—¡Retirada! —gritó—. ¡Traed a los heridos! ¡Proteged la puerta interior!
Los caballeros se reunieron en torno a él y se dirigieron, en una buena formación de cuadro, hacia la escalera que subía hasta la torre del homenaje. Los lanceros, caballeros y arcabuceros del castillo, abandonados por Von Geldrecht, a quien no se veía por ninguna parte, también se replegaron en torno a Von Volgen, y comenzaron a retirarse en orden.
Bosendorfer y sus hombres no se retiraban. En un demente despliegue de valentía, se lanzaban hacia el corazón de las filas de jinetes muertos, moviendo sincronizadamente los espadones ante sí para trazar números ocho en el aire, como si fueran las cuchillas de una segadora gigantesca.
Gotrek se lanzó al centro de los guerreros antiguos desde otro ángulo, destrozando huesos de patas de caballo y atravesando armaduras de bronce con cada barrido del hacha. Kat y Félix daban traspiés y luchaban a ambos lados de él, y al cabo de poco rato, se les unieron Snorri y Rodi, que estaban cubiertos de pies a cabeza por sangre, sesos y bilis.
—Snorri piensa que hemos defendido las puertas equivocadas —dijo Snorri, mientras le cortaba el cuello a un caballo no muerto.
Gotrek decapitó a un jinete con yelmo alado, y avanzó un paso más hacia la reina de los no muertos, que estaba sembrando muerte roja entre un grupo de lanceros, a pocos pasos de distancia.
—Habrían entrado por cualquier otro sitio donde no hubiéramos estado.
—Sí —asintió Rodi—. Si hubiéramos tenido un matador ante cada puerta, la entrada del castillo aún estaría intacta.
Por debajo de la sangre que lo cubría, el joven matador parecía estar tan pálido como un elfo, y mientras luchaba oscilaba como un borracho. En torno a la cintura llevaba atada la sobrevesta de un caballero, que abultaba, mojada y roja, por encima de su cinturón.
—Rodi —dijo Kat—, estás herido.
Rodi se encogió de hombros.
—Un necrófago que tuvo suerte. Me sacó las tripas con un gancho. Tuve que volver a metérmelas dentro.
Félix y Kat palidecieron ante esa revelación, pero Rodi continuó luchando como si nada.
Gotrek derribó a otro jinete, y la reina antigua quedó al fin ante él, golpeando a su alrededor con la maza, mientras el caballo de boca llameante pateaba cabezas con los cascos, y la roja lluvia volaba del pelo dorado de ella.
—¡Vuélvete, arpía huesuda! —rugió Gotrek—. ¡Vuélvete y muere!
Pero cuando la reina se volvía para encararse con él, Bosendorfer y sus espadones acabaron con los jinetes que ella tenía a la derecha, y chocaron con ella por un lado, mientras sus armas subían y bajaban. La reina guerrera chilló con furia y blandió la maza llameante, destrozando la hoja de unas cuantas espadas largas, y derribando a Bosendorfer al suelo de un golpe. Los jinetes y los lobos se precipitaron a rodearla, y acometieron a Bosendorfer y sus hombres con tajos y dentelladas.
Gotrek rugió y embistió, como encolerizado por el hecho de que lo eclipsaran, y Kat, Félix y los matadores lo siguieron con gran esfuerzo, abriéndose camino a tajos a través de los jinetes, hasta la reina. Ella descargó un golpe de maza dirigido a Gotrek, y él respondió con un tajo ascendente de su hacha rúnica. El arma maléfica se hizo pedazos como si hubiese estado hecha de hielo; los llameantes trozos verdes salieron despedidos en todas direcciones, y ella retrocedió con un alarido sobrenatural.
El siguiente tajo de Gotrek cortó un brazo de la reina a la altura del codo, y ella hizo girar el caballo para intentar huir, pero Snorri y Rodi le cortaron las patas a la bestia, y los tres matadores la hicieron pedazos en el polvo cuando cayó.
