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Authors: Larry Niven

Tags: #Ciencia Ficción

Mundo Anillo (47 page)

BOOK: Mundo Anillo
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«Pobres ilusos», pensó Luis. Ajustó el rayo láser a alta intensidad y muy aguzado.

Las espadas de luz, las armas de rayos láser, eran de uso corriente en todos los mundos. Luis había recibido su instrucción militar hacía más de un siglo y la guerra para la que se había preparado por fin no había tenido lugar. Pero las normas eran simples y casi imposibles de olvidar.

Cuanto más breve el movimiento, más profunda será la herida.

Sin embargo, Luis comenzó a mover el rayo con rápidas y amplias oscilaciones. Los hombres comenzaron a retroceder, apretándose el abdomen, aunque nada se traslucía en sus rostros cubiertos de dorado pelaje. Cuando el Enemigo es numeroso, se emplean gestos rápidos. Abrir heridas de dos centímetros de profundidad, herir a muchos. ¡Hay que detenerlos!

Luis sintió compasión. Los fanáticos sólo iban armados con espadas y porras. Estaban perdidos...

Sin embargo, uno consiguió golpear a Interlocutor en el brazo que sostenía el desintegrador, la espada golpeó con fuerza suficiente para herirle. Interlocutor dejó caer el arma. Otro hombre se apoderó de ella y la arrojó lejos de sí. Murió en el acto, pues Interlocutor se lanzó sobre él con la mano sana y le arrancó la espina dorsal de un zarpazo. Un tercer hombre cogió el arma al vuelo, dio media vuelta y echó a correr. No intentó hacer uso ella. Se limitó a echar a correr con el arma en los brazos. Luis no pudo darle con el rayo láser; otros estaban intentando matarle a él.

Apuntar siempre al torso.

Luis aún no había matado a nadie. Por fin, aprovechó un breve titubeo del enemigo para matar los dos hombres más próximos a él. No permitir que el enemigo se acerque.

¿Qué tal se las arreglarían los demás?

Interlocutor-de-Animales estaba matando con las manos desnudas, la mano sana, toda garras, le servía para desgarrar, la mano vendada resultaba eficaz como pesada maza. Tenía una especial habilidad para esquivar la punta de una espada mientras tendía el brazo para golpear al hombre que avanzaba detrás. Estaba rodeado, pero los nativos conservaban cierto respeto hacia él. Era una extraña muerte naranja, de casi tres metros de altura, con aguzados dientes.

Caminante se mantenía en guardia con la negra espada de hierro en la mano. Había derribado a tres hombres ante sí, los demás se mantenían a una prudente distancia y su espada chorreaba sangre. Caminante era un peligroso y diestro espadachín. Los nativos entendían de espadas. Teela permanecía detrás suyo, a salvo por el momento, y lo observaba todo con expresión preocupada, como una heroína buena.

Nessus había emprendido la huida hacia el «Improbable», con una cabeza baja y extendida hacia delante y la otra muy erguida. La primera le servía para otear por las esquinas, la segunda para mirar a lo lejos.

Luis seguía indemne, derribando enemigos a medida que se iban presentando. Agitaba la linterna de rayos láser sin dificultad, cual varita mágica de mortífera luz verde.

No apuntar nunca a un espejo. Las armaduras brillantes podían jugar una mala pasada a un artista del láser. Aparentemente, aquí habían olvidado ese ardid.

Un hombre cubierto con una manta verde se lanzó sobre Luis Wu, con un pesado martillo en una mano, gritando y haciendo todo lo posible por adoptar un aire amenazador. Una bola de pelo dorado con ojos... Luis agitó el rayo láser de luz verde y el hombre siguió avanzando...

Aterrado, Luis se puso firme y apuntó el láser sin moverlo. El hombre comenzaba a blandir su arma sobre la cabeza de Luis, cuando por fin se encendió un punto de la manta con una pequeña llamarada verde y cayó redondo con el corazón perforado.

