Muerte de la luz (35 page)

Read Muerte de la luz Online

Authors: George R.R. Martin

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Muerte de la luz
11.83Mb size Format: txt, pdf, ePub

—El blindaje —explicó Janacek cuando Dirk aludió al reducido espacio interior; sujetó a Dirk en un asiento incómodo y rígido, con un apretado arnés de combate; luego, él se instaló del mismo modo y poco después levantaron vuelo.

La cabina, pobremente iluminada y cerrada por completo, tenía indicadores e instrumentos por todas partes, incluso encima de las portezuelas. No tenía ventanas; un panel de ocho pequeñas videopantallas daba al piloto seis vistas del exterior. El tapizado era de un material sintético incoloro y sin ornamentos.

—Este vehículo tiene más años que nosotros dos —dijo Janacek mientras se elevaban; parecía deseoso de hablar, y amigable, pese a su habitual mordacidad—. Y ha visto más mundos que usted mismo. Tiene una historia fascinante. Este modelo data de hace cuatrocientos años normales. Lo construyeron los Ingenios de Dam Tullian, en el Velo del Tentador. Y lo emplearon en sus guerras contra Erikan y Esperanza del Errabundo. Al cabo de un siglo fue averiado y abandonado. Los erikanos se adueñaron de él en tiempos de paz y lo vendieron a los Angeles de Acero de Bastión, que lo utilizaron en una serie de campañas, hasta que finalmente los prometeicos se lo quitaron. Un mercader Kimdissi lo compró en Prometeo y me lo vendió a mí, y yo lo adapté para el duelo de honor. Desde entonces nadie me ha desafiado a un combate aéreo. Observe —estiró la mano y apretó un botón luminiscente, y de pronto la aceleración aplastó a Dirk contra el asiento—. Toberas auxiliares para velocidad de emergencia —sonrió Janacek—. Llegaremos en la mitad de lo que tardó usted, t'Larien.

—Bien —dijo Dirk, intrigado por una de las informaciones—. ¿Dijo que se lo vendió un mercader kimdissi?

—Así es. Los pacíficos kimdissi son grandes traficantes de armas. Como usted sabe, los intrigantes no me merecen ningún respeto. Lo cual no me impide aprovechar una ganga.

—Arkin hacía mucho hincapié en su no-violencia —dijo Dirk—. Supongo que era otro engaño…

—No —dijo Janacek, que miró de soslayo a Dirk y agregó, sonriendo—: ¿Le sorprende, t'Larien? La verdad es más asombrosa, quizá. No por nada llamamos intrigantes a los kimdissi. Supongo que en Avalon usted estudió historia, ¿verdad?

—Un poco —dijo Dirk—. Historia de la Vieja Tierra, el Imperio Federal, la Doble Guerra, la expansión…

—Pero no historia de los mundos exteriores —cloqueó Janacek—. Era de suponer. En el reinohumano hay tantos mundos y culturas, tantas historias… Hasta los nombres son muchos para memorizarlos todos. Escuche, y le explicaré algunas cosas. Al aterrizar en Worlorn, ¿vio el círculo de banderas?

—No —repuso Dirk con cierta perplejidad.

—Tal vez ya no estén. Pero en un tiempo, durante el Festival, en el parque exterior del puerto espacial flameaban catorce banderas. Fue una absurda pretensión de los toberianos, pero finalmente se admitió pese a que diez de las catorce banderas planetarias no representaban nada. En mundos como Eshellin y la Colonia Olvidada ni se sabía qué era una bandera, mientras los emereli, por otra parte, tenían un estandarte diferente para cada una de sus cien torres-estado. Los oscuralbinos se rieron de nosotros y enarbolaron un paño totalmente negro (eso parecía divertirles), y en cuanto a Alto Kavalaan, no teníamos bandera para nuestro mundo, pero creamos una; la tomamos de nuestra historia: un rectángulo dividido en cuatro cuadrantes de colores diferentes: un banshi verde sobre campo azul para Jadehierro, el murciélago plateado de Shanagato sobre fondo amarillo, espadas cruzadas sobre fondo carmesí para Acerorrojo, y un lobo blanco sobre púrpura para los Braith. Ese fue el estandarte de la Liga de Altoseñores.

