Matazombies (43 page)

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Authors: Nathan Long

Tags: #Aventuras,Fantástico,Infantil y Juvenil

BOOK: Matazombies
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Félix vio que Gotrek se volvía a mirar a Snorri cuando se apiñaron juntos. El Matador no tenía buen aspecto, y su respiración sonaba peor aún. Presentaba una veintena de tajos, su único ojo se había hinchado tanto que estaba casi cerrado, y el sonido de su respiración era como si rasparan dos ladrillos el uno contra el otro. Krell dirigió un tajo hacia su cabeza, y él lo bloqueó como si le levantara los brazos un marionetista borracho.

Un rugido hizo que Félix se volviera a mirar atrás. Un descomunal hombre bestia no muerto embestía a través de la masa de necrófagos, en dirección a Snorri, y blandía un garrote del tamaño de un hombre. El viejo matador se agachó con facilidad para evitar el barrido, subió el martillo con fuerza en un golpe ascendente que hundió la cabeza profundamente en el prodigioso abdomen, pero aunque mató a la bestia, ésta también lo derribó a él, porque cayó hacia delante en un torrente de gelatinosas entrañas negras y estrelló a Snorri contra el parapeto, mientras los necrófagos soltaban chillidos y se apiñaban a su alrededor.

Kat y Félix asestaban desesperados tajos para mantenerlos a distancia, pero sin el inquebrantable martillo de Snorri, los monstruos los hacían retroceder con rapidez. Félix sufrió un tajo en un brazo, y Kat pateó para quitarse de la pierna unas zarpas que intentaban atraparla, mientras otros necrófagos trepaban por encima de la bestia muerta hacia ellos. Pero entonces se sacudió, hizo tambalear a los necrófagos, y cayó hacia un lado.

Snorri se levantó de debajo con un rugido, cubierto de entrañas y materia viscosa, y barriendo el aire con el martillo; y volvió a caer de inmediato, porque la pata de palo se le soltó del muñón. Los necrófagos saltaron sobre él cuando cayó, se le amontonaron encima y le sujetaron los brazos de modo que no pudiera blandir el martillo, mientras otros extendían las garras hacia su cuello y ojos.

Félix y Kat gritaron y avanzaron asestando golpes para proteger al matador caído, pero Félix sabía que no durarían mucho. Uno ya había aferrado a Kat por el pelo, y otro se lanzaba sobre la espada de Félix para que los demás pudieran arrastrarlo al suelo.

Entonces, pasó a empujones algo rojo, ensangrentado y que resoplaba como un alto horno, e hizo retroceder con el impacto a la horda que los sujetaba. Era Gotrek, con la respiración entrecortada, cuya hacha rúnica encendida cortaba necrófagos en todas direcciones.

Los necrófagos retrocedieron entre chillidos, y Gotrek levantó a Snorri para que se apoyara sobre su única pierna. El viejo matador sonrió a través del río rojo que le caía desde el cuero cabelludo, mientras Félix y Kat se situaban a los lados de ambos, y Krell cargaba por la izquierda, con un rugido.

—Bien hallado, Gotrek Gurnisson —dijo Snorri, escupiendo sangre—. Snorri piensa que hemos encontrado nuestra muerte al fin, ¿eh?

—No —jadeó Gotrek, mientras se subía a las almenas y tiraba de Snorri para izarlo a continuación—. No… la hemos encontrado.

Y con eso, empujó a Snorri hacia fuera.

Félix y Kat se quedaron mirando fijamente, mientras el viejo matador caía hacia el río hasta perderse de vista, agitando las extremidades y aullando de sorpresa.

—¡Gotrek! —gritó Félix—. Has…

Gotrek se agachó para evitar el hacha de Krell, y también subió a Félix sobre las almenas.

—Tras… él…, humano —resolló, empujando a Félix hacia el borde—. Pequeña…, también.

El hacha de Krell volvió a hender el aire hacia la cabeza de Gotrek, seguida por su negra nube de polvillo de piedra. Gotrek bloqueó con el hacha rúnica, pero el golpe fue tan potente que empujó el mango del hacha contra el pecho de Gotrek, y éste se estrelló contra Félix.

