—Ahora mismo. ¿Qué tal hoy el dolor?
—Regular —admitió la madre.
—Mira lo que te he traído.
La anciana miró y vio el trozo de tarta y dijo:
—Oh, qué buena pinta tiene. ¡Y además huele de maravilla!
A la mañana siguiente, el despertador sonó como siempre a las cuatro, y La Shawnda hizo un esfuerzo por levantarse y disponerse a afrontar otro día. Después de vestirse, fue a la cocina y se llevó la sorpresa de su vida. La luz estaba encendida, y su madre se encontraba de pie, cocinando.
—Mamá —dijo—, ¿qué haces levantada?
—Pues me he despertado —dijo la madre—, y como esta mañana me sentía mucho mejor, he pensado que podía prepararte unos huevos.
—¿Te has tomado el medicamento?
—No, todavía no. Esta noche he tenido un sueño de lo más fantástico. He soñado que miraba hacia abajo y veía centenares de diminutas manos doradas friccionándome todo el cuerpo, ha estado tan bien, y al despertar notaba un hormigueo por todas partes. En serio, cariño, creo que esa tarta me ha levantado el ánimo. Después de tanto tiempo enferma se me ha olvidado cómo se hace una buena tarta casera como ésa; creo que me ha espabilado las papilas gustativas. Pensaba hacer un buen pan de harina de maíz. ¿Qué te parece?
—¿Pan de harina de maíz?
—Sí. Quizá tú puedas comprar nabos o coles rizadas, o tal vez judías secas, de las tiernas. ¿Verdad que pega bien?
7h 20m de la mañana
Tres días después de encontrar la tarta, La Shawnda iba en el autobús a trabajar asombrada de cómo había mejorado la salud de su madre. ¡La noche anterior había llegado a preparar un molde de pan de harina de maíz! Decidió ir a ver a la señora de la bata y decirle lo mucho que le había gustado la tarta a su madre y lo animada que estaba desde entonces. Incluso podría pedirle la receta.
Hacia las siete y veinte de la mañana del jueves llamó a la puerta de la habitación de Elner y observó que la señora de pelo cano estaba despierta y sentada en la cama.
—¿Señora Shimfissle? ¿Puedo entrar?
—Claro —dijo Elner—. Pase.
—¿Cómo se encuentra hoy?
—Muy bien, gracias —contestó Elner alerta por si la mujer llevaba alguna jeringa en la mano.
—Señora Shimfissle…, usted no me conoce, soy la que recogió sus efectos personales.
—¿Mis qué, cariño? —preguntó Elner.
—Su bata y sus zapatillas.
—Ah, sí, menos mal que alguien lo hizo. No sabía qué había pasado con eso.
—Se lo di todo a su sobrina la noche que la ingresaron.
Elner puso cara larga.
—Vaya —dijo—. Adiós a la bata. Hacía años que Norma se moría de ganas de tirarla a la basura. Bueno. Supongo que me ha pasado por no hacerle caso.
La Shawnda se acercó a la cama y dijo:
—Señora Shimfissle, el lunes por la noche estaba doblando su bata y encontré en el bolsillo un trozo de tarta.
A Elner se le iluminaron los ojos.
—Qué bien. Esperaba que apareciera por fin.
—Sí, señora. —La Shawnda miró alrededor por si venía alguien—. Debía haberla tirado, pero no lo hice.
—¿Ah, no? —dijo una esperanzada Elner ante la posibilidad de recuperarla. Ahora mismo podría comerse otro trozo de tarta casera.
—Espero que no le importe, pero lo llevé a mi casa y se lo di a mi madre. Ella se crió en el campo, y pensé que un pedazo de tarta casera le levantaría el ánimo.
—Ah, entiendo. —Elner estaba un poco decepcionada, pero dijo—: Pobrecita. Yo también viví en el campo, o sea que sé cómo se siente, y si no iban a dejar que me lo comiera yo, me alegro de que a ella le gustara.
