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Authors: Claudia Gray

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico

Medianoche (31 page)

BOOK: Medianoche
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—Supongo que tienes razón. Supongo que al fin y al cabo es lo mismo.

—¡Te conté toda la verdad en ese correo electrónico! ¡No me guardé nada!

—Porque te pillé. Así no cuenta y lo sabes.

¿Por qué continuaba insistiendo en que habíamos hecho lo mismo?

—Yo no elegí ser lo que soy. Tú… Vosotros planeáis dar caza a mi familia, a mis amigos…

—Yo tampoco lo elegí, Bianca —dijo con voz ronca, como si se ahogara. Mi rabia se transformó en otra emoción, en una que no podía nombrar. Lucas se acercó un poco más. Al escudriñar en la oscuridad, entreví su silueta a unos pasos de mí—. Ni quién soy ni lo que soy, ni siquiera el venir a Medianoche.

—Pero elegiste estar conmigo.

Aunque él había intentado convencerme de que no me convenía, ¿no? En ese momento comprendí por qué.

—Sí, lo hice, y sé que te he hecho daño. Lo siento. Eres la última persona en el mundo a la que querría hacer sufrir.

Parecía completamente sincero. Deseé poder creerle como nunca antes había deseado nada en el mundo. Sin embargo, después de todo lo que había ocurrido esa noche, se había acabado lo de creerlo todo sin más.

—¿Puedes decirme por qué?

—Sería muy largo de explicar y no tenemos tanto tiempo.

El autobús de las 8:08 h a Boston. Consulté la hora; las manecillas fosforescentes me indicaron que apenas nos quedaban cinco minutos.

Me acerqué a Lucas con las manos extendidas, abriéndome camino a tientas. Mis dedos acariciaron unas plumas de avestruz, polvorientas después de tantos años, y algo suave y frío, tal vez el armazón de una cama de latón. Lucas se volvió hacia la izquierda, intentando evitarme, y se ocultó detrás de un panel, aunque descubrí que podía ver a través de él. Al acercarme vi que se trataba de una vidriera.

Estábamos en la pieza principal de la tienda de antigüedades, menos abarrotada y en penumbra. Las farolas de la calle proyectaban su luz verdusca y desvaída sobre nosotros. Lucas se quedó detrás de la vidriera. ¿Me tenía miedo? ¿Le daba vergüenza mirarme a la cara? En vez de rodear el panel, me coloqué delante de él, así nos veríamos a través de los vidrios tintados. La cara de Lucas estaba dividida en cuatro cuadrados de color, y en sus ojos oscuros había una mirada atormentada.

Los dos permanecimos en silencio hasta que Lucas sonrió con tristeza.

—Eh.

—Eh.

Yo también sonreí, y estuve a punto de echarme a llorar.

—Por favor, no llores.

—No, no lo haré. —Se me escapó un sollozo, pero tragué saliva y me mordí la lengua. Como siempre, el sabor de la sangre me dio fuerzas—. ¿He de temer algo?

Lucas sacudió la cabeza. En su rostro se reflejaba el color de las piedras preciosas a través del cristal: topacio, zafiro y amatista.

—No de mí. De mí nunca.

—Díselo a Erich.

—Lo habéis encontrado. —Lucas no parecía ni remotamente arrepentido—. Erich estaba acosando a Raquel. ¿Recuerdas? Cuando la oí hablar de la pulsera que había perdido, supe que se le acababa el tiempo. Robar las posesiones de su víctima es una señal típica de que el vampiro asediador se está preparando para atacarla. Erich quería matarla y, si hubiera encontrado la ocasión, lo habría hecho. Creo que en el fondo tú también los sabes.

Me intranquilizó tener que darle la razón. Si no hubiera probado la sangre de Erich y hubiera sentido toda aquella maldad yo misma, tal vez no le habría creído. Sin embargo, había visto la sed de mal en la mente de Erich y sospechaba que Lucas decía la verdad, al menos acerca de ese tema.

