Mundo Anillo (43 page)

Read Mundo Anillo Online

Authors: Larry Niven

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Mundo Anillo
2.19Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Por culpa de un clavo, se perdió un reino —dijo Luis.

—Ya conozco el cuento. Aunque no puede aplicarse exactamente a este caso —continuó Nessus—. Algo podrían haber hecho. Poseían suficiente energía para condensar helio líquido. Una vez desconectados los proyectores de energía, de nada hubiera servido reparar un receptor; sin embargo, podrían haber adaptado un cziltang brone a un superconductor metálico refrigerado con helio líquido. Con el cziltang brone hubieran podido llegar a los espaciopuertos. Podrían haber volado hasta las pantallas cuadradas para restablecer la proyección de energía, y luego adaptar a los receptores otros superconductores refrigerados con helio líquido.

—Pero ello hubiera consumido buena parte de la energía almacenada. ¡La misma que se usaba para iluminar las calles, o mantener a flote los edificios suspendidos que aún quedaban, o también para cocinar y congelar los alimentos! ¡Y así es cómo se hundió la civilización del Mundo Anillo!

—Y nosotros con ella —sentenció Luis Wu.

—Sí. Ha sido una suerte que nos topásemos con Halrloprillalar. Nos ha ahorrado un viaje inútil. De nada servirá proseguir hasta el muro exterior.

La cabeza de Luis comenzó a palpitar con fuerza. Empezaba a tener dolor de cabeza.

—Sí, desde luego ha sido una suerte —dijo Interlocutor-de-Animales—. Si esto es suerte, ¿cómo se explica que no me alegre? Hemos perdido nuestro objetivo, nuestro último residuo de esperanza de salir de aquí con vida. Nuestros vehículos están inutilizados. Un miembro de nuestro grupo ha desaparecido en el laberinto de esta ciudad.

—Ha muerto —dijo Luis. Cuando se le quedaron mirando sin comprender, señaló un punto en la penumbra. No les fue difícil localizar la aerocicleta de Teela, con los faros encendidos.

—A partir de ahora tendremos que confiar en nuestra propia suerte —dijo.

—Sí. Ya te lo advertí, Luis. La suerte de Teela era esporádica. Tenía que serlo. De lo contrario, nunca se hubiera embarcado en el «Embustero». Ni nos hubiéramos estrellado. —El titerote hizo una pausa, luego añadió—: De veras, comparto tu pesar, Luis.

—No la olvidaremos —murmuró Interlocutor.

Luis asintió. Pensó que debería sentirse más afectado. Pero el incidente del Ojo de la tormenta había modificado en cierto modo sus sentimientos hacia Teela. En aquel momento, le había parecido menos humana que Interlocutor o Nessus. Era un mito. Los extraterrestres, en cambio, eran reales.

—Tendremos que buscarnos un nuevo objetivo —dijo Interlocutor-de-Animales—. Es preciso colocar el «Embustero» en el espacio. Pero a mí no se me ocurre nada.

—Yo he pensado algo —dijo entonces Luis.

Interlocutor pareció sorprendido.

—¿Tan deprisa?

—Quisiera meditarlo un poco más. Ni siquiera estoy seguro de que sea una idea cuerda, y tal vez ni tan sólo sea factible. En cualquier caso, necesitaremos un vehículo. Pensemos cómo resolver este detalle.

—Un trineo, tal vez. Podríamos remolcarlo con la aerocicleta que aún nos queda. Un gran trineo, la pared de un edificio, por ejemplo.

—Creo que podemos conseguir algo mejor que eso. Estoy seguro de que lograré convencer a Halrloprillalar para que me lleve a la sala de las máquinas que hacen flotar este edificio. Tal vez el mismo edificio pueda servirnos de vehículo.

—Prueba a ver —dijo Luis.

—¿Y tú qué harás?

—Dame un poco de tiempo.