—Le gustó —dijo La Shawnda—, desde luego, y además al día siguiente se encontraba mejor de lo que se había encontrado en mucho tiempo.
—La tarta era buena, sin duda.
—Quería preguntarle dónde la compró. ¿La hizo usted?
Elner se puso a reír.
—No, no la hice yo, las mías no salen tan bien.
—Pues entonces, ¿de dónde era?
Elner la miró y sonrió.
—Cariño, si se lo dijera, no me creería.
—¿La compró en una panadería? —indagó La Shawnda.
—No, es totalmente casera, la hizo una amiga mía.
—Qué lástima. Pensaba que usted podría pasarme la receta… ¡Cómo le gustó esa tarta a mi madre!
—Oh, se la pasaré encantada. Deme su dirección y se la envío. Tengo la receta en casa, en el libro de cocina de la vecina Dorothy… Ah, y le aconsejo una cosa: mire bien el horno y asegúrese de que está precalentado a la temperatura adecuada. Dorothy me dijo que ése era el secreto para que saliera una tarta esponjosa.
La Shawnda anotó rápidamente su nombre y su dirección en un trozo de papel que dio a Elner.
—Se lo agradezco muchísimo, señora Shimfissle. —Entonces La Shawnda miró hacia la puerta y susurró—: Y también le agradeceré que no diga a nadie que me llevé esa tarta a casa la otra noche, o podría perder mi empleo. Siempre están buscando excusas para despedir a gente.
—Ah, ya entiendo —dijo Elner—. Vale, prometo no comentar nada. Y dígale a su madre que me alegro de que se sienta mejor, ¿de acuerdo?
Mientras La Shawnda se despedía, entró una enfermera con guantes de goma portando una bandeja.
—Buenos días, señora Shimfissle —dijo, y, por la sonrisa, Elner supo que la muchacha estaba allí para algo que a ella no iba a gustarle.
Después de que la enfermera hubiera examinado a Elner del derecho y del revés, el doctor Henson, su médico de la sala de urgencias, recibió el informe. Desde que Elner fuera ingresada, la había visitado varias veces al día, y cuanto más la conocía, más positiva era su opinión sobre la especie humana. Todas las conclusiones lo habían absuelto de cualquier negligencia, no iba a ser despedido y lógicamente el hospital no sería demandado, y su paciente mejoraba a ojos vista; y él estaba de un magnífico humor.
Abrió la puerta y entró en la habitación luciendo una sonrisa de oreja a oreja.
—Buenos días, maja.
—Vaya, hola —dijo ella, contenta de verlo.
—Me fastidia decirle esto —dijo el doctor—, pues nos gustaría que se quedara con nosotros, ¡pero hoy la mando a su casa, señorita!
—¿En serio? ¿Viene mi sobrina a recogerme?
—No. Acabamos de llamarla para decirle que no venga, porque hay aquí alguien que quiere acompañarla a casa a lo grande.
Después de recoger sus cosas, las enfermeras la sentaron en una silla de ruedas, y Boots Carroll y el doctor Henson la empujaron hasta el ascensor, la llevaron abajo y atravesaron el vestíbulo y luego las enormes puertas de doble hoja. Y aparcada justo delante había una larga y reluciente limusina negra. Cuando Franklin Pixton informó al señor Thomas York, presidente del consejo de administración del hospital, sobre la anciana que se había caído del árbol, éste quedó fascinado y dijo:
—Pues hay alguien a quien me gustaría conocer.
Así, cuando el chofer abrió la puerta de atrás, un hombre mayor de aspecto distinguido salió y, quitándose el sombrero, dijo:
—Señora Shimfissle, soy Thomas York. ¿Me concede el privilegio de acompañarla a su casa?
—Sí, claro —contestó ella.
