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Authors: Linda Howard

Tags: #Intriga, #Romántico

Morir de amor (17 page)

BOOK: Morir de amor
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—Ahora le entiendo —dijo él, riendo.

Me examinó el brazo y se frotó la barbilla.

—Esto de aquí se lo puedo suturar, pero si le preocupa la cicatriz podemos llamar a un cirujano plástico para que se ocupe de ello. El doctor Homes, que está en la ciudad, tiene muy buena mano con las cicatrices. Puede conseguir que prácticamente desaparezcan. Eso sí, tendrá que quedarse más tiempo ingresada.

Yo era lo suficientemente vanidosa como para que no me entusiasmara nada la idea de una larga cicatriz en el brazo, pero también detestaba la idea de haber sido víctima de un disparo y no poder enseñarlo. Había que pensar en ello. ¿Acaso no sería una de las batallitas que les contaría a mis hijos y a mis nietos? Además, tampoco quería quedarme en el hospital más tiempo del necesario.

—Pongámonos a ello —dije.

Me pareció levemente sorprendido por mi respuesta, pero se puso manos a la obra. Después de adormecerme el brazo, cogió con cuidado los bordes de la herida y comenzó a suturarlos. Creo que mi decisión fue todo un reto a su orgullo porque se las ingenió para hacer un trabajo ejemplar.

En medio de aquella operación, oí todo un barullo afuera y dije:

—Ha llegado mi madre.

El doctor MacDuff miró a una de las enfermeras.

—Pídale a todo el mundo que espere afuera hasta que acabe con esto. Serán sólo unos minutos.

Cynthia salió del cubículo y cerró firmemente la cortina a sus espaldas. El barullo se hizo más intenso. Luego escuché a mi madre por encima de todos los demás, con esa voz de ultimátum que tiene:

—Quiero ver a mi hija. Ahora.

—Prepárese —le dije al doctor MacDuff—. No creo que Cynthia pueda contener a Mamá. No gritará ni se desmayará ni nada de eso. Sólo quiere ver con sus propios ojos que sigo viva. Es una cuestión de madre.

Él sonrió, y sus ojos azules brillaron. Parecía un tipo tranquilo.

—Son divertidas cuando se ponen así, ¿no le parece?

—¡Blair! —Era otra vez ella, revolucionando a todo el personal de emergencias en su frenética necesidad de ver a su retoño herido, es decir, a mí.

Alcé la voz.

—Estoy bien, Mamá. Sólo me están suturando la herida. Acabaremos en un minuto.

¿Creéis que eso le dio alguna seguridad? Desde luego que no. También le había asegurado a los catorce años que mi clavícula rota era sólo una magulladura. Había tenido la idea desquiciada de que con sólo ponerme una venda Ace alrededor del hombro podría seguir entrenando. No importaba que no pudiera doblar el brazo sin chillar de dolor. No fue una de mis decisiones más acertadas.

Ahora sé evaluar mis heridas con mucha más precisión, pero Mamá nunca olvidaría lo otro y quería Ver con sus Propios Ojos. Por lo tanto, no me sorprendió que la cortina se abriera de un tirón (gracias por respetar mi privacidad, Mamá) y ahí estaba toda la familia: Mamá, Papá, Siana e incluso Jenni. Tampoco me sorprendió ver a Wyatt con ellos, todavía con expresión severa e irritada.

El doctor MacDuff los miró y estuvo a punto de decir algo como «Salgan de aquí», aunque probablemente habría dicho algo así como «Si tienen la amabilidad de esperar afuera, habremos acabado en un minuto», pero ni siquiera alcanzó a decir eso. Vio a Mamá y se olvidó de lo que iba a decir.

Era una reacción normal. Mamá tenía cincuenta y cuatro años pero aparentaba unos cuarenta. En su tiempo, había sido Miss Carolina del Norte, alta y delgada, rubia y despampanante. Es la única palabra que le queda bien. Papá estaba loco por ella, pero ningún problema, porque ella también estaba loca por él.

