Mundo Anillo (48 page)

Read Mundo Anillo Online

Authors: Larry Niven

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Mundo Anillo
13.34Mb size Format: txt, pdf, ePub

Encontraron a Teela y Caminante en la sala de máquinas en compañía de Prill, que estaba operando los elevadores.

—Tendremos que separarnos —dijo bruscamente Teela—. Esta mujer dice que puede dejarnos junto al castillo flotante. Intentaremos entrar en el salón de banquetes a través de alguna ventana rota.

—¿Y luego qué? Quedaréis incomunicados, a menos que consigáis controlar los elevadores del castillo.

—Caminante dice que sabe un poco de magia. Estoy segura de que encontrará alguna solución.

Luis no intentó disuadirla. Desviar a Teela Brown del camino que se había trazado, le inspiraba tanto recelo como enfrentarse a un bandersnatch enfurecido, sin otra arma que sus puños desnudos.

—Si no conseguís hacer funcionar los elevadores, pulsad los mandos al azar.

—Lo tendré en cuenta —le aseguró ella con una sonrisa. Luego añadió, más seria—: Cuidad de Nessus.

Cuando Caminante y Teela desembarcaron del «Improbable» veinte minutos más tarde, ésa fue toda su despedida. Luis había pensado decirle algunas cosas, pero al final las calló. ¿Qué podía decirle sobre sus propios poderes? Tendría que irlos descubriendo por sí sola, a fuerza de errores, mientras su buena fortuna protegía su vida.

En las próximas horas, el cuerpo del titerote se fue enfriando y por fin se quedó como muerto. Las luces del botiquín continuaban centelleando, aunque de un modo incomprensible. Seguramente el titerote debía de estar en cierto estado de vida latente.

El «Improbable» avanzaba hacia estribor, arrastrando tras sí el alambre de las pantallas, ora tenso, ora fláccido. Antiguos edificios fueron derrumbándose sobre la ciudad, varias veces cercenados por el cable que se había quedado enrollado a su alrededor. Pero el cabo permaneció fijo bajo la envoltura de plástico electrocoagulado.

A lo largo de los días que siguieron, la ciudad del castillo flotante fue haciéndose cada vez más diminuta, luego se fue difuminando y por fin se hizo invisible.

Prill permanecía sentada junto a Nessus, incapaz de ayudarle, incapaz de dejarle. Era evidente que sufría.

—Tenemos que ayudarla —dijo Luis—. Se ha vuelto adicta al tasp y ahora se lo han suprimido. Si no se suicida, puede matar a Nessus, ¡o a mí!

—Luis, no esperarás que yo te aconseje.

—No. No, supongo que no.

La mejor forma de ayudar a un ser humano doliente es ser un buen confidente. Luis intentó serlo; pero le faltaban palabras para ello, y Prill parecía poco dispuesta a hablar. Cuando quedaba solo se mordía los puños; pero no dejaba translucir su desánimo en presencia de Prill.

Siempre la tenía ante sí. Tal vez su mala conciencia se hubiera apaciguado de mantenerse alejado de ella, pero la muchacha se negaba a abandonar la sala de mandos.

Poco a poco, fue aprendiendo su lengua y lentamente Prill comenzó a hablar. Luis intentó hablarle de Teela, y de Nessus, y de cómo había querido erigirse en dios...

—Yo también creí ser una diosa —dijo ella—. De verdad. Aunque no sé por qué. Yo no construí el Anillo. El Anillo es mucho más viejo que yo.

Prill también estaba aprendiendo cosas. Hablaba en una forma simplificada de su lengua obsoleta: sólo dos tiempos verbales, prácticamente ningún mortificante, una pronunciación exagerada.

—Era lo que te habían dicho —dijo Luis.

—Pero yo sabía.

—Todos queremos ser dioses. «Queremos el poder sin las responsabilidades»; pero Luis ignoraba esas palabras.

