Se acercó el camarero y les preguntó si deseaban postre. Entonces el novio dijo:
—¿Tienen cola los gato?
Bobbie Joe pensó que era lo más ocurrente que había oído en su vida.
Cuando Elner regresó a casa al cabo de unos días, llamó a Norma, y como ya suponía, ésta estaba enfadada.
—Tía Elner, ¿cómo es que una persona de tu edad va hasta Tennessee en un camión?
—Es precisamente por esto, Norma —dijo la tía Elner—. ¿Cuántas oportunidades habría tenido a mi edad de ir a Dollywood? Pensé que era mejor ir cuando las condiciones fueran más favorables, ¿lo entiendes?
4h 32m de la tarde
Al día siguiente, mientras conducía hacia la casa de Elner, Norma estaba resuelta a imponerse de una vez por todas, pero cuando llegó al porche, antes de poder abrir la boca, la tía Elner la sorprendió con una pregunta.
—Norma, esa mujer del anuncio del buscapersonas, ¿te parece que es una actriz o una persona normal?
—¿Qué mujer?
—La que se cae y no puede levantarse —dijo Elner.
—Ah, ésa. Seguro que es una actriz.
—A mí no me parece una actriz, podría ser una parienta, ¿no?
—¿Parienta? ¿De quién? —Preguntó Norma.
—De la gente del buscapersonas. Podría ser un miembro de la familia ¿verdad?
—Supongo, tía Elner. A propósito de esto, he venido a hablar contigo de algo; quiero que me escuches bien y no me interrumpas.
«Ay, ay», pensó Elner. Por el tono de Norma, supo que, dijera lo que dijese, no sería algo agradable de oír.
Macky se encontraba en la cocina masticando los bastoncitos de apio y queso al pimiento que Norma le había preparado para que pudiera aguantar hasta la hora de la cena, cuando ella llegó de la casa de Elner.
Él la miró.
—¿Qué ha dicho?
Norma suspiró, dejó el bolso en la encimera y se lavó las manos.
—Exactamente lo que tú has dicho que diría. Que no va.
—No puedes obligarla, Norma. Todo el mundo quiere ser independiente el máximo tiempo posible. Seguro que cuando llegue el momento…
Norma le interrumpió.
—¿Cuando llegue el momento? Macky, si te caes de un árbol y pierdes el conocimiento y luego crees que has visto a Ginger Rogers y ardillas anaranjadas con lunares blancos y después te escapas a Dollywood, yo diría que ha llegado el momento, ¿no?
—Ya, pero creo que para ella ir a un lugar así sería terrible —reflexionó Macky.
—Bueno, no veo qué tienen de terrible las instituciones de asistencia. Personalmente, me muero de ganas de que alguien me cuide. Si pudiera, iría enseguida. Comprendo perfectamente por qué las personas quieren ser estrellas de cine; ha de ser agradable tener gente que se desviva por ti satisfaciendo tus caprichos, no te digo más.
—No irías. Te fastidiaría demasiado no poder encargarte de todo.
—No es cierto, y en todo caso, ¿qué sabes tú de eso? A ti te han cuidado toda la vida. Primero tu madre, luego yo. No pierdes ninguna oportunidad que se te presente. Pues que te quede claro, Macky, sólo estoy a un paso de coger una habitación ahí en Los acres felices para siempre, y entonces tú y la tía Elner podréis ser independientes todo el tiempo que queráis.
—Quizá lo llamen institución de asistencia, pero sigue siendo una residencia de viejos, aunque le pongan un nombre más bonito —dijo Macky.
—¿Pasa algo con las residencias de viejos? Ella es vieja. Lo que no sabremos nunca, gracias a mamá, es la edad que tiene.