—Todavía me cuesta hacerme a la idea.

—Ya lo sé. Sé que debe de ser duro para ti.

—Dime lo que he de saber.

Lucas guardó silencio y temí que no fuera a responderme. Sin embargo, justo cuando estaba a punto de darme por vencida, empezó a hablar.

—Al principio te mentí por la misma razón por la que tú me mentiste a mí. Cruz Negra es un secreto que he guardado con celo toda mi vida, algo con lo que me comprometió mi madre al nacer. —Lucas hablaba con voz distante, absorto en sus recuerdos—. Me enseñaron a pelear, me inculcaron disciplina y me enviaron a cumplir mi misión en cuanto fui lo bastante mayor para sujetar una estaca.

Recordé que Lucas me había contado en el pasado que su madre era una mujer muy severa, y que él a veces tenía la sensación de que no tomaba sus propias decisiones. Por fin comprendí lo que realmente había querido decirme. Solo tenía cinco años y se había llevado un arma al fugarse de casa.

—Al principio creí que eras una de las alumnas humanas de la escuela. Cuando me dijiste lo de tus padres, pensé que habrían asesinado a los verdaderos y que te habrían adoptado. Supuse que no sabías qué eran en realidad. —Nuestras miradas se encontraron a través de la vidriera. Su sonrisa era descorazonadora—. Me dije que debía mantenerme alejado de ti por tu propio bien, pero no pude. Era como si formaras parte de mí casi desde el instante en que te vi. La Cruz Negra me habría dicho que te apartara a un lado, pero estaba harto de apartar a la gente de mí. Por una vez en mi vida quería estar con alguien sin preocuparme de cómo podría afectar eso a la Cruz Negra, por una vez quería vivir como una persona normal. Después de la primera conversación que tuvimos… ¿Te puedes creer que pensé que eras una chica muy guapa y normal?

Era lo más gracioso y lo más triste que había oído en mi vida.

—Para que vuelvas a fiarte.

—No me importa… lo que eres. Ya te lo dije, y lo dije en serio. —Se volvió hacia el escaparate, y la preocupación se perfiló en su silueta—. Tengo que decirte muchas cosas, pero el autobús está a punto de salir… Mierda, tal vez podría coger el siguiente…

—¡No! —Apreté una de las manos contra la vidriera. Aunque seguía sin saber cómo iba a poder volver a confiar en Lucas, sabía que jamás podría hacerle daño y mucho menos quedarme de brazos cruzados mientras la señora Bethany y mis padres tenían intención de matarlo—. Lucas, los demás están muy cerca. No esperes. Vete, rápido.

Lucas debería haber salido corriendo de allí en ese preciso momento. Sin embargo, se me quedó mirando a través de la vidriera y poco a poco abrió la mano al otro lado de modo que ambas quedaron encaradas contra el mismo vidrio, dedo con dedo, palma con palma. Nos acercamos al cristal y nuestros rostros quedaron a apenas unos centímetros de distancia. A pesar de la vidriera que nos separaba, fue tan íntimo como otras veces en que nos habíamos besado.

—Ven conmigo —dijo en voz baja.

—¿Qué? —parpadeé, incapaz de comprender lo que me pedía—. ¿Quieres decir que… huya contigo? ¿De verdad? ¿Como me dijiste que hiciera el primer día?

—Para poder hablar contigo sobre todo lo que ha sucedido y… Para que podamos despedirnos como es debido en vez de… —Lucas tragó saliva y comprendí que estaba tan angustiado y asustado como yo—. Tengo suficiente dinero para comprar dos billetes que nos sacarían de la ciudad. Luego puedo conseguir más dinero para enviarte a casa si es lo que quieres. Podemos irnos ahora mismo. Cruza la calle y sube al autobús. Saldremos juntos de aquí.

—¿Vas a entregarme a la Cruz Negra?

—¿Qué? ¡No! —Lucas no parecía habérselo planteado si quiera—. En lo que a cualquier humano concierne, eres humana. Cuidaré de ti si vienes conmigo.