Durante un breve momento vertiginoso, los dos oscilaron al borde mismo de las almenas, manoteando las piedras, y luego la gravedad ganó la batalla y los dos cayeron de la muralla.

Félix lanzó un grito ahogado mientras la escena del parapeto se alejaba, y la muralla ascendía con rapidez junto a él. Kat apareció sobre las almenas, llamándole y preparándose para saltar, pero Krell la acometió con el hacha, y ella cayó hacia atrás y desapareció de la vista.

—¡Kat! —gritó Félix.

El río le golpeó la espalda como un garrote gigantesco y se sumergió en sus profundidades mientras las frías olas se cerraban por encima, aislándolo de todo lo que significaba algo para él en el mundo.

21

Después de una eternidad de hundirse en la negrura, los pies de Félix tocaron fondo, y pateó hacia arriba con toda la fuerza de que fue capaz, luchando contra el peso de la cota de malla, contra la torrentosa agua y el tremendo entumecimiento del cuerpo. Salió a la superficie durante sólo un segundo e inspiró entrecortadamente antes de volver a sumergirse, pero esa vez tocó fondo casi de inmediato, aunque la corriente lo arrastró y le impidió levantarse.

Volvió a patear hacia arriba, agitando piernas y brazos, y esforzándose por encontrar la parte superior de las murallas del castillo contra el cielo nocturno. ¿Estaba viva Kat? ¿La habría matado Krell? ¿Habría saltado ella al río? ¡No podía ver nada! Ya había descendido a lo largo del río, y el castillo se alejaba con rapidez.

—¡Kat! —gritó—. ¡Kat! ¡Salta!

Nada.

—¡Kat!

La cota de malla volvió a hundirlo, y la corriente continuó arrastrándolo. Envainó a
Karaghul
y braceó intentando llegar a la orilla; pero justo en el momento en que logró hacer pie, vio figuras desplazándose por ella con movimientos espasmódicos y girando en dirección a los chapoteos. Los campos continuaban atestados de zombies.

Retrocedió y observó las olas silueteadas por la luna.

—¿Gotrek? ¿Estás ahí? —susurró—. ¡Tenemos que volver! ¡Kat aún está en el castillo!

No hubo respuesta. ¿Dónde estaba el Matador? ¿Habría vuelto ya?

—¿Gotrek?

Una forma pálida pasó flotando cerca de él. Parpadeó para quitarse el agua de los ojos, y vio que era la ancha espalda musculosa del Matador, sangrando por un par de decenas de heridas. Estaba boca abajo en el agua, inmóvil.

—¡Gotrek!

Félix braceó hasta el enano e intentó levantarle la cabeza fuera del agua, pero aún eran arrastrados lateralmente por la corriente, y no podía apoyar los pies en ninguna parte. Maldijo y volvió a intentarlo, aferrando una pesada muñeca de Gotrek para empujarlo hacia la orilla. Algo afilado le golpeó una rodilla cuando pateó para impulsarse por el agua, y entonces buscó a tientas por debajo de la superficie. Era el hacha de Gotrek. El Matador aún la aferraba en una presa férrea.

—¿Eres tú, joven Félix? —dijo una voz cerca de él.

—¡Snorri! —gritó Félix, que se volvió a mirar—. ¡Snorri, ven aquí!

Una forma oscura, con clavos en la cabeza, salió braceando de las olas, junto a Félix.

—Snorri piensa que Gotrek Gurnisson no debería haberlo empujado así —dijo Snorri—. Esa era una buena pelea.

—Snorri, ayúdame. Gotrek está ahogándose.

Snorri soltó un bufido.

—Gotrek Gurnisson no puede ahogarse. Snorri lo ha visto nadar muchas veces.

A pesar de todo, el viejo matador sujetó a Gotrek por los hombros y lo hizo girar en el agua para que quedara boca arriba. La cabeza de Gotrek quedó floja, hacia un lado, y de la boca comenzó a caerle un hilo de agua. Félix no oyó que respirara.

