—Joder... ¿Es indispensable? No irán a causarle problemas a Tomppa, ¿verdad? Es un muchacho tan agradable...
—No creo que haya cometido ningún crimen —lo corté con sequedad. De lo último que quería enterarme era de si Mäki le había pagado al chico o no.
Me dio los datos sin rechistar.
—Esto... espero que mi mujer no tenga que enterarse —dijo Mäki finalmente.
—Mire, aclaren sus cosas entre ustedes —le dije más cabreada de lo necesario, y colgué. Los Mäki debían de tener una relación de lo más entretenida.
Llamé a Sirkku y a Timo sin ningún resultado, así que me puse a trabajar en la declaración de Arhela y estuve un buen rato sacando adelante los papeleos que llevaba atrasados. En realidad mi turno de trabajo había acabado. Pero, ya que por una vez disponía de tiempo, prefería dejar el trabajo hecho. El siguiente numerito circense no me tocaba hasta esa noche.
Salí del trabajo pasadas las tres. Bajé andando por el Parque Central, di la vuelta por la bahía de Töölö y desde allí me fui a casa. Entre papeleo y papeleo tuve que asistir al levantamiento de un cadáver, una mujer de mediana edad que se había suicidado colgándose de la barandilla de su balcón en pleno domingo de neblina. Eso me quitó tiempo, y no pude poner al día todo el trabajo burocrático. Por eso necesitaba aire fresco, y de camino me compré un cucurucho enorme de helado.
Cuando llegué a casa, me cambié de ropa y fui haciendo
footing
hasta mi gimnasio, un local sólo para mujeres del que yo era socia. Pelearme con los aparatos era algo que habitualmente me ponía las pilas, y parecía que mis músculos ya se habían recuperado de la paliza anterior. La carrera hasta allí me había servido de calentamiento, así que hice unos cuantos ejercicios de estiramiento de brazos y me puse a la faena. Como siempre sucedía los domingos por la mañana, la sala estaba prácticamente vacía. Decidí que era el momento ideal de entrenar brazos y espalda, ya que el viernes había terminado con las piernas y los abdominales hechos fosfatina.
Mientras tiraba de la polea superior del aparato, me puse a pensar en los rasgos que caracterizaban a Jukka. Encantador, con talento, generoso, egoísta, sediento de poder, abusador... ¿Criminal también? ¿Traficante de alcohol? ¿Proxeneta? ¿Traficante de drogas? ¿Habría sido capaz, por ejemplo, de proponerle a Jyri que se acostase con un par de viejos homosexuales como pago de las deudas que tenía contraídas y éste, en un ataque de furia, lo había matado? ¿O lo habría matado Piia para evitar que se fuese de la lengua? ¿Andaría Tuulia envuelta en alguno de los negocios de Jukka? Me costaba trabajo imaginarme que nadie pudiese abusar de Tuulia, obligándola a vender su bonito cuerpo. No me cabía en la cabeza que ella llegase a prostituirse. Y Sirkku, ¿lo haría? O tal vez Antti se había enfurecido tanto con Jukka al enterarse de que éste había usado su firma en una estafa que lo había golpeado en un ataque de cólera. Eso era posible... Antti incluso tenía el aspecto de uno de esos camellos que salen en los comics: objetor de conciencia, la coleta, su forma de vestir... ¿Estaría metido en la venta de drogas? Por no hablar de Mirja, a la que tampoco podía dejar fuera de todo aquel juego.
Cambié al banco de mancuernas. Para golpear a Jukka de aquella manera había hecho falta bastante fuerza. Eso dejaba fuera a Piia y a Sirkku, y tal vez también a Jyri. Yo habría podido ganarle a Jyri en una pelea, porque con seguridad pesaba cinco kilos menos que yo. Timo tenía que tener fuerza suficiente, pero era imposible que hubiese salido del dormitorio sin que Sirkku se diese cuenta.
Los bíceps me ardían, así que dejé el banco y me puse a entrenar los pectorales.
Who wants to live forever
, preguntaba el difunto Freddie Mercury por los altavoces de la sala. A Jukka no le dieron la posibilidad de elegir.
And we can love forever
. ¿Había estado Tuulia enamorada de él? ¿Tan poca era la confianza que me tenía que no había querido contármelo? La sola idea me hacía ponerme triste... No podía casi con las mancuernas, les había puesto demasiado peso, algo que me pasa habitualmente... Me refiero a que suelo sobrestimar mis fuerzas.
Regresé a casa corriendo, me di una ducha y me puse a limpiar. Aunque mi jornada laboral y el entrenamiento ya habían acabado, aún me quedaba por pasar la peor prueba de todas. Tenía que ir a la estación de trenes a recoger a mis padres y luego alojarlos en casa por esa noche. Como cada año en verano, iban a las islas griegas para pasar un par de semanas de vacaciones. Era la única ocasión en que venían a visitarme. Aunque ambos habían estudiado en Helsinki, la ciudad les parecía demasiado grande y les inspiraba temor, y ni siquiera eran capaces de llegar solos a mi piso de Töölö desde la estación.
