—Tenemos que averiguar cómo reaccionas ante la sangre, ya sabes que no queda otro remedio. Bebe un trago y acabemos con esto de una vez.
—Esto no será, bueno, no sé, de una persona, ¿verdad?
—¡No! Es de vaca. Recién ordeñada.
Daba la impresión de que Lucas hubiera preferido que lo abandonaran desnudo a la intemperie en medio de la noche helada, pero respiró hondo, aceptó el vaso y procuró no hacer demasiadas muecas mientras le servía un dedo de sangre. Apenas había para un trago, pero sería suficiente para averiguar lo que queríamos. Lucas se llevó el vaso a la boca con una mueca de repugnancia, lo inclinó lentamente, bebió…
… y lo escupió en el suelo de inmediato.
—¡Uf! ¡Por amor de Dios, qué asco!
—Ahí tenemos la respuesta. —Muy seria, volví a enroscar la tapa del termo. La había calentado y la había probado yo misma, así que sabía que estaba deliciosa. Si a Lucas no le gustaba, entonces todavía no oía la llamada de la sangre—. No eres como yo, eres otra cosa.
—¿Y cómo se supone que vamos a averiguarlo? —Lucas estaba ocupado limpiándose la boca con el dorso de la mano, intentando quitarse cualquier resto de sangre—. No hay trabajos a los que acudir en busca de información y ninguno de los dos se ha topado antes con algo por el estilo. Y antes de que lo preguntes, no, en la Wikipedia no dicen nada de esto. Estaba desesperado y lo busqué. Nada. No hay… nada.
Deseé que Lucas dejara de hablar como si supiera algo sobre los vampiros, era un poco irritante. Sin embargo, el pobre acababa de probar algo repugnante para él, así que decidí perdonarlo por esta vez.
—Tengo una propuesta. No te gustará, pero creo que sí lo piensas, verás que es lo mejor que podemos hacer.
—Muy bien, explícame esa propuesta que no va a gustarme.
—Preguntémosles a mis padres.
—Pues tenías razón en que no iba a gustarme. —Lucas se pasó las manos por el pelo, como si quisiera arrancárselo llevado por la desesperación—. ¿Quieres decírselo así, sin más? ¿Quieres contarles a los vampiros lo que me pasa?
—Deja de pensar en ellos como los «vampiros» y piensa en ellos como mis padres. —Sabía que Lucas necesitaría un tiempo para hacerse a la idea, pero eso no significaba que no fuera a presionarlo. Con el tiempo había aprendido a aceptarme tal como era y, tarde o temprano, le sucedería lo mismo con mis padres—. Te escucharán y, si pueden ayudarte, lo harán. —Lucas sacudió la cabeza—. Si tienen que enfadarse con alguien, será conmigo. Soy yo la que volvió a morderte y empezó todo esto.
—Entonces no deberíamos meterte en problemas.
—Si necesitas ayuda, todo lo demás no importa. —Lo miré directamente a los ojos—. Piénsalo, Lucas. Cuando lo sepan, podremos hablar del tema abiertamente y obtener respuestas tanto para tus preguntas como para las mías. Si estás destinado a convertirte en un vampiro…
Se estremeció.
—Eso no lo sabemos.
—He dicho «si». Tendrás que saberlo todo de nosotros, ¿no crees? Incluso la historia y los poderes que yo todavía desconozco. Podríamos aprenderlo juntos. —Y tal vez acabara convenciéndole lo que oyera y decidiera unirse a mí como vampiro para siempre jamás. Por pedir que no fuera, ¿no? —. Cuando seas uno de los nuestros, vampiro o humano, da lo mismo, podrán hablar contigo con claridad y tú podrás preguntarles lo que quieras. Tal vez así consiga convencer a mis padres de que soy lo bastante mayor para saber toda la verdad. No volveremos a sentirnos desvalidos o confusos. Averiguaremos lo que queremos saber, lo sabremos todo. ¿No lo ves?
