Muerte de la luz (16 page)

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Authors: George R.R. Martin

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Muerte de la luz
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—Pero si no tiene importancia, ¿por qué me lo explica?

—Porque quiero darle un ejemplo, t'Larien. Un ejemplo simple y elegante para demostrarle hasta que punto usted nos adjudica erróneamente hábitos característicos de la cultura de usted, hasta qué punto mide nuestros actos y nuestras palabras con juicios de valor que nos son ajenos. Ese era mi propósito. Hay cosas más importantes en juego, pero el esquema es el mismo; usted incurre en el mismo error, en un error que no debería cometer. Podría costarle demasiado caro. ¿Cree que ignoro lo que se propone?

—¿
Qué
me propongo?

Janacek sonrió nuevamente, entornando los ojos. Arrugas minúsculas le aureolaron las comisuras.

—Se propone alejar a Gwen Delvano de mi
teyn
, ¿no es cierto?

Dirk no respondió.

—Es verdad —dijo Janacek—. Y es incorrecto. Comprenda que no se le permitirá hacerlo.
Yo
no se lo permitiré. Estoy ligado a Jaantony alto-Jadehierro por hierro-y-fuego, y nunca lo olvido. Somos
teyn-y-teyn.
Ninguno de los vínculos que conoce usted es más fuerte que ése.

Dirk se sorprendió evocando a Gwen y una piedra profundamente roja, llena de recuerdos y promesas. Lamentó no poder darle a Janacek la piedra susurrante para que el arrogante kavalar la sostuviera un momento y pudiera comprobar la fortaleza del vínculo que lo había unido a su Jenny. Pero de nada habría servido. La mente de Janacek no habría captado los diseños que el ésper había tallado en la piedra; para él habría sido sólo una gema.

—Amé a Gwen —dijo con acritud—. Dudo que cualquier vínculo de ustedes pueda ser más fuerte que ése.

—¿Lo duda? Bueno, usted no es kavalar y Gwen tampoco. No comprenden el hierro-y-fuego. Conocí a Jaantony cuando ambos éramos muy jóvenes. Yo era más pequeño, en verdad. Como él prefería jugar con niños más pequeños y no con los de su edad, a menudo venía a nuestro rincón de juegos. Yo le tuve gran estima desde un principio, como sólo puede hacerlo un niño, porque era mayor que yo y le faltaba menos para ser un altoseñor, y porque me hacía vivir aventuras en extrañas cuevas y pasadizos, y porque narraba historias fascinantes. Cuando crecí me enteré por qué venía tan a menudo a jugar con los más pequeños, y me sorprendí y avergoncé. Jaantony temía a los de su edad porque le tomaban el pelo y a menudo lo aporreaban. Pero cuando lo supe, ya existía un vínculo que nos unía. Usted podría llamarlo amistad, pero sería un error; nuevamente nos juzgaría de acuerdo con las pautas de usted. Era algo más que la amistad de otros mundos, ya había hierro entre nosotros, aunque aún no éramos
teyn-y-teyn.

"La siguiente vez que Jaan y yo salimos a explorar —estábamos muy lejos de nuestro clan en una caverna que él conocía bien—, lo ataqué por sorpresa y le dejé las carnes hinchadas y llenas de magullones. En todo el invierno no volvió a visitar las barracas de los más pequeños, pero al final regresó. Salimos a cazar y explorar juntos una vez más, y me refirió más historias y leyendas. Por mi parte, solía atacarle en los momentos más inesperados, sorprendiéndole y derrotándole. Al cabo de un tiempo me fue imposible dominarle con los puños. Un día llevé un cuchillo escondido bajo la camisa, y le abrí un tajo a Jaan. Después, los dos empezamos a salir con cuchillos. Cuando él llegó a la adolescencia, a la edad en que debía escoger sus nombres-elegidos y someterse al código de honor, Jaantony era un individuo al que no se le podía tomar el pelo impunemente.

