El no muerto está basada en las notas de Bram Stoker que fueron editadas de la primera versión de Drácula. A través de un exhaustivo proceso de investigación, Ian Holt y Dacre Stoker han conseguido dar vida de nuevo a estos personajes clásicos en una novela electrizante, digna de la primera parte.
El monstruo murió hace 25 años desintegrado, convertido en cenizas pero no ha sido tan fácil borrar las huellas de aquello que ocurrió en los Cárpatos hace un cuarto de siglo. Seward es adicto a la morfina. Holmwood se ha convertido en un hombre hermético, que nunca superó la muerte de Lucy, el amor de su vida. Jonathan es alcohólico y Mina —quien sigue manteniendo su belleza y juventud intactas— sabe que hace tiempo que su matrimonio hace aguas. Y Van Helsing es tan excéntrico incluso es sospechoso de ser el mismísimo Jack el destripador.
Quincey Harker, el hijo de Jonathan y Mina, también tiene problemas. Es estudiante de derecho en la Sorbona por imposición paterna, pero su verdadera pasión es el teatro. En París irá a ver al más reputado actor del momento, el rumano Basarab, famoso y rodeado de misterio. Lo conoce y su relación de amistad con él se hace profunda, con lo que su deseo de perseguir una carrera en las artes escénicas reaparece. Quincey se entera de que una obra llamada Drácula, de un tal Bram Stoker, está en proceso de producción en el West End londinense y decide intentar que su amigo Basarab interprete al protagonista. Cuando lee la obra se da cuenta de que está basada en las vidas de sus padres y sus amigos y decide pedirles explicaciones. Es justo entonces cuando empieza la violenta caza de todos y cada uno de los que participaron en la persecución y muerte del vampiro, un peligro que también amenaza a Quincey y más de lo que él imagina…
Pero ¿quién busca venganza? Y ¿por qué después de tanto tiempo?
Dacre Stoker - Ian Holt
Drácula, el no muerto
ePUB v1.1
NitoStrad28.07.12
Título original:
Dracula. The Un-Dead
Autor: Dacre Stoker, Ian Holt
Traducción: Javier Guerrero
Primera edición: octubre de 2009
Editor: NitoStrad (v1.0, v1.1)
ePub base v2.0
Carta de Mina Harker a su hijo Quincey Harker
(Para abrirla tras la muerte repentina o por causas no naturales de Wilhelmina Harker.)
9 de marzo de 1912
Querido Quincey:
Mi querido hijo, toda la vida has sospechado que ha habido secretos entre nosotros. Temo que ha llegado la hora de revelarte la verdad. Seguir negándola pondría en peligro tu vida y tu alma inmortal.
Tu querido padre y yo decidimos ocultarte los secretos de nuestro pasado para protegerte de la oscuridad que envuelve este mundo. Deseábamos darte una infancia libre de los temores que nos han perseguido durante toda nuestra vida adulta. Cuando creciste y te convertiste en el joven prometedor que eres hoy, decidimos no contarte lo que sabíamos por temor a que nos tomaras por locos. Perdónanos. Si estás leyendo esta carta es que el mal —del cual con tanta desesperación y quizás equivocadamente hemos tratado de protegerte— ha regresado. Y ahora tú, como antes tus padres, estás en grave peligro.
En el año 1888, cuando tu padre y yo aún éramos jóvenes, descubrimos que el mal acecha en las sombras de nuestro mundo, esperando para alimentarse de los no incrédulos e incautos.
Tu padre, entonces un joven abogado, fue enviado a la remota Transilvania. Su labor consistía en ayudar al príncipe Drácula a cerrar la adquisición de una propiedad en Whitby, un antiguo monasterio conocido como abadía de Carfax.
Durante su estancia en Transilvania, tu padre descubrió que su anfitrión y cliente, el príncipe Drácula, era en realidad una criatura de las que se pensaba que sólo existían en los cuentos y las leyendas populares, uno de esos que se alimentan de la sangre de los vivos para lograr la inmortalidad. Drácula era lo que sus paisanos llamaban «Nosferatu», el No Muerto. Te costará menos reconocer a la criatura por su nombre más común: vampiro.
El príncipe Drácula, temiendo que tu padre revelara la verdad al mundo, lo encarceló en su castillo. Poco después, el propio Drácula reservó un pasaje para Inglaterra en una goleta, el Demeter; pasó muchos días del trayecto escondido en alguna de las decenas de cajas de transporte que llenaban la bodega. Se ocultó de esta extraña manera porque, aunque un vampiro puede tener la fuerza de diez hombres y la capacidad de adoptar múltiples formas, la luz del sol podía reducirlo a cenizas.
En ese momento, yo me alojaba en Whitby, en la casa de mi más íntima y estimada amiga, Lucy Westenra. Se había desatado una tormenta en el mar y una densa niebla envolvía los traicioneros acantilados de Whitby. Lucy, incapaz de conciliar el sueño, vio desde su ventana el barco, que, impulsado por la tormenta, se dirigía a las rocas. Salió corriendo en plena noche en un intento de dar la voz de alarma antes de que el buque naufragara, pero no llegó a tiempo. Yo me desperté presa del pánico, vi que Lucy no estaba a mi lado en la cama y corrí a buscarla en medio de la tormenta. La encontré al borde del acantilado, inconsciente y con dos pequeños orificios en el cuello.
Lucy se puso gravemente enferma. Su prometido, Arthur Holmwood, hijo de lord Godalming, y su querido amigo, Quincey P. Morris, un visitante tejano al que debes tu nombre, corrieron a su lado. Arthur llamó a todos los médicos de Whitby y de otros lugares, pero ninguno de ellos supo explicar la enfermedad de Lucy. Fue nuestro amigo y propietario del manicomio de Whitby, el doctor Jack Seward, quien llamó a su mentor de Holanda, el doctor Abraham van Helsing.
El doctor Van Helsing, instruido hombre de medicina, también estaba versado en lo oculto. Enseguida diagnosticó que Lucy había sufrido la mordedura de un vampiro.
Fue entonces cuando finalmente tuve noticias de tu padre. Había escapado del castillo del príncipe Drácula y se había refugiado en un monasterio, donde también él estaba gravemente enfermo. Me vi obligada a dejar la cabecera del lecho de Lucy y viajé para reunirme con él. Fue allí, en Budapest, donde nos casamos.
Tu padre me habló de los horrores que había presenciado, y a raíz de ello averiguamos la identidad del vampiro que había atacado a Lucy y que amenazaba nuestras vidas: el príncipe Drácula.
A nuestro regreso de Budapest, nos enteramos de que Lucy había muerto. Pero lo peor estaba por llegar. Días después de su muerte se había levantado de la tumba. Se había convertido en un vampiro y se alimentaba de la sangre de niños pequeños. El doctor Van Helsing, Quincey Morris, el doctor Seward y Arthur Holmwood se enfrentaron a una decisión terrible. No les quedó otra alternativa que clavar una estaca en el corazón de Lucy para liberar su desdichada alma.
Poco después, el príncipe Drácula regresó de noche para atacarme. Después de ese ataque, todos juramos cazar y destruir al vampiro para liberar al mundo de su maldad. Y así fue como nos convertimos en la «banda de héroes» que persiguió a Drácula hasta su castillo de Transilvania. Allí, Quincey Morris murió luchando, pero, como el héroe que era, logró clavar un puñal en el corazón de Drácula. Todos vimos estallar en llamas al príncipe Drácula, que luego se convirtió en polvo con los últimos rayos del sol.
Éramos libres, o eso pensé. Sin embargo, un año después de que tú nacieras, empecé a sufrir pesadillas horribles. Drácula me acosaba en sueños. Fue entonces cuando tu padre me recordó la advertencia del Príncipe Oscuro, que había asegurado: «Me cobraré mi venganza. La extenderé durante siglos. El tiempo está de mi lado».
Desde ese día, tu padre y yo no hemos conocido la paz. Hemos pasado los años mirando por encima del hombro. Y temo que ahora ya no somos lo bastante fuertes para protegerte de su mal.
Has de saber esto, hijo mío, si quieres sobrevivir al mal que ahora te acecha; acepta la verdad que te cuento en estas páginas. Busca en el interior de tu joven ser y, tal y como tu padre y yo nos vimos obligados a hacer en una ocasión, busca al valiente héroe que se halla en tu interior. Drácula es un enemigo sabio y astuto. No puedes huir y no hay lugar donde esconderse. Has de enfrentarte y luchar.
Buena suerte, mi querido hijo, y no temas. Si Van Helsing tiene razón, los vampiros son auténticos demonios y Dios estará de tu lado en el combate.
Con todo mi amor inmortal,
Tu madre, Mina
Océanos de amor, Lucy.
L
a inscripción era la única cosa en la que el doctor Jack Seward pudo concentrarse cuando sintió que la oscuridad le vencía. En la oscuridad estaba la paz, no había luces crudas que iluminaran los restos hechos jirones de su vida. Durante años se había consagrado a combatir la oscuridad. Ahora se limitaba a abrazarla.
Seward sólo encontraba paz por la noche, en el recuerdo de Lucy. En sus sueños, todavía sentía la calidez de su abrazo. Por un fugaz instante, regresó a Londres, a una época más feliz, donde encontraba sentido a la existencia rodeado de su entorno y dedicado a la investigación. Ésa era la vida que había deseado compartir con Lucy.
El estruendo matinal de las carretas de los lecheros, pescaderos y otros comerciantes que se apresuraban ruidosamente por las calles adoquinadas de París se infiltró en el sueño de Seward y lo devolvió de golpe a la dura realidad del presente. Se obligó a abrir los ojos. Le escocían más que si le hubieran echado yodo en una herida abierta. Cuando logró enfocar el techo resquebrajado de la vieja habitación alquilada de aquel albergue parisino, reflexionó sobre lo mucho que había cambiado su vida. Le entristecía ver que había perdido la musculatura de antaño. Su bíceps flácido parecía una de esas modernas bolsitas de té hechas de muselina cosida a mano después de sacarla de la tetera. Las venas de su brazo eran como los ríos de un mapa ajado. No era más que una sombra de lo que había sido.
Seward rezó por que la muerte no tardara en llegar. Había donado su cuerpo a la ciencia, para que lo usaran en un aula de su antigua universidad. Le reconfortaba pensar que su muerte ayudaría a inspirar a futuros médicos y científicos.
Al cabo de un rato, recordó el reloj, que todavía agarraba con la mano izquierda. Le dio la vuelta. ¡Las seis y media! Durante un instante le invadió el pánico. ¡Por todos los demonios! Había dormido demasiado. Seward se puso en pie, tambaleándose. Una jeringuilla de cristal vacía rodó desde la mesa y se hizo añicos en el sucio suelo de madera. Una ampolla de morfina de color marrón ahumado estaba a punto de sufrir el mismo destino que la jeringuilla, pero Seward cogió rápidamente el preciado líquido y se desató la cinta de cuero del bíceps izquierdo con un ágil movimiento. Recuperó la circulación normal en el tiempo que tardó en bajarse la manga y volver a colocarse los gemelos con el monograma de plata en su raída camisa de etiqueta. Se abotonó el chaleco y se puso la chaqueta. Wallingham & Sons eran los mejores sastres de Londres. Si el traje lo hubiera confeccionado cualquier otro, se habría desintegrado diez años antes. «La vanidad se resiste a morir», pensó Seward para sus adentros con una risita carente de humor.
Tenía que darse prisa si no quería que se le escapara el tren. ¿Dónde estaba la dirección? La había guardado en un lugar seguro. Ahora que la necesitaba, no lograba recordar dónde la había metido. Dio la vuelta al colchón lleno de paja, inspeccionó la parte inferior de la mesa que bailaba y miró bajo los cajones de verdura que servían de sillas. Pasó su mirada por las pilas de recortes de periódico viejos. Sus titulares hablaban de la preocupación actual de Seward: horripilantes historias de Jack el Destripador. Fotos de las autopsias de las cinco víctimas conocidas. Las mujeres mutiladas parecían posar, con las piernas abiertas, como si esperaran aceptar a su desquiciado asesino. Se tenía al Destripador como a un carnicero de mujeres, pero un carnicero es mucho más piadoso con los animales que sacrifica. Seward había releído infinidad de veces las notas de las autopsias. Páginas sueltas de sus teorías e ideas escritas en trozos de papel, cartón rasgado y cajas de cerillas desplegadas revoloteaban a su alrededor como hojas arrastradas por el viento.