—Entonces se presentó él. Dos Cabezas. ¿Tenía la máquina?

—Tenía la máquina tasp.

—Tasp —repitió ella muy lentamente—. Tuve que adivinarlo. Con el tasp era dios. Cuando perdió el tasp, dejó de ser dios. ¿Ha muerto Dos Cabezas?

No era fácil determinarlo.

—En su opinión, morir sería una estupidez —dijo Luis.

—Lo estúpido es dejarse cortar la cabeza —dijo Prill. Un chiste. Había intentado hacer un chiste.

Prill comenzó a interesarse por otras cosas: las relaciones sexuales y las clases de lengua y el paisaje del Mundo Anillo. Sobrevolaron algunos girasoles. Prill los desconocía. Procurando esquivar los frenéticos ataques de las plantas que intentaban quemarlos con sus rayos, consiguieron desenterrar un brote de medio metro de longitud y lo replantaron en el techo del edificio. Luego torcieron por completo hacia giro para evitar mayores concentraciones de girasoles.

Cuando se quedaron sin comida, Prill perdió todo interés por el titerote. Luis la dio de alta.

Interlocutor y Prill intentaron hacerse pasar por dioses en el próximo poblado nativo. Luis les esperó arriba muy preocupado, preguntándose si Interlocutor conseguiría dar el pego, dudando si no sería mejor que se afeitara la cabeza. De todos modos, haría un triste papel como acólito. Además, dominaba muy poco la lengua.

Por fin los dos regresaron con las ofrendas. Comida.

A medida que los días se iban convirtiendo en semanas volvieron a repetir varias veces la comedia. Lo hacían muy bien.

La piel de Interlocutor empezaba a crecer y volvía a ser la pantera de piel anaranjada de los buenos tiempos, «una especie de dios de la guerra». Siguiendo los consejos de Luis, mantenía sus orejas plegadas y aplastadas contra la cabeza.

Su papel de Dios tuvo un extraño efecto en Interlocutor. Una noche se lo confesó a Luis.

—No me importa hacer de dios —le dijo—. Pero me molesta hacerlo mal.

—¿Qué quieres decir?

—Nos hacen preguntas, Luis. Las mujeres interrogan a Prill y ella les contesta; y en general soy incapaz de comprender tanto el problema como la solución. Los hombres también deberían preguntarle a Prill, pues es humana y yo no. Sin embargo, se dirigen a mí. ¡A mí! ¿Por qué tienen que acudir a mí, un ser de otra especie, para que les ayude a resolver sus problemas personales?

—Eres un macho. Un dios es una especie de símbolo —dijo Luis—, aunque sea de carne y hueso. Tú eres un símbolo masculino.

—Pero eso es absurdo. Ni siquiera poseo genitales externos, como supongo debes de tener tú.

—Eres alto y fornido y tienes un aspecto amenazador. Ello te convierte en un símbolo viril. No creo que pudieras deshacerte de esas características sin perder todas tus propiedades divinas.

—Lo que necesitamos es un sistema de micrófonos, para que tú puedas ayudarme a contestar las preguntas extrañas o embarazosas.

Prill les reservaba una sorpresa. El «Improbable» había sido un cuartel de policía. En uno de los armarios, Prill encontró un sistema de intercomunicación múltiple provisto de baterías que se cargaban conectándolas a la reserva de energía del edificio.

Consiguieron reparar dos de los seis equipos.

—Eres más lista de lo que creía —le dijo Luis a Prill esa noche. Permaneció indeciso un momento; sus conocimientos lingüísticos eran insuficientes para poder expresarse con tacto. —Nunca imaginé que una ramera espacial supiera tantas cosas.

Prill rió:

—¡Tontuelo! Tú mismo me has dicho que vuestras naves se mueven muy deprisa en comparación con las nuestras.

—Así es —dijo Luis—. Su velocidad es superior a la de la luz.

—Cada vez adornas más la cosa —rió ella—. Nuestra teoría dice que eso es imposible.

—Tal vez usemos teorías distintas.

Pareció un poco desconcertada. Luis habría aprendido a interpretar sus reacciones musculares involuntarias en vez de prestar atención a sus facciones prácticamente inexistentes.

—El aburrimiento puede ser peligroso cuando una nave tarda años en cubrir el trayecto entre dos mundos —siguió explicando ella—. Es preciso contar con distracciones. Las rameras de las naves deben poseer conocimientos de medicina del cuerpo y del alma, ser capaces de amar a hombres muy distintos y estar dotadas de especial habilidad para la conversación. También debemos tener ciertas nociones sobre el funcionamiento de la nave, para no provocar accidentes. Tenemos que estar sanas. Y una norma del gremio exige que sepamos tocar un instrumento.

Luis tragó saliva. Prill soltó un musical gorgojeo y comenzó a acariciarle aquí y allí...

El sistema de intercomunicación funcionaba perfectamente, a pesar de que los auriculares estaban diseñados para los oídos humanos, no kzinti. Luis llegó a ser experto en el arte de pensar sobre la marcha, en su papel de apuntador del dios de la guerra. Cuando cometía algún error, siempre le quedaba el consuelo de pensar que el «Improbable» seguía siendo más veloz que el sistema más rápido de difusión de noticias del Mundo Anillo. Cada contacto era el primer contacto.

Pasaron los meses. Poco a poco el terreno se hizo más desértico. El Puño-de-Dios ya era visible a la luz del sol y se hacía más alto de día en día. La mente de Luis ya se había habituado a la rutina de esos meses. Tardó un tiempo en reaccionar ante estos hechos.

Era pleno día cuando Luis decidió hablar con Prill:

—¿Has oído hablar de corrientes inducidas? —le dijo. Y le explicó lo que eran.

Y luego:

—Es posible aplicar una corriente de muy baja intensidad al cerebro y producir directamente placer o dolor.

También le explicó el significado exacto de estas palabras. Y por último:

—Pues así actúa el tasp.

—Ya sabía que tenía una máquina. ¿De qué me sirve conocer ahora su funcionamiento? —dijo Prill.

—Estamos abandonando la zona civilizada. No creo que encontremos muchos más poblados, ni lugares donde abastecernos de alimentos, hasta que lleguemos a nuestra nave espacial. Quería que supieras lo que es el tasp antes de tomar una decisión.

—¿Qué decisión?

—¿Quieres que te dejemos en el próximo poblado? ¿O prefieres venir con nosotros hasta el «Embustero» y seguir luego en el «Improbable»? Podremos darte comida cuando lleguemos a nuestra nave.

—Tenéis sitio para mí en el «Embustero» —dijo ella con gran aplomo.

—Desde luego, pero...

—Estoy harta de salvajes. Deseo ir a un lugar civilizado.

—Tal vez te cueste adaptarte a nuestras costumbres. Para empezar, todos tienen mucho pelo, como yo. —A Luis le había crecido una larga y espesa cabellera. Se había cortado la coleta—. Tendrás que usar peluca.

Prill hizo una mueca:

—Ya me acostumbraré.

Luego soltó una carcajada:

—¿Te crees capaz de hacer todo el viaje de regreso sin mí? Ese grandullón anaranjado no puede sustituir a una mujer.

—Es un argumento que nunca falla.

—Puedo ser útil en tu mundo, Luis. Sois muy ignorantes en materia sexual.

Una afirmación que Luis prefirió pasar por alto.

24. El Puño-de-Dios

La tierra fue tornándose árida y el aire empezó a enrarecerse. El Puño-de-Dios parecía huir de ellos. Se les había terminado la fruta y la reserva de carne comenzaba a menguar. Habían entrado en la pendiente desértica que culminaba en el propio Puño-de-Dios, un desierto que en su momento Luis había estimado más extenso que toda la Tierra.

