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Authors: Eiji Yoshikawa

Musashi (95 page)

BOOK: Musashi
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Estaba al lado de Yoshino y, con una sonrisa afable, se volvió hacia ella y le dijo:

—Ésa es la voz del señor Funabashi, ¿no es cierto?

Ella se mordió los labios, ya más rojos que flores de cerezo, y su mirada reflejó el apuro que le ocasionaba la embarazosa situación.

—¿Qué hago si entra? —preguntó, nerviosa.

—¡No te levantes! —le ordenó el señor Karasumaru, cogiendo el borde de su kimono.

—¿Qué estás haciendo ahí afuera, Takuan? Si dejas la puerta abierta entra frío. Sal si lo deseas o entra de una vez, pero cierra la puerta.

Takuan mordió el cebo y le dijo a Shōyū:

—Pasa.

Tiró del viejo, haciéndole entrar en la habitación.

Shōyū dio unos pasos y se sentó directamente enfrente de los dos nobles.

—¡Vaya, qué sorpresa tan agradable! —exclamó Mitsuhiro con fingida sinceridad.

Shōyū se acercó más arrastrando sus huesudas rodillas. Extendió la mano hacia Nobutada.

—Dame sake —le pidió. Cuando recibió la taza, hizo una reverencia exageradamente ceremoniosa.

—Me alegro de verte, viejo Funabashi —le dijo Nobutada, sonriente—. Siempre pareces estar de buen humor.

Shōyū apuró la taza y la devolvió.

—No había imaginado que el compañero del señor Kangan era vuestra excelencia. —Fingiendo todavía estar más bebido de lo que realmente estaba, movió su delgado y arrugado cuello como un antiguo criado y dijo con fingido temor—: ¡Perdonadme, estimada excelencia! —Entonces cambió de tono—. ¿Por qué he de ser tan cortés? ¡Ja, ja! ¿No es cierto, Takuan? —Rodeó con el brazo el cuello del sacerdote, le atrajo hacia él y señaló con un dedo a los dos cortesanos—. ¿Sabes, Takuan? Las personas de este mundo que me dan más pena son los nobles. Ostentan títulos resonantes, como consejero o regente, pero no tienen nada que acompañe a los honores. Hasta los mercaderes están en mejor posición, ¿no te parece?

—Desde luego —respondió Takuan, contorsionándose para librarse del brazo que le rodeaba el cuello.

Shōyū puso una taza bajo las mismas narices del sacerdote.

—Todavía no me has invitado a beber.

Takuan le sirvió sake. El viejo bebió.

—Eres un hombre taimado, Takuan. En el mundo en que vivimos, los sacerdotes como tú son astutos, los mercaderes elegantes, los guerreros fuertes y los nobles estúpidos. ¡Ja, ja! ¿No es cierto?

—Así es, así es —convino Takuan.

—Los nobles no pueden hacer lo que les plazca debido a su rango, pero están excluidos de la política y el gobierno. Lo único que les queda es componer versos o hacerse expertos calígrafos. ¿No es ésa la verdad? —Se rió de nuevo.

Aunque a Mitsuhiro y Nobutada les gustaba la diversión tanto como a Shōyū, la brusquedad con que éste les estaba ridiculizando era embarazosa y reaccionaron con un silencio pétreo.

Aprovechándose de su incomodidad, Shōyū insistió:

—¿Qué te parece, Yoshino? ¿Te atraen los nobles o prefieres a los mercaderes?

Yoshino se rió entre dientes.

—Ji, ji. Vaya, señor Funabashi, ¡qué pregunta tan extraña!

—No bromeo. Estoy tratando de escrutar el corazón de una mujer, y ahora puedo ver lo que hay en él. Realmente prefieres a los mercaderes, ¿verdad? Creo que será mejor que te saque de aquí. Ven conmigo a mi sala. —La cogió de la mano y se levantó, con una expresión maliciosa en el rostro.

Sobresaltado, Mitsuhiro derramó su sake.

