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Authors: Kim Stanley Robinson

Marte Verde (45 page)

BOOK: Marte Verde
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—Sax, ¿puedes oír lo que te digo? Sax lo miró.

—¿Entiendes las palabras? Di que sí con la cabeza si entiendes.

Sax ladeó la cabeza y Nirgal suspiró, retenido por esa mirada inquisitiva. Entonces Sax asintió, vacilante.

Esa noche Coyote condujo en dirección oeste otra vez, hacia Olimpo, y cerca del alba enfiló directamente hacia una pared de basalto negro, carcomido y fracturado. Ese era el límite de un altiplano cortado por innumerables gargantas, estrechas y sinuosas, igual que Tractus Traction sólo que a una escala mucho mayor, una zona desolada que parecía una extensión gigantesca del laberinto de Traction.

El altiplano era un manto de lava quebrada en forma de abanico, lo que quedaba de una de las primeras erupciones del Monte Olimpo, que cubrió las tobas y cenizas más blandas de erupciones aún más tempranas. Allí donde la erosión había ahondado lo suficiente las barrancas talladas por el viento, había alcanzado la capa de toba, más blanda, originando hendeduras estrechas cuya parte inferior acababa en unos túneles redondeados por eones de viento.

—Como cerraduras al revés —dijo Coyote, aunque Nirgal nunca había visto una cerradura ni remotamente parecida a esas formas.

Coyote metió el rover por uno de esos túneles grises. Después de recorrer unos cuantos kilómetros detuvo el coche junto a una pared, construida con el material de las tiendas, que cerraba el túnel en una amplia curva.

Ése era el primer refugio oculto que Art veía, y se mostró convenientemente asombrado. La tienda quizá tenía unos veinte metros de altura y abarcaba una sección de curva de unos cien de longitud. Art no dejaba de lanzar exclamaciones de asombro a causa del tamaño del lugar, y Nirgal se echó a reír.

—Alguien más está utilizando el refugio —dijo Coyote—, así que calla un momento.

Art cerró la boca y se inclinó sobre el hombro de Coyote para escuchar lo que éste decía por el intercom. Había otro coche aparcado delante de la antecámara de la tienda, tan destartalado y rocoso como el de ellos.

—Ah —dijo Coyote, apartando a Art—. Es Vijjika. Tienen naranjas, y tal vez un poco de kava. Habrá fiesta esta mañana, estoy seguro.

Acercaron el rover hasta la antecámara, y un tubo de enganche salió de ella y se fijó alrededor de la puerta exterior del coche. Cuando las puertas se abrieron, entraron encorvados, pues cargaban a Sax.

Fueron recibidos por ocho personas altas y de piel oscura, cinco mujeres y tres hombres, un grupo ruidoso contento de tener compañía. Nirgal conocía a Vijjika de la Universidad de Sabishii. Ella se alegraba de verlo de nuevo y se dieron un gran abrazo. Después Vijjika los llevó al acantilado curvo y salieron a una plaza rodeada de remolques, bajo una fisura vertical en la lava antiquísima, que añadía una difusa luz diurna a la aún más difusa que procedía de la profunda barranca al otro lado de la tienda. Los visitantes se sentaron sobre unos cojines anchos y planos dispuestos alrededor de unas mesas bajas, mientras varios de sus anfitriones trajinaban alrededor de unos panzudos samovares. Coyote hablaba con sus conocidos, poniéndose al corriente de las noticias. Sax miraba alrededor, parpadeando, y Spencer, a su lado, no parecía menos confuso; había vivido en el mundo de la superficie desde el sesenta y uno, y todo lo que sabía sobre los refugios era de oídas. Cuarenta años de una doble vida; no era extraño, pues, que pareciese aturdido.

Coyote se acercó a los samovares y empezó a sacar unas tazas diminutas de una vitrina. Nirgal estaba sentado junto a Vijjika, rodeándole la cintura con un brazo, empapándose de su calor, disfrutando del roce de la pierna de la muchacha contra la suya. Art estaba sentado al otro lado, y seguía la conversación con avidez, como un perro de caza. Vijjika se presentó y le estrechó la mano. Art agarró los dedos largos y delicados con sus manazas como si quisiera besarlos.