—Mira qué bien, si hasta vamos con escolta policial —dijo mi padre socarronamente una vez instalados en el tranvía.
—¿Has tenido tiempo de estudiar? —me preguntó mi madre con preocupación. Había intentado engañarlos para que aceptasen lo de la sustitución, diciéndoles que, al margen del trabajo, pensaba presentarme a unos cuantos exámenes.
—He estado preparándome para un examen. —No era totalmente mentira, porque incluso había sacado de la biblioteca de la facultad los libros para la prueba final de derecho criminal. Y mis padres siempre se creían lo que les convenía. El tío Pena no era alcohólico, el tío Pena sólo le daba a la botella de vez en cuando. No era que los estudiantes los tratasen mal a propósito, sino que los pobres lo tenían muy mal en casa. Yo volvería a los estudios de derecho, encontraría un trabajo bueno y decente y un marido agradable. En realidad no era yo lo que les importaba a mis padres, sino las apariencias.
Aunque acababa de limpiar mi piso a fondo, de repente se me hizo agobiante, como si estuviese aún lleno de polvo. Había hecho una quiche de cebolla para la cena y una ensalada, y me puse a preparar té. Había ido a ver a mis padres por última vez en Navidades, por puro sentido de la obligación, y me fijé en que durante el medio año transcurrido desde entonces a mi madre le habían salido más arrugas en la frente y a mi padre se le habían caído los hombros una barbaridad. Sólo les quedaban un par de años para jubilarse, pero cada mes de agosto les repugnaba más el comienzo de curso.
Mis padres me contaron las noticias de casa, que nunca me interesaban lo más mínimo. Llevaba diez años fuera del pueblo y ya ni siquiera conocía a la gente con la que me cruzaba por la calle. Luego me preguntaron cortésmente por mi trabajo y yo les respondí con la misma cortesía, pero con vaguedad, amparándome en el secreto profesional. Me describieron con detalle todas las excursiones en las que tenían pensado participar y me mostraron el folleto de la agencia de viajes para que viese el hotel. Nos sentamos a ver las noticias y el resumen deportivo de la jornada. Les serví los restos de mi licor de kiwi, aunque eso tampoco ayudó mucho a relajar el ambiente. Fue un alivio para todos cuando, al acabarse el telediario de las diez, mi padre dijo que lo mejor era irse a la cama. Su avión salía a las siete, así que teníamos que levantarnos antes de las cinco.
Aunque la noche anterior apenas había dormido, no conseguía coger el sueño. Me quedé escuchando los resoplidos de mi madre y los ronquidos esporádicos de mi padre, que me llegaban desde el chirriante sofá cama. Me sentía rara durmiendo con ellos en la misma habitación. Estaba triste. Siempre escribía el nombre de mi madre en la casilla de «familiar más cercano» de todos los impresos, aunque en realidad no éramos más que dos extrañas la una para la otra. Si yo llegase a morir de repente, como Jukka, ellos serían incapaces de reconocerme a partir de los enseres personales que tendrían que organizar.
Y la culpa era mía. Sólo iba por casa un par de veces al año, y cuando lo hacía era en mi papel de hija distante y autosuficiente. Llevábamos años sin hablar de nuestros sentimientos y sin decirnos lo que pensábamos, y yo sólo me enteraba de las reacciones de mis padres ante las vueltas que daba mi vida porque mis hermanas se encargaban de contármelo.
Nunca había llegado a perdonarles el hecho de que en mi lugar hubieran deseado tener un niño. Y que tuvieran su nombre pensado, pero no el mío. Al parecer, yo daba unas patadas tan vigorosas que mi madre se había pasado el embarazo convencida de que lo que llevaba en su vientre era un niño, Markku. Intenté ser para ellos ese niño, entre tanta hermana pequeña. Hasta mi profesión era la favorita de los chicos...
Hacía solamente un par de años que había conseguido aceptar el hecho de que mis padres no tenían la culpa de que mi vida fuese el desastre que era. Incluso llegué a hacer un par de intentos de acercamiento, pero era demasiado tarde ya. Entre nosotros reinaba un cortés statu quo que a duras penas iba a cambiar. Algunas veces, al escuchar la alegre cháchara entre mi madre y mis hermanas, me sentía como una niña a la que hubiesen sacado del juego de un empellón, sin tener la culpa de nada.
Que una vez más llegará la primavera
con un nuevo renacer
Conseguí deshacerme de mis padres a las cinco y cuarto, tras dejarlos en la terminal de autobuses del aeropuerto, y de allí volví a mi casa, para meterme en la cama un par de horas más. Tuve un sueño muy perturbador en el que me vi pescando. De repente algo picaba, y al tirar del sedal me daba cuenta de que se trataba del cuerpo apaleado de mi madre, que casi estaba irreconocible. Cuando por fin lograba sacarla del agua, ésta se había convertido en Tuulia y yo intentaba besarla desesperadamente para devolverle la vida.