—Estás llevando la broma demasiado lejos —le dijo, al tiempo que le arrebataba la mano de Yoshino y la atraía hacia él.

Atrapada entre los dos, Yoshino se echó a reír e intentó sacar el mejor partido de la situación. Cogió la mano de Mitsuhiro con su mano derecha y la de Shōyū con la izquierda, adoptó una expresión preocupada y dijo:

—¿Que voy a hacer con vosotros dos?

En cuanto a los dos hombres, aunque no sentían desagrado mutuo ni eran serios rivales en el amor, las reglas del juego les exigían que hicieran cuanto estuviera en su mano para que la posición de Yoshino Dayū fuese más incómoda.

—Vamos, mi buena dama —le dijo Shōyū—. Debes decidir por ti misma. Tienes que elegir al hombre cuya habitación agraciarás, aquél a quien entregarás tu corazón.

Takuan intervino en el conflicto.

—Un problema muy interesante, ¿no es cierto? Dinos, Yoshino, ¿a quién eliges?

El único que no participaba era Nobutada. Al cabo de un rato, su sentido del decoro le impulsó a decir:

—Por favor, sois invitados, no seáis descorteses. Por vuestra manera de comportaros, estoy seguro de que a Yoshino le gustaría librarse de los dos. ¿Por qué no nos divertimos todos y dejamos de importunarla? Kōetsu debe de estar solo. Que una de las chicas vaya en su busca y le traiga.

Shōyū agitó una mano.

—No hay motivo para traerle aquí. Voy a volver a mi habitación con Yoshino.

—No harás tal cosa —dijo Mitsuhiro, abrazándola más fuerte.

—¡La insolencia de la aristocracia! —exclamó Shōyū. Con los ojos centelleantes, ofreció una taza a Mitsuhiro y le dijo—: Decidamos con quién se queda mediante un concurso de bebida... ante sus mismos ojos.

—Ah, muy bien, eso parece divertido. —Mitsuhiro cogió una taza grande y la colocó sobre una mesita entre ellos—. ¿Estás seguro de que eres lo bastante joven para aguantarlo? —le preguntó maliciosamente.

—¡No hace falta ser joven para competir con un noble esmirriado!

—¿Cómo vamos a decidir a quién le toca el turno? Si nos limitamos a beber a grandes tragos no es divertido. Tenemos que jugar a algo. El que pierda, beberá una taza llena. ¿A qué jugamos?

—Podríamos mirarnos fijamente, a ver quién resiste más sin desviar la vista.

—Eso significaría contemplar tu feo rostro de mercader. No es un juego, sino una tortura.

—¡No seas insultante! Humm, ¿qué te parece el juego de piedra, tijeras y papel?

—¡Estupendo!

—Tú serás el arbitro, Takuan.

—Haré lo que sea por complaceros.

Con semblantes totalmente serios, empezaron a jugar. Después de cada ronda, el perdedor se quejaba con la amargura apropiada y todos se reían.

Yoshino Dayū salió discretamente de la habitación, arrastrando graciosamente tras ella la cola de su largo kimono, y caminó con aire imponente por el pasillo. Poco después de que hubiera salido, Konoe Nobutada dijo:

—También yo debo irme.

Su salida pasó desapercibida a los demás.

Bostezando sin recato, Takuan se tendió y, sin molestarse en pedir permiso, apoyó la cabeza en las rodillas de Sumigiku. Aunque era agradable dormitar así, sentía también una punzada de culpabilidad. «Debo volver a casa —se dijo—. Probablemente se sienten solos sin mí.» Estaba pensando en Jōtarō y Otsū, que volvían a estar juntos en la casa del señor Karasumaru. Takuan había llevado allí a Otsū, tras la penosa experiencia que tuvo la muchacha en el Kiyomizudera.