—Éstos son bogdanovistas —le explicó Nirgal, riéndose de su expresión y alcanzándole una de las pequeñas tazas de cerámica que estaba repartiendo Coyote—. Sus padres fueron prisioneros en Koroliov antes de la guerra.

—Ah —dijo Art—. Eso queda muy lejos de aquí, ¿no es cierto?

—Desde luego —dijo Vijjika—. Nuestros padres tomaron el tramo norte de la Autopista Transmarineris justo antes de que se inundara, y llegaron aquí. Anda, quítale esa bandeja a Coyote y reparte las tazas y de paso te presentas a los demás.

Art se fue a hacer la ronda y Nirgal intercambió noticias con Vijjika.

—No creerás lo que hemos encontrado en uno de esos túneles de toba —le dijo ella—. Somos fantásticamente ricos.

Todos tenían ya tazas, y se hizo un silencio mientras tomaban el primer sorbo juntos. Después de algunas toses y del generalizado chascar de las lenguas, se reanudaron las conversaciones. Art regresó junto a Nirgal.

—Ten, bebe —dijo Nirgal—. Todos tienen que participar del brindis, es la costumbre.

Art tomó un sorbo de la taza, mirando con desconfianza el líquido, más oscuro que el café y con un olor repulsivo. Se estremeció.

—Sabe a café mezclado con regaliz. Regaliz venenoso. Vijjika rió.

—Es kavajava —dijo—, una mezcla de kava y café. Es muy fuerte y sabe a rayos. Y es muy difícil de conseguir. Pero no te rindas aún. Si eres capaz de beberte la taza entera, verás que vale la pena.

—Si tú lo dices. —Gallardamente tomó otro trago, y se estremeció de nuevo.— ¡Espantoso!

—Sí, pero a nosotros nos gusta. Algunos extraen la kavaina de la kava, pero no creo que eso sea bueno. Los rituales tienen que tener algo desagradable, o uno no los aprecia como es debido.

Nirgal y Vijjika lo observaban.

—Estoy en un refugio de la resistencia marciana —dijo Art al rato—. Emborrachándome con una droga extraña y horrorosa, en compañía de algunos de los miembros perdidos más famosos de los Primeros Cien. Además de unos jóvenes nativos desconocidos en la Tierra.

—Le está haciendo efecto —observó Vijjika.

Coyote estaba de pie hablando con una mujer que, a pesar de estar sentada en la posición del loto sobre un cojín le llegaba al nivel de los ojos.

—Pues claro que me gustaría tener semillas de lechuga —decía la mujer—. Pero tienes que obtener una compensación equitativa por algo tan valioso.

—No son tan valiosas —dijo Coyote, a su manera convincente pero poco de fiar—. Ustedes ya nos están dando más nitrógeno del que podemos quemar.

—Seguro, pero has de tener nitrógeno para poder darlo.

—Por supuesto.

—Y dar antes de quemar. Aquí hemos encontrado esa enorme veta de nitrato de sodio,
caliche blanco
puro, y hay a montones en estas tierras desoladas. Parece ser que hay una franja entre la toba y la lava, de unos tres metros de grosor y muy extensa; bueno, aún no sabemos hasta dónde llega. Es una cantidad enorme de nitrógeno, y tenemos que librarnos de ella.

—Bien, bien —dijo Coyote—, pero ésa no es razón para despilfarrarlo con nosotros.

—No estamos despilfarrando. Ustedes quemarán el ochenta por ciento de lo que les demos...

—El setenta.

—Bueno, el setenta, y nosotros tendremos esas semillas, y al fin podremos comer ensaladas decentes.

—Si consiguen hacerlas germinar. La lechuga es delicada.

—Tenemos todo el fertilizante que necesitamos. Coyote se echó a reír.

