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Authors: Larry Niven

Tags: #Ciencia Ficción

Mundo Anillo (29 page)

BOOK: Mundo Anillo
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Pero no lo había pensado.

El agua procedía del deshielo de las montañas cubiertas de nieve. Luis quiso gritar al sentir el intenso frío, pero ya tenía la cabeza bajo el agua. Al menos tuvo la prudencia de no inhalar.

Su cabeza emergió del agua. Chapoteó y comenzó a jadear a consecuencia del frío y la falta de aire.

Luego empezó a tomarle gusto a la cosa.

Sabía moverse en el agua; aunque siempre lo había hecho en aguas más calientes que ésa. Se mantuvo a flote, moviendo rítmicamente los pies, y empezó a sentir las corrientes generadas por la cascada deslizándose sobre su piel.

Teela ya le había visto. Le esperaba sentada bajo la cascada. Luis nadó a su encuentro.

Hubiera tenido que gritar a viva voz para conseguir que ella le oyera. Cualquier disculpa o palabra cariñosa estaba fuera de lugar. Sin embargo, podía tocarla.

Ella no esquivó sus caricias. Se limitó a inclinar la cabeza y dejar que el cabello le ocultara otra vez el rostro. Su rechazo tenía una intensidad casi telepática.

Luis lo respetó.

Se puso a nadar a su alrededor, ejercitando los músculos agarrotados tras dieciocho horas de permanecer sentado en la aerocicleta. El agua estaba estupenda. Pero llegó un momento en que el embotamiento producido por el frío se convirtió en dolor y Luis llegó a la conclusión de que corría el riesgo de contraer una pulmonía.

Tocó ligeramente a Teela en el brazo y le señaló la orilla. Ella asintió y le siguió.

Se tendieron junto a la charca, temblorosos, muy apretados uno contra otro y rodeados con los sobretodos termocontrolados, a modo de mantas. Poco a poco, sus cuerpos ateridos fueron absorbiendo el calor.

—Siento haberme reído —dijo Luis. Ella hizo un movimiento de cabeza, en señal de que aceptaba sus disculpas, pero no le perdonó explícitamente—. La verdad es que resultaba gracioso. ¡Los titerotes, los mayores cobardes del universo, habían tenido la osadía de procrear humanos y kzinti como si fuesen dos razas de ganado vacuno! Debían haber comprendido que corrían un gran riesgo. —Advirtió que estaba hablando más de la cuenta, pero deseaba explicarse, justificarse—. ¡Y mira lo que consiguieron! Sé algo sobre las guerras entre hombres y kzinti; tengo entendido que los kzinti eran bastante salvajes. Los antepasados de Interlocutor hubieran arrasado Zignamuclikclik hasta la última piedra. Interlocutor se contuvo... Pero procrear humanos basándose en la buena suerte...

—Crees que cometieron un error al hacer de mí lo que soy.

—¡Nej! ¿Crees que pretendo insultarte? Mi intención sólo era sugerir que la idea resulta muy graciosa. Y lo más divertido es que lo intentaran justamente los titerotes. Por eso me reí.

—¿Esperas que me ría contigo?

—Sería pedir demasiado.

—Está bien. Perdonado.

No le odiaba por haberse reído. Deseaba sentirse a gusto, no desquitarse. El calor de los sobretodos, y en particular el calor de los dos cuerpos unidos, producía una sensación agradable.

Luis comenzó a acariciarle la espalda. Ello la serenó.

—Me gustaría que nuestro grupo volviera a reunirse —comenzó a explicarle. Advirtió que su cuerpo se ponía tenso. Veo que no te atrae la idea.

—No.

—¿Por lo de Nessus?

—Le odio. ¡Le odio! Hizo criar a mis antepasados como ¡como animales! —Pareció calmarse un poco—. De todos modos, Interlocutor le hará pedazos si intenta regresar. Conque no hay problema.