Takuan y el señor Karasumaru eran viejos amigos y compartían muchos intereses: poesía, zen, bebida, incluso ideas políticas. Hacia el final del año anterior, Takuan recibió una carta invitándole a pasar las vacaciones de Año Nuevo en Kyoto. Mitsuhiro le escribía: «Parece ser que estás encerrado en un pequeño templo rural. ¿No echas de menos la capital, el buen sake de Nada, la compañía de hermosas mujeres y ver a los chorlitos junto al río Kamo? Si te gusta dormir, supongo que haces muy bien en practicar el zen en el campo, pero si quieres algo más animado, ven aquí y vive entre la gente. Si sientes nostalgia de la capital, no dejes de hacernos una visita».

Poco después de su llegada, a principios del nuevo año, Takuan se sorprendió al ver a Jōtarō jugando en el patio. Mitsuhiro le informó con detalle de lo que el muchacho hacía allí, y luego supo por Jōtarō que no había habido noticias de Otsū desde que ésta cayó en las garras de Osugi el día de Año Nuevo.

La mañana siguiente al día de su regreso, Otsū cayó enferma con fiebre. Seguía en cama, atendida por Jōtarō, el cual permanecía sentado junto a su almohada durante el día entero, le enfriaba la frente con toallas húmedas y medía las dosis de medicina cuando le tocaba tomarla.

Por mucho que Takuan quisiera marcharse, no podía hacerlo sin pecar de grave descortesía antes de que se marchara su anfitrión, y Mitsuhiro parecía cada vez más absorto en el concurso de bebida.

Puesto que ambos contrincantes eran veteranos, el concurso parecía destinado a terminar en empate, y así ocurrió. De todos modos siguieron bebiendo, sentados uno delante del otro, tan cerca que se tocaban las rodillas, y charlando animadamente. Takuan no sabía si el tema que trataban era el gobierno en manos de la clase militar, el valor intrínseco de la nobleza o el papel de los mercaderes en el desarrollo del comercio exterior, pero sin duda se trataba de algo muy serio. Alzó la cabeza de la rodilla de Sumigiku y, con los ojos todavía cerrados, se apoyó en la pared y escuchó la conversación, sonriendo de vez en cuando por lo que oía.

Al cabo de un rato, Mitsuhiro preguntó en tono ofendido:

—¿Dónde está Nobutada? ¿Se ha ido a casa?

—Déjale en paz —dijo Shōyū—. ¿Dónde está Yoshino?

De repente parecía muy sobrio.

Mitsuhiro pidió a Rin'ya que fuese en busca de Yoshino. Cuando la muchacha pasó ante la habitación donde Shōyū y Kōetsu habían comenzado la velada, Rin'ya miró al interior. Musashi estaba sentado a solas, la cara iluminada por la blanca luz del farol.

—Ah, no sabía que estuvieras de vuelta —le dijo Rin'ya.

—He vuelto hace poco.

—¿Has entrado por la parte de atrás?

—Sí.

—¿Adonde has ido?

—Humm..., fuera del distrito.

—Apuesto a que tenías una cita con una muchacha guapa —dijo descaradamente—. ¡Qué vergüenza! Voy a decírselo a mi señora.

Musashi se echó a reír.

—Aquí no hay nadie —observó—. ¿Adonde han ido?

—Están en otra habitación, jugando con el señor Kangan y un sacerdote.

—¿También Kōetsu?

—No, no sé dónde está él.

—Tal vez ha vuelto a casa. En ese caso, debo irme también.

—No digas eso. Cuando vienes a esta casa, no puedes marcharte sin el consentimiento de Yoshino Dayū. Si te escabulles, la gente se reirá de ti, y a mí me reñirán.

Como no estaba acostumbrado al humor de las cortesanas, Musashi recibió esta noticia con semblante serio, diciéndose: «De modo que así son las cosas aquí».

—De ninguna manera debes irte sin haberte despedido apropiadamente. Espera aquí hasta que vuelva.

Al cabo de unos minutos apareció Takuan.

—¿De dónde has salido? —preguntó al rōnin, dándole una palmada en los riñones.

Musashi le miró boquiabierto. Deslizándose fuera del cojín, apoyó ambas manos en el suelo e hizo una profunda reverencia.

