Authors: David Brin
Intentaba concentrarse en las sutilezas de la navegación de arrastre, pero su mente divagaba. Empezó a pensar en Toshio. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que cometieran la última travesura juntos? Hacía más de un mes que le quitaron las gafas a Brookida y se las cambiaron por unas lentes Fresnel.
Espero de todo corazón que Toshio esté bien. Él, al menos, tiene algo que hacer. ¿Por qué Creideiki insiste en que permanezca aquí cuando en la nave thenania son necesarios todos los ingenieros competentes?
Akki intentó una vez más concentrarse en el texto, pero un ruido lo distrajo. Bajó los ojos y descubrió su origen cerca de uno de los almacenes de comida. Dos fines estaban batiéndose, giraban uno alrededor del otro dándose violentos golpes con las aletas en medio de un círculo de espectadores.
Akki se apartó de la cúpula de aire y se dirigió hacia el lugar del altercado.
—¡Deteneosss! —gritó—. ¡Dejad eso ahora mismo!
Intentó separar a Sth'ata y Sreekah-jo con golpes de sus propias aletas.
Los mirones retrocedieron un poco, pero los dos combatientes lo ignoraron. Seguían empujándose y mordiéndose el uno al otro. Un golpe de aleta alcanzó a Akki en el pecho y salió despedido dando tumbos.
Boqueó para recuperar el aliento. ¿De dónde sacaban esos fines la energía para pelear en el oxiagua?
Nadó hacia uno de los espectadores.
—¡Pk'Tow... Pk'Tow!
Mordió al fin en el flanco y adoptó una postura dominante mientras Pk'Tow se volvía hacia él, colérico. No sería fácil hacerle agachar la cabeza; Akki se sintió de repente demasiado joven. Pero Creideiki le había enseñado a actuar en tales circunstancias.
¡Cuando un fin sufre una regresión, hazle fijar la mirada!
—¡Pk'Tow! Deja de escucharles y usa los ojos. ¡Mírame! ¡Como oficial de esta nave te ordeno que me ayudes a acabar con la lucha!
La mirada vidriosa desapareció del rostro de Pk'Tow.
—Bien, ssseñor —asintió, y Akki quedó asombrado de su sumisión.
Las gotas de sangre se disolvían, formando capas rosadas mientras los combatientes ralentizaban sus golpes, jadeando sofocados por la falta de oxígeno en las branquias pulmones. Akki reclutó a otros tres fines, zarandeándolos y gritándoles para que fijasen sus miradas, y se acercó a los adversarios. Consiguió separar al stenos y al cocinero, y los mandó a la enfermería debidamente escoltados. La doctora Makanee los mantendría aislados hasta que Akki informara al comandante.
Al levantar la vista, Akki vio a K'tha-Jon, que pasaba por allí. El gigantesco oficial subalterno ni siquiera se detuvo a ayudarle. Lo más probable era que hubiese sido testigo de la escena, pensó Akki con amargura. K'tha-Jon no habría necesitado enfrentarse a los mirones. Podía intimidarlos con un gruñido.
K'tha-Jon siguió nadando deprisa hacia la esclusa, con expresión resuelta.
Akki suspiró.
Bueno, quizá Creideiki tenga sus razones para mantenerme cerca de él, después de todo. Ahora que Hikahi se ha ido con los ingenieros, necesita ayuda para controlar toda la chusma que se ha quedado a bordo del Streaker.
Empujó con el hocico a Sreekah-jo para hacerle avanzar. El sienas soltó una palabrota que era casi primal, pero obedeció.
Al menos, tengo una buena excusa para no estudiar astrogación, pensó Akki con cinismo.
—¡No! ¡Parad! Retroceded e intentadlo de nuevo. ¡Esta vez con más cuidado!
Hannes Suessi contempló con escepticismo a los ingenieros delfines que daban marcha atrás a sus pesados trineos, arrastrando la viga fuera de la cámara.
Había sido el tercer intento de añadir una pieza de refuerzo a la hendidura abierta en la cola de la nave thenania. Esta vez casi lo consiguieron pero el trineo de cabeza dudó demasiado tiempo y estuvo a punto de aplastarse contra la pared interna de la nave de combate.
—Ahora, Olelo, a ver cómo evitas esa vigueta —se dirigía al conductor del primer trineo—. Cuando llegues a la altura de ese jeroglífico que parece un chacal de dos cabezas, ¡levanta el morro de esta forma! —Gesticuló con los brazos.
El fin lo miró perplejo durante unos instantes, y luego asintió con vigor.
Roger ¡la esquivaré!
Suessi hizo una mueca de disgusto ante aquella falta de seriedad. Pero no serían fines si no fuesen sarcásticos la mitad del tiempo y excesivamente entusiastas la otra mitad.
Además, habían trabajado muy duramente.
Era una verdadera mierda trabajar bajo el agua. En comparación, cualquier actividad donde no hubiera gravedad era un juego.
Desde el siglo veintiuno, los hombres habían hecho grandes progresos en los trabajos de construcción en el espacio. A los problemas de inercia y rotación les dieron soluciones que la Biblioteca ni siquiera recogía. Los seres que vivían en antigravedad desde hacía un billón de años no tenían necesidad de descubrir tales soluciones.
En los tres últimos siglos, por el contrario, no se desarrollaron trabajos duros bajo el agua, ni siquiera en las comunidades delfinianas de la Tierra, y nunca se intentó sacar a flote o saquear una nave espacial caída al fondo de un océano.