“La Liga se creó en los tiempos en que los primeros navíos estelares regresaron a Alto Kavalaan. Hubo un hombre, un gran caudillo, llamado Vikor alto-Acerorrojo Corben. Dominó el consejo de altoseñores de Acerorrojo durante una generación, y cuando las naves llegaron él estaba convencido de que todos los kavalares tenían que unirse para compartir tanto el conocimiento como las riquezas. Y así se organizó la Liga de Altoseñores, cuya bandera acabo de describirle. Esa unión no duró mucho. Los mercaderes kimdissi, temerosos del poder de un Alto Kavalaan unificado, se comprometieron a proveer de armamento moderno sólo a los Braith. Los altoseñores Braith se habían unido a la Liga solamente por temor; en verdad no les interesaban las estrellas, que a juicio de ellos estaban plagadas de Cuasi-hombres. Pero sin embargo aceptaron los lásers de los Cuasi-hombres.

"Así estalló la última altaguerra. Jadehierro, Acerorrojo y Shanagato se unieron y sojuzgaron a Braith, pese a las armas kimdissi. Pero Vikor alto-Acerorrojo murió, y el número de bajas fue terrible. La Liga de Altoseñores sobrevivió al fundador sólo unos años más. Los Braith, derrotados, se aferraron a la creencia de que los Cuasi-hombres kimdissi los habían engañado y usado para sus propios fines, y se apegaron a las viejas tradiciones más firmemente que antes, aún. Para sellar la paz con sangre y hacerla más duradera, la Liga, entonces dominada por altoseñores de Shanagato, capturó a todos los kimdissi de Alto Kavalaan y también una nave toberiana, los declaró a todos criminales de guerra (un término, dicho sea de paso, que nos enseñaron los habitantes de los mundos exteriores), y los soltaron en las llanuras para que los cazaran como Cuasi-hombres. Los banshis mataron muchos, otros murieron de hambre, pero los cazadores abatieron a la mayoría y se llevaron las cabezas como trofeos. Se dice que los altoseñores Braith sentían un júbilo especial al desollar a los hombres que los habían armado y aconsejado.

"Hoy no puede decirse que esta cacería nos enorgullezca, pero podemos comprenderla. La guerra había sido más larga y cruenta que cualquier otra en nuestra historia desde el Tiempo del Fuego y los Demonios. Fue una época de grandes pesares y odios enconados, y la Liga de Altoseñores se disolvió. La Congregación de Jadehierro no condonó la cacería, declarando que los kimdissi eran humanos. Los Acerorrojo pronto se les unieron. Los asesinos de Cuasi-hombres eran los Braith y Shanagato, y a partir de entonces la Confraternidad de Shanagato se apartó de la Liga. El estandarte de Vikor pronto fue abandonado y olvidado, hasta que el Festival nos hizo recordarlo —Janacek se interrumpió y se volvió hacia Dirk—. ¿Entiende ahora, t'Larien?

—Entiendo por qué los kavalares y los kimdissi no simpatizan demasiado —admitió Dirk.

Janacek rió.

—Pero no se limita sólo a nuestra historia —dijo—. Kimdiss no ha participado en ninguna guerra, pero no es un mundo con las manos limpias. Cuando Tóber-en-el-Velo atacó a Lobo, los intrigantes avituallaron a los dos bandos. Y cuando en di-Emerel estalló la guerra civil entre los urbanitas, cuyo universo era un solo edificio, y los que procuraban viajar a las estrellas en busca de horizontes menos limitados, Kimdiss intervino activamente, pues suministró a los urbanitas los medios para una victoria decisiva —sonrió—. En realidad, t'Larien, incluso se rumorea que hay complots kimdissi dentro del Velo del Tentador. Se dice que fueron agentes kimdissi los que promovieron la guerra entre los Angeles de Acero y los Hombres Alterados de Prometeo, los que depusieron al cuarto Cuchulainn de Tara porque se negaba a traficar con ellos, los que intervinieron en Braque para que los sacerdotes braqui impidieran el desarrollo tecnológico. ¿Conoce la antigua religión de Kimdiss?

—No.