—¡Cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que nos vimos!

Takuan alzó del suelo las manos de Musashi.

—Éste es un lugar para divertirse y relajarse, no son necesarios los saludos formales... Me han dicho que Kōetsu también estaba aquí, pero no le veo.

—¿Adonde crees que puede haber ido?

—Busquémosle. Tengo que hablar contigo en privado de una serie de cosas, pero pueden esperar a una ocasión más apropiada.

Takuan abrió la puerta que daba a la habitación contigua. Allí, con los pies en el kotatsu cubierto y tapado con un edredón, yacía Kōetsu, separado del resto de la estancia por un pequeño biombo dorado. Dormía apaciblemente, y Takuan no se atrevió a despertarle.

Por fin el durmiente abrió los ojos. Miró con fijeza un momento el rostro del sacerdote y luego el de Musashi, sin comprender qué hacían allí.

Después de que le hubieran explicado la situación, Kōetsu les dijo:

—Si sólo estáis tú y Mitsuhiro en la otra habitación, no tengo inconveniente en ir ahí.

Tras haber llegado a la conclusión de que ninguno era el ganador, Mitsuhiro y Shōyū se habían sumido en la melancolía. Habían alcanzado la etapa en que el sake empieza a saber amargo, los labios están resecos y un sorbo de agua hace pensar en el hogar. Aquella noche los efectos secundarios eran peores, pues Yoshino les había abandonado.

—¿Por qué no nos vamos todos a casa? —sugirió alguien.

—Sí, podríamos irnos —convinieron los demás.

Aunque no estaban realmente deseosos de marcharse, temían que si se quedaban más tiempo, se desvanecería por completo la dulzura de la velada, pero cuando se levantaban para salir, llegó Rin'ya corriendo en compañía de dos niñas más pequeñas. Rin'ya cogió las manos del señor Kangan y le dijo:

—Perdonadnos por haberos hecho esperar. No os marchéis, os lo ruego. Yoshino Dayū está dispuesta a recibiros en sus habitaciones particulares. Sé que es tarde, pero afuera hay luz, gracias a la nieve, y con este frío por lo menos debéis calentaros apropiadamente antes de subir a los palanquines. Venid con nosotras.

Ninguno de ellos tenía ganas de seguir divirtiéndose. Una vez desaparecido el estado de ánimo adecuado, era difícil lograr que volviera.

Al darse cuenta de su vacilación, una de las asistentas dijo:

—Yoshino ha dicho que está segura de que todos la habéis considerado descortés por marcharse, pero no podía hacer otra cosa. Si cedía a los deseos del señor Kangan, el señor Funabashi se sentiría dolido, y si se iba con el señor Funabashi, el señor Kangan se sentiría muy solo. No quiere que ninguno de vosotros se sienta menospreciado, por lo que os invita a tomar una última taza. Por favor, comprended sus sentimientos y quedaros un poco más.

Los hombres se dieron cuenta de que una negativa sería descortés y, como sentían no poca curiosidad por ver a la principal cortesana en sus propios aposentos, se dejaron persuadir. Guiados por las muchachas, encontraron cinco pares de rústicas sandalias de paja en lo alto de los escalones del jardín. Se las calzaron y avanzaron sin hacer el menor ruido por la nieve. Musashi no tenía la menor idea de lo que sucedía, pero los demás supusieron que iban a participar en una ceremonia del té, pues Yoshino era conocida como ardiente devota del culto al té. Puesto que un cuenco de té después del alcohol ingerido sólo podría sentarles bien, ninguno se mostró molesto hasta que las muchachas les llevaron más allá de la casa de té, entrando en un campo muy tupido.

—¿Adonde nos lleváis? —inquirió el señor Kangan en tono acusador—. ¡Esto es una parcela de morales!

Las muchachas se rieron, y Rin'ya se apresuró a explicar:

—¡Oh, no! Éste es nuestro jardín de peonías. A principios del verano, sacamos escabeles y todo el mundo viene aquí a beber y admirar las flores.

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