Lucas se quedó helado y tuve la sensación de que por primera vez comprendía lo que estaba intentando decirle: que fuera lo que fuese lo que le había ocurrido, eso en cierto modo le permitía pasar a formar parte de Medianoche. A pesar de lo poco que le gustaba la escuela, me dio la impresión de que quería saber más, tanto que nos sorprendió a ambos. Después de todo, tal vez Lucas necesitaba encajar en algún sitio.
O tal vez estaba empezando a plantearse lo de convertirse en un vampiro y quedarse conmigo para siempre.
—No me pidas que haga eso —dijo Lucas con un hilo de voz —. No me des esa opción.
—¿Tienes miedo de que te guste lo que oigas? —lo reté.
Lucas no contestó. Al final, lentamente, asintió.
—Vayamos a hablar con ellos.
Suponía que mis padres se enfadarían conmigo, pero lo que no había imaginado era hasta qué punto. Primero mi madre me leyó la cartilla por haberme saltado a la torera todas sus advertencias, y luego mi padre quiso saber en qué estaba pensando Lucas al llevar a una jovencita a lo alto de la torre norte a solas.
—Casi tengo diecisiete años! —grité, ya harta—. No haces más que decirme que tome decisiones maduras y cuando tomo una, ¡me gritas!
—¡Decisiones maduras! —Mi padre estaba tan fuera de sí que temía ver sus colmillos asomando en cualquier momento—. Revelas todos nuestros secretos porque «te gusta un chico» y ¡encima pretendes hablar de decisiones maduras! Estás pisando terreno peligroso, jovencita.
—Adrián, tranquilo. —Mi madre puso ambas manos en sus hombros. Creí que iba a defenderme, hasta que dijo—. Si Bianca quiere pasarse los próximos siglos pareciendo demasiado joven para obtener un trabajo, comprarse un coche o hacer cualquier otra cosa que le permita manejar su vida, entonces no podemos hacer nada al respecto.
—¡Eso no es lo que quiero! —No quería ni imaginar tener que estar enseñando el carnet a la entrada de las discotecas para toda la eternidad—. No lo he matado, así que no me he convertido, ¿vale?
—Te has acercado mucho y lo sabes —replicó mi padre.
—¡Pues en realidad no lo sé! ¡Nunca me habéis explicado qué ocurriría si mordía a un humano sin matarlo! ¡Nunca me habéis explicado qué sabrían u olvidarían los humanos al día siguiente! Hay un montón de cosas que nunca me habéis explicado ¡y ahora por fin descubro la ignorancia en la que me habéis mantenido todos estos años!
—¡Pues perdona por no haber sabido manejar la situación! Nacen muy pocos bebés vampiro cada siglo, no hay mucha gente a la que pueda recurrirse en busca de consejo, ¿sabes? —Mi madre parecía tan alterada como para arrancarse los pelos—. Pero tienes razón, Bianca, en eso estoy de acuerdo contigo. Es evidente que nos hemos equivocado en algo, ¡si no ahora estarías comportándote con sensatez en vez de hacerlo de esta manera!
—La culpa es mía… —intentó defenderme Lucas desde el sofá, donde mis padres le habían dejado bastante claro que se quedara sentadito.
—Tú, chitón. —La mirada encendida de mi padre podría haber fundido el metal—. Después ya hablaré contigo largo y tendido.
Y por si creía que las cosas no podían ir peor, mi madre anuncio:
—Tenemos que decírselo a la señora Bethany.
—¿Qué? —No daba crédito a lo que oía. Lucas abrió los ojos de par en par—. ¡No, mamá!
—Tu madre tiene razón. —Mi padre se dirigió a la puerta con paso airado—. Le has contado el secreto de Medianoche a un humano. Tenemos que explicárselo a la señora Bethany. Es lo primero en lo que tendrías que haber pensado.
—Nuestros secretos nos protegen, Bianca —añadió mi madre con más tranquilidad cuando la puerta se cerró de un portazo detrás de él—. Algún día lo comprenderás.