Me fui en bicicleta hasta Pasila. La niebla empezaba a disiparse, y al pasar junto a Linnanmäki, la noria del parque de atracciones fue perfilándose lentamente contra el amanecer. Deseé que aquélla fuera una visión simbólica. Al frenar en un semáforo, se me salió la cadena de la bici, y al volver a ponérsela, me las apañé para mancharme de grasa mis mejores vaqueros. No llegué a la comisaría hasta las ocho y diez, porque la cadena no hizo más que salirse todo el camino. Al pasar, me asomé al despacho de Kinnunen, pero estaba vacío. ¿Seguiría de vacaciones etílicas? Sobre mi mesa había ya dos avisos, una petición de llamada de Heikki Peltonen y un recado de mi jefe exigiendo que fuese a verlo en cuanto llegase.
Llamé primero a Peltonen. Quería las llaves del coche de Jukka. Estaba convencido de que nosotros teníamos los otros dos juegos duplicados.
—En todo el transcurso de la investigación no he visto más que un juego, el que estaba en el contacto del coche de su hijo. No hemos encontrado ninguno de repuesto, ni en Vuosaari ni en casa de Jukka.
—Qué extraño, porque estoy totalmente seguro de que hay por lo menos otros dos juegos. Pensábamos vender el coche en cuanto se abra el testamento de Jukka, pero por lo visto habrá que cambiarle las cerraduras.
Me vino a la memoria el mensaje que el tal T. A. había dejado en el contestador de Jukka para pedirle prestado el coche. ¿Tendría él las llaves que faltaban? ¿Para qué querría precisamente el coche de Jukka? ¿Para transportar drogas? Intenté convencer a Peltonen de que la investigación seguía avanzando, pero lo que no le conté fue que la verdad que estaba aflorando sobre su hijo no era nada agradable.
Tapsa no había conseguido aún que los del laboratorio le devolviesen sus cintas, así que me fui de mala gana a ver a mi jefe para ponerlo al día con mis casos. Me echó el humo a los ojos mientras escuchaba con cara de escepticismo mis teorías acerca de que Jukka estaba envuelto en trajines extraños que incluían el tráfico de alcohol ilegal, las drogas y las mujeres.
—Vaaaya... Lo que me gustaría saber es cuánto de eso es demostrable y cuánto obedece a tu imaginación... ¿O debería llamarlo instinto femenino?
Le informé de las visitas de Koivu a los clubes, de Arhela y de las botellas de aguardiente. Esperaba que esa misma mañana llegasen los análisis de su contenido.
—¿Estás diciéndome que el culpable puede ser alguien de fuera?
—No necesariamente. Pero creo que unos cuantos de los sospechosos están metidos en lo del aguardiente.
—Tus teorías son muy bonitas, ¡pero son resultados lo que necesitamos! —Otra nube de humo se me metió en los ojos—. Te doy hasta el viernes; para entonces hay que tener al asesino detenido. ¡Se me va el día entero intentando mantener a los periodicuchos al margen de esto!
—¿Sigo estando a cargo del caso, entonces? ¿Qué pasa con el comisario Kinnunen? —El jefe puso cara de incomodidad.
—Bueno... naturalmente que Kalevi... —tartamudeó, aunque al momento se rehízo—. Bueno, todo el trabajo de la división está bajo la responsabilidad de Kinnunen, pero esta misma mañana hemos quedado en que vamos a intentar delegar dichas responsabilidades en diferentes personas. Tú ya has avanzado bastante con el asesinato, así que mantén a Kinnunen informado, pero por lo demás sigue trabajando por tu cuenta.
De manera que Kinnunen ya había vuelto de su baja por enfermedad... La situación parecía bastante crispada. Lo que tenía que hacer era hablar yo misma con él.
Charlamos un rato más de los otros casos que yo estaba llevando. Le pedí al jefe seguir contando con Koivu como ayudante, cosa que aceptó. Luego se quedó pensativo y me dijo:
—Ya no queda mucho para finales de septiembre... Saarinen me llamó la semana pasada para decirme que su baja va a convertirse en jubilación anticipada por enfermedad, finalmente, por lo mal que tiene la espalda... Estará ausente por lo menos hasta finales de año. ¿Has pensado lo de continuar?
—Pues no me ha dado tiempo.
—Nos iría muy bien tener a una mujer en el departamento; cuestión de imagen, claro. Y además parece que tú lo haces tan bien como cualquiera de los muchachos —soltó el jefe sin pararse a pensar, ni por un segundo, en la clase de comentario que acababa de hacer. Por suerte su secretaria le pasó una llamada urgente de algún pez gordo y yo pude escabullirme.
Cuando volví a mi despacho encontré sobre la mesa un paquete cilíndrico. No me dio tiempo a cogerlo, pues sonó el teléfono. Era Anu, la soprano segunda de la ACUEF, que había recibido mi recado.
—Me contaste que habías oído a Jukka decir por teléfono algo así como «oye, tía, ahora no puedo hablar». ¿No sería «tea» en lugar de «tía»? Por favor, piénsalo bien.
Anu se quedó callada un momento.
—Sí, creo que fue «tea» lo que dijo.
—Vale. O sea, que el tal «Tea» exigía más de lo que Jukka quería darle, o eso entendiste, ¿verdad?