Muerte de la luz (36 page)

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Authors: George R.R. Martin

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Muerte de la luz
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Garse Janacek giró en el asiento y apoyó la mano derecha en el brazo de Dirk. Las piedravivas intactas fulguraban débilmente contra el hierro del brazalete.

—El vínculo de hierro-y-fuego es más fuerte que cualquier vínculo que usted conozca —dijo gravemente el kavalar—, y mucho más fuerte que cualquier vínculo de gratitud fugaz. Si usted se hubiese negado, t'Larien, le habría cortado la lengua para que no revelara mis planes a los Braith y hubiera seguido adelante. Por las buenas o por las malas, usted habría hecho su parte. Comprenda t'Larien, no le odio, pese a que en varias oportunidades me ha dado motivos. A veces he simpatizado con usted, tanto como un Jadehierro puede simpatizar con un individuo al que no está ligado por ningún vínculo. No le causaría daño adrede pero llegado el caso, le causaría daño. Pues he reflexionado detenidamente, y mi plan es lo más seguro para Jaan Vikary.

Janacek habló sin esbozar siquiera una sonrisa. Esta vez al menos, no bromeaba.

Dirk no tuvo mucho tiempo para reflexionar sobre las palabras de Janacek. La máquina descendió en la noche como una piedra increíblemente ligera, y revoloteó como un espectro sobre las copas de los estranguladores. El vehículo derribado aún ardía entre llamas moribundas y anaranjadas que se escurrían por el tronco de un árbol caído y chamuscado, y una pantalla de humo le borroneaba los contornos.

Janacek se acercó, abrió una de las portezuelas blindadas y arrojó el rifle al bosque. Dirk le insistió para que arrojara también la chaqueta que él había usado, pues la piel y el cuero serían una bendición para un hombre que corría desnudo por la floresta.

Después se remontaron nuevamente al cielo, y Garse le sujetó las manos y los pies. Las ligaduras, apretadas y cortantes, le dificultaban la circulación, sin duda, serían convincentes. Después, encendiendo los faros y las luces laterales, Janacek enfiló hacia el círculo iluminado.

Los sabuesos, encadenados a estacas, dormían al lado del agua, pero despertaron cuando el extraño aeromóvil descendió; Janacek aterrizó en medio de feroces aullidos. Sólo uno de los Braith estaba a la vista: el enjuto cazador de pelo negro y revuelto como un ovillo de alambre quemado. Dirk sabía que era el
teyn
de Pyr, pero ignoraba su nombre. El hombre estaba sentado junto a una fogata, cerca de los sabuesos, con un rifle láser al costado. Pero en cuanto ellos se acercaron, se incorporó con agilidad.

Janacek destrabó la escotilla y la abrió. El frío aire nocturno penetró en la cálida cabina. El kavalar levantó a Dirk de un tirón y lo bajó de la máquina a empellones, obligándole a arrodillarse en la arena fría.

—Jadehierro —avisó roncamente el hombre de guardia; sus
kethi
ya estaban saliendo de sus sacos de dormir y de los aeromóviles, y empezaban a reunirse.

—Traigo un regalo —dijo Janacek, las manos en las caderas—. Un presente de Jadehierro, para Braith.

Los cazadores eran seis en total, advirtió Dirk mirando desde su incómoda postura; todos habían estado en Desafío. El calvo y corpulento Pyr, que dormía a la intemperie cerca de su
teyn
, fue el primero en acercarse. Pronto se les unieron Rosef alto-Braith y su calmo y musculoso compañero. Ellos también habían dormido en el suelo, cerca del aeromóvil. En último término, Lorimaar alto-Braith Arkellor, el costado izquierdo del pecho envuelto en vendas oscuras, emergió lentamente del aeromóvil rojo en forma de cúpula, apoyándose en el brazo del hombre gordo que antes había estado con él. Los seis comparecieron tal como habían dormido: totalmente vestidos y armados.

—Se agradece el presente, Jadehierro —dijo Pyr, que llevaba un cinturón negro de metal, con una pistola, pero estaba sin su bastón, y así parecía incompleto.