—Sí, pero todavía está fuera de servicio. Ya sé lo que haremos: lesdaré las coordenadas de uno de los camiones de uranio que enviamos a Ceraunius.

—¡Y tú hablas de despilfarro!

—No, no, porque no hay ninguna garantía de que puedan recuperarlo. Pero les diré dónde está, y si lo recuperan nos pasan otro picobar de nitrógeno y estaremos en paz. ¿De acuerdo?

—Sigue pareciéndome excesivo.

—Les ocurrirá lo mismo todo el tiempo con ese montón de caliche blanco que han encontrado. ¿Seguro que hay tanto?

—Hay toneladas. Millones de toneladas. Hay capas y más capas en estas tierras desoladas.

—De acuerdo, tal vez también aceptemos un poco de peróxido de hidrógeno. Necesitaremos el combustible para el viaje al sur.

Art se inclinó hacia ellos como atraído por un imán.

—¿Qué es el
caliche blanco
?

—Es nitrato de sodio casi puro —dijo la mujer. Describió la areología de la región. La toba riolítica, la roca de color claro que los rodeaba, había sido recubierta por la oscura lava de andesita del altiplano. La erosión había tallado la toba allí donde las grietas en la andesita la habían dejado al descubierto, formando las barrancas con túneles en la base, y descubriendo además grandes filones de
caliche
, atrapados entre las dos capas—. El 
caliche
es roca suelta y polvo, cimentados con sales y nitratos de sodio.

—Tienen que haber sido los microorganismos los que han formado esa capa ahí abajo —dijo un hombre a poca distancia de la mujer, pero ella no estaba de acuerdo.

—Puede ser de origen areotermal, o puede que el cuarzo de la toba atrajese los rayos.

Discutieron como cuando se está repitiendo un debate por milésima vez. Art los interrumpió para preguntar otra vez sobre el
caliche blanco
. La mujer explicó que el
blanco
era un
caliche
muy puro, casi un ochenta por ciento de nitrato de sodio puro, y por tanto, en ese mundo pobre en nitrógeno, extremadamente valioso. Había un bloque de él sobre la mesa, y la mujer se lo pasó a Art y siguió discutiendo con su amigo. Coyote regateaba expertamente con otro hombre: hablaban de básculas y primas, kilogramos y calorías, equivalencias y sobrecargas, metros cúbicos por segundo y picobares, arrancando muchas carcajadas de la gente que los escuchaba.

En cierto momento, una mujer interrumpió a Coyote con un grito:

—¡Oye, no podemos tomar un montón desconocido de uranio que ni siquiera sabemos si encontraremos! ¡Eso es despilfarro a gran escala o un timo, dependiendo de si encontramos el camión o no! ¿Qué clase de trato es éste? ¡Quiero decir que es un mal trato lo mires como lo mires!

Coyote sacudió la cabeza con aire travieso.

—He tenido que ofrecerlo o me habrían enterrado en ese
caliche blanco
. Vamos viajando por ahí, y sí, tenemos unas cuantas semillas, pero no mucho más... ¡y desde luego no millones de toneladas de
caliche
!. Y la verdad es que necesitamos el peróxido de hidrógeno y la pasta, no es sólo un capricho, como las semillas de lechuga. Les diré una cosa, si encuentran el camión, pueden quemar su equivalente, y aun así nos habrán correspondido con equidad. Sí no lo encuentran, entonces nosotros les deberemos una, lo admito, pero en ese caso pueden quemar un regalo, ¡y entonces nosotros les habremos correspondido con equidad!

—Nos llevará una semana de trabajo y un montón de combustible recuperar el camión.

—Muy bien, tomaremos otros diez picobares, y quemaremos seis.

—Hecho. —La mujer meneó la cabeza, frustrada.— Eres un hueso duro de roer.

Coyote asintió y se levantó para volver a llenar las tazas. Art volvió la cabeza y miró a Nirgal, con la boca abierta.

—Explícame qué es lo que acaba de ocurrir.