"Siempre fue poco popular. Usted comprenderá, era muy inquisitivo y dado a las investigaciones comprometedoras y las opiniones heterodoxas, aficionado a la historia pero abiertamente desdeñoso de la religión, excesiva y poco saludablemente interesado en las gentes de otros mundos que nos visitaban. Por esa causa, el primer año de su adolescencia lo retaron a duelo una y otra vez. Ganaba siempre. Cuando años más tarde llegué a mi vez a la adolescencia y fuimos
teyn-y-teyn
, casi no quedaban contrincantes. Jaantony los había amedrentado a todos, y nadie se atrevía a desafiarnos. Me sentí muy defraudado.

"Desde entonces hemos combatido juntos con frecuencia. Estamos ligados para toda la vida y hemos compartido muchas experiencias, y no tengo el menor interés en oír esas entusiastas comparaciones con el 'amor' que tanto los seduce a ustedes; un vínculo de Cuasi-hombre que viene y va según el capricho del momento. El mismo Jaantony incurrió en ese equívoco durante sus años en Avalon, y en gran medida fue por culpa mía, pues lo dejé ir solo. Es cierto que en Avalon yo no habría tenido función ni lugar, pero debí haber estado. En eso le he fallado a Jaan. Nunca le fallaré de nuevo. Soy su
teyn
, para siempre, y no consentiré que nadie lo mate ni le hiera, ni le pervierta la mente ni le robe el nombre. Eso es parte de mi vínculo y mi deber.

"Hoy día Jaan a menudo tolera que hombres como usted y Ruark amenacen su nombre. Jaan es en muchos sentidos un individuo perverso y peligroso, y sus extravagancias a menudo nos ponen en situaciones difíciles. Hasta sus héroes… Un día recordé algunas de las historias que me había contado de niño, y me sorprendió descubrir que todos los héroes favoritos de Jaan eran hombres solitarios que finalmente fueron derrotados. Aryn alto-Piedraviva, por ejemplo, que dominó toda una época de la historia. Gobernó con mano de hierro el clan más poderoso que Alto Kavalaan haya conocido; la Montaña de Piedraviva. Y cuando los enemigos se mancomunaron contra él en altaguerra, y no contaba con ningún aliado, dio espadas y escudos a las
eyn-kethy
y las llevó al combate para engrosar las filas de su ejército. Los enemigos fueron desbaratados y humillados, según la versión que Jaan me contó de la historia. Pero más tarde aprendí que Aryn alto-Piedraviva no había obtenido ningún triunfo; ese día le mataron tantas
eyn-kethy
del clan, que muy pocas quedaron para alumbrar nuevos guerreros. El poder y la población de la Montaña de Piedraviva disminuyeron paulatinamente, y cuarenta años después del audaz golpe de Aryn, los Piedraviva cayeron, y altoseñores de Taal, Jadehierro y Puño de Bronce se apoderaron de las mujeres y los niños, y dejaron abandonado el clan. Lo cierto es que Aryn alto-Piedraviva fue un fracasado y un bufón, uno de los parias de la historia. Y así son todos los estrafalarios héroes de Jaan.

—A mí, sin embargo, Aryn me parece un héroe —dijo ásperamente Dirk—. En Avalon probablemente le honraríamos por haber liberado a las esclavas, aunque le hubiesen derrotado.

Janacek le dirigió una mirada fulminante. Los ojos azules chisporrotearon en el anguloso rostro del kavalar, que se atusó la barba con fastidio.

—Precisamente he querido prevenirle contra esas malas interpretaciones, t'Larien. Las
eyn-kethy
no son esclavas, son
eyn-kethy.
Usted juzga erróneamente, y sus traducciones son falsas.

—Según usted —dijo Dirk—. Porque según Ruark…

—Ruark —farfulló Janacek con desprecio—, ¿El kimdissi es la fuente de toda la información que posee usted acerca de Alto Kavalaan? Veo que he perdido el tiempo inútilmente, t'Larien. Usted ya está influido por otros y no tiene interés en comprender. Es una herramienta de los intrigantes de Kimdiss. No hablemos más del asunto.

