecha! Y si no es así, saca tu sangre cherokee, que nosotras estaremos contigo.
Al oír aquello, Aída soltó una carcajada y la tensión desapareció de su rostro. Finalmente las chicas, muertas de risa por la ocurrencia de Celine, marcharon hacia la iglesia.
La ceremonia religiosa iba a tener lugar en la iglesia de las Carmelitas Descalzas, junto al templo de Debot. Era una iglesia bonita, que tenía el encanto de las antiguas. Sus techos abovedados, los bancos de madera y aquel olor característico denotaban perdurabilidad. Al llegar el coche, todo el mundo ya estaba dentro. Mick, nervioso, esperaba en el interior. Aída, ayudada por su padre y sus amigas, salió del coche, se colocó el vestido y el velo y se propuso entrar. Pero antes, miró a sus amigas, les guiñó el ojo y con decisión, agarrada del brazo de su padre, entró en la iglesia donde comenzó a sonar la marcha nupcial de Mendelssohn.
En el primer banco se sentaron Cecilia, Javier y las chicas. Bernard, desde un discreto asiento trasero, sonrió a Celine. Mientras, los padres de Elsa y Rocío, emocionados, las observaban. Los padres de Celine y Shanna se habían disculpado por no asistir con una nota. Elsa estaba tan emocionada observando a su amiga que no se había dado cuenta de que estaba sentada al lado de Javier. Éste, por el rabillo del ojo, se pasó gran parte de la ceremonia observándola. Tenerla cerca le encantaba. Aquella amiga de su hermana siempre le había gustado, y sentir el aroma que ella desprendía y ver dibujada una sonrisa en su boca le volvían loco.
Durante la ceremonia, cuando el cura pidió que se dieran la paz, Elsa se percató de que Javier estaba ahí. Sus miradas se encontraron durante una fracción de segundo y Elsa sintió un latigazo de calor que casi la hizo saltar del banco. A partir de ese momento, ya no se enteró de nada más. Estaba tan nerviosa que no se pudo volver a concentrar en lo que su amiga leía, cuando, supuestamente, todo el mundo estaba escuchando. Una vez finalizada la ceremonia, y tras el maravilloso y romántico beso que Mick le dio a Aída una vez que el cura dijo que ya eran marido y mujer, pasaron a la sacristía para firmar, mientras sonaba el Ave Verum Corpusde Mozart. Tras la firma de los testigos, el arroz voló por los aires. Todo el mundo acabó lleno de arroz, mientras las risas estallaban por doquier.
Cecilia, más tranquila al ver a su hija casada, organizó el lanzamiento del ramo de novia. Consiguió, a pesar de las protestas, poner a todas las muchachas delante de Aída que, feliz y muerta de risa, cogió impulso. El ramo voló por los aires. Con guasa lo tiró hacia donde estaban sus amigas pero ellas, al ver lo que pretendía su amiga, fueron más rápidas y en dos zancadas se apartaron. Al final, tras una lucha encarnizada entre varias solteras, el ramo acabó en manos de Almudena, una prima de la novia, que se puso a saltar como una loca para enseñárselo a todo el mundo.
Candela y Bárbara, junto a sus maridos, no dejaban de reír tras ver el rápido y gracioso movimiento de las muchachas. Después, todos se montaron en los coches para dirigirse hacia el hotel Ritz de Madrid.
Los trescientos invitados fueron llegando poco a poco al glamuroso hotel, cercano al Museo del Prado. Mientras todos esperaban la llegada de los novios, los camareros pasaban bandejas con bebidas y aperitivos. Anthony y Cecilia, los orgullosos padres de la novia, llegaron unos segundos antes que los novios, que fueron recibidos por los aplausos y vítores de los invitados.
La cena se organizó en los salones Alfonso XIII y Felipe IV. Todos los invitados no cabían en el mismo salón. Sin embargo, al estar conectados entre sí, no hubo problema. En una mesa grande se colocaron los novios acompañados por sus respectivos padres, Javier y sus abuelos, Aiyana y Patrick. Bernard una vez en el Ritz, buscó a Celine, que, encantada y con descaro, le besó delante de todos, lo que hizo a sus amigas reír. Las chicas no pasaron desapercibidas para los amigos de Mick, y Elsa, no pudo dejar de sentirse extraña cuando su mirada en diferentes ocasiones se cruzó con la de Javier, que siempre le sonreía.
El salón Alfonso XIII tenía unas impresionantes puertas acristaladas que conectaban con el jardín. Aquella elegante estancia contaba con unos maravillosos tapices del siglo XVII, y una impresionante alfombra hecha a mano por la Real Fábrica de Tapices. El salón Felipe IV era más sobrio que el anterior, aunque no menos impactante.