—Bien —dijo Nirgal, sintiendo la benevolencia del kava fluyéndole por el cuerpo—, estaban comerciando. Nosotros necesitamos comida y combustible, y por eso estábamos en desventaja, pero Coyote salió bien parado.

Art sostuvo el bloque blanco.

—¿Pero qué es todo eso de conseguir nitrógeno y dar nitrógeno, y 
quemar
nitrógeno? Caramba, ¿es que le prenden fuego al dinero cuando lo consiguen?

—Bueno, sólo a una parte, sí.

—¿Así que los dos estaban tratando de perder?

—¿Perder?

—Salir perjudicados del trato.

—¿Perjudicados?

—Dar más de lo que toman.

—Ah, sí. Naturalmente.

—¡Naturalmente! —Art abrió mucho los ojos.— Pero ustedes... ustedes no pueden dar
mucho más
de lo que reciben, ¿entendí eso bien?

—Correcto. Eso sería despilfarrar.

Nirgal observó a su amigo mientras éste digería la información.

—Pero, si siempre dan más de lo que reciben, ¿cómo consiguen algo para dar?, ¿ves por dónde voy?

Nirgal se encogió de hombros, miró a Vijjika y le apretó la cintura voluptuosamente.

—Tienes que encontrarlo, supongo. O hacerlo tú mismo.

—Ah.

—Es la economía del regalo —añadió Vijjika.

—¿La economía del regalo?

—Forma parte de nuestra manera de llevar los asuntos. Hay una economía monetaria para el viejo sistema de compra y paga que utiliza unidades de peróxido de hidrógeno como dinero. Pero la mayoría de la gente trata de regirse por el patrón del nitrógeno, que es la economía del regalo. Los sufíes lo iniciaron, y la gente del hogar de Nirgal.

—Y Coyote —añadió Nirgal.

Aunque, al mirar a su padre, pensó que a Art le resultaría difícil imaginar a Coyote como un economista teórico. En ese momento Coyote tecleaba como un loco junto a un hombre, y cuando perdió el juego empujó al otro fuera del cojín y declaró que le había resbalado la mano.

—Te desafío a un pulso a doble o nada —dijo, y clavaron los codos en la mesa, tensaron los brazos y empezaron la lid.

—¡Un pulso! —exclamó Art—. ¡Al fin algo que entiendo!

Coyote perdió en segundos, y Art se sentó y desafió al ganador. Ganó sin dificultades, y muy pronto fue evidente que nadie podía vencerle; los bogdanovistas incluso se enfrentaron a él en grupo, pero él aplastó todas las combinaciones contra la mesa.

—Muy bien, he ganado —dijo al cabo, y se dejó caer pesadamente en el cojín—. ¿Cuánto les debo?

Para evitar las aureolas de terreno fracturado arracimadas al norte del Monte Olimpo tuvieron que dar un gran rodeo. Viajaban de noche, descansaban durante el día.

Art y Nirgal pasaban muchas de esas noches conduciendo y charlando. Art hacía cientos de preguntas y Nirgal contestaba con otras tantas, tan fascinado por la Tierra como Art lo estaba por Marte. Eran una pareja muy bien avenida, cada uno sentía un profundo interés por el otro, y eso creó un terreno propicio para la amistad.

A Nirgal le asustó la idea de contactar con los terranos cuando se le pasó por la cabeza la primera vez, una noche en Sabishii, en sus años de estudiante. Era una idea peligrosa, sin duda, que ya nunca lo abandonó. Pasó meses dándole vueltas e investigando, para ver con quién se pondría en contacto si se decidía a llevarla a la práctica. Cuanto más sabía, más crecía en él el convencimiento de que sería un paso acertado, de que la alianza con una fuerza terrana era crucial para el futuro de la resistencia. Y sin embargo estaba seguro de que ni uno solo de los Primeros Cien que conocía querría arriesgarse a establecer el contacto. Tendría que hacerlo por su cuenta. El riesgo, las apuestas...

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