Elner y el señor York charlaron todo el rato mientras se dirigían a Elmwood Springs, y ella observó que, aunque él era director de banco jubilado, también tenía una gran afición a las gallinas. Su abuelo había criado gallinas. Lo pasaron de maravilla hablando todo el rato de las superiores cualidades de la Rhode Island Roja frente a la gallina azul moteada. Cuando ya estaban cerca de Elmwood Springs, ella miró por la ventanilla y pensó: «Sólo espero que Merle esté en su patio y me vea llegar en limusina. No recuerdo el viaje al hospital, pero la vuelta a casa sí la estoy disfrutando. Quién iba a imaginar que un día me subiría en la parte de atrás de un trasto de éstos.»
Cuando tomaron su calle, Elner pidió al conductor que fuera más despacio para que sus vecinos pudieran verla. Tras detenerse el coche frente a la casa, Norma y la mayoría de los vecinos la estaban esperando, y ella se sintió muy feliz al ver que Louise Franks y su hija Polly también habían ido a la ciudad a darle la bienvenida.
El señor York se comió un trozo de tarta Bundt en el porche y se quedó un rato charlando, y antes de marcharse, Cathy Calvert tomó una foto de él y de Elner junto a la limusina para sacarla en la revista. Cuando el coche partió, Elner se dio la vuelta y dijo a Norma:
—¿Dónele está
Sonny
? Me muero de ganas de ver a ese viejo tonto.
—Dentro —dijo Norma—. Lo he encerrado, sabía que querrías verle en cuanto estuvieras en casa.
Elner entró, y
Sonny
se hallaba en su sitio, en la parte de atrás del sofá. Se acercó y lo cogió, se sentó y lo acarició.
—Eh,
Sonny
, ¿me has echado de menos? —Pero
Sonny
actuaba como si no supiera siquiera que ella se había ido, y después de dejarse mimar un rato, saltó del regazo y se dirigió a su plato para tomar un tentempié. Elner se rio—. ¡Gatos! No quieren que sepas que les importas, pero así es.
La primera noche que pasó en casa, todos los integrantes del Club de la Puesta de Sol se reunieron en el patio, cada uno con su silla, y aquel día el crepúsculo fue especialmente hermoso.
—Elner, ¡creo que es el modo en que el buen Dios te da la bienvenida! —observó Verbena.
Elner se alegraba de estar de nuevo en casa, hasta que a la mañana siguiente abrió el cesto de la ropa sucia y miró dentro.
—Vaya. —Ni en mil años se habría imaginado que alguien hurgaría ahí—. ¿Y ahora, qué?
Se dirigió a la casa de Ruby y llamó a la puerta.
—Yuju.
—Entra, Elner —dijo Ruby desde la cocina—. Aún estoy lavando los platos.
Elner fue a la parte de atrás.
—Sólo venía a darte las gracias por dar de comer a
Sonny
y a los pájaros y ordenar la casa y todo lo demás —dijo.
—Oh, no hay de qué, cariño. Lo hice con mucho gusto.
Elner asintió; luego, con toda la naturalidad de que fue capaz, preguntó:
—No encontraste nada en el cesto de la ropa sucia, ¿verdad?
—¿Algo como qué? —dijo Ruby.
—Oh, nada…, una cosa.
—No, no encontré nada aparte de ropa. ¿Por qué?
—No, nada —dijo Elner.
—Ah.
—Vale, muy bien pues.
A Ruby le reventaba mentir, pero ella y Macky habían hecho un pacto. Y como enfermera titulada y buena vecina, sabía que era para bien. Gente mayor y armas de fuego no pegan. El viejo Henderson, que vivía calle arriba, haciendo el tonto con un arma cargada se destrozó la mitad del labio.
Elner regresó a su casa preocupada. Si la había encontrado Norma, se vería otra vez en un buen apuro.