Las ropas del mismo color que el rayo del arma pueden ser tan peligrosas como una armadura brillante. ¡Quiera Finagle que no vengan otros vestidos igual! Luis apuntó la luz verde a la nuca del hombre...

Un nativo le cortó la huida a Nessus. Debía ser muy valiente para atacar a un monstruo tan extraño. Luis no consiguió darle de lleno, pero el hombre murió de todos modos, pues Nessus dio media vuelta, soltó una coz, acabó de dar la vuelta y siguió corriendo. Entonces...

Luis lo presenció todo. El titerote entró en un cruce a toda velocidad, con una cabeza muy levantada y la otra baja. De pronto la cabeza que llevaba erguida se desprendió y salió rodando y dando botes. Nessus se detuvo, dio media vuelta y se quedó inmóvil.

Su cuello acababa en un liso muñón y del muñón comenzó a manar sangre tan roja como la de Luis.

Nessus soltó un gemido, una nota aguda y tétrica.

Los nativos le habían tendido una trampa con el alambre de las pantallas.

Luis tenía doscientos años de edad. No era la primera vez que se veía en el trance de perder a un amigo, Continuó combatiendo, blandiendo su espada de rayos láser casi por instinto. «Pobre Nessus. Pero yo puedo ser el próximo...»

Los nativos habían iniciado la retirada. Sus bajas debían de ser aterradoras desde su propio punto de vista. Teela se había quedado mirando al titerote moribundo, con los ojos muy abiertos, mordiéndose los nudillos. Interlocutor y Caminante habían empezado a retroceder hacia el «Improbable».

Aguardad un momento. ¡Aún le queda otra!

Luis corrió hacia el titerote. Cuando pasó junto a Interlocutor, el kzin le cogió la linterna de rayos láser de las manos. Luis se agachó para esquivar el alambre, siguió avanzando agachado y empujó a Nessus con el hombro para hacerlo caer. Por un momento, le pareció que el titerote, aterrado, estaba a punto de echar a correr.

Luis sujetó al titerote e intentó sacarse el cinturón.

No llevaba cinturón.

¡Pero tenía que tener un cinturón!

¡Y Teela le tendió un pañuelo!

Luis se lo arrancó de las manos, hizo un lazo con él, lo pasó por el cuello cortado del titerote. Nessus miraba horrorizado el muñón y la sangre que manaba a borbotones de la única arteria carótida. Luego levantó el ojo hacia el rostro de Luis; el ojo se cerró y Nessus cayó desmayado.

Luis apretó el nudo. El pañuelo de Teela se cerró en torno a la única arteria, las dos venas principales, la laringe, el esófago, todo en definitiva.

¿Le ha hecho un torniquete en torno al cuello, doctor? Pero la hemorragia había cesado.

Luis se inclinó y se cargó el titerote a la espalda, dio media vuelta y echo a correr hacia la sombra del cuartel de policía, Caminante le abría paso, cubriéndole con su negra espada que no dejaba de remolinear en busca de cualquier posible enemigo. Nativos armados les seguían con la mirada pero no les atacaron.

Teela iba detrás de Luis. Interlocutor-de-Animales cerraba la comitiva, lanzando verdes destellos hacia cualquier lugar donde podría haber algún hombre agazapado. Cuando llegaron junto a la rampa el kzin se detuvo, esperó hasta que Teela hubo llegado sana y salva arriba, luego... Luis logró ver fugazmente cómo desaparecía.

¿Por qué habría hecho eso?

No podían perder tiempo averiguándolo. Luis comenzó a subir las escaleras. Cuando consiguió llegar a la sala de mandos, el cuerpo del titerote ya comenzaba a resultar increíblemente pesado. Depositó a Nessus junto a la aerocicleta, cogió el botiquín de urgencia y frotó el cuello del titerote con el parche para diagnósticos, justo debajo del torniquete. El botiquín del titerote seguía unido a la aerocicleta por un cordón umbilical y Luis no se equivocaba al imaginar que poseía un mecanismo más elaborado que el suyo.