Los jinetes aullaron, y cayeron sobre los matadores y los espadones, en estado de frenesí.
—¡Proteged al capitán! —gritó el sargento Leffler, al mismo tiempo que se situaba ante Bosendorfer, que yacía, inconsciente, sobre el rojo suelo mojado, con el peto abollado y una pierna convertida en una masa sanguinolenta.
Félix miró hacia atrás mientras él y Kat se abrían paso en dirección a ellos y los matadores intercambiaban golpes con el círculo de jinetes. Eran casi los últimos hombres que quedaban en el patio de armas. Von Volgen y sus caballeros estaban protegiendo el pie de la escalera que ascendía hasta la torre del homenaje, mientras que Classen y los caballeros del castillo escoltaban fuera del subterráneo de la torre a la hermana Willentrude y una fila de heridos cojos. Casi todos los demás se habían retirado.
—Levantadlo —le dijo Félix a Leffler—. Dirigíos a la torre del homenaje.
—Sí,
mein herr
—respondió el sargento—. No sé qué se ha apoderado de él, pero ha obrado con valentía. Con una valentía de mil demonios.
Félix se volvió a mirar a Gotrek, Rodi y Snorri.
—Matadores, conducidnos hasta la escalera.
Gotrek asintió con la cabeza, y Rodi sonrió.
—Sí —dijo—. Los contendremos… hasta la muerte.
—¡Hasta la muerte! —repitió Snorri.
Gotrek le lanzó al viejo matador una mirada ceñuda al oírlo, pero no dijo nada, sino que fue a situarse ante los espadones, con Félix y Kat a los lados, y comenzó a abrirse paso a hachazos por entre los jinetes, los lobos y la lluvia, en dirección a la escalera. Snorri y Rodi ocuparon posiciones de retaguardia, y los espadones echaron a andar en doble fila para guardar los flancos, mientras Leffler transportaba entre las hileras al capitán caído.
Allá delante, la hermana Willentrude conducía escalera arriba a los últimos de la fila de heridos, mientras los caballeros de Classen se unían con los de Von Volgen para proteger su retirada. Una creciente masa de no muertos se lanzaba contra ellos desde todas partes: zombies extendiendo las zarpas y gimiendo, lobos saltando hacia ellos, necrófagos intentando asestarles cuchilladas, espectros chillando, enormes hombres bestia muertos que agitaban las zarpas con movimiento lento y pesado, mientras los murciélagos se lanzaban a toda velocidad desde lo alto, y los jinetes esqueléticos los acometían con las lanzas bajas, pisoteando a vivos y muertos por igual, en su deseo homicida de llegar hasta los caballeros.
Contra la retaguardia de esa turba asesina chocaron Félix, Kat, los espadones y los matadores, con las hachas, espadas y mandobles destellando y haciendo volar sangre al cercenar columnas dorsales y cuellos, y aplastar cabezas y pechos. Sobre las murallas, dentro de los matacanes, los espadones no habían dado lo mejor de sí, pero allí, en terreno abierto, donde tenían espacio para blandir, su eficacia resultaba pasmosa. Nada podía entrar en los grandes arcos con que sus tajos barrían el aire, y segaban zombies, necrófagos y hombres bestia no muertos por igual, sin perder el paso.
Los caballeros que rodeaban a Von Volgen y Classen los aclamaron al verlos llegar, y lucharon con renovado vigor para abrir en la primera línea de no muertos una brecha por la que ellos pudieran pasar.
Von Volgen le dio una palmada a Félix en un hombro cuando Jaeger salió de la refriega dando traspiés, detrás de Gotrek.
—Arriba,
mein herr
—dijo, sonriendo con dientes ensangrentados—. Creo que sois los últimos.
—Los últimos seremos nosotros —declaró Gotrek, que se volvió hacia la muralla de no muertos, mientras los espadones transportaban a Bosendorfer a través de sus filas, seguidos por Snorri y Rodi—. Decidles a vuestros hombres que se retiren, señor. Nosotros protegeremos la retaguardia.
Von Volgen asintió con la cabeza.
—Muy bien, Matador —dijo—. Que tengáis un buen fin.
Luego, levantó la voz y comenzó a gritar órdenes a los soldados.
Gotrek se volvió a mirar a Félix.
—Ve con ellos, humano, y llévate a Snorri Muerdenarices. Rodi Balkisson y yo los contendremos hasta que la puerta esté cerrada… y después.
Snorri se volvió, con aire confundido.
—Snorri también quiere proteger la puerta.
—Snorri tiene que ir a Karak-Kadrin antes de encontrar su fin, ¿lo recuerdas, padre Cráneo Oxidado? —dijo Rodi.
—Sí —contestó Snorri, malhumorado—. Snorri lo recuerda.
—Vamos, Snorri —dijo Félix, y echó a andar hacia la escalera, con Kat—, guarda la retirada de los espadones.
Snorri frunció el ceño, pero ocupó la retaguardia mientras Félix y Kat conducían a los espadones por la estrecha escalera curva hacia el cuerpo de guardia de la torre del homenaje. Aunque los zombies no podían atacarlos en los escalones, estaban a cielo abierto mientras subían, y los enormes murciélagos descendían en picado para atacarlos en agitadas nubes. Para cuando llegaron al último escalón, Félix debía haber derribado media docena con su arma, y Kat había hecho otro tanto, mientras que dos espadones habían sido arrebatados de los escalones por sus zarpas, y los demás estaban sangrando.
Cuando giraron hacia el cuerpo de guardia, se encontraron con que otros murciélagos estaban atacándolo, y Félix vio que la hermana Willentrude y un puñado de vapuleados lanceros los rechazaban, mientras el final de la columna entraba cojeando, tras ellos.
—¡Bestias inmundas! —gritó la hermana, agitando una lanza rota—. ¡Largaos!
Maldiciendo, Félix y Kat corrieron a ayudarla, pero justo cuando llegaron hasta ella, un murciélago se estrelló contra la espalda de la hermana, lanzándola de cara contra una columna que flanqueaba la entrada, y le mordió el cuello.
—¡No!
Félix le asestó un tajo al ser, y casi le cortó un ala. La bestia no muerta agitó violentamente las extremidades y soltó a la hermana Willentrude para atacarlo a él y arañarle el antebrazo. Félix la empujó hacia atrás, y las garras le arrancaron malla y carne. Estaba demasiado cerca como para golpearla con la espada. Y a continuación, desapareció, con la cabeza hundida por el martillo de Snorri, y cayó al suelo.
Félix dejó escapar un suspiro y se apretó el brazo ensangrentado.
—Gracias, Snorri.
Kat ayudó a la hermana Willentrude a ponerse de rodillas, mientras los espadones las rodeaban. Entre los dedos que la hermana de Shallya tenía apretados contra el cuello, manaba sangre a borbotones.
—¡Llevadla adentro! —les dijo Félix a los lanceros que luchaban para mantener alejados a los murciélagos—. Y llevaos al capitán Bosendorfer. ¡Nosotros defenderemos la puerta! ¡Snorri, espadones, formad una línea!
Los lanceros parecieron aliviados y contentos de llevarse a Bosendorfer y la hermana, mientras los espadones y el viejo matador se volvían para defender la puerta. No fue hasta que él y Kat formaron con ellos y comenzaron a asestar tajos a los murciélagos que Félix se dio cuenta de que era probable que se hubiera extralimitado.
Miró a Leffler, que luchaba junto a él.
—Os pido disculpas. No tenía intención de datos órdenes, sargento.
Leffler le dedicó una ancha sonrisa.
—¿Por qué dejar de hacerlo ahora,
mein herr
? Cada vez sois más bueno en ello.