5h 3m de la tarde
Aquella tarde, mientras Luther Griggs conducía de regreso a la ciudad tras su viaje a Seattle, se preguntaba si alguien lo habría echado en falta en el entierro. Le sabía mal no haber ido, pero no pudo ser. Antes de ir a casa, pensó en pasar frente a la casa de Elner, pero desistió. Sería muy triste no verla en el porche. No, echaría una cabezadita, tomaría un baño y luego iría a ver al señor Warren y le explicaría por qué no había estado en las exequias y averiguaría dónde estaba ella enterrada. Sabía dónde conseguir flores para la tumba. La última vez que Bobbie Jo lo llevó a rastras a una Mañana de los martes, vio un montón de distintos arreglos junto a los marcos. Las compraría igual de bonitas que las que colocó en la tumba de su madre, más bonitas aún, pensó. Ya que Elner se había portado con él mucho mejor que su madre. Sin embargo, cuando tras abandonar la interestatal ya se acercaba a Elmwood Springs, cambió otra vez de idea y decidió que sí pasaría por la casa de ella. Se dio cuenta de que, con lo rápido que estaban derribando las casas viejas de la ciudad, sería mejor ir antes de que fuera demasiado tarde. Mientras bajaba por la Primera Avenida, se sintió aliviado al ver que la casa todavía estaba en pie. Se le ocurrió que quizá podía intentar comprarla; en los dos últimos años había ahorrado algún dinero. Estaba pensando esto cuando Elner Shimfissle salió al porche con una regadera y lo saludó con la mano.
—¡Maldita sea, Luther! —chilló Merle.
El camión de dieciocho ruedas de Luther por poco atropella a Merle tras subir al bordillo y destrozar casi todas sus magníficas hortensias. Merle corrió en dirección al camión y lo golpeó con su silla plegable de plástico blanquiverde, pero Luther estaba tan conmocionado tras ver a Elner en el porche que no se apeaba. Elner cruzó la calle y se quedó de pie mirándolo en la cabina del camión, que había acabado parado sobre una zanja del patio de Irene Goodnight.
—Hola, Luther —dijo ella—. ¿Qué estás haciendo?
Macky llegó a casa después de su jornada laboral, y Norma fue a recibirle a la puerta con las llaves del coche en la mano.
—No te vas a creer lo que ha pasado. Ahora mismo iba a llamarte.
—¿Qué?
—Ese loco de Luther Griggs no sabía que la tía Elner estaba viva y, al verla, ha metido el camión en el patio de Merle y le ha arrancado todos los arbustos, y a Irene Goodnight la mitad. Acaban de llamar a los de la compañía Triple A para que vengan y lo saquen de la zanja.
—Válgame Dios. ¿Hay alguien herido?
—No, sólo los arbustos. Él estaba muerto de miedo; supongo que deberíamos ir y asegurarnos de que todo va bien. Dios, ¿qué más va a pasar?
Fueron para allá y llegaron a tiempo de ver cómo una grúa levantaba el camión y lo sacaba del patio de Irene llevándose a su paso la mayoría de los rosales.
Irene estaba de pie al lado de Cathy Calvert, que se había acercado con su cámara fotográfica.
—Maldita sea —soltó Irene—. ¿Por qué no han retirado este camión por el patio de Merle? El suyo ya estaba echado a perder, ¡y además él ni siquiera es miembro de Triple A! ¡Soy yo quien ha llamado, y lo sacan por aquí!
El pobre Luther estaba en el porche de Elner, aún alteradísimo. Ruby le acababa de llevar un poquito de whisky. Elner, sentada a su lado, le dijo:
—Te he pegado un buen susto, lo siento, cariño.
Él meneaba la cabeza, casi llorando.
—Uf. Creía que estabas muerta y enterrada, y de pronto veo que sales de tu casa como… Vaya…, he tenido un susto de muerte.
Macky se acercó e inspeccionó los daños en ambos patios, y luego dijo a Merle e Irene que por la mañana fueran al Almacén del Hogar, que él les ayudaría en todo lo que pudiera a reponer lo perdido. Acto seguido, fue a la casa de Elner y se sentó en el porche.