—¿Y si persuadiera a Interlocutor para que Nessus se nos uniese otra vez?

—¿Cómo piensas conseguirlo?

—Es sólo una suposición.

—Pero, ¿para qué?

—Nessus sigue siendo el propietario del «Tiro Largo». Y esa nave es el único medio posible de conseguir trasladar la raza humana a las Nubes de Magallanes sin que la operación requiera varios siglos. Perderemos el «Tiro Largo» si abandonamos el Mundo Anillo sin Nessus.

—¡Cómo puedes ser tan materialista, Luis!

—Mira. Tú misma dijiste que si los titerotes no hubieran hecho lo que hicieron con los kzinti, a estas horas todos seríamos sus esclavos. Y es verdad. Pero si los titerotes no hubieran modificado las Leyes de Procreación, ¡tú ni siquiera habrías nacido!

Su cuerpo se puso muy rígido junto al de Luis. Su rostro reflejaba sus pensamientos.

Luis seguía insistiendo:

—Los titerotes hicieron todo eso hace ya mucho tiempo. ¿No puedes perdonar y olvidar?

—¡No puedo! —se apartó de él, se deslizó fuera de los tibios sobretodos y se zambulló en el agua helada. Luis titubeó un instante, luego la siguió. Un frío y húmedo impacto. Luego emergió. Teela se había sentado otra vez bajo la cascada.

Y le sonreía invitadora. ¿Cómo se las arreglaba para pasar tan fácilmente de un estado de ánimo a otro?

Luis nadó hacia ella.

—¡Vaya manera de hacerme callar! —dijo riendo.

Ella no podía haberle oído. Ni él mismo escuchaba sus palabras con el estruendo del agua que caía a su alrededor. Pero Teela también rió, sin un sonido, y le tendió los brazos.

—¡No valía la pena discutir por eso! —gritó él.

El agua estaba fría. Teela era el único calor. Se arrodillaron y se abrazaron.

El amor resultó una deliciosa combinación de frío y calor. Era un consuelo poder hacer el amor. No resolvía nada; pero al menos permitía rehuir los problemas del momento. Regresaron a las aerocicletas, aún temblorosos bajo sus calientes sobretodos. Luis no había vuelto a decir nada. Acababa de descubrir algo sobre Teela Brown.

No sabía mostrarse esquiva. Era incapaz de decir no y mantenerse firme. No sabía hacer reproches con una calculada intensidad, jocosos, incisivos o mortalmente envenenados, como hacían otras mujeres. Teela Brown nunca había sido herida socialmente, al menos no con la frecuencia suficiente para llegar a aprender esas artimañas.

Luis podría seguir intimidándola hasta el día del juicio y ella continuaría sin saber cómo pararle los pies. Y Luis, consciente de todo esto, no dijo ni una palabra, por esta y también por otra razón.

No quería hacerla sufrir. Así fueron avanzando en silencio con las manos entrelazadas y acariciándose sugestivamente con los dedos.

—Está bien —dijo ella de pronto—. Si convences a Interlocutor, por mí puede regresar Nessus.

—Gracias —dijo Luis, con gesto de sorpresa.

—Es sólo por el «Tiro Largo» —aclaró ella—. Además, no creo que lo consigas.

Era hora de comer y de practicar algunos ejercicios formales: flexiones de piernas y brazos, y otros informales como trepar a los árboles.

Interlocutor había regresado junto a las aerocicletas. No tenía la boca manchada de sangre. Cuando llegó a su vehículo apretó un botón, pero no para pedir una pastilla antialérgica, sino un húmedo trozo rectangular de hígado caliente. «Aquí viene el gran cazador», pensó Luis.

El cielo estaba encapotado cuando aterrizaron. Y seguía encapotado cuando despegaron. Luis reanudó la discusión vía intercom.

—Olvidemos lo que ocurrió últimamente.

—El tiempo no salda las cuestiones de honor, Luis, aunque es lógico que no lo entiendas. Además, las consecuencias de ese acto siguen muy vivas. ¿Por qué escogió Nessus a un kzin para su expedición?

—Ya nos lo dijo él mismo.

—¿Por qué seleccionó a Teela Brown? El Ser último debió de ordenarle comprobar si esos humanos habían heredado una buena suerte psíquica. También debía averiguar si los kzinti se habían tornado tan dóciles como ellos esperaban. Me escogió a mí, pues pensó que como embajador ante una especie notoria por su arrogancia, sería más probable que manifestase la docilidad esperada.

—Ya lo había pensado.

Luis había ido aún más allá en el razonamiento. ¿Habría recibido Nessus instrucciones de hablar del señuelo para atraer vástagos de las estrellas, con objeto de calibrar las reacciones de Interlocutor?

—No tiene importancia. Te aseguro que no soy dócil.

—Deja de usar esa palabra. ¡Te impide pensar correctamente!

—Luis, ¿por qué intercedes en favor del titerote? ¿Por qué deseas su compañía?

«Bien preguntado», pensó Luis. Sin duda, el titerote merecía sufrir un poco. Y si lo que Luis sospechaba era cierto, Nessus no corría el menor peligro.

¿Es que sólo Luis Wu sentía afecto por los seres de otras especies?

¿O era un problema aún más general? Un titerote era un ser distinto. La diferencia era un factor importante. Un hombre de la edad de Luis Wu podía acabar hastiado de la vida, si no encontraba un poco de variedad. La compañía de seres de otras especies constituía una necesidad vital para Luis Wu.

Las aerocicletas se remontaron, siguiendo la ladera de las montañas.

—Es una cuestión de puntos de vista —respondió Luis Wu—. Nos encontramos en un medio extraño, más extraño que cualquier mundo humano o kzinti. Necesitaremos todas las visiones que seamos capaces de reunir, sólo para hacernos una idea de lo que ocurre.

Teela aplaudió silenciosamente. ¡Buen argumento! Luis le devolvió el guiño. Una conversación muy humana; Interlocutor jamás conseguiría adivinar su sentido.

—No necesito que un titerote me explique cómo es el mundo —iba diciendo mientras tanto el kzin—. Me basta con mis propios ojos, mi nariz y mis oídos.

—Eso sería discutible. Pero, en todo caso, necesitas el «Tiro Largo». Todos tenemos necesidad de las técnicas materializadas en esa nave.

—Para obtener provecho. Un motivo muy poco digno.

—¡No seas injusto, nej! ¡El «Tiro Largo» será útil a toda la raza humana, y también a la kzinti!

—Tonterías. Aunque no seas tú solo el beneficiado, subsiste el hecho de que estás dispuesto a canjear tu honor por una ventaja material.

—Mi honor no está en entredicho —le azuzó Luis.

—Yo diría que sí —terció Interlocutor. Y cortó.

—Es un buen truco, esa palanquita —comentó Teela con malicia—. Estaba segura de que desconectaría.

—Yo también. Pero, ¡por Finagle! Es difícil de convencer.

Más allá de las montañas se abría una interminable extensión de lanudas nubes blancas, que se tornaban grisáceas en las proximidades del horizonte-infinito. Las aerocicletas parecían flotar sobre blancas nubes, más abajo se divisaba un cielo de un azul reluciente sobre el que se lograba distinguir la tenue silueta del Arco, justo en el límite de lo visible.

Las montañas desaparecieron a sus espaldas. Luis sintió una punzada de nostalgia al recordar la charca del bosque con la cascada. Jamás volverían a verla.

Las aerocicletas iban dejando una estela, una ondulación sobre la capa de nubes formada bajo el impacto de las ondas sonoras rechazadas por los vehículos. Frente a ellos, sólo un detalle rompía la infinidad del horizonte. Luis decidió que debía ser una montaña o bien una tormenta, muy distante y muy grande. Desde ahí parecía tener el tamaño de una cabeza de alfiler vista desde un metro de distancia.

Interlocutor rompió el silencio:

—Un resquicio en la capa de nubes, Luis. Frente a nosotros.

—Ya lo he visto.

—¿Ves cómo brilla la luz a través del resquicio? El terreno refleja una enorme cantidad de luz.

Tenía razón, los rebordes del resquicio abierto entre las nubes emitían un intenso resplandor.

—¿Y si estuviéramos volando sobre una zona de material base del anillo? Sería la mayor erosión encontrada en el revestimiento hasta el momento.

—Quisiera verlo mejor.

—De acuerdo —dijo Luis.

Siguió con la mirada la manchita de la aerocicleta de Interlocutor que se alejaba a toda velocidad rumbo a giro. Con su aerocicleta a 2 Mach, Interlocutor apenas conseguiría una visión fugaz del suelo...

Se le planteaba un dilema. ¿Qué debía observar? ¿La manchita plateada de la aerocicleta de Interlocutor, o el pequeño rostro gatuno de color anaranjado sobre la pantalla? Una imagen era real, la otra más detallada. Ambas ofrecían información, aunque de distinto tipo.

En principio, ninguna solución resultaba del todo satisfactoria. En la práctica, como es lógico, Luis acabó por mirar alternativamente una y otra.

Vio a Interlocutor acercándose al resquicio...

El intercom repitió el aullido del kzin. La manchita plateada se tornó súbitamente aún más brillante; y el rostro de Interlocutor se trocó en un cegador destello de luz blanca. Tenía los ojos firmemente, cerrados, y la boca abierta en un alarido.

La imagen palideció. Interlocutor había cruzado el resquicio abierto en las nubes. Se tapaba el rostro con un brazo. La piel que lo cubría estaba chamuscada y humeante.

Bajo la plateada manchita divergente de la aerocicleta de interlocutor se divisaba una zona iluminada sobre la capa de nubes..., como si un foco estuviera siguiendo al kzin desde abajo.

—¡Interlocutor! —gritó Teela—. ¿Puedes ver?

Interlocutor la oyó y se descubrió la cara. La piel anaranjada estaba intacta en una amplia banda que incluía los ojos. El resto de la piel estaba negra y chamuscada. Interlocutor abrió los ojos, volvió a cerrarlos con fuerza, los abrió otra vez.

—Estoy ciego —dijo.

—Sí, pero ¿puedes ver?

Preocupado como estaba por Interlocutor, Luis casi no prestó atención a lo curioso de la pregunta. Sin embargo, subliminalmente captó algo en el tono de voz de la muchacha: ansiedad y, subyacente a ésta, la insinuación de que Interlocutor no había respondido a su pregunta y debía darle otra oportunidad.

Pero no había tiempo que perder.

—¡Interlocutor! Acopla tu vehículo al mío. Tenemos que buscar un lugar resguardado —gritó Luis.

Interlocutor movió unas cuantas palancas en su tablero.

—Ya está. Luis, ¿qué clase de cobertura?

Su voz sonaba más ronca y distorsionada por el dolor.

—Regresaremos a las montañas.

—No. Perderíamos demasiado tiempo. Luis, ya sé lo que me atacó. Si no me equivoco, estaremos a salvo mientras tengamos el resguardo de las nubes.

—¿Eh?

—Tendrás que investigar.

—Necesitas cuidados médicos.

—Así es, pero primero debes buscarnos un lugar donde aterrizar. Debes descender donde las nubes sean más densas...

Bajo las nubes, no estaba oscuro. Se filtraba un poco de luz y buena parte de ella era reflejada otra vez sobre Luis, Wu. El brillo resultaba cegador.

En esa región la superficie terrestre era una llanura ondulada. El material base del anillo estaba cubierto de tierra y vegetación.

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