Medianoche (14 page)

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Authors: Claudia Gray

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico

BOOK: Medianoche
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Me dije que no podía seguir así. Iba a asistir al Baile de otoño con el chico más guapo de toda la escuela. Era lo único realmente bueno que me había ocurrido hasta el momento en la Academia Medianoche y quería disfrutarlo. Sin embargo, por mucho que me lo repitiera, en realidad nunca conseguía llegar a convencerme de que el baile fuera a alegrarme la vida.

Sin embargo, todo cambio cuando me puse el vestido la noche del baile.

—He metido un poco la cintura. —Mi madre llevaba una cinta métrica colgada del cuello y unos cuantos alfileres prendidos en los puños de la camisa. Sabía coser cualquier prenda que se te pasara por la cabeza, en realidad era una artista de la aguja, y me había modificado el vestido comprado por catálogo. Sin embargo, no había manera de que hiciera lo mismo con los uniformes. Se escudaba en la excusa de que no tenía tiempo y acabó sugiriéndome que aprendiera a coser, aunque sin éxito. Mi madre no era amante de las máquinas de coser, y yo no me imaginaba pasándome las tardes libres de los domingos aprendiendo a usar el dedal—. También he bajado un poco el cuello.

—¿Quieres que me exhiba delante de los chicos? —Nos echamos a reír. Sería un poco ridículo que me comportara con pudor estando allí de pie delante de ella en bragas y con un sostén sin tirantes—. Esto y los kilos de maquillaje que llevo… Creo que estás buscándote un problema con papá.

—Tu padre lo superará, sobre todo cuando vea lo guapa que vas a estar.

Me puse el vestido, de color negro azulado, que susurró suavemente cuando mi madre me ayudó a enfundármelo. Al subirme la cremallera del costado, creí que me lo había ceñido demasiado, pero cuando abrochó el corchete vi que todavía podía respirar. El corpiño, que acababa fundiéndose con la falda del vestido, me quedaba como un guante.

—Guau —susurré, alisando la tela suave y vaporosa con las manos, disfrutando del agradable tacto que tenía—. Quiero verme.

Mi madre me detuvo antes de que pudiera acercarme al espejo.

—Espera. Primero tengo que peinarte.

—¡Pero si solo quiero ver el vestido, no el pelo!

—Confía en mí. Ya verás como vale la pena esperar para ver el efecto completo. —Sonrio satisfecha—. Además, me lo estoy pasando bomba.

No podía decirle que no a la mujer que se había pasado la última semana retocando el vestido, así que me senté en el borde de la cama y dejé que empezara a peinarme y a trenzarme el pelo.

—Balthazar es un chico muy majo —dijo—. Al menos esa es la impresión que da.

—Sí, sí que lo es.

—Hum… No pareces muy convencida.

—No es eso. Al menos, no pretendo dar esa impresión. —Así no iba a conseguir engañar a nadie, ni siquiera a mí—. Es que no lo conozco demasiado, nada más.

—Os pasáis estudiando juntos todo el tiempo. Yo diría que lo conoces bastante bien para una primera cita. —Los diestros dedos de mi madre me entretejieron una elegante trenza en la sien—. ¿Tiene algo que ver con Lucas? ¿Qué os ha ocurrido?

«Intentó ponerme en vuestra contra y luego se metió en una pelea con unos obreros de la construcción en la ciudad, mamá. Así que ya ves que es lógico que sea él con quien quiero estar. Ahora seguramente papá y tú querréis salir detrás de Lucas con antorchas en la mano».

—En realidad nada. No estamos hechos el uno para el otro. Eso es todo.

—Pero a ti sigue gustándote —dijo mi madre con tanta dulzura que me entraron ganas de volverme y abrazarla—. Si te sirve de consuelo, salta a la vista que Balthazar y tú tenéis más en común. Es una persona seria. Aunque ya estoy anticipándome. Tienes dieciséis años y no te hace falta pensar en relaciones serias, lo que necesitas es pasártelo bien en el baile.

—Me lo pasaré bien. Solo llevar este vestido ya hace que merezca la pena.

—Le falta algo. —Mi madre se colocó delante de mí e inspeccionó su trabajo con las manos en jarras, hasta que se le iluminó la cara—. ¡Eureka!

—Mamá, ¿qué haces? —Para mi espanto, se acercó al telescopio con las tijeras en la mano y empezó a cortar los extremos de las ristras de papel de estrellas de
origami
—. ¡Mamá! ¡Esas me gustaban mucho!

—Ya lo arreglaremos después. —Tenía dos hileras pequeñas en las manos, las que tenían las estrellas más pequeñitas en los extremos. La pintura plateada lanzó un destelló al ponérmelas en las manos—. Aguanta un momento.

—Estás como una cabra —dije al comprender lo que pretendía hacer.

—A ver si ahora dices lo mismo —dijo mi madre, después de colocar el último prendedor en su lugar y obligarme a dar media vuelta para que me viera en el espejo—. Mira.