Una vez ubicados todos los comensales, los camareros comenzaron a servir delicias de salmón y jamón ibérico, pastelitos de caviar, yemas de espárragos de Tudela y cigalas. Todo ello regado por estupendos vinos de la Rioja y el Penedés, además de cavas españoles. Tras aquello se sirvió rape con habitas a la menta y perdices con manzana y cordero asado. Acabados los platos principales, llegó el postre. Se sirvieron tartaletas de manzanas, helado de turrón y el tradicional pastel de boda, una enorme tarta de nueve pisos de trufa, nata y finas virutas de chocolate, adornada con preciosas flores de azúcar, y la figura de unos flamantes novios en la parte superior.
Las muchachas comían divertidas tarta y helado, cuando Aída, la novia, se levantó y, con una sonrisa, se dirigió hacia ellas.
—¿Qué tal todo? ¿Lo pasáis bien?
—Maravillosamente bien —asintió Shanna, y levantando la copa de cava señaló—: El cava es espectacular.
Feliz como nunca en su vida, Aída sonrió y tras contemplar la alegría de sus padres, dijo:
—Ya sabéis que mis papis lo hacen todo a lo grande o no hacen nada. —Y con gesto divertido susurró—: Ahora pondrán música y despejarán el salón para que quede espacio para bailar. Por lo tanto, chicas, quiero que seáis las reinas de la pista.
En ese momento se acercó Mick, el flamante y rubio novio, hasta la mesa de sus amigos, que prorrumpieron en gritos y silbidos.
—Esta noche la reina de la pista, querida Amitola, tienes que ser tú —señaló Celine—. Por cierto, menudos son estos yankees. ¿Mick se comporta siempre así cuando está con sus amigos?
Aída vio reír a George, Mark y Spencer por algo que comentaba Mick, mientras bebían como cosacos.
—Más o menos —respondió ésta, divertida—. Son muy buenos chicos, no os dejéis engañar por las apariencias. Pero creo que han bebido un poquito.
—¿Un poquito? —exclamó Rocío haciéndolas reír—. Pero si se han bebido todo el Penedés.
Luego se retiraron las mesas y comenzó a sonar música de Strauss en el salón. Era el
Danubio Azul
. Con ese vals unos felices Aída y Mick abrieron el baile e invitaron a todos a acompañarles.
—¡Virgencita! —exclamó Rocío sentándose acalorada tras bailar varias piezas—. Ese Spencer se debe de apellidar «pulpoman». ¡Madre mía! Me mete mano a la más mínima oportunidad.
—¿En serio? —rió Shanna—. Pues baila muy bien y es muy mono.
—Es un experto bailarín —confirmó Elsa al verle bailar un
rock and roll
con una prima de Aída.
Sin ningún disimulo, las muchachas se fijaron en cómo Spencer bailaba. Realmente, sabía hacerlo y llevaba el ritmo en la sangre.
—¿Lo pasáis bien? —dijo una voz tras ellas. Todas se volvieron a mirar y se encontraron a Javier con tres muchachos más.
—Maravillosamente, chiquillo —asintió Rocío.
—¿Y tú cómo estás pasando tu cumpleaños? —preguntó Shanna, que se había dado cuenta durante la cena de que Javier miraba mucho hacia su mesa e, incrédula, había comprobado que era a Elsa a quien miraba. Sin embargo, no dijo nada.
—Diferente y divertido —respondió éste sonriendo—. Hoy es un día grande. Mi hermana se casa, consigo toda la casa para mí y, por fin y lo más importante, dejo de ser un crío.
Al decir aquello, Elsa le miró a los ojos y vio que él la obsequiaba con una sonrisa pícara y sensual.
—¿Un crío? —voceó Shanna—. Ojalá todos los críos que yo conozco fueran como tú, sería maravilloso.
En ese momento, Celine se acercó a ellas junto a Bernard y preguntó:
—¿Quién es un crío?
Elsa, consciente de que todas debían de intuir algo, puso los ojos en blanco haciéndolas sonreír.
—¡Javier! —respondió Rocío, que escuchaba al tiempo que observaba a Spencer bailar.
Celine miró a un Javier risueño y, tras mandar a Bernard a por una copa de cava, se acercó a él en plan provocativo. Sus amigas no se lo podían creer cuando le dijo casi al oído:
—¿Tú eres el crío? —Él asintió con una sonrisa y Celine dijo—: Pues quiero que sepas que para mí, y seguro que para muchas, eres un crío altamente peligroso.
—¡Celine, por Dios! —gritó en ese momento Aída, que la había oído—. ¡Qué le estás haciendo a mi hermano!
—Hacerle, hacerle… no le he hecho nada —dijo separándose de él. El muchacho, a pesar de no demostrarlo, estaba alucinado por las cosas que Celine decía, mientras observaba a Elsa y veía cómo ésta miraba hacia otro lado.
—Oh, Celine… eres tremenda —dijo Shanna con guasa al ver la cara de Aída y sus amigas.
Javier, consciente de que Celine podía ser también bastante peligrosa, preguntó al oír que ponían una balada.
—¿Alguna de vosotras quiere bailar conmigo?
—Yo no puedo —dijo Rocío que, sorprendiéndolas a todas, se fue hasta donde estaba Spencer, le agarró del brazo y se puso a bailar con él.