10h 48m de la tarde
Winston Sprague por fin se había caído de su pedestal; no lo había tirado una persona, sino un zapato. El abogado miraba fijamente el zapato de golf que ahora guardaba debajo de la cama, y cavilaba sobre la misma pregunta que lo había atormentado las últimas semanas: «¿Cómo demonios sabía ella que eso estaba ahí?» Franklin Pixton estaba seguro de que había una explicación lógica, pero Winston no lo tenía tan claro e investigó un poco por su cuenta. Tras pasar varias horas mirando en los archivos del hospital, descubrió que, en otro tiempo, antes de que se construyera el edificio nuevo y la unidad de traumatología, también había habido una pista de aterrizaje para helicópteros. Buscó en los datos microfilmados y averiguó que, entre los años 1963 y 1986, en el viejo hospital habían ingresado novecientos ochenta pacientes con ataques cardíacos.
Trescientos ocho habían llegado directamente de los muchos campos de golf de la zona, entre ellos seis casos de hombres alcanzados por un rayo mientras jugaban.
Así, era perfectamente posible que, con las prisas por sacarlos del helicóptero y pasarlos a una camilla, alguno de los trescientos ocho perdiera un zapato. De todos modos…, seguía teniendo la misma duda: «¿Cómo es que la anciana lo vio?»
11h 14m de la mañana
El día después de que Elner se negara a ir a la residencia de ancianos, Norma efectuó una llamada telefónica a su médico de cabecera. Quizá Tot acertaba al tomar tranquilizantes.
—Doctor Hailing —dijo—. Lo llamaba por si me podía recetar algo para el estrés.
—¿Estrés?
—Sí, hace unos meses tuve rosácea, y el dermatólogo me dijo que se debía al estrés.
—Entiendo. Bueno, ¿por qué no viene para que la examine?
—Ahora mismo mejor que no. Estoy muy nerviosa. Si me pasa algo grave de veras, no quiero saberlo —explicó Norma.
—Entiendo, pero venga de todas maneras, hablemos de ello al menos.
El doctor Hailing conocía bien a Norma, y sabía que no conseguiría hacerla ir a la consulta si la amenazaba con alguna prueba. Era la persona más hipocondríaca que había conocido en todos sus años de profesión.
Al día siguiente, Norma estaba sentada en la consulta del doctor Hailing lo más lejos posible de éste. Aunque él le había prometido que no le haría ninguna prueba, ella seguía estando nerviosa.
La miró por encima de las gafas.
—Bien, aparte de la rosácea y de que se le cae el pelo, ¿presenta algún otro síntoma?
—No.
—¿Sigue andando treinta minutos cada día? —preguntó el doctor.
—Sí, bueno, lo intento. Solía ir al centro comercial y caminar dos veces a la semana con Irene Goodnight y Susie, mi pastora, pero hace tiempo que no vamos.
—Entiendo. Bueno, pues tiene que hacerlo. ¿Cómo es un día habitual para usted?
—Oh, nada especial —admitió Norma—. Limpio la casa, hago la colada, visito a amigas.
—¿Y actividades fuera de casa?
—¿Aparte de la Iglesia y «Personas que cuidan la línea»? La verdad es que no.
—¿Aficiones?
—Pues no. Aparte de cocinar, llevar la casa y tratar de cuidar a la tía Elner, desde luego.
—Bien, voy a recetarle algo que la ayudará a dormir, pero creo que su problema principal es que tiene demasiado tiempo libre, demasiado tiempo para preocuparse. ¿Ha pensado alguna vez en trabajar?
—¿Trabajar? —se alarmó Norma.
—Sí. ¿Ha trabajado alguna vez? —insistió el doctor.
—No, fuera de casa no. Un día trabajé como azafata en la casa de tortitas, pero no me gustaba nada y me fui.
—Ya veo. Bueno, creo que debería pensar en tener un empleo. Quizás uno a tiempo parcial.
—¿Un empleo? ¿A mi edad? ¿Qué clase de empleo?
—Oh, no sé. Algo en lo que pueda pasárselo bien. ¿Qué le gusta hacer?