Al principio me costó creer que quien se reflejaba en el espejo fuera yo. El vestido negro azulado hacía que mi piel pareciera tan suave y perfecta como la seda. El maquillaje no se diferenciaba demasiado del que solía llevar, pero las manos expertas de mi madre le habían aportado un matiz más difuminado. Diminutas trenzas de distintos anchos arrancaban desde la frente y luego mi cabello pelirrojo oscuro caía por detrás, hasta el cuello, como debían de haberlo llevado las mujeres en la Edad Media. En vez de una diadema de flores como las que lucían en las fotos antiguas, yo llevaba estrellas plateadas en el pelo, lo bastante pequeñas para que parecieran horquillas adornadas, que desprendían destellos cada vez que movía la cabeza para mirarme desde todos los ángulos.

—¡Mamá! ¿Cómo lo has hecho?

Las lágrimas se agolparon en los ojos de mi madre. Con todo el cariño del mundo: era una boba.

—Teniendo una hija guapísima.

Mi madre no paraba de decirme que era guapa, pero nunca la había creído hasta ese momento. No era una chica de portada de revista como Courtney o Patrice, pero no estaba nada mal.

Al entrar en el comedor, mi padre pareció sorprenderse tanto como yo. Mis padres se abrazaron.

—Lo hicimos bien, ¿eh? —le susurró mi madre.

—Ni que lo digas.

Se besaron como si no estuviera allí. Carraspeé.

—Esto… Chicos. ¿No eran los adolescentes los que se lo hacían en los bailes de gala?

—Perdona, cariño. —Mi padre me puso una mano en el hombro. La sentí fría, como si yo desprendiera calor—. Estás deslumbrante. Espero que Balthazar sea consciente de lo afortunado que es.

—Más le vale —dije, y se rieron.

Temí que mis padres quisieran bajar conmigo, pero para mi alivio se quedaron arriba. Eso habría sido llevar la vigilancia del alumnado demasiado lejos. Además, me alegré de tener unos minutos para mí sola de camino al baile. Me recogí la falda del vestido con una mano mientras descendía los escalones como en una nube. Esos momentos me dieron la oportunidad de convencerme de que todo aquello era real y no un sueño.

De abajo llegaba el rumor de la gente, las risas y los suaves compases de la música. El baile ya había empezado y yo me estaba retrasando. Esperaba que Patrice tuviera razón en lo de hacer esperar a los chicos.

Acababa de descender el último escalón de piedra y pisar el gran vestíbulo iluminado por la luz de las velas, cuando Balthazar se volvió hacia mí como si hubiera sentido mi presencia. Al mirarlo a los ojos y ver el modo en que había clavado su mirada en mí, comprendí que Patrice tenía toda la razón del mundo.

—Bianca, estás deslumbrante —dijo, acercándose.

—Tú también. —Balthazar llevaba un esmoquin clásico, como los de Cary Grant en los cuarenta. Sin embargo, por guapo que estuviera, no pude evitar echar un vistazo al gran salón que había a su espalda—. Uau —se me escapó.

El vestíbulo principal estaba adornado de enramadas de hiedra, y lo habían iluminado con altas velas blancas que habían colocado delante de las antiguas bandejas de latón batidas a mano para que reflejaran la luz. La banda de música estaba en una pequeña plataforma en uno de los rincones. No se trataba de un grupo de rockeros con tejanos y camisetas, sino de una clásica orquesta de baile cuyos miembros iban vestidos con esmóquines incluso más formales que el de Balthazar, y que en esos momentos estaba interpretando un vals. Había muchas parejas en la pista de baile, perfectamente alineados, como la escena de un cuadro del siglo
XIX
. También había varios alumnos nuevos apoyados contra las paredes, chicos con trajes intencionadamente horteras o a la última y chicas con vestidos cortos de lentejuelas, y todos parecían ser muy conscientes de no haber sabido elegir el modelo para la ocasión.

—Me acabo de dar cuenta de que debería habértelo preguntado antes: ¿sabes bailar el vals? —Balthazar me ofreció el brazo.

—Sí. Bueno, más o menos —dije, aceptándolo—. Mis padres me han enseñado algunos bailes antiguos, pero nunca he practicado con nadie que no fuera ellos. O en ningún otro sitio que no fuera mi casa.

—Es la primera vez de todo. —Me condujo al centro del gran salón, de modo que la luz de las velas brillaba con más fuerza a nuestro alrededor—. Vamos allá.

Balthazar nos incorporó a la rueda de baile con un solo giro, como si lo hubiera ensayado. Sabía perfectamente dónde debíamos colocarnos y cómo debíamos movernos. Las dudas que yo pudiera tener acerca de mis aptitudes para bailar el vals se desvanecieron de inmediato. Recordé los pasos sin esfuerzo y Balthazar era una pareja de baile consumada que, con su manaza en mi comparativamente diminuta espalda, me guiaba con pericia de experto. Antes de desaparecer de repente en el siguiente movimiento, atisbé a Patrice a un lado sonriéndome complacida.

Después de eso, el baile se alargó en una dilatada y feliz indefinición. Balthazar nunca se cansaba de bailar y yo tampoco. La energía fluía a través de mí como la electricidad y tenía la sensación de ser capaz de seguir bailando durante días sin descanso. Las sonrisas de Patrice y la mirada incrédula de Courtney me confirmaron que estaba realmente guapa. Es más, me sentía así.