El corazón del edificio era todo maquinaria. Parte de la misma servía para mantenerlo en el aire; también había máquinas que operaban el sistema de aire acondicionado y los condensadores de agua y las espitas de agua; y una sección aislada, parte de los generadores que alimentaban la trampa electromagnética. Nessus se puso manos a la obra. Luis y Prill le miraban, fingiendo ignorarse el uno al otro.

Interlocutor seguía encarcelado. Prill no le había permitido subir.

—Te tiene miedo —había explicado Nessus—. Sin duda, podríamos insistir. Podríamos montarte en una de las aerocicletas. Si yo me negase a subir hasta que tú estuvieras en la plataforma, no tendría más remedio que izarte.

—Tal vez me izase hasta medía altura, para luego dejarme caer. No, gracias.

Pero había aceptado admitir a Luis.

Comenzó a inspeccionarla, mientras fingía ignorarla. Tenía una boca muy fina, prácticamente sin labios. La nariz era pequeña, recta y estrecha. Estaba desprovista de cejas.

No era de extrañar que su rostro pareciera inexpresivo. Recordaba más bien el maniquí de un fabricante de pelucas.

Tras dos horas de sudores, Nessus asomó las cabezas por una trampilla de acceso.

—Imposible obtener fuerza motriz. Los campos elevadores sólo sirven para elevar el edificio. Sin embargo, he logrado desconectar un mecanismo rectificador destinado a mantenernos siempre sobre el mismo lugar. El edificio flota ahora a merced de los vientos.

Luis sonrió.

—O un remolque. Podríamos atar un cable a tu aerocicleta y remolcar el edificio detrás.

—No es necesario. La aerocicleta lleva un motor inerte. Podemos dejarla en el interior del edificio.

—Ya se te había ocurrido, ¿eh? Pero ese motor es terriblemente potente. Si la aerocicleta quedara incontrolada aquí dentro...

—Sí. —El titerote se volvió hacia Prill y comenzó a hablarle muy despacio y largo y tendido en la lengua de los dioses del Mundo Anillo. Luego le dijo a Luis:

—Hay bastante cantidad de plástico electrocoagulable. Podemos recubrir la aerocicleta de plástico y dejar sólo los mandos al descubierto.

—¿No será un poco drástico?

—Luis, si esa aerocicleta comenzara a dar vueltas, incontrolada, podría hacerme daño.

—Bueno..., tal vez. ¿Podrás hacer aterrizar el edificio cuando sea necesario?

—Sí, existe un regulador de altitud.

—Entonces no hace falta un vehículo auxiliar. Bien. Manos a la obra.

Luis estaba descansando, sin dormir. Se había tendido boca arriba sobre el gran lecho. Tenía los ojos abiertos y estaba mirando por la claraboya semiesférica del techo.

El resplandor del halo solar asomaba sobre el borde de la pantalla cuadrada. Faltaba poco para el amanecer; el Arco seguía dibujándose azul y brillante sobre el cielo negro.

—Debo de estar loco —dijo Luis Wu. Y luego—: ¿Qué otra cosa podemos hacer?

Probablemente ese dormitorio formaba parte de las dependencias del jefe. Ahora lo habían transformado en sala de mandos. Luis y Nessus habían colocado la aerocicleta en el armario empotrado, la habían recubierto de plástico y luego, con ayuda de Prill, habían hecho pasar una corriente por el plástico. El armario empotrado tenía el tamaño adecuado.

La cama olía a viejo. Crujía cada vez que se movía.

El Puño-de-Dios —murmuró Luis en la oscuridad. Yo lo vi. Tenía más de mil quinientos kilómetros de altura. No tiene sentido que construyeran una montaña tan alta, no cuando... —prefirió dejarlo ahí.

Y de pronto se sentó en la cama como impulsado por un muelle, y gritó:

—¡El cable que une las pantallas!

Una sombra entró en el dormitorio.

Luis se quedó inmóvil. La entrada estaba oscura. Sin embargo, los ondulantes movimientos y la distribución de las suaves sombras de sus curvas le revelaron que una mujer desnuda avanzaba hacia él.

—¿Una alucinación? ¿El espíritu de Teela Brown? La figura llegó a su lado antes de que lograse decidirse por una u otra alternativa. Con perfecto dominio de sí misma, se sentó en la cama. Extendió una mano, le rozó el rostro y comenzó a acariciarle una mejilla con las yemas de los dedos.

Era casi calva. Su melena se reducía a un mechón de un par de centímetros de ancho que le crecía en la base de la nuca. Sus facciones resultaban prácticamente invisibles en la oscuridad. Pero tenía un cuerpo adorable. Era la primera vez que Luis veía su figura. Era delgada y recia, como una bailarina profesional. Tenía los senos altos y turgentes.

Si la cara hubiera estado a la altura del cuerpo...

—Vete —dijo Luis sin rudeza. La cogió por la muñeca e interrumpió las caricias de sus dedos sobre su rostro. Le producía una sensación parecida al masaje de un barbero, infinitamente relajante. Se levantó, la hizo ponerse en pie suavemente, la cogió por los hombros. ¿Y si simplemente le hiciera dar media vuelta y le diera una palmadita en el trasero...?

Ella comenzó a pasarle los dedos por el cuello. Había comenzado a usar las dos manos. Luego le acarició el pecho, le dio un pellizco aquí, y otro allí, y de pronto Luis sintió una incontenible lascivia. Se aferró a sus hombros con todas sus fuerzas.

Ella dejó caer las manos. Esperó inmóvil, sin intentar ayudarle, mientras él se quitaba el jersey. Pero en cuanto una nueva extensión de piel quedó al descubierto, volvió a acariciarle aquí y allí, no siempre en los puntos con mayor concentración de terminaciones nerviosas. Cada caricia parecía activar directamente el centro de placer de su cerebro.

Luis era todo fuego. Si ella le rechazaba ahora, recurriría a la fuerza; tenía que hacerla suya...

...Pero en algún recóndito rincón conservaba un resquicio de serenidad que le decía que esa mujer sería capaz de dejarle frío con la misma facilidad con que le había excitado. Se sentía como un joven sátiro, pero también tenía la vaga sensación de ser un muñeco.

Aunque en esos momentos no le importaba un camino.

Y el rostro de Prill seguía tan inexpresivo como siempre.

Le condujo hasta el borde del orgasmo, luego le retuvo allí, le retuvo allí... de tal forma que cuando por fin se produjo fue como caer herido por un rayo. Pero el rayo continuó y continuó, cual centelleante descarga de éxtasis.

Cuando todo terminó, casi ni advirtió que ella se marchaba.

Debía saber perfectamente hasta qué punto había sido un juguete en sus manos. Antes de que llegara a la puerta, ya se había dormido.

Y se despertó pensando: «¿Por qué lo haría?»

«No hay que ser tan analítico, nej —se replicó a sí mismo—. Se siente sola. Debe llevar muchísimo tiempo aquí. Ha logrado dominar un arte y no ha tenido oportunidad de practicarlo...»

Arte. Debía saber más anatomía que muchos profesores. ¿Un doctorado en Prostitución? La profesión más antigua del mundo era mucho más complicada de lo que podía parecer a simple vista. Luis Wu era capaz de reconocer la excelencia en cualquier terreno. Esta mujer sobresalía en el suyo.

Se tocan estos nervios en el orden adecuado y el sujeto reaccionará de tal y tal forma. Un dominio adecuado de la técnica puede convertir a un hombre en una marioneta...

...Una marioneta de la suerte de Teela...

Ya casi lo tenía. Se había aproximado tanto a la verdad, que cuando por fin la descubrió no constituyó ninguna sorpresa.

Nessus y Halrloprillalar salieron de la cámara frigorífica caminando de espaldas. Les seguía el cuerpo aderezado de un ave corredora más grande que un hombre. Nessus se había puesto un trapo en la boca, para no tener que tocar la carne muerta del muslo.

Luis sustituyó al titerote. Él y Prill comenzaron a tirar al unísono. Se vio obligado a usar las dos manos, y otro tanto tuvo que hacer ella. Le devolvió su saludo con otra inclinación de cabeza y preguntó:

—¿Cuántos años tiene?

A Nessus no pareció extrañarle la pregunta.

—No lo sé.

—Anoche vino a mi habitación. —No, esa frase no tendría sentido para un extraterrestre—. ¿Sabes que el acto que realizamos para reproducirnos, lo practicamos también por placer?

—Ya lo sabía.

—Anoche hicimos eso. Lo hace muy bien. Tan bien que debe de haber tenido al menos mil años de práctica —dijo Luis Wu.

—No sería imposible. La civilización de Prill poseía un producto más eficaz que el extracto regenerador en cuanto a su capacidad para mantener la vida. Hoy en día, ha adquirido un valor incalculable. Cada dosis equivale a unos cincuenta años de juventud.

—¿Y sabes cuántas dosis ha tomado ella?

—No, Luis. Pero lo que sí sé es que vino andando hasta aquí.

Habían llegado a la escalera que conducía al bloque celular cónico. El pájaro fue dando tumbos detrás de ellos.

—¿Vino andando desde dónde?

—Desde el muro exterior.

—Trescientos mil kilómetros.

—Más o menos.

—Cuéntamelo todo. ¿Qué les pasó cuando llegaron al otro lado del muro exterior?

—Se lo preguntaré. No conozco todos los detalles.

Y el titerote comenzó a interrogar a Prill.

Poco a poco logró reconstruir la historia.

El primer grupo de salvajes con que se toparon les tomó por dioses, y otro tanto hicieron los que fueron encontrando sucesivamente, con una notable excepción.

La divinidad les sirvió para resolver eficazmente un problema. Fueron dejando al cuidado de distintos poblados los tripulantes cuyo cerebro había quedado afectado a consecuencia del accidente con el cziltang brone a medio reparar. Como dioses residentes, serían bien tratados; y su cretinez aseguraba que resultasen divinidades relativamente inofensivas.

El resto de la tripulación del «Pionero» se dividió en dos grupos. Nueve tripulantes, entre ellos Prill, se dirigieron hacia antigiro. La ciudad natal de Prill quedaba en esa dirección. Ambos grupos pensaban avanzar siguiendo el muro exterior, en busca de rastros de civilización. Cada grupo juró acudir en ayuda del otro si lograba encontrarla.

Todos los tomaron por dioses, excepto los otros dioses. Había algunos supervivientes del Derrumbamiento de las Ciudades. Algunos estaban locos. Todos tomaban el producto para prolongar la vida, si podían conseguirlo. Todos buscaban restos de civilización. A ninguno se le había ocurrido empezar a reconstruirla por su cuenta.

A medida que avanzaban hacia antigiro, otros supervivientes fueron sumándose a la tripulación del «Pionero». Pronto constituyeron un respetable panteón.

En todas las ciudades encontraron torres derrumbadas Las torres habían sido puestas a flote cuando el Mundo Anillo ya estaba poblado, pero varios milenios antes de que se perfeccionase la droga de la juventud. Al disponer de esta droga, las nuevas generaciones fueron haciéndose más precavidas. En general, los que podían permitírselo se mantenían alejados de los edificios flotantes, a menos que se tratase de signatarios elegidos. Estos habían instalado dispositivos de seguridad, o generadores de energía.

Algunos edificios continuaban suspendidos en el aire. Sin embargo, la mayoría se habían derrumbado sobre el centro de las ciudades, todos al unísono, en el momento en que explotó el último receptor de energía.

Other books

Kal by Judy Nunn
Pies & Peril by Janel Gradowski
Pleasure Island by Anna-Lou Weatherley
Illumine Her by A.M., Sieni
Steel Sky by Andrew C. Murphy
A Secret Affair by Valerie Bowman
Hard Rock Unrehearsed by Van Dalen, Rene