—¡Vaya con Rocío! —murmuró Celine mirándola.
—Ya te dije, Celine —bromeó Elsa—, que a veces las apariencias engañan y nuestra andaluza de tonta no tiene un pelo.
—Tienes toda la razón, las apariencias engañan —asintió Javier, y tomando a Elsa de la mano le preguntó—: ¿Te apetece bailar conmigo?
Pero Elsa no pudo responder. Un empujón de Shanna hizo que se plantase en medio de la pista mientras continuaba agarrada a Javier. Cuando iba a protestar, uno de los jóvenes amigos del muchacho invitó a bailar a Shanna, y Anthony, el padre de Aída, que en ese momento pasaba por ahí, arrastró a Celine a la pista, mientras Aída cogía la copa de cava que Bernard traía para Celine, se la bebía, y charlaba con él. Sin mediar palabra, Elsa se dejó llevar por la música, mientras sentía junto a ella el cuerpo fibroso de aquel joven.
—Bailas muy bien —dijo Elsa sin mirarle.
—Gracias. Pero sácame de una duda, ¿bailo como un crío o como un adulto?
Al escuchar aquello, Elsa le miró y se puso roja como un tomate.
—Oh… Javier —se lamentó—. Siento haber dicho lo de crío. Es que para mí siempre has sido el hermanito pequeño de Aída, y entonces…
Al ver y, en especial, sentir el mal rato que la chica estaba pasando, el muchacho dijo:
—Vale… vale. Te perdono, pero sólo porque eres tú.
El olor a masculinidad de aquel muchacho se le había metido en las fosas nasales y le estaba comenzando a gustar, y tras aquel «sólo porque eres tú» Elsa, con una sonrisa tonta, murmuró:
—Uff… menos mal —bromeó—. ¡Qué peso me quitas de encima!
—¿Sabes que estás muy guapa hoy?
Elsa tragó con dificultad. Si seguía en los brazos de Javier se iba a ahogar.
—Tú también —pudo articular.
—Gracias, Elsa —respondió arrastrando su nombre, mientras disfrutaba de ella, de su olor, su cercanía y su desconcierto—. Pero sigo creyendo que tú eres una preciosidad.
Incapaz de centrarse en nada, para desviar la conversación, Elsa preguntó:
—¿Has decidido ya qué carrera vas a hacer?
Con una encantadora sonrisa, él respondió, acercándose más de lo necesario:
—Lo he pensado mucho, y ya sabes que mi familia está llena de médicos. —Ella asintió—. Hubo un momento en que pensé estudiar derecho. Pero hoy por hoy, pienso que la justicia no es justa, y me traería más problemas que beneficios —comentó mirándola a los ojos y, por una vez, ella no apartó la mirada—. Y al final he decidido continuar con la tradición familiar. Seré médico.
—Eso está bien —sonrió—. Tus padres estarán muy contentos.
—Sí, lo están —afirmó deseando besarla—. Para mi abuelo es un orgullo tener otro futuro médico en la familia.
—¿Has pensado la especialidad?
—Eso todavía está por decidir. Pero el año que viene me iré a Estados Unidos e iniciaré mis estudios allí. Aún tengo tiempo para decidirlo. ¿Tú qué planes tienes?
—En septiembre viajaré a Los Ángeles.
—¿Los Ángeles? —repitió, sorprendido por su respuesta. Ella asintió.
—La familia de mi madre tiene negocios allí. Quizá te suene la empresa Pikers. —Él asintió—. En Estados Unidos es muy conocida.
Con una sonrisa que desconcertó a Elsa, Javier le dijo acercando su boca al oído:
—Ya sabía que la empresa Pikers era de tu familia, me lo dijo Aída. —Elsa sonrió—. El abuelo siempre la contrata para organizar los cócteles o las fiestas de Navidad y queda muy contento. ¿Hace mucho que tu familia posee la empresa?
—Oye… me alegro mucho de que tu abuelo esté contento con nosotros —rió—. La empresa la puso en marcha la abuela Estela cuando se quedó viuda, para ganar unos dólares. Comenzó a preparar tartas de manzana que vendía en las cafeterías y pastelerías de San Diego. Cuando la abuela enviudó, mamá tenía cinco años, el tío Robert siete, la tía Shamanta dos y el tío Brad diez. La abuela siempre nos cuenta que trabajó muy duro para sacar a sus hijos adelante. Poco a poco, sus tartas fueron más solicitadas y, con el tiempo, la gente comenzó a encargarle también los platos para sus fiestas. Pasados unos años la abuela, con la ayuda de algunos trabajadores, empezó a organizar eventos como el 4 de Julio o Navidad. —Javier la escuchaba con atención, apenas parpadeaba, y ella prosiguió—. Mamá siempre dice que recuerda a la abuela trabajando incansablemente toda la vida y que, cuando ella tenía diez años, inauguró su propia empresa, a la que bautizó con el apellido del abuelo, Pikers. Desde entonces, la empresa ha ido creciendo, y se ha expandido por todo Estados Unidos.