El viento silbaba en torno al «Improbable». Ya se habían situado casi directamente en dirección a giro de la gran montaña. El Arco se dibujaba azul y nítido, las estrellas constituían puntos de un brillo intenso y bien definido.

Interlocutor estaba escrutando el cielo a través de la claraboya de la sala de mandos.

—Luis, ¿serías capaz de localizar el núcleo de la galería desde aquí?

—¿Para qué? Ya sabemos dónde estamos.

—Inténtalo de todos modos.

En los meses que habían pasado bajo ese cielo, Luis había intentado identificar algunas estrellas, había imaginado la distorsión que debían presentar algunas constelaciones desde esa perspectiva.

—Ahí, diría yo. Detrás del Arco.

—Exactamente. El núcleo de la galaxia está situado en el mismo plano que el Mundo Anillo.

—Evidentemente.

—Recordarás que el material base del Mundo Anillo intercepta los neutrinos. Es muy posible que también intercepte otras partículas subatómicas, Luis.

Era evidente que el kzin tenía algo en mente.

—Claro. ¡Cómo no se me había ocurrido! ¡El Mundo Anillo es totalmente inmune a la explosión del Núcleo! ¿Cuándo lo descubriste?

—Ahora mismo. Ya hace un tiempo que había conseguido localizar el Núcleo.

—Algunas partículas se dispersarán. La radiación será intensa en las proximidades de los muros exteriores.

—Pero la suerte de Teela Brown la mantendrá alejada de los muros exteriores cuando llegue el frente expansivo.

—Veinte mil años... —Luis estaba anonadado—. ¡Bendito sea Finagle! ¿Cómo es posible que alguien pueda razonar en esos términos?

—La enfermedad y la muerte siempre constituyen una mala suerte, Luis. Partiendo de nuestros supuestos, Teela Brown vivirá eternamente.

—Pero ella no piensa en esos términos. Es su suerte, que nos tiene atrapados a todos como un maestro titiritero...

Nessus ya llevaba dos meses convertido en un cadáver conservado a temperatura ambiente. Su cuerpo no se había descompuesto. Las luces de su botiquín de primeros auxilios continuaban encendidas e incluso cambiaban de vez en cuando. Era la única señal de que tal vez siguiera con vida.

Luis estaba observando al titerote y, de pronto, estableció una conexión entre las dos ideas.

—Titerote —murmuró en voz baja.

—¿Luis?

—Estaba pensando si los titerotes no habrían recibido su nombre por su tendencia a erigirse en dioses de las especies que les rodean. Han tratado a los humanos y los kzinti como si fuesen títeres, es harto evidente.

—Pero la suerte de Teela convirtió a Nessus en un títere.

—Todos hemos estado jugando a ser dioses, cada uno a nuestra manera. —Luis señaló a Prill; la muchacha estaba escuchando y seguramente debía entender una palabra de cada tres—. Prill tú y yo. ¿Qué te pareció la experiencia, Interlocutor? ¿Crees haber sido un buen o un mal dios?

—No sabría decírtelo. No se trataba de seres de mi propia especie, pese a que he estudiado detenidamente a los humanos. Al menos, he conseguido detener una guerra. Bastó explicarle a cada bando que tenía todas las de perder. Hará de eso unas tres semanas.

—Sí. Fue idea mía.

—Evidentemente.

—Ahora tendrás que volver a erigirte en dios. Ante los kzinti —declaró Luis.

—No te entiendo.

—Nessus y los demás titerotes han estado manipulando la reproducción de los humanos y los kzinti. Crearon deliberadamente una situación en la cual la selección natural debía favorecer la aparición de un kzin pacífico, ¿no es así?

Other books

The Bands of Mourning by Brandon Sanderson
Dragon's Tongue (The Demon Bound) by Underwood, Laura J
Games Frat Boys Play by Todd Gregory
Encounters by Felkel, Stewart
The Cutthroat Cannibals by Craig Sargent
The Cat That Went to Homecoming by Julie Otzelberger