Vino rápido hacia mí, pero cuando vio que yo estaba más o menos de una pieza, se calmó y me acarició la frente con su mano, fresca, como si volviera a tener cinco años.

—Te han disparado, ¿eh? La de cosas que podrás contarles a tus nietos.

Ya os lo he dicho. Llega a dar miedo.

De pronto, concentró su atención en el doctor MacDuff.

—Hola, soy Tina Mallory, la madre de Blair. ¿Ha sufrido algún daño irreparable?

Él pestañeó y siguió con la sutura.

—Ni mucho menos. Sólo que no podrá hacer nada con este brazo durante un par de semanas, pero en un par de meses estará como nueva. Ya les daré algunas instrucciones para los próximos días.

—Ya sé lo que hay que hacer —dijo ella, apenas sonriendo—. Descansar, ponerse un paquete de hielo en el brazo y antibióticos.

—Exactamente —dijo él, devolviéndole la sonrisa—. Le daré una receta de algo para el dolor, pero creo que le vendrá bien cualquier tipo de analgésico. Eso sí, nada de aspirinas. No queremos que esto sangre.

Ahora se veía que hablaba con Mamá en lugar de hablar conmigo. Es el efecto que suele tener en los hombres.

El resto de la familia también se había metido en el cubículo. Papá se acercó a Mamá y la cogió por la cintura, consolándola en medio de otro episodio crítico que comprometía a una de sus hijas. Jenni se fue hacia la única silla, se sentó y cruzó sus largas piernas. El doctor MacDuff la miró y empezó nuevamente a pestañear. Jennifer se parece a Mamá, aunque tiene el pelo más oscuro.

Con un carraspeo, traje al doctor MacDuff de vuelta a la realidad.

—Hay que suturar —le murmuré.

—Ah, sí —dijo él, con un guiño—. Me había olvidado de dónde estábamos.

—Suele ocurrir —dijo Papá, con una sonrisa de simpatía.

Papá es alto y larguirucho, tiene el pelo castaño claro y ojos azules. Es un hombre tranquilo y relajado, con un sentido del humor descabellado que le sirvió mucho cuando éramos unas crías. Jugó al béisbol en la universidad, pero se licenció en ingeniería electrónica. Nunca ha tenido problemas para lidiar con la presión que significa tener a cuatro mujeres en casa. Yo sabía que había sufrido camino al hospital, pero ahora que sabía que estaba relativamente bien, volvería a ser dueño de su yo más imperturbable.

Le sonreí a Siana, que estaba junto a la cama. Ella me sonrió a su vez y miró de reojo a la derecha. Luego me miró frunciendo las cejas, lo que en lenguaje gestual significaba: ¿
Qué hace aquí ese tío bueno
?

El tío bueno en cuestión, es decir, Wyatt, estaba a los pies de la camilla mirándome con auténtica furia. No, ni siquiera era furia. Tampoco era una mirada. Tenía los ojos entrecerrados y clavados en mí, y la mandíbula apretada. Estaba inclinado ligeramente hacia delante, cogido con fuerza a una barra metálica, con los poderosos músculos de su antebrazo tensados. Todavía llevaba la funda de la pistola, y la culata del arma se balanceaba bajo su brazo izquierdo.

Puede que mi familia estuviera tranquila, pero no pasaba lo mismo con Wyatt. Se veía que estaba de muy mala leche.

El doctor MacDuff acabó con la última sutura y trasladó su taburete con ruedas hasta una mesa, donde garabateó una receta y la arrancó del talonario.

—Ya está —dijo—. Sólo queda el papeleo. La receta es para unos antibióticos y unas pastillas para el dolor. Tómese todos los antibióticos, aunque se sienta bien. Y ya está. La vendaremos y podrá irse.

Las enfermeras se ocuparon del vendaje con una cantidad increíble de gasa y de esparadrapo que me cubría la parte superior del brazo y el hombro y que prácticamente me impediría ponerme ninguna de mis prendas de vestir. Hice una mueca y dije:

—Esto no irá bien.