—Lo que no se agradece es tu presencia —dijo Lorimaar, avanzando a los tumbos; se inclinaba tanto sobre su
teyn
que parecía giboso y encorvado. Ya no tenía aspecto de gigante. Y Dirk, observándole, creyó verle nuevas arrugas en la piel, surcos profundos y acusados, tallados por el dolor.

—Ahora es obvio que los duelos para los que me nombraron arbitro nunca se librarán —dijo serenamente Rosef, sin la hostilidad que engrosaba la voz de Lorimaar—, de modo que no tengo autoridad especial y no puedo hablar en nombre de Alto Kavalaan o Braith. Pero estoy seguro de que hablo por todos nosotros al decir que no toleraremos que interfieras, Jadehierro. Aunque nos traigas un presente de sangre.

—Cierto —dijo Lorimaar.

—No me propongo interferir —dijo Janacek—. Me propongo unirme a la partida.

—Estamos cazando a tu
teyn
—dijo el compañero de Pyr.

—Eso ya lo sabe —barbotó Pyr.

—No tengo
teyn
—dijo Janacek—. Un animal merodea en el bosque ciñendo mi hierro-y-fuego. Estoy dispuesto a matarlo con vosotros y reclamar lo que me pertenece —su voz era muy dura y convincente.

Uno de los sabuesos se paseaba impaciente, tironeando de la cadena. Gruñó y se detuvo para fruncir la cara de rata. frente a Janacek, mostrándole una fila de dientes amarillos.

—Está mintiéndonos —dijo Lorimaar—. Hasta nuestros perros huelen la mentira. No simpatizan con él.

—Un Cuasi-hombre —añadió su
teyn.

Garse Janacek volvió ligeramente la cabeza. La trémula luz del fuego le arrancó chispas rojas de la barba mientras él esbozaba una sonrisa irónica y amenazante.

—Saanel Braith —dijo—. Tu
teyn
está herido y me insulta con impunidad, pues sabe que no puedo retarlo a duelo. Pero tú no gozas de esa protección.

—Por el momento sí —terció con aspereza Rosef alto-Braith—. Es una treta que no vamos a permitirte, Jadehierro. No te batirás con nosotros, uno por uno, para salvar a un renegado.

—Acabo de afirmar que no me interesa salvarle. No tengo
teyn.
Nadie puede privarme de los derechos que otorga el código.

El menudo y encorvado Rosef, medio metro más bajo que los demás kavalares, miró fijamente a Janacek y se negó a ceder.

—Estamos en Worlorn —dijo—, y hacemos lo que se nos antoja.

Corrió un murmullo de aprobación.

—Sois kavalares —insistió Janacek, pero un destello de duda le cruzó el rostro—. Sois Braith, y altoseñores de Braith, vinculados a vuestra coalición y a vuestro consejo y sus disposiciones.

—En el pasado he visto a muchos de mis
kethi y
a muchos más hombres de otros clanes renunciar a la vieja sabiduría —dijo Pyr con una sonrisa—. "Esto y esto está mal", decían los flojos de Jadehierro. "No seguiremos estas normas". Y los corderos de Acerorrojo los imitaban, y también los afeminados de Shanagato, y muchos Braith, lamentablemente. ¿Me equivoco? Te presentas aquí para sermonearnos acerca del código, pero si mal no recuerdo, en mi juventud eran los Jadehierro quienes querían disuadirme de cazar Cuasi-hombres. ¿No hubo blandos kavalares que viajaron a Avalon para aprender acerca de armas, vuelos espaciales y otras cosas útiles, y volvieron saturados de mentiras, instigándonos a cambiar nuestras tradiciones al extremo de que nuestro antiguo código se transformó en algo vergonzoso, cuando antes nos colmaba de orgullo? Dime, Jadehierro: ¿me equivoco?

Garse guardó silencio. Se cruzó aplomadamente de brazos.

—Jaan Vikary, ex alto-Jadehierro, fue el peor de los reformadores, de los mentirosos. Y tú no le ibas mucho a la zaga —dijo Lorimaar.

—Yo nunca estuve en Avalon —dijo simplemente Garse.