Sin embargo, en esos momentos tenía la impresión de que nunca entendería nada. Me senté derrotada junto a Lucas en el sofá, al menos así estaríamos juntos cuando cayera la bomba. Los minutos pasaron y los tres seguíamos guardando un lúgubre silencio, sin movernos, hasta que empezaron a resonar unos pasos en la escalera de piedra. El repiqueteo me hizo estremecer. La señora Bethany estaba cerca.
Irrumpió en la habitación como si fuera la dueña del lugar y los demás unos simples intrusos. Mi padre, detrás de ella, podría haber sido su sombra. La siguió una fragancia a lavanda que se adueñó sutilmente del lugar. Clavó sus ojos oscuros en Lucas, quien aguantó su mirada estoicamente, sin decir nada.
—¿A esto es a lo que llama autocontrol, señorita Olivier? —Su larga falda barrio el suelo al acercarse. Esa noche llevaba un prendedor de plata en el cuello de la blusa, tan brillante que lanzaba destellos de luz. A pesar de que se había pintado las uñas de un color morado muy intenso, no conseguía ocultar los profundos surcos que las recorrían—. Supuse que tarde o temprano ocurriría. Y ya veo que no ha perdido el tiempo.
—Bianca no tiene la culpa —dijo Lucas—. La culpa es mía.
—Muy cortés por su parte, señor Ross, pero creo que es bastante evidente quién es la parte activa en este caso. —Lo agarró por el cuello del jersey y le dio un tirón, un gesto extrañamente íntimo tratándose de profesora y alumno. Lucas se puso tenso y temí que le mordiera si la señora Bethany se atrevía a tocarle el cuello—. Ha recibido dos mordeduras de vampiro. ¿Sabe lo que eso significa?
—¿Cómo va a saberlo? —pregunté—. Ni siquiera sabía que los vampiros existían de verdad hasta hace un par de meses.
La señora Bethany suspiró.
—Recuérdeme que volvamos a repasar en clase el concepto de «pregunta retórica». Como le estaba diciendo, señor Ross, ahora está marcado como uno de los nuestros.
—Marcado —repitió Lucas—. ¿Se refiere a que soy como Bianca?
—El cambio apenas es perceptible al principio. —La señora Bethany empezó a caminar lentamente alrededor de Lucas, estudiándolo de pies a cabeza—. Ahora lo percibo, aunque solo porque me han hecho fijarme en usted. Sin embargo, con el tiempo el cambio será más pronunciado y los vampiros de su alrededor lo notarán hasta que les sea imposible ignorarlo. Se ha rendido a un vampiro, ¡y en más de una ocasión! Eso ha estado a punto de convertirlo en uno de nosotros.
—¿Significa eso que acabaré convirtiéndome en un vampiro me guste o no? —preguntó Lucas.
Me removí inquieta, incapaz de ocultar las esperanzas que empezaba a albergar. Mi madre me lanzó una mirada que me frenó de golpe.
La señora Bethany negó con la cabeza.
—No necesariamente. Puede que disfrute de una larga vida y muera por otras causas, si eso es algo que considera digno de celebración. Sin embargo, pronto descubrirá que se siente irremediablemente atraído hacia la señorita Olivier, cuya falta de disciplina ha quedado de sobras demostrada. —Mi padre avanzó un paso, como si fuera a defenderme, pero mi madre puso una mano en su hombro para detenerlo—. Les resultará tentador a otros vampiros, aunque la prohibición de cazar la presa de otro debería protegerlo… al menos por un tiempo. Al final, señor Ross, descubrirá que la perspectiva le seduce tanto como a ella. Lo deseará con más fuerza de lo que pueda imaginar. Es un deseo que ningún humano podrá comprender jamás. Y cuando llegue el momento, es probable que decida unirse a nosotros.
Sí Lucas tenía que perder los estribos, imaginé que ese sería el momento; sin embargo, no pareció inmutarse.
—¿Eso significa que soy una especie de… punto intermedio? ¿Como Bianca?