El corazón le dio un vuelco al verlo de aquella manera, y entonces volvió la mirada hacia la oscura silueta del castillo que se hacía más pequeña en la distancia con cada segundo que pasaba. ¿Qué hacer? Tenía que volver a buscar a Kat, pero no podía dejar a Gotrek. ¿O sí podía? Podía dejarlo con Snorri y volver solo, pero ¿cómo iba a tomar por asalto las murallas y luchar contra Kemmler, Krell y los esqueletos en solitario? Era imposible. Los zombies lo harían pedazos antes de que llegara siquiera al castillo. Por vergonzoso que le resultara aceptarlo, necesitaba la ayuda del Matador.

—Despierta, Gurnisson —dijo Snorri—. Snorri quiere volver y acabar esa pelea.

—Gotrek está herido, Snorri —dijo Félix—, y tú has perdido la pata de palo.

—¡Ah! —dijo Snorri—. Snorri lo había olvidado.

—Volveremos en cuanto Gotrek despierte —dijo Félix, con los ojos fijos en el castillo que desaparecía—. Tenemos que volver.

Cuando habían recorrido aproximadamente un kilómetro y medio río abajo, llegaron a una pequeña aldea, tan oscura que Félix ni siquiera habría reparado en ella de no haber sido por el amarradero que se adentraba en el río y le golpeó la cabeza. Entre las casitas bajas no ardía luz alguna, ni Félix oyó ningún sonido de movimiento. Temió que aún no hubieran salido de la esfera de influencia de Kemmler, y que el lugar pudiera estar poblado por zombies, pero el frío del río ya le había penetrado hasta el corazón, y los dientes le castañeteaban de manera incontrolable. No podía esperar más.

—A… aquí, Snorri —susurró—. Ayúdame a sacarlo a la orilla.

—Sí, joven Félix —dijo Snorri.

Entre ambos arrastraron a Gotrek fuera del agua, hasta una estrecha franja de barro. No resultó fácil, dado que Snorri tuvo que hacerlo todo de rodillas, pero al fin lo lograron, e hicieron rodar a Gotrek para ponerlo de costado. Salió más agua por su boca, pero Félix aún no podía determinar si respiraba. Apoyó un oído contra el pecho del Matador, y al fin lo oyó, un débil, tenue susurro. Y también había latidos cardíacos, pero eran suaves e irregulares, como olas que pasaran por encima de una muralla rota. Félix tragó saliva, sin sentirse más tranquilo que antes.

Abofeteó al Matador en una mejilla.

—¡Gotrek, despierta! —le susurró al oído.

No hubo respuesta. Snorri frunció el ceño, preocupado.

—Deja que lo intente Snorri —dijo, y luego le dio al Matador una bofetada tan fuerte que sonó como un disparo de pistola.

Félix se encogió y miró a su alrededor, temeroso de que el ruido pudiese atraer atención, y luego volvió a mirar a Snorri.

—No…, no creo que eso vaya a funcionar, Snorri. Gotrek está… enfermo, o…, o…, no lo sé. —Se estremeció cuando el viento nocturno le atravesó la ropa mojada, y luego miró hacia el poblado—. Tenemos que llevarlo a algún sitio caliente y seco. ¿Puedes…? —Hizo una pausa y miró el muñón de Snorri—. No, por supuesto que no puedes. Iré a buscar un carro.

—Snorri no necesita un carro —dijo Snorri, mientras se levantaba con equilibrio precario sobre su única pierna, para meterse luego la cabeza del martillo debajo del brazo.

El viejo matador cogió una muñeca de Gotrek y tiró de ella. Félix se puso de pie para ayudarlo, y con un montón de gruñidos y maldiciones, pusieron a Gotrek de pie; luego, Snorri se inclinó y apoyó un hombro contra el cinturón de Gotrek, y al levantarse, se lo cargó encima.