—¿Cuántos días debemos esperar para cambiarle el vendaje? —le preguntó Mamá a Cynthia.

—Espere veinticuatro horas. Puede ducharse mañana por la noche —me dijo—. Le daré una lista de instrucciones. Y a menos que quiera esperar a que alguien vaya a buscarle ropa, puede llevarse esta magnífica bata a casa.

—Me llevo la bata —dije.

—Eso es lo que dicen todas. Yo misma no me lo explico, pero, bueno, cuando a una le gusta algo, le gusta de verdad. —Salió a ocuparse del papeleo que le esperaba y cerró la cortina a sus espaldas con un tirón bien ensayado.

La bata en cuestión estaba puesta a medias y colgando a medias. Mi brazo derecho pasaba por uno de los agujeros, pero tenía el brazo izquierdo al aire. Había conservado el pudor y procurado sostener la bata para ocultar mis pechos, pero no había manera de vestirme completamente sin dejar a todo el mundo alucinado.

—Si a los hombres no les importa retirarse —dije, y sólo me interrumpí porque mi madre cogió mi libreta, que estaba junto a mi pierna, donde Keisha la había dejado.

—¿Qué es esto? —preguntó, frunciendo el ceño mientras leía—. Detención ilegal. Secuestro. Maltrato de la testigo. Actitud presuntuosa…

—Es mi lista de las infracciones de Wyatt, Mamá. Papá, te presento al teniente J.W. Bloodsworth. La J es de
Jefferson
, la W es de
Wyatt
. Wyatt, te presento a mis padres, Blair y Tina Mallory… y a mis hermanas, Siana y Jennifer.

Él los saludó con un gesto de cabeza mientras Siana echaba mano de la agenda.

—Déjame mirar esto.

Ella y Mamá juntaron las cabezas.

—Algunas de las cosas en esta lista están penadas por la ley —dijo Siana, y sus hoyuelos ni se vieron cuando miró a Wyatt con sus ojos de abogado.

—Se negó a llamar a Mamá —leyó mi madre, y se giró para encararlo con mirada acusadora—. Esto no tiene perdón.

—Ríe mientras estoy en el suelo desangrándome —siguió Siana.

—Eso no es verdad —dijo Wyatt, y volvió a fruncir el ceño.

—Veamos, tenemos coacción, abuso de autoridad, acoso…

—¿Acoso? —preguntó él, imitando un trueno a la perfección.

—Bromea a propósito de la gravedad de mis heridas… —Siana se lo estaba pasando bomba—. Me insultó.

—Eso no es verdad.

—Me gusta la idea de llevar siempre una agenda —dijo Mamá, y recuperó la lista de manos de Siana—. Es muy eficaz, y así no te olvidas de nada.

—Pase lo que pase, nunca se olvida de nada —dijo Wyatt, agraviado.

—Muchas gracias por haberle dado a Tina esta idea de la lista —le dijo mi padre a Wyatt, y no hablaba en serio—. Hay que reconocerlo. —Le puso una mano en el brazo a Wyatt y lo hizo girarse—. Salgamos un momento para que puedan vestir a Blair y yo le explicaré un par de cosas. Me parece a mí que necesita usted un poco de ayuda.

Wyatt no quería salir, lo veía en su cara. Pero tampoco quería hacerse el presumido delante de mi padre. Ah, no, eso se lo guardaba para mí. Los dos hombres salieron y, como era de esperar, no cerraron la cortina. Eso lo hizo Jenni, que finalmente se levantó. Vi que se apretaba la nariz para no echarse a reír hasta que estuvieran fuera del radio de escucha.

—Me gusta sobre todo eso de «actitud presuntuosa» —dijo Siana, y enseguida se tapó la boca para ahogar la risa.

—¿Le habéis visto la cara? —dijo Mamá, sonriendo—. Pobre hombre.

En realidad, pobre hombre.

—Se lo merecía —alegué yo, que me había sentado y ahora intentaba encontrar el brazo izquierdo de la bata.