—Respóndeme —insistió Pyr—. ¿Acaso tú y Vikary no intentasteis cambiar las viejas costumbres? ¿No os burlabais de las partes del código que os disgustaban?

—Nunca infringí las normas —dijo Janacek—. Jaan…, a veces… —tartamudeó.

—Lo admite —dijo Saanel.

—Hemos hablado entre nosotros —dijo Rosef con voz calma—. Si los altoseñores pueden matar infringiendo el código, si las cosas que damos por ciertas pueden ser alteradas y desdeñadas, entonces nosotros también podemos introducir cambios y desechar toda sabiduría que no nos interese, por falsa. Ya no estamos vinculados a Braith, Jadehierro. Es el mejor clan, pero eso no basta. Nuestros antiguos
kethi
aceptaron ciertas mentiras con excesiva blandura. Nadie volverá a deformarnos ni a jugar con nosotros. Regresaremos a las tradiciones más puras, al credo que era antiguo aún antes que cayera Puño de Bronce, a los días en que los altoseñores de Jadehierro y Taal y las Moradas del Carbón Profundo luchaban contra los demonios en las colinas de Lameraan.

—Ya ves, Jadehierro —dijo Pyr—. Nos llamas por un nombre falso.

—No lo sabía —dijo lentamente Janacek.

—Llámanos por nuestro nombre verdadero. No somos Braith.

Los ojos del Jadehierro lucían rígidos y sombríos; aún cruzado de brazos, se volvió a Lorimaar.

—Habéis fundado un nuevo clan… —dijo.

—Hay precedentes —argumentó Rosef—. Acerorrojo fue fundado por los renegados de la Montaña de la Piedraviva, y Braith mismo nació de Puño de Bronce.

—Yo soy Lorimaar Reln Zorro
alto-Larteyn
Arkellor —dijo Lorimaar con su voz dura y dolorida.

—Honor a tu clan —respondió Janacek, irguiéndose rígidamente—. Honor a tu
teyn.

—Todos somos Larteyn —dijo Rosef.

Pyr rió.

—Somos el consejo de altoseñores de Larteyn, y nos atenemos a los antiguos códigos —dijo.

En el silencio que siguió, Janacek miró de hito en hito a cada uno de los presentes. Dirk le observaba desde el suelo, maniatado y de rodillas.

—Os habéis denominado Larteyn —dijo al fin Janacek— de modo que sois Larteyn. Todos los viejos preceptos convienen en ello. Pero os recuerdo que todo eso de lo que habláis, los hombres y doctrinas y clanes que invocáis, todo está muerto. Puño de Bronce y Taal fueron destruidos en altaguerra antes que naciera cualquiera de vosotros, y las Moradas del Carbón Profundo ya estaban inundadas y deshabitadas en el Tiempo del Fuego y los Demonios.

—Los preceptos de ellos viven en Larteyn —dijo Saanel.

—No sois más que seis —dijo Janacek—, y Worlorn está muriendo.

—Bajo nuestro dominio volverá a vivir —dijo Rosef—. La noticia se difundirá en Alto Kavalaan y vendrán otros; nuestros hijos nacerán aquí, para cazar en los bosques de estranguladores.

—De acuerdo —dijo Janacek—. No es de mi incumbencia. Jadehierro no tiene pleitos con Larteyn. Vengo a vosotros abiertamente y os solicito unirme a la partida —apoyó la mano en el hombro de Dirk—. Y os traigo un presente de sangre.

—Es verdad —dijo Pyr, y guardó silencio un instante; luego se volvió a los otros—: Opino que le dejemos acompañarnos.

—No —dijo Lorimaar—. No confío en él. Se le ve demasiado ansioso.

—Por una razón, Lorimaar alto-Larteyn —dijo Janacek—. Una gran vergüenza ha manchado el nombre de mi clan y el mío. Quiero limpiar mi honor.

—Todo hombre debe proteger su orgullo, por mucho que le duela —convino Rosef—. Eso es indudable.

—Que venga con nosotros —dijo el
teyn
de Rosef—. Él está sólo, nosotros somos seis. ¿Qué puede hacernos?