Mientras se dirigía al aparcamiento, Norma no paraba de pensar en lo mismo. «¿Qué me gusta hacer? ¿Qué me gusta hacer?» Hubo un tiempo en que se planteó abrir su propia tienda de cosméticos Merle Norman. Pero sólo porque tenía miedo de que cambiaran la fórmula original de la crema limpiadora. Cuando llegó al coche, miró y leyó la pegatina que llevaba en el guardabarros trasero: «Freno por las casas en exposición.» Y se le encendió la lucecita. ¡Propiedad inmobiliaria! Esto es lo que le gustaba. Todos los fines de semana, Irene Goodnight y ella iban a todas las casas que se exponían. Y no se perdía nunca
Buscadores de casas
, en el canal Casa y Jardín. Su amiga Beverly Cortwright incluso había llegado a proponerle que trabajara con ella en el negocio inmobiliario.
Norma estaba entusiasmada por primera vez desde que Linda regresara de China con su pequeña.
Cruzó la ciudad, aparcó frente a la oficina de Beverly y entró.
Beverly salía cargada de folletos publicitarios.
—Hola, Norma, ¿qué tal estás?
—Bien. Escucha, ¿hablabas en serio cuando decías lo de dedicarme al asunto inmobiliario?
—Pues claro. ¿Por qué? —dijo Beverly.
—Porque he estado pensando en ello.
—Vale, pues siéntate y hablemos.
9h 2m de la tarde
Aquella noche, después de contemplar la puesta de sol, todos se marcharon a casa menos Tot y Elner, que se quedaron sentadas en el patio hablando de los viejos tiempos.
—¿Te acuerdas de aquel jarabe de arce que venía en una lata que parecía una cabaña?
—Sí, claro. ¿Y recuerdas tú aquel caramelo triple de coco de varios colores, rosa, blanco y azul? ¿Y aquel pan moreno que iba en un bote? —dijo Elner.
—Demonio —soltó Tot—, soy tan vieja que aún me acuerdo de que aprendí a leer en aquellos libros pequeños que tenían Dick y Jane. Creo que ahora Dick y Jane van a ingresar en la residencia de ancianos…, junto con Nancy Drew y los Rover. La huérfana Annie tendrá ya ciento ocho años.
Elner miró alrededor.
—Eeeh, Tot, quiero hacerte una pregunta. ¿Lamentas muchas cosas de tu vida?
Tot miró a Elner como si ésta hubiera perdido el juicio.
—¿Lamentarme? ¿Yo? Oh, si no es por haber tenido un padre alcohólico y una madre demente, haberme casado con James Whooten, el mayor estúpido sobre la faz de la Tierra, y haber criado a dos mutantes y luego haberme casado con otro hombre que se murió de repente en nuestra luna de miel…, pues no… ¿Por qué?
Elner no pudo aguantarse la risa.
—No, cariño, me refiero a cosas que querías hacer y no has hecho. Yo me di cuenta de que no había ido a Dollywood, y eso me ponía triste, pero cuando tuve la oportunidad, fui, así que ya puedo morirme sin lamentos.
—Bueno, para mí es demasiado tarde —dijo Tot, que acto seguido tomó otro sorbo de cerveza—. Mi barco zarpó y se hundió hace mucho tiempo.
—Venga, Tot, eso no es verdad. Nunca es demasiado tarde. Fíjate en Norma, empezando una actividad nueva a su edad.
—Yo no quiero una actividad nueva. Detestaba la vieja, ¿por qué me hace falta una nueva? —se justificó Tot.
—Mira, Tot, no se lo he dicho a nadie, pero estar muerta me ha ayudado en cierto modo a poner las cosas en su sitio, y tú necesitas disfrutar de la vida y hacer aquello que siempre has querido hacer antes de que sea demasiado tarde. Aprende de mí.
—Lo haría, pero no hay nada que siempre haya querido hacer.