—Quieta —dijo mi madre—. Ya me ocupo yo.

—No muevas el brazo para nada. —Era Jenni la que hablaba, que se había acercado por detrás—. Deja que Mamá te pase el brazo por el agujero de la bata.

Eso hizo Mamá, con mucho cuidado para no tocar el grueso vendaje. De todas maneras, era tan grueso que no habría podido sentir dolor alguno, aunque el doctor MacDuff no me lo hubiera adormecido antes de empezar a suturar. Jenni me abrochó las pequeñas cintas por la espalda.

—No podrás usar ese brazo al menos durante un par de días —dijo Mamá—. Recogeremos unas cuantas cosas tuyas y te llevaremos a casa.

Eso es lo que yo imaginaba, así que asentí. Unos cuantos días con mis padres mimándome era justo lo que había recetado el médico. En fin, la verdad es que no lo había incluido en la receta, pero debería haberlo hecho.

Cuando Cynthia volvió con los papeles para que yo los firmara, además de una lista de instrucciones y un enfermero con una silla de ruedas, Papá y Wyatt también estaban allí. Puede que el ánimo de Wyatt no hubiera cambiado demasiado, pero al menos dejó de mirar a todo el mundo con mala leche.

—Iré a buscar el coche —dijo Papá, cuando llegó el enfermero con la silla de ruedas.

Wyatt lo detuvo.

—Yo iré a buscar mi coche. Se va a casa conmigo.

—¿Qué? —dije. Me había tomado por sorpresa.

—Te vienes a casa conmigo. Por si lo has olvidado, cariño, hay alguien que intenta matarte. La casa de tus padres es el primer lugar donde a alguien se le ocurriría mirar. No sólo no es un lugar seguro para ti sino que, además, te preguntaría, ¿estás dispuesta a ponerlos en peligro también a ellos?

—¿Qué quiere decir con eso de que alguien intenta matarla? —preguntó Mamá, con la cara desencajada—. Creí que se trataba de un accidente…

—Supongo que hay una pequeña probabilidad de que haya sido un accidente. Pero ella ha sido testigo de un asesinato el jueves pasado, y su nombre ha salido en los periódicos. Si usted fuera un asesino, ¿qué tendría ganas de hacer con una testigo? En mi casa estará a salvo.

—El asesino también te ha visto a ti —dije, pensando a toda máquina.
Te vio besarme
—. ¿Qué te hace pensar que no me seguirá hasta tu casa?

—No sabe quién soy ni dónde vivo. La única manera de saberlo, habría sido quedándose ahí y, créeme, ahí no había nadie.

Diablos, tenía sentido. Yo no quería poner en peligro a nadie de mi familia (tampoco lo quería Wyatt, ya puestos), así que lo último que debía hacer era volver a casa con ellos.

—No puede ir a casa con usted —dijo Mamá—. Necesita a alguien que cuide de ella hasta que pueda usar el brazo.

—Señora —dijo Wyatt, sin amilanarse ante su mirada—. Yo cuidaré de ella.

Vale. Acababa de hacerle saber a mi familia que se acostaba conmigo. Porque todos sabíamos que «cuidar de ella» significaba bañarla, vestirla, etc. Quizá le había gritado, rodeada de sus hombres, que nunca volvería a acostarme con él, pero eso era diferente. Para mí, en cualquier caso. Eran mis padres y estábamos en el Sur, donde, por supuesto, estas cosas sucedían, pero uno no solía ir por ahí anunciándolo a todo el mundo o a la familia. Esperaba que Papá volviera a cogerlo por un brazo y lo sacara de ahí para tener otra pequeña charla, pero asintió con un gesto de la cabeza.

—Tina, ¿quién podría cuidar mejor de ella que un poli? —preguntó.

—Tiene una lista de infracciones de dos páginas —dijo Mamá, con lo cual daba a entender que dudaba de que Wyatt pudiera ocuparse de mí.

—También tiene una pistola.

—Eso zanja la cuestión —dijo Mamá, y se giró para mirarme—. Te irás con él.

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