—Usted la aprobaría —dijo Janacek—. Es un credo pacífico y civilizado, extremadamente complejo. Se lo puede emplear para justificar cualquier cosa menos la violencia personal. Pero el gran profeta de los kimdissi, el Hijo del Soñador, a quien continúan reverenciando a pesar de que aceptan que se trata de una figura mítica, dijo una vez: "Recordad que vuestro enemigo tiene un enemigo". Sin duda. Esa es la médula de la sabiduría kimdissi.

Dirk se movió, incómodo en el asiento.

—¿Está diciéndome que Ruark…?

—No estoy diciéndole nada —interrumpió Janacek—. Saque usted mismo sus conclusiones. No tiene porqué aceptar las mías. Una vez le conté todo esto a Gwen Delvano, pues ella era mi
cro-betheyn
y quería prevenirla. Le pareció muy divertido. La historia no significaba nada, me dijo. Arkin Ruark era quien era, no un arquetipo tomado de la historia de los mundos exteriores. Eso me dijo. Además era amigo de ella, y este vínculo, esta
amistad
—Janacek pronunció la palabra con tono corrosivo—, de algún modo trascendía el hecho de que fuera un embustero y un kimdissi. Gwen me dijo que me fijara en mi propia historia. Si Arkin Ruark era un intrigante por el mero hecho de haber nacido en Kimdiss, yo era un cazador de cabezas de Cuasi-hombres sólo en virtud de ser un kavalar.

Dirk recapacitó.

—Ella tenía razón, sin embargo —dijo con seriedad.

—¿De veras?

—El argumento es válido. Da la impresión de que Gwen se equivocó con respecto a Ruark, pero en general…

—En general más vale desconfiar de todos los kimdissi —afirmó Janacek—. A usted lo han engañado, lo han usado, t'Larien. Pero no escarmienta. Se parece mucho a Gwen. No hablemos más —golpeó una pantalla con los nudillos—. Estamos cerca de las montañas. No falta mucho.

Dirk aferraba el rifle crispadamente. Se secó las palmas transpiradas en los pantalones.

—¿Tiene algún plan?

—Sí —sonrió Janacek, e inclinándose a un costado le arrebató a Dirk el rifle láser—. Un plan muy simple, en realidad —continuó, apartando cautelosamente el arma—. Lo pondré a usted en manos de Lorimaar.

Capítulo 12

Dirk no se sorprendió. Bajo la ropa, el frío contacto de la joya susurrante le recordaba promesas pasadas y traiciones pasadas. Nada parecía demasiado importante. Se cruzó de brazos y esperó.

Janacek no ocultó su decepción.

—No parece preocuparle —dijo.

—No tiene importancia, Garse —respondió Dirk—. Salí de Kryne Lamiya dispuesto a morir —suspiró—. ¿Le servirá de algo a Jaan?

Janacek no respondió de inmediato; los ojos azules estudiaron cuidadosamente a Dirk.

—Está cambiando, t'Larien —dijo al fin; había dejado de sonreír—. ¿De veras le preocupa más la suerte de Jaan Vikary que la de usted?

—Qué sé yo —protestó Dirk—. Dígame su plan.

Janacek arrugó la frente.

—Consideré la posibilidad de aterrizar en el campamento Braith y enfrentarlos directamente. Deseché la idea. Aún no desdeño la vida tanto como usted. Aunque pudiera retar a duelo a uno o varios cazadores, sería obviamente en auxilio de un criminal. Nunca aceptarían. Mi situación es delicada en este momento; debido a mis palabras y actos en Desafío, los Braith me consideran humano, pese a mi humillación. Pero si yo procurara ayudar a Jaan abiertamente, las cosas cambiarían. Las cortesías del código ya no regirían para mí. Yo también me convertiría en un criminal, en un Cuasi-hombre.

"Una segunda posibilidad era atacarlos por sorpresa, sin previo aviso, y matar a tantos como pudiéramos. Pero aún no soy tan depravado como para considerar en serio esa idea. Comparada con un crimen semejante, hasta la muerte de Myrik sería perdonable.