—Dime una cosa antes de que te conteste —le pedí, muy lentamente.

Lucas pareció receloso.

—De acuerdo, pregunta.

—Dijiste que me querías. ¿Lo dijiste en serio?

Si me había mentido sobre todo lo demás, incluso sobre su nombre, creía poder soportarlo, siempre que supiera aquello.

Soltó el aire que había estado conteniendo en algo que no fue ni una risa ni un sollozo.

—Dios, sí, Bianca, te quiero con toda mi alma. Aunque no vuelva a verte nunca más, aunque salgamos de aquí y caigamos en una emboscada que me hubieras preparado con tus padres, siempre te querré.

En medio de todas las mentiras, al menos había algo que era cierto.

—Yo también te quiero —dije—. Tenemos que darnos prisa.

Capítulo diecisiete

L
o hemos conseguido —dije, al derrumbarme en el asiento del autobús, tan cansada que hasta las piernas me temblaban.

Lucas negó con la cabeza.

—Todavía no.

El autobús se puso en marcha con una sacudida y enfiló la carretera lentamente. Habíamos sido los últimos pasajeros en subir. Tres minutos más y habríamos perdido la oportunidad de escapar.

—Sé que mis padres son rápidos, pero no creo que puedan atrapar un autobús en la autopista.

Una mujer mayor, sentada unas cuantas filas por delante de nosotros, se volvió para mirarnos con evidente curiosidad por saber de qué narices estábamos hablando. Lucas le dedicó la más encantadora de sus sonrisas, a la que ella respondió con otra, flanqueada por unos hoyuelos, antes de volver a concentrarse en su novela. A continuación, Lucas me tomó de la mano y me condujo hacia la parte de atrás del autobús, casi vacío, donde pudiéramos hablar con total libertad sin peligro de que algún pasajero nos oyera charlar sobre vampiros.

Lucas ocupó el asiento de la ventanilla. Creía que iba a estrecharme entre sus brazos, pero permaneció tenso, mirando fijamente el cristal enturbiado por el agua.

—No lo habremos conseguido hasta que crucemos el paso elevado, el que está a casi cinco kilómetros del pueblo.

No sabía de qué estaba hablando. Estaba claro que Lucas había hecho un reconocimiento táctico de la zona mucho más profundo que el mío.

—¿Qué crees que harían? ¿Plantarse en medio de la carretera para parar el autobús?

—La señora Bethany no es tonta —contestó, sin apartar la vista de la ventanilla. Las luces de la carretera que íbamos pasando proyectaban sobre él una suave luz azulada, que se desvanecía al dejarlas atrás y volvían a recluirnos entre las sombras—. Sí, puede que me hayan seguido hasta el pueblo, pero también puede que hayan adivinado que iba a tomar un autobús y, si es así, su expedición de caza estará esperándome en ese paso a nivel. Irrumpirán en el autobús, me sacarán a la fuerza y que la poli se las apañe luego para explicar lo sucedido a los pasajeros.

—¡Cómo van a hacer una cosa así!

—¿Para detener a un cazador de la Cruz Negra? Ya puedes apostarte lo que quieras.

—Si estás con esa Cruz Negra, ¿por qué viniste a la Academia Medianoche?

—Me enviaron para que me infiltrara en la escuela. Era mi misión y las misiones de la Cruz Negra no se rechazan. O la cumples o mueres en el intento.

La desanimada convicción con que Lucas lo dijo me preocupó tanto como todo lo que había oído sobre los vampiros.

—¿Acabáis de descubrir el internado?

—La Cruz Negra conoce la existencia de Medianoche casi desde que se fundó. Los lugares a los que acuden los vampiros…

—Perdona, acudimos.

—Da igual. Suelen ser los lugares donde los vampiros apenas atacan. Nadie quiere montar escenas o que la gente de los alrededores sospeche, por eso los vampiros siempre se controlan en esas zonas. No cazan y no causan problemas. Si los vampiros se comportaran así siempre, la Cruz Negra no tendría razón de ser.