—Oh, seguro que sí, Tot. Espera y verás. Un día encontrarás algo.
—Bueno, en todo caso no será un hombre, eso te lo garantizo. Tú tuviste suerte. Will Shimfissle era un hombre encantador y estaba loco por ti. Todo el mundo lo veía. Mi James estaba loco y nada más.
3h 28m de la tarde
Beverly Cortwright y Norma estaban a unos cuarenta kilómetros al sur de la ciudad, buscando fincas, cuando la primera vio pegado a una valla un cartel de «Casa en venta» hecho a mano. Se le iluminaron los ojos.
—Fíjate en eso, Norma.
Dio la vuelta inmediatamente, se dirigió a la valla y se detuvo. Al final de un largo camino de entrada, en medio de un bonito pinar, se levantaba una pequeña y pulcra casa de ladrillo que parecía en bastante buen estado. Beverly estaba entusiasmada. Esa casa seguramente había salido a la venta hacía pocos días, pues aún no había aparecido en el boletín inmobiliario. Beverly lo leía cada mañana, como los resultados de las carreras de caballos. Conocía todos los detalles de cada propiedad allí incluida, y la mayoría de las veces veía el lugar antes que el corredor de fincas. Era una experta en leer los listados antes que nadie, y hoy no era una excepción. Norma aún era novata, y meterse en las casas de la gente la hacía sentirse un poco incómoda; pero Beverly estaba curada de espanto. Antes de que Norma se diera cuenta, su amiga había tomado el camino de entrada, se había parado frente a la casa y estaba rebuscando en el enorme bolso una cinta métrica y una cámara. Siempre llevaba el bolso consigo dondequiera que fuera por si localizaba inesperadamente alguna finca. Iba siempre preparada.
—Vamos. Hemos de ver esto, Norma —dijo saliendo del coche.
—Pero ¿no deberíamos haber telefoneado primero? —dijo Norma mientras se apeaba del coche a regañadientes.
—No, he llegado a la conclusión de que es mejor no hacerlo —repuso Beverly mientras se acercaba a la puerta y llamaba al timbre—. Pronto te darás cuenta, Norma. En este negocio, no hay que andarse con ceremonias.
Volvió a llamar y se inclinó para mirar por la ventana.
—Ahí viene alguien.
Abrió la puerta un hombre mayor; de dentro llegaban los sonidos de un partido de fútbol en la televisión.
—¿En qué puedo ayudarlas? —dijo él.
Berverly exhibió inmediatamente su infalible sonrisa doble de bienes inmuebles, amistosa y de disculpa a la vez.
—Hola. Me llamo Beverly Cortwright y ella es mi amiga Norma. Lamentamos molestarle, sé que es un engorro hacerle esto un sábado, pero si fuera posible nos gustaría echar un vistazo rápido a su casa. Se lo he dicho antes a Norma, es una de las casas más monas que he visto en mi vida. Es realmente divina, si nos deja entrar, apenas tardaremos unos minutos.
El hombre se mostraba indeciso.
—Bueno, ahora mismo es un poco complicado, y mi esposa no está.
Pero Beverly, la vieja profesional, ya había cruzado la puerta.
—Oh, no se apure por eso, estamos acostumbradas, sólo queremos ver la disposición y tomar algunas fotos.
—Bueno, si ustedes lo quieren así, supongo que no hay problema —dijo el hombre a su pesar.
—Oh, muchas gracias. Puede volver a su partido, no se preocupe por nosotras —dijo mientras se dirigía a la cocina.
—¿No quieren que las acompañe?
—No, vuelva a lo que estaba haciendo.
—Muy bien, pues —dijo él.
Beverly era una mujer en misión especial; en el espacio de diez minutos había recorrido toda la casa y fotografiado cada habitación. Tras acabar de medir el segundo cuarto de baño, se dirigió a Norma, que estaba tomando notas: