—Sí. Pero, yo que tú, no me fiaría mucho de esas dos.
—No me fío nada. —El hombre-serpiente lo miró, pero no pudo leer nada en los ojos oscuros, tras las rendijas de la máscara—. Me gustaría saber por qué están realmente con nosotros, cuál puede ser el encargo de sus lais. Lo cierto es que, lo que son motivos reales para desconfiar, hechos, he de reconocer que nunca me han dado ninguno.
—Más de una vez lo he hablado con la Bibruela. —Trapaieiro Porcaián hizo una mueca, antes de apurar el café—. Yo tampoco he sabido nunca muy bien a qué atenerme con ellas. Pero uno no llega nunca a enterarse de la mitad de lo que pasa a su alrededor. ¿Y quién puede hablar de lo que hay en la cabeza de la gente? Eso sí que es un misterio, amigos. Yo, en tu lugar, no les quitaría ojo pero tampoco perdería el sueño. Lo más seguro es que nunca llegues a saber sus motivos. La vida está llena de cabos sueltos, y hay que aceptarla como es.
El hombre-serpiente lanzó otra mirada circular, sopesó sus hojas y se acarició, con la mano, la cabeza.
—¡Cuánta razón tienes en eso de que uno no llega nunca a saber…! —dijo luego—. A menudo pienso en mi pariente Viboraz.
—Ah. —El montañés lo miró ahora con cierta simpatía—. He oído la historia. Es mal asunto eso de que le obliguen a uno a decidir sobre el destino de los demás. Pero tengo que decirte lo de antes: muchas veces, las cosas son como son.
—¿Son como son? —Molesto, hizo tintinear entre sí las hojas arrojadizas—. Pues en este caso han sido en vano. Viboraz ni llegó hasta aquí; está muerto y ni siquiera fue él quien se apoderó del Cufa Sabut.
—Ni creo que tus máscaras mayores te dijesen que fuera a hacerlo. Otra cosa es lo que tú creyeses oír. Escucha: un suceso no es más que el resultado de otros anteriores, una suma de acontecimientos previos, y hay quien, brujos o estrategas, actúan sobre esos hechos intermedios para modificar el resultado final. —Hizo una pausa, se ajustó la capa—. Tus máscaras mayores no esperaban que Viboraz hiciese nada en concreto, sino sólo que estuviese presente. De otra forma todo hubiera ocurrido, y quizá terminado, de forma muy distinta.
Palo Vento se le quedó mirando, ahora pensativo.
—Entiendo lo que quieres decirme —dijo luego—. Pero con esos argumentos es posible justificarlo todo; así, casi cualquier cosa se puede dar por bien empleada, siempre que el final le sea favorable a uno.
—Cree lo que quieras y obra en consecuencia. —Y le mostró las palmas de las manos, dando por zanjada la discusión con aquella frase hecha; algo muy del gusto gorgota.
Hubo otro intervalo de silencio. Al oeste, estalló sobre los cerros un gran trueno, largo y sostenido, que retumbó por toda la cuenca. Los tres volvieron hacia allí los ojos.
—¡Qué negro está por esa parte! —rezongó el montañés—. Pero ¿dónde se han metido éstos?
—Ahí los tienes —le advirtió Cosal.
Por la cuesta, llegaban ya sus tres compañeros. Los dos caralocas con sus mantas estampadas, los hatillos a cuestas y las lanzas en las manos; el maestro, con una mochila al hombro y la espada en la mano. Cruzaron unas palabras, algún gesto de despedida con los dos que se quedaban.
—Vamos, hombres, vamos —les apuró el montañés—. ¡Que se nos hecha encima la tormenta!
Botaron la canoa entre todos. Los cuatro viajeros subieron a bordo, chapoteando en aguas bajas. La embarcación fue a la deriva unos metros, librada a su propio impulso, antes de que echaran ellos mano a los remos y comenzasen a bogar.
Ganaron el centro del río. Los otros dos, junto a la orilla, los seguían con los ojos. Soplaba un aire frío y húmedo, a ráfagas. Las copas de los árboles se mecían, llenando el bosque con un oleaje de ocres, marrones, rojos, amarillos, y trombas de hojas muertas volaban sobre las aguas grises. Volvió a tronar sobre las colinas. La piragua enfiló el recodo, visible ahora de medio lado, y Trapaieiro Porcaián enarboló brevemente su pala, a modo de despedida. Palo Vento le contestó agitando sus dos hojas arrojadizas y Cosal con el fusil en alto. Luego, en un instante, tomaron la curva y el esquife desapareció de la vista, dejando detrás sólo aguas desiertas y márgenes vacías, alborotadas por el viento.
Nacido en Madrid en 1960,
León Arsenal
se ha convertido en uno de los máximos exponentes de la literatura de fantasía épica española de la actualidad, si bien ha cultivado con igual éxito y reconocimiento la novela histórica (
El hombre del plata
,
Las lanzas rotas
,
La boca del Nilo
y
El espejo de Salomón
) y el relato corto de ciencia ficción y de terror, la mayoría recogidos en el volumen
Besos de Alacrán
. Marino mercante en su juventud, ha traducido a autores como Lovecraft o Robert E. Howard; además, dirige la revista
Galaxia
, especializada en literatura fantástica y de ciencia ficción y que recibió en 2003 el premio a la mejor revista en la EuroCon de Finlandia.
Máscaras de matar
ha sido distinguida con el prermio Minotauro 2004.
[1]
Manamaraga (de
hermana amarga
): Apelativo dado a los personajes de temperamento especialmente salvaje y conflictivo. Ser declarado entre los armas manamaraga significa verse sometido a leyes y vedas especiales.
<<
[2]
Dao (de
dado
,
entregado
): Originalmente designaba a aquellos momgargas que ingresaban en un feral, o a los armas que por alguna razón cambiaban de feral. Con el tiempo también pasó a designar a aquellos que caían en desgracia y perdían sus rangos, aunque se mantenían dentro de su feral, protegidos por tanto por las leyes de sangre.
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