—De acuerdo —dijo Dirk—. Tan sólo dígame dónde está Gwen.

—Ya se lo he dicho.

—¿Cuándo regresará, entonces?

—Tarde, y estará cansada. Estoy seguro de que no querrá verle.

—¡Usted está impidiéndome que la vea!

Janacek guardó silencio un instante.

—Sí —dijo al fin, torciendo la boca—. Es lo mejor, t'Larien. Tanto para usted como para ella. Aunque no espero que crea lo que le digo.

—No tiene derecho.

—En la cultura de usted. En la mía tengo todo el derecho. No volverá a estar a solas con ella.

—Gwen no forma parte de la maldita cultura kavalar —dijo Dirk.

—No nació en ella, pero aceptó el jade-y-plata, y el nombre
betheyn.
Ahora es kavalar.

Dirk temblaba. Ya no podía dominarse.

—¿Y qué opina ella? ¿Qué dijo anoche? —preguntó, acercándose a Janacek—. ¿Amenazó con irse? Dijo que vendría conmigo, ¿verdad? ¿Y usted la golpeó y la arrastró? —señalaba al kavalar con un índice acusatorio.

Janacek frunció el ceño y apartó con violencia la mano de Dirk.

—Así es que además nos espía… No lo hace bien, t'Larien. Pero no deja de ser una ofensa, un segundo error. El primero lo cometió Jaan al contarle lo que le contó, al confiar en usted y brindarle protección.

—¡No necesito la protección de nadie!

—Eso dice usted. Un orgullo idiota e inoportuno. Sólo a los fuertes les corresponde rechazar la protección que se brinda a los débiles; los que son realmente débiles la necesitan —se volvió, y concluyó mientras se dirigía al comedor—: No perderé más tiempo con usted.

Sobre la mesa había un maletín negro. Janacek destrabó las dos cerraduras simultáneamente y la tapa se abrió de un salto. Adentro del maletín Dirk vio cinco filas de banshis de hierro sobre fieltro rojo. Alzando uno, Janacek le preguntó a Dirk:

—¿Está totalmente seguro… de que no lo quiere —y añadió con una mueca—,
korariel?

Dirk se cruzó de brazos y no se dignó responder. Janacek esperó un momento, luego guardó el broche en su lugar y cerró el maletín.

—Es usted más terco que un niño parásito —dijo—. Y ahora, debo llevarle esto a Jaan. Lárguese de aquí.

En las primeras horas de la tarde, el Cubo de la Rueda ardía opacamente en el centro del cielo, y las luces dispersas de los cuatro Soles Troyanos visibles brillaban irregularmente alrededor. Un viento fuerte soplaba del este, tal vez anunciando una tormenta. El polvo se arremolinaba en los callejones grises y escarlatas.

Dirk, sentado en un rincón de la azotea, las piernas colgando hacia afuera, rumiaba sus posibilidades.

Había seguido a Garse Janacek hasta la pista aérea y le había visto partir con el maletín de banshis, a bordo de esa pesada y maciza reliquia con blindaje verde oliva. Los otros aeromóviles; la raya gris y la brillante lágrima amarilla, tampoco estaban. Se encontraba abandonado en Larteyn, sin tener idea de dónde estaba Gwen o qué le estaban haciendo. Por un momento deseó la compañía de Ruark. Lamentó no disponer de un aeromóvil. Sin duda, podría haber alquilado uno en Desafío, si lo hubiera pensado. O incluso en el puerto espacial, la noche de su llegada. Pero ahora estaba solo y maniatado; ni siquiera los aeropatines… El mundo era rojo y gris y monótono. Se preguntaba qué hacer.

De pronto, mientras pensaba en los aeromóviles, lo asaltó una idea. Las ciudades del Festival que había visitado eran muy diferentes entre ellas, pero algo tenían en común: ninguna de ellas contaba con pistas suficientes para albergar un número de aeromóviles análogo al número de habitantes. Lo que significaba que las ciudades debían de estar unidas por otros medios de transporte, y de ese modo, a pesar de todo, cierta libertad de acción para él.

Se levantó, tomó el ascensor y bajó al departamento de Ruark, en la base de la torre. Entre dos macetas de arcilla, con plantas de corteza negra altas hasta el cielo raso, esperaba una pantalla; recordaba haberla visto así, opaca y oscura, desde que había llegado; en Worlorn no quedaba mucha gente para hacer llamadas. Pero sin duda, quedaría algún circuito de información. Estudió la doble hilera de botones al pie de la pantalla, eligió uno y lo apretó. Una luz tenue y azul disipó la oscuridad, y Dirk respiró más tranquilo; al menos la red de comunicaciones seguía en funcionamiento.

Uno de los botones tenía un signo de interrogación. Dirk lo apretó y obtuvo una respuesta; la luz azul se aclaró y de pronto la pantalla se cubrió de caracteres pequeños, cien números para cien servicios básicos, desde asistencia médica e información religiosa hasta noticias del exterior.

Tecleó la secuencia que correspondía a 'transportes'. Las cifras titilaron en la pantalla y de a poco, las esperanzas de Dirk se marchitaron. Había servicios de alquiler de aeromóviles en el puerto espacial y en diez de las catorce ciudades; todos clausurados. Los aeromóviles funcionales se habían ido de Worlorn con las multitudes del Festival. Otras ciudades habían alquilado vehículos de hélice o de colchón de aire, pero los servicios estaban suspendidos. En Musquel junto-al-mar los visitantes podían navegar en un genuino barco de propulsión a vela de la Colonia Olvidada: clausurado. Las líneas de aerobuses también habían dejado de funcionar, las estratonaves de propulsión nuclear de Tóber y los dirigibles de helio de Eshellin ya se los habían llevado. La pantalla le mostró un mapa de los subterráneos de alta velocidad que unían el puerto espacial con cada una de las ciudades, pero el mapa estaba en rojo y la leyenda al pie indicaba que el rojo significaba 'Fuera de Servicio'.

Los únicos medios de transporte que quedaban en Worlorn eran las piernas, al parecer. Además de los vehículos que hubieran traído los visitantes tardíos.

Dirk carraspeó y desconectó la imagen. Estaba a punto de apagar la pantalla cuando lo asaltó otro pensamiento: tecleó 'Biblioteca' y obtuvo un signo de interrogación e instrucciones. Luego marcó 'niños parásitos' y 'definir'. Y esperó.

La espera fue corta, la biblioteca le abrumó con más datos de los necesarios; detalles históricos, geográficos y filosóficos. Dirk prestó atención a la información crítica y desechó el resto. 'Niños parásitos' parecía ser el apodo popular para los acólitos de un culto pseudorreligioso basado en la droga, en el Mundo del Océano Vinonegro. Los llamaban así porque pasaban años viviendo en el interior húmedo y cavernoso de las kilométricas babosas que recorrían el fondo de los mares de ese mundo. Los devotos llamaban Madres a estas criaturas viscosas que se desplazaban con infinita lentitud. Las Madres alimentaban a los 'niños' con secreciones alucinógenas y dulzonas, y se las creía semiconscientes. Esta creencia, advirtió Dirk, no impedía a los niños matar a la criatura cuando la calidad de las secreciones empezaba a bajar, lo que ocurría inevitablemente cuando las babosas envejecían. Huérfanos de una Madre, los niños parásitos buscaban otra.

Dirk se apresuró a borrar los datos de la pantalla y consultó nuevamente a la biblioteca. El Mundo del Océano Vinonegro tenía una ciudad en Worlorn. Yacía bajo un lago artificial de cincuenta kilómetros de diámetro, bajo las mismas aguas tibias y oscuras que cubrían la superficie del mundo de los vinonegrinos. Se llamaba Ciudad del Estanque sin Estrellas, y en el lago pululaban infinidad de criaturas traídas especialmente para el Festival del Confín, Madres incluidas, sin duda alguna.

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