Félix rió con incomodidad y continuó luchando, asestando tajos a los estrepitosos murciélagos, mientras los hombres de Von Volgen llegaban al final de la escalera y corrían hacia el refugio que ofrecía la puerta. Las heridas del antebrazo, que Félix apenas había sentido cuando lo había arañado el murciélago, ahora le palpitaban, y el brazo esta poniéndosele rígido como si se lo hubieran golpeado. La sangre le corría por la muñeca y volvía resbaladiza la empuñadura de
Karaghul
.
Bajó la mirada hacia los escalones. Una doble fila de esqueletos acorazados estaba a media escalera, acometiendo a Gotrek y Rodi, que retrocedían un escalón por vez, protegiendo a los caballeros de Classen en su retirada.
Félix se permitió un pequeño suspiro de alivio mientras mataba otro murciélago. Gracias a Von Volgen y los matadores, la retirada al interior de la torre del homenaje estaba llevándose a cabo del mejor modo posible. Se habían producido bajas terribles, por supuesto, pero tras el pánico inicial, las órdenes de Von Volgen y la impenetrable defensa de los matadores habían impedido que se convirtiera en una absoluta masacre. Podría haber sido mucho peor.
Un chillido de Kat le hizo volver la cabeza y lo arrancó de su optimista ensoñación. Una sombra enorme pasó por alto, interrumpiendo la lluvia por un segundo, y luego se deslizó lateralmente para girar y descender en línea recta hacia la puerta… en línea recta hacia él.
Félix, Kat y los espadones se lanzaron hacia los lados cuando la serpiente alada de Krell aterrizó con fuerza ante la puerta, abriendo zanjas en las losas de piedra con las garras. Krell se lanzó fuera de la silla de montar para ponerse de pie delante de ellos, asestando tajos con el hacha.
Félix se quedó mirándolo, pasmado. Krell no debería estar allí. El lo había visto caer dentro del foso justo antes de que explotaran las compuertas, al igual que a su montura. La bola de fuego los había envuelto a ambos y, sin embargo, allí estaban. Krell no parecía tener peor aspecto. En efecto, todos los grandes tajos que Gotrek y Rodi habían abierto en su armadura cuando lo habían derribado dentro del foso habían desaparecido como si no hubiesen existido jamás. Su serpiente alada, no obstante, parecía más llena de parches que nunca, con las pieles dispares que conformaban su torso unidas por costuras nuevas, y la cabeza y el cuello carbonizados dejaban ver el cráneo y las vértebras a través de la carne quemada.
Dos de los espadones murieron por el hacha de Krell antes de que pudieran levantarse de nuevo, pero el resto atacaron como un solo hombre al enorme rey de los muertos, haciendo girar las armas con la sincronización de costumbre. Snorri encabezó la carga, asestando golpes a las rodillas de Krell con el martillo, y haciéndolo retroceder hacia su montura.
—¡Apartaos, humanos! —rugió—. ¡Snorri necesita un poco de espacio para golpear!
—¡No, Muerdenarices! ¡Tú no lucharás!
Félix alzó la mirada cuando él y Kat se unían a la formación de espadones. Gotrek y Rodi se abrían paso a codazos por entre los caballeros de Classen hacia lo alto de la escalera, con las hachas en alto.
—¡Déjanoslo a nosotros, padre Cráneo Oxidado! —gritó Rodi.
Se le había caído la sobrevesta que llevaba atada en torno a la cintura, y las entrañas le colgaban fuera del vientre. No parecía darse cuenta de ello.
Krell se apartó de Snorri y los espadones cuando Gotrek saltó sobre la serpiente alada, desde atrás, y le cercenó el largo cuello de un solo tajo, para luego continuar corriendo con Rodi. Krell rugió, y en el momento en que se lanzaban hacia él, barrió el aire con el hacha, que abrió un tajo en un hombro de Rodi y cortó cinco centímetros de la cresta de Gotrek.