"Lo mejor sería, desde luego, sobrevolar el boscaje hasta localizar a Jaan y rescatarlo sin que nadie se enterara. Pero las probabilidades son mínimas. Los Braith tienen sabuesos, nosotros no. Ellos son cazadores y rastreadores experimentados, especialmente Pyr Braith Oryan y el mismo Lorimaar alto-Braith. Yo soy menos experto, y usted es inútil. Es prácticamente seguro que ellos encontrarían a Jaan antes que nosotros.

—De acuerdo —dijo Dirk—. ¿Entonces?

—Al brindarle ayuda a Jaan ya soy un falso kavalar —siguió Janacek, con la voz ligeramente turbada—. Así es que seré un poco más falso. En eso radican nuestras mejores posibilidades. Aterrizaré abiertamente y lo entregaré a usted a los Braith, como le dije antes. Con eso me conquistaré la confianza de ellos, al menos hasta cierto punto. Luego me uniré a la partida y haré cuanto pueda, salvo cometer un asesinato. Tal vez pueda provocar una riña y retar a alguien a duelo de tal modo que nadie advierta que protejo a Jaan Vikary.

—Usted podría perder —señaló Dirk.

—Sin duda —asintió Janacek—. Podría perder. Pero no lo creo. En un duelo individual, el único sujeto de cuidado es Bretan Braith Lantry, y ni él ni su
teyn
están entre los cazadores, si los aeromóviles que usted vio son todos. Lorimaar es bastante diestro, pero Jaan lo dejó herido en Desafío. Pyr es rápido con su bastón, pero no con una espada o una pistola. Los otros son vejetes desvalidos. Es improbable que yo pierda.

—¿Y si no pudiera provocar un duelo?

—Entonces, estaré cerca cuando cacen a Jaan.

—¿Y…?

—No sé. Pero no lo capturarán. Se lo prometo, t'Larien, no lo capturarán.

—¿Y qué será de mí, entretanto?

Janacek lo miró de nuevo por encima del hombro, entornando los ojos pensativamente.

—Correrá un grave peligro —dijo el kavalar—, pero no creo que ellos lo maten de inmediato, y por cierto no lo matarán mientras esté maniatado e impotente, pues así pienso entregarle. Querrán cazarlo. Tal vez Pyr reclame ese privilegio. Supongo que lo liberarán, le cortarán las ligaduras, lo desnudarán y lo soltarán en el bosque. Si algunos prefieren cazarlo a usted, habrá menos que persigan a Jaan. También existe otra posibilidad. En Desafío, Pyr y Bretan estuvieron a punto de reñir por usted. Si Bretan se uniera a los cazadores nos beneficiaríamos con la reiniciación del conflicto…

Dirk sonrió.

—Vuestro enemigo tiene un enemigo —dijo con sarcasmo.

Janacek torció la cara, disgustado.

—No soy Arkin Ruark —dijo—. Si puedo le ayudaré. Antes de llegar al campamento Braith, bajaremos secretamente, si es posible, hasta el aeromóvil derribado que vio usted en la hoguera. Dejaremos el rifle láser entre las ruinas y luego, una vez que lo liberen y lo suelten desnudo en el bosque, usted puede procurarse el arma y así, sorprender a sus perseguidores —se encogió de hombros—. Su vida puede depender de la rapidez de sus piernas, y de su puntería.

—Y de mi predisposición para matar —añadió Dirk.

—Y de su predisposición para matar —convino Janacek—. No puedo ofrecerle más ventajas, t'Larien.

—Acepto las que me ofrece —dijo Dirk. Luego, volaron un rato en silencio. Pero cuando los cuchillos negros de la pared montañosa quedaron finalmente atrás y Janacek apagó todas las luces de la máquina para iniciar un lento y cauteloso descenso, Dirk se volvió para preguntarle—: ¿Qué habría hecho si yo me hubiera negado a seguirle el juego?

Other books

The Boss and Nurse Albright by Lynne Marshall
Unconditional by Eva Marie Everson
The House of Wisdom by Jonathan Lyons
The Man Who Risked It All by Laurent Gounelle
I Am John Galt by Donald Luskin, Andrew Greta
Blood of the Fold by Terry Goodkind
Magda's Daughter by Catrin Collier
The Bridegroom by Joan Johnston
The Crock of Gold by James Stephens
Confessions by JoAnn Ross