Los mandos de la cocinilla comenzaron a girar por sí solos. Al cabo de pocos segundos, del panel de mandos salió serpenteando una sonda: cuando ésta tocó el cuello del titerote, pareció palpar la piel, localizó un lugar adecuado y se hundió en la carne.

Luis se estremeció. Sin embargo... Alimentación intravenosa. Nessus debía seguir con vida.

El «Improbable» estaba en el aire, aunque Luis no había notado que despegasen. Interlocutor estaba sentado en el último peldaño justo encima de la rampa de aterrizaje, y contemplaba la torre del Cielo que se alzaba a sus pies. Sostenía cuidadosamente algo entre ambas manos.

—¿Ha muerto el titerote? —preguntó.

—No. Ha perdido muchísima sangre. —Luis se sentó junto al kzin. Le dolían todos los huesos y se sentía terriblemente deprimido—. ¿Puede sufrir un colapso un titerote?

—¿Cómo quieres que lo sepa? El colapso ya es un mecanismo curioso de por sí. Necesitamos varios siglos de estudios para llegar a averiguar por qué los humanos moríais con tanta facilidad durante las torturas. —Era evidente que el kzin pensaba en otra cosa. Sin embargo preguntó—: ¿Otra consecuencia de la suerte de Teela Brown?

—Yo diría que sí —respondió Luis.

—¿Por qué? ¿De qué puede servirle a Teela que el titerote esté herido?

—Tendrías que verlo desde mi punto de vista —dijo Luis—. Cuando la conocí, tenía una visión muy subjetiva de las cosas. Era como, en fin... —De pronto consiguió plasmar la idea en una imagen y dijo—: Había un cuento de una muchacha. El héroe era un hombre de mediana edad y muy cínico y deseaba conocer a esa muchacha a causa del mito que se había formado en torno a ella. Y cuando la encontró, aún seguía dudando de la veracidad del mito. Hasta que ella le dio la espalda. Entonces comprobó que detrás no tenía nada: era la máscara de una muchacha, una máscara flexible que representaba toda la cara anterior de una mujer en vez de sólo el rostro. Era imposible hacerla sufrir, Interlocutor. Y eso era justo lo que quería ese hombre. Las demás mujeres de su vida siempre sufrían y él no podía dejar de pensar que era culpa suya, hasta que llegó un momento en que se sintió incapaz de soportarlo.

—No entiendo nada, Luis.

—Cuando llegamos aquí, Teela era como la máscara de una muchacha. Jamás había sufrido. Su personalidad no era humana.

—¿Y eso qué tiene de malo?

—Nada, excepto que su destino era ser humana, hasta que Nessus la convirtió en otra cosa. ¡nej con el titerote! ¿Te das cuenta de lo que hizo? Intentó crear a dios a su propia imagen, su imagen idealizada, y lo que obtuvo fue Teela Brown. Ella es exactamente lo que quisiera ser cualquier titerote. No puede sufrir ningún daño. Ni siquiera puede estar incómoda, a menos que sea por su propio bien. Y por eso tuvo que venir aquí. El Mundo Anillo es un buen lugar para ella, pues aquí puede pasar por toda la gama de experiencias necesarias para llegar a ser plenamente humana. Dudo que las Loterías de Derechos de Procreación produjesen a muchas personas como ella. Hubieran debido tener la misma suerte. Hubieran debido embarcarse en el «Embustero», pero Teela fue más afortunada que ninguna. Aun así..., ¡deben de quedar cientos como ella repartidas por toda la Tierra! El futuro será un poco extraño cuando comiencen a descubrir su increíble poder. Los demás tendremos que aprender a esfumarnos en cuanto aparezcan.

—¿Y la cabeza del herbívoro? ¿Qué tiene que ver con todo esto?

—Es incapaz de sentir simpatía por el sufrimiento de los demás —explicó Luis—. Tal vez necesitaba ver sufrir a un buen amigo. A la suerte de Teela le es indiferente lo que ello pueda suponer para Nessus. ¿Sabes quién me ayudó a hacer el torniquete? Teela advirtió lo que necesitaba y me tendió un pañuelo que podía servirme. Probablemente ha sido la primera vez en su vida que supo cómo reaccionar ante una emergencia.

—Tampoco tiene por qué hacerlo. Su suerte ya la protege en caso de emergencia.

—Hasta ahora ignoraba que era capaz de reaccionar ante una emergencia. Nunca había tenido verdaderos motivos para confiar en sí misma. Hasta ahora nada justificaba su aplomo.

—Debo confesar que no lo entiendo.

—Descubrir las propias limitaciones forma parte del proceso de maduración. Teela era incapaz de madurar, no podía convertirse en una verdadera persona adulta sin haber tenido que hacer frente a algún tipo de emergencia física.

—Debe de ser una característica muy humana —dijo Interlocutor. Luis interpretó el comentario como una confesión de absoluta incomprensión. No intentó seguir explicándoselo. El kzin añadió—: Me había estado preguntando si no habría sido un error aparcar el «Improbable» más alto que la torre que los nativos llaman Cielo. Tal vez lo consideraron una blasfemia. Pero todas estas reflexiones resultan fútiles, si partimos de la base de que todo depende de la suerte de Teela Brown.

Luis aún no había conseguido ver qué era eso que el kzin sostenía con tanto cuidado.

—¿Volviste a recoger la cabeza? De ser así, has perdido el tiempo. Será imposible congelarla a una temperatura lo suficientemente baja y con la rapidez necesaria.

—No, no es eso, Luis. —Interlocutor le mostró un objeto del tamaño de un puño en forma de peonza—. No lo toques. Podrías quedarte sin dedos.

—¿Sin dedos?

El extremo aguzado de la peonza acababa en un punzón, cuya punta se iba afilando hasta convertirse en el alambre negro que unía las pantallas cuadradas.

—Comprendí que los nativos habían conseguido manipular el cable —explicó Interlocutor—. Tenían que haberlo tocado para tender la trampa que hirió a Nessus. Regresé para averiguarlo. Resulta que encontraron un extremo del cable. Supongo que en el otro extremo no habrá más que cable desnudo; seguramente el cable se partió por la mitad cuando chocamos contra él con el «Embustero» y esta punta se zafó de la correspondiente ranura en una de las pantallas. Ha sido una suerte poder conseguir al menos un extremo.

—Y que lo digas. Podremos arrastrarlo detrás. No creo que se enrede en algo que luego no pueda cortar.

—¿Adónde vamos ahora, Luis?

—Hacia estribor. Regresaremos al «Embustero».

—Evidentemente. Tenemos que proporcionar a Nessus los cuidados médicos necesarios. ¿Y luego?

—Ya veremos.

Utilizaron plástico electrocoagulante para unir a una pared el cabo en forma de peonza. Pero no hubo forma de aplicarle la corriente. El desintegrador podría haberles sido útil, pero lo habían perdido. Cuando la situación ya era desesperada, Luis descubrió que la batería de su encendedor podía proporcionarles la corriente suficiente para coagular el plástico.

Dejaron el extremo aguzado de la peonza al descubierto y apuntando en dirección a babor.

—Si no me equivoco, la sala de mandos miraba hacia estribor —dijo Interlocutor—. De lo contrario, tendremos que repetir toda la operación. El cable tiene que colgar detrás nuestro.

—Espero que salga bien —dijo Luis. No tenía demasiada confianza... pero lo cierto era que no podían cargar el alambre en el edificio. Tenían que llevarlo colgado detrás.

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