Félix maldijo cuando Snorri osciló de modo alarmante bajo el peso de Gotrek, pero luego el viejo matador se estabilizó apoyándose en la muleta improvisada con el martillo, mientras la cabeza y los brazos de Gotrek colgaban, laxos, contra su espalda, goteando agua. Félix advirtió que, aunque parecía estar inconsciente por completo, Gotrek aún sujetaba con fuerza el hacha, que arrastraba por el suelo.

—Ve delante, joven Félix —dijo Snorri al girar en dirección al poblado—. Snorri espera que tengan cerveza.

Félix lo dudaba. Había largos surcos en el fango que mostraban dónde había habido barcas, pero ya no estaban, y tenía la sensación de que la gente de la aldea también se había marchado.

Desenvainó a
Karaghul
, y avanzaron hasta el centro del oscuro apiñamiento de casitas; Félix con tanto sigilo como un ladrón, y Snorri tan silencioso como dos ogros que se pelearan a puñetazos, con sonoros pisotones, golpes sordos, tropezones y gruñidos a cada paso. Si había algo oculto allí, sin duda los oiría llegar, pero tal vez se asustaría y huiría.

Félix no veía desperfectos en el poblado, ni cuerpos por el suelo, pero al mismo tiempo, el lugar no parecía estar ocupado. En una aldea normal habría oído cloqueo de gallinas en los gallineros, y el movimiento del ganado en los corrales. Habría habido carros y carretillas en la parte posterior de las casitas, y habría visto a través de las ventanas cerradas con postigos el rojo mortecino de los hogares dejados consumir. Allí no había nada de eso. Los carros habían desaparecido, las ventanas estaban oscuras y reinaba un silencio de cementerio.

A la izquierda había una casita que tenía la puerta abierta, con el interior oscuro como una cueva. La diminuta taberna de enfrente, sin embargo, estaba bien tapiada, con gruesos tablones clavados de través sobre la puerta delantera y todas las ventanas.

Félix se detuvo justo fuera de la casita abierta, mirando con intranquilidad hacia la oscuridad, hasta que sus ojos se adaptaron, y luego entró. Estaba vacía. Llamó a Snorri.

—Déjalo junto al hogar —dijo—. Encenderé fuego.

Snorri entró con paso bamboleante, mientras Félix secaba el pedernal y el acero, y buscaba un poco de leña fina.

—Snorri piensa que Gurnisson ha ganado un poco de peso —comentó Snorri.

Dejó a Gotrek en el suelo de tierra, delante del hogar, para luego apartarle los dedos agarrotados del mango del hacha, y recostar el arma a un lado del hogar.

Tras tener que intentarlo varias veces a causa de la humedad, Félix logró al fin hacer saltar del pedernal una chispa que encendió la leña fina, y luego encontró una pila de leña gruesa cortada que había a un lado del hogar, y la amontonó en torno a la pequeña llama.

Unos pocos minutos después, cuando el fuego ya estaba bien encendido, fue a cerrar la puerta para ocultar la luz, y miró a su alrededor. La choza se parecía mucho al poblado en general: intacta, desocupada y desprovista de ajuar. Los pocos armarios que había contra las paredes estaban vacíos de platos y tazas. La mesa tosca estaba desnuda, y las camas, despojadas de sábanas y mantas. La gente debía haber huido al llegar la horda de Kemmler. La pregunta era: ¿la contaminación antinatural del nigromante se había extendido hasta tan lejos? ¿La comida estaba podrida y el agua envenenada?

Félix se acercó hasta una hilera de botes, con el estómago aullándole de repente. Les quitó la tapa precipitadamente, con la esperanza de encontrar cualquier cosa, como harina, grasa, miel. En el último había restos de algo seco. Lo raspó con un dedo, y luego se lo metió en la boca. Mostaza, tan quebradiza como reseca.

Aun así, sabía a mostaza, sin rastro de olor a moho ni del agrio hedor de la podredumbre. De hecho, para su estómago muerto de hambre sabía mejor que la carne a la brasa. ¡Sigmar, qué hambre tenía!

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