—¡Está mintiendo! —insistió Lorimaar—. ¿Cómo supo que estábamos aquí? ¡Preguntadle! ¡Y mirad! —señaló el brazo derecho de Janacek, donde las piedravivas fulguraban como ojos rojizos; sólo faltaba un puñado.

Janacek empuñó el machete con la mano izquierda y lo desenvainó con lentitud. Luego le extendió la mano derecha a Pyr.

—Ayúdame a sostener el brazo con firmeza —dijo sin inmutarse—, y me desharé de los falsos fuegos de Jaan Vikary.

Pyr accedió. Nadie hablaba. Janacek actuó con rapidez y seguridad. Cuando terminó, las piedravivas yacían en la arena como brazas de una hoguera pisoteada. Se agachó y recogió una, la tiró hacia arriba y la manoteó como si estuviera sopesándola, sin dejar de sonreír. Luego echó el brazo hacia atrás y la arrojó; la piedra trazó una amplia curva antes de caer. Al descender parecía una estrella fugaz. Dirk casi esperaba que siseara al hundirse en las oscuras aguas del lago. Pero no se oyó nada, ni siquiera un chapoteo.

Janacek alzó una por una todas las piedravivas, las sopesó en la palma y las tiró al lago. Cuando arrojó la última, se volvió a los cazadores y extendió el brazo derecho.

—Hierro desnudo —dijo—. Mirad. Mi
teyn
ha muerto.

Nadie volvió a poner reparos.

—Se acerca el alba —dijo Pyr—. Soltemos la presa.

De modo que los cazadores volvieron la atención a Dirk y todo sucedió más o menos como Janacek le había dicho. Le cortaron las ligaduras y le dejaron frotarse las muñecas y los tobillos para reanimar la circulación. Luego le empujaron contra un aeromóvil y Rosef y Saanel lo aferraron, mientras Pyr le rasgaba las vestimentas. El cazador calvo manejaba el cuchillo tan diestramente como el bastón, pero no se quedaba en delicadezas; le dejó un tajo largo en la cara interior del muslo, y otro más corto y profundo en el pecho.

Dirk parpadeó mientras Pyr le cortajeaba la ropa, pero no intentó resistirse. Cuando estuvo desnudo por completo y con la espalda aplastada contra el frío flanco metálico del aeromóvil, el viento le hizo tiritar.

De pronto, Pyr hizo una mueca de asombro.

—¿Qué es esto? —barbotó, y estiró la mano pequeña y blanca hacia la joya susurrante que colgaba del cuello de Dirk.

—No —dijo Dirk.

Pyr dio un tirón brusco. La cadena de plata mordió la garganta de Dirk; la joya quedó libre de su improvisado sostén.

—¡No! —gritó Dirk, se arrojó hacia adelante y empezó a forcejear; Rosef se tambaleó y cayó a un costado, Saanel se le colgó del brazo, y Dirk le asestó un golpe en el cuello taurino, debajo de la barbilla. El hombre gordo le soltó con un juramento, y Dirk se volvió hacia Pyr, que había recogido el bastón y sonreía. Dirk avanzó un paso y se detuvo.

Esa vacilación fue fatal. Saanel le atacó por atrás, rodeándole la cabeza con el brazo, y le aplicó una llave que paulatinamente le dejó sin aliento. Pyr observaba con desaprensión; tiró el bastón en la arena y apresó la joya susurrante entre el pulgar y el índice.

—Alhajas de Cuasi-hombre —dijo con desdén; para él no significaban nada, los diseños trazados por el ésper no le afectaban la mente. Tal vez percibía que la pequeña lágrima era fría al tacto, tal vez no. Pero no percibía ningún susurro. Llamó a su
teyn
, que estaba pisoteando la fogata—. ¿Quieres un regalo de t'Larien?

Calladamente, el hombre se acercó, tomó la joya y la observó un instante. Luego se la echó en el bolsillo de la chaqueta. Se alejó sin comentarios y recorrió el contorno del campamento Braith, para apagar las linternas de mano hincadas en la arena. Al extinguirse las luces, Dirk vislumbró el destello rosáceo del alba en el horizonte.

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