—La mayoría de los vampiros no cazan —insistí.

El autobús dio una sacudida al encontrar un bache y todos nos zarandeamos. Solté un grito ahogado empujada por el miedo. Lucas me puso una mano en la rodilla para tranquilizarme, pero volvió a mirar por la ventanilla de inmediato. Ya casi habíamos salido de Riverton y cada vez quedaba menos para llegar al paso a nivel.

—¿Recuerdas lo que me has dicho en la tienda de antigüedades? —murmuro—. Lo de que se lo digan a Erich. Iba a por Raquel.

¿Cómo podía hacérselo entender? Intenté encontrar un ejemplo que sirviera.

—Te gustan las hamburguesas, ¿no?

—Deberíamos hablar seriamente de cuándo es el momento adecuado y cuándo no para las charlas triviales. Durante la cena: bien. Cinco minutos antes de una emboscada de vampiros: mal.

—Escúchame. ¿Te comerías una hamburguesa si hubiera la posibilidad de que te diera un puñetazo?

—¿Cómo va a darme un puñetazo una hamburguesa?

—Imagínate que puede. —No era el momento para ponerse tiquismiquis con las metáforas—. ¿Perderías el tiempo intentando hincarle el diente o preferirías comer otra cosa?

Lucas lo pensó un par de segundos.

—Dejando a un lado el esfuerzo de imaginación que se necesita para ver una hamburguesa al ataque, que ya te digo que es mucho, no, creo que no me la comería.

—Por eso la mayoría de los vampiros no atacan a los humanos, porque los humanos responden, gritan, vomitan, llaman a la policía por el móvil… De un modo u otro, los humanos crean más problemas que otra cosa. Es mucho más fácil comprar sangre en la carnicería o alimentarse de animales pequeños. La mayoría de la gente escoge el camino fácil, Lucas. Sé que crees que las personas solemos movernos por motivaciones egoístas, por eso debería resultarte fácil entenderlo.

—Aséptico y lógico. Seguro que me lo estás contando tal como te lo contaron tus padres, pero todavía no te he oído decir que matar a alguien esté mal.

Me fastidio que hubiera adivinado que la explicación procedía de mis padres y no de mí. Y me fastidio no contar con ninguna otra versión a parte de la que ellos me habían ofrecido.

—Eso no hace falta decirlo.

—Pues muchos vampiros no opinan lo mismo. Lo que dices tiene sentido, pero no es tan tranquilizador como crees. Uno de los dos se equivoca acerca de cuántos vampiros matan, pero yo sé que muere mucha gente. Lo he visto, ¿y tú?

—No, nunca. Mis padres… No son así. Ellos nunca le harían daño a nadie.

—Que no lo hayas visto no significa que no haya ocurrido.

—¿Acaso lo has visto tú? —lo reté.

Se me cayó el alma a los pies al ver que asentía con la cabeza y fue peor aún al oír lo que dijo a continuación.

—Mataron a mi padre.

—Oh, Dios.

Lucas clavó la mirada en la ventanilla con mayor intensidad que antes. Teníamos que estar muy cerca del paso a nivel.

—Yo no estaba. Era muy pequeño, de hecho apenas me acuerdo de él. Pero he visto vampiros atacando a gente y he visto los cuerpos que dejan detrás. Bianca, es horrible, más de lo que creo que puedas llegar a comprender, incluso de lo que puedas llegar a imaginar. Tus padres solo te han enseñado la cara amable, pero también existe una que no lo es tanto.

—¿Y si eres tú el que solo ha visto la cara desagradable? ¿Y si eres tú el que no entiende el verdadero equilibrio? —Tenía el estómago revuelto y mis dedos se hundieron en el respaldo del asiento vacío que tenía delante. ¿Estábamos a punto de tener que luchar por nuestras vidas? —. Si mis padres me han ocultado la verdad, quizá tu madre también haya hecho lo mismo contigo.

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