Hasta esa noche, no había descubierto hasta qué punto me gustaba ese tipo de baile. No solo me sabía los pasos, sino que los demás bailarines también. Las parejas formaban parte de la danza, todo el mundo se movía a la par, las mujeres extendían los brazos en el ángulo correcto en el momento justo. Las faldas de los vestidos, largas y amplias, giraban con nosotras y creaban hileras de remolinos de vivos colores delante de los zapatos negros de los chicos, mientras todos seguíamos el ritmo al compás de la música. No era limitativo, era liberador, te hacía olvidar la confusión y las dudas. Cada movimiento nacía del anterior. Tal vez eso era lo que se sentía al bailar ballet: un movimiento unísono para crear algo bello, incluso mágico.

Por primera vez desde que había llegado a la Academia Medianoche, sabía exactamente qué debía hacer. Sabía cómo moverme y cómo sonreír. Me sentía a gusto con Balthazar y me deleitaba con su cálida admiración. Encajaba.

Siempre me había negado a creer que algún día pudiera formar parte del mundo de Medianoche, pero en esos momentos el camino se abría ante mí, ancho, hondo y alentador…

«No quería quedarme a ver cómo caías en las garras de esa gente, una chica tan dulce como tú».

La voz de Lucas resonó en mi cabeza con tanta claridad como si acabara de susurrarme al oído. Di un traspié y perdí el ritmo por completo en cuestión de segundos. Balthazar me pasó un brazo sobre los hombros y se apresuró a sacarme de la pista de baile.

—¿Estás bien?

—Sí, no pasa nada —mentí—. Es que… hace mucho calor. Creo que estoy un poco sofocada.

—Vamos a tomar el aire.

Al tiempo que Balthazar nos abría camino entre las parejas de baile, comprendí lo que había estado a punto de hacer. Me había sentido orgullosa de formar parte de Medianoche, un lugar donde los fuertes se aprovechaban de los débiles, donde la gente agraciada miraba a la normal y corriente por encima del hombro y donde el esnobismo era más importante que la amistad. Solo habían dejado de meterse conmigo una noche, y ya estaba dispuesta a olvidar lo capullos que eran la mayoría de ellos.

Recordar a Lucas me había hecho entrar en razón.

Salimos a los prados. No había profesores vigilando a la vista. Por lo visto, la señora Bethany y los demás maestros contaban con que el frío de finales de otoño mantuviera a la mayoría de los alumnos en el interior, y cuando el aire gélido me acaricio los hombros y la espalda desnudos, lo comprendí perfectamente. Sin embargo, antes de que me diera tiempo de echarme a temblar, Balthazar se quitó la chaqueta del esmoquin y me la colocó sobre los hombros.

—¿Mejor?

—Sí, solo será un segundo.

Balthazar se acercó un poco más, preocupado. Era todo un caballero, una buena persona, y honesto, y en esos momentos deseé que hubiera invitado a otra persona al baile, a una chica que supiera valorarlo de verdad.

—Vamos a dar un paseo —propuso.

—¿Un paseo?

—A no ser que prefieras regresar al baile…

—¡No! —Si volvía a entrar, el hechizo podría nublar mi mente una vez más y debía mantener la cabeza despejada hasta que consiguiera comprender lo que había estado a punto de hacer—. Quiero decir que… todavía no. Vamos.

Las estrellas titilaban en el cielo nocturno. Era una noche despejada, perfecta para observar el firmamento, y hubiera querido poder subir a la habitación de lo alto de la torre para mirar por el telescopio las estrellas distantes y alejarme de una vez del caos que me rodeaba. A nuestras espaldas, la música y el eco de las risas que procedían del baile fueron desvaneciéndose lentamente en la distancia a medida que nos adentrábamos en el bosque.

—Vale, ¿quién es él? —preguntó al final Balthazar.

—¿Quién?

—El chico del que estás enamorada.

Balthazar sonrió con tristeza.

—¿Qué? —Estaba tan avergonzada, tanto por él como por mí, que intenté salir del apuro inventándome la respuesta—. No salgo con nadie.

—No me tomes por idiota, Bianca. Tengo suficiente experiencia para saber cuándo una mujer está pensando en otro hombre.

—Lo siento —contesté en voz baja, abochornada—. No pretendía hacerte daño.

—Podré soportarlo. —Colocó sus manos sobre mis hombros—. Somos amigos, ¿no? Y eso implica que deseo que seas feliz. Preferiría que lo fueras conmigo…

—Balthazar…

—… pero sé que no siempre es tan sencillo.

Sacudí la cabeza.

—No, no lo es. Eres una magnífica persona y deberías ser tú quien ocupara mis pensamientos.

—No hay «deberías» que valgan cuando se trata de amor. Créeme. —La camisa blanca del esmoquin refulgía a la luz de la luna. Balthazar nunca había estado tan guapo como en ese momento, en plena retirada—. ¿Se trata de ese Vic? A veces os veo hablar.

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