—No exactamente como ella, pero algo bastante parecido. —Los labios fruncidos de la señora Bethany se relajaron un ápice y comprendí que casi estaba sonriendo—. Es usted muy despierto, señor Ross.
—Me gustaría saber más —contestó él, aprovechando el halago de la señora Bethany—. Me gustaría entender estos… sentidos. Habilidades. Poderes.
—Y también limitaciones. Arraigan en los humanos con mayor lentitud que nuestros poderes, pero llegarán. No debe olvidarlo. —La señora Bethany lo meditó unos instantes y luego asintió con la cabeza—. No era esto lo que esperaba cuando abrí la escuela a los alumnos humanos, pero debería de haberlo previsto. Le enviaré información que tal vez pueda ayudarle. Cartas antiguas, estudios y cosas similares acerca de aquellos que han compartido su situación y que han escogido seguir nuestro camino. No lo olvide, señor Ross: nuestro secreto es ahora el suyo. Cuanto más aprenda, más unido a nosotros estará. De ahora en adelante, si traiciona la verdad de Medianoche, se traicionará a sí mismo. A partir de ahora, lo vigilaré muy de cerca.
—La creo. No voy a decirle una palabra sobre vampiros a nadie. —Me miró de soslayo—. Bueno, al menos a nadie que todavía no lo sepa.
Le apreté la mano, contenta y aliviada. Me daba igual lo que mis padres nos dijeran o lo que fuera a durar mi castigo. Lo único que importaba era que por fin la verdad había salido a la luz y que a Lucas no iba a pasarle nada. Además, ahora… tal vez podría ser mío para siempre.
Hasta un poco después no caí en la cuenta de que la señora Bethany no le había explicado a Lucas qué ocurriría si decidía no convertirse en vampiro. No le había dado opción. Me pregunté si sería porque era imposible que Lucas eligiera otra cosa… o porque no iba a permitírsele elegir.
C
on marzo llegaron las lluvias, aguaceros torrenciales que enturbiaban los cristales y convertían la tierra en lodo. Por primera vez no podíamos evadirnos en los prados; sin embargo, también por primera vez no nos hacía falta. Lucas y yo estábamos empapándonos de Medianoche. Empezábamos a formar parte de ella.
—Mira esto. —Una tarde, sentados en un apartado rincón de la biblioteca, Lucas me acercó uno de los pesados volúmenes de la señora Bethany, encuadernados en piel negra. Solo se oía la lluvia golpeando contra los cristales. El paso del tiempo había amarilleado las páginas del libro y la tinta se había difuminado, por lo que tuve que entrecerrar los ojos para adivinar las palabras. Fui leyendo mientras Lucas me lo explicaba—. Hablan todo el rato de «la Tribu». Un grupo ancestral de vampiros. ¿Hay alguien aquí de la Tribu?
—Nunca había oído hablar de esa Tribu. —Jamás habría imaginado lo compleja que era la tradición vampírica. Mis padres ni siquiera habían mencionado nada de aquello—. Aunque, ¿a qué te refieres cuando dices «ancestral»? Mi padre tiene cerca de mil años. Dudo que se pueda ser más ancestral.
—No si todo el mundo es inmortal. Debe de haber vampiros dos, tres, diez veces mayores que él. Antiguos romanos, antiguos egipcios, los que vinieran antes que ellos… ¿Dónde están? Aquí no creo.
Tenía razón. Probablemente Ranulf, que había muerto en el siglo
VII
, era el vampiro de mayor edad de Medianoche. Los vampiros también morían; es decir, que morían de verdad. Podía matarlos la abstinencia de sangre durante muchos meses o, incluso, una abstinencia más corta pero combinada con exponerse a la luz del sol. Mis padres me lo habían dejado muy claro cuando era niña y no quería acabarme el vaso de sangre de cabra. La peor pesadilla de todos era el fuego, que acababa con los vampiros incluso con mayor rapidez que con los humanos. Sin embargo, a pesar de esos peligros, muchos vampiros debían de haber sobrevivido incluso más tiempo que Ranulf.