Si la inercia de la ingravidez causaba problemas en órbita, ¿qué pasaría con la flotabilidad casi imprevisible de los materiales sumergidos? La fuerza necesaria para mover un objeto variaba en función de la velocidad a la que viajaba y del plano transversal que presentaba en un momento dado. En el espacio, no existían esas complicaciones.
Mientras los fines reorientaban la viga, Suessi echó un vistazo al interior del destructor para ver cómo progresaban los otros trabajos. El resplandor de las sierras láser, tan brillantes como las lámparas helarcas, iluminaba el lento desmembramiento de la cavidad central de la nave de combate thenania. Poco a poco, una gran abertura cilíndrica iba tomando forma.
La teniente Tsh't supervisaba el final de esa obra. Todos sus trabajadores pertenecían al mismo modelo neofín. Cada delfín utilizaba los ojos o los instrumentos para los trabajos de precisión. Pero cuando se acercaban a un objeto, su cabeza se agitaba con movimientos circulares, y emitían delgados rayos de ondas sonoras desde la protuberancia bulbosa que daba a los tursiops la apariencia de intelectuales de amplia frente. La extremidad sono-sensible de la mandíbula inferior oscilaba formando una imagen estereoscópica.
En la cámara resonaban los chirridos. A Suessi no dejaba de maravillarle que los fines pudieran conseguir algo en medio de toda aquella cacofonía.
Eran tipos en verdad ruidosos, pero hubiera deseado contar con un número mayor de ellos.
Suessi esperaba que Hikahi llegase con más delfines de la tripulación. En cuanto apareciera con la lancha o el esquife, le proporcionaría a Suessi un lugar donde estar seco, y a los demás una oportunidad de descansar respirando un aire limpio. Si los del equipo inicial no eran relevados muy pronto, podían producirse accidentes.
El plan propuesto por Orley era diabólico. Suessi albergaba la esperanza de que Creideiki y los del concejo encontrarían una alternativa, pero los que se oponían al plan no tenían nada mejor que ofrecer. El Streaker sería movido tan pronto como Thomas Orley diera la señal.
En apariencia, Creideiki consideraba que tenían poco que perder.
Un estrépito resonó a través del agua. Suessi se sobresaltó y miró a su alrededor. El extremo de un freno cuántico de la nave thenania colgaba libremente, con la base seccionada por el borde de la viga que transportaba Olelo. El fin, impasible por norma general, parecía fuera de control.
—Ahora, chicos y chicas —gimió Suessi—, ¿cómo vamos a dar la impresión de que este cascarón ha sobrevivido a la batalla si nosotros mismos lo dañamos más de lo que lo hizo su enemigo? ¿Quién creerá que puede volar con todos esos agujeros?
La cola de Olelo batía el agua, mientras dejaba escapar trinos lastimeros.
Suessi suspiró. Después de trescientos años, aún debía tratarse con sumo cuidado a los delfines. Las críticas parecían dejarlos desvalidos. Utilizar halagos y estimularlos daba mucho mejor resultado.
—De acuerdo. Vamos a intentarlo de nuevo. Con cuidado. Esta vez estamos a punto de conseguirlo.
Suessi sacudió la cabeza y se preguntó qué tipo de locura le llevó a convertirse en ingeniero mecánico.
La batalla se había alejado de aquélla zona del espacio; una vez más, la flota tandu había sobrevivido.
La facción pthaca se había aliado con los thenanios y los gubru, y el grueso de las fuerzas de los soro aún constituía un peligro. Los Hermanos de la Noche estaban casi destruidos.
El Aceptador se sentó en el centro de su red y se desprendió de sus escudos por cuidadosas etapas sucesivas, tal como le habían enseñado. Los tutores tandu necesitaron milenios para acostumbrar a su raza a utilizar escudos mentales para todo, pues no estaban dispuestos a que nada les pasase por alto.
Mientras caían las barreras, el Aceptador sondeaba con ansiedad el espacio cercano, acariciando las nubes de vapor y los cascos a la deriva. Evitó con habilidad las psitrampas activas y los campos de probabilidad no resuelta. Contemplar batallas era una maravilla, aunque resultase también peligroso.
La conciencia del peligro era otra de las cosas que los tandu les impusieron por la fuerza. En secreto, la especie del Aceptador no se lo tomaba muy en serio. ¿Cómo podía considerarse malo algo que había ocurrido en realidad? El Episíarca pensaba de ese modo, ¡y sólo había que ver lo loco que estaba!
El Aceptador notó algo que normalmente no habría llamado su atención. Si era libre para espirianalizar las naves, los planetas y los misiles, hubiera tenido que estar distraído para no detectar algo tan sutil como los pensamientos de una única y disciplinada mente.
Encantado, el Aceptador percibió que el emisor era un synthiano. Sí, un synthiano, ¡y estaba intentando comunicarse con los terrestres!
Era una anomalía, pero muy hermosa. El Aceptador nunca había presenciado antes la audacia de un synthiano.
Ningún synthiano era famoso por su habilidad psíquica, pero éste estaba haciendo un extraordinario trabajo al abrirse paso a través de la miríada de detectores psi que cada facción había diseminado en el espacio circundante.
Aquella proeza resultaba fabulosa por su carácter inesperado... una prueba más de la superioridad de la realidad objetiva sobre la subjetiva, ¡a pesar de los delirios del Episíarca! La sorpresa era la esencia de la vida.
El Aceptador sabía que sería castigado si pasaba demasiado tiempo maravillándose ante este acontecimiento en vez de informar de inmediato.
Eso era también una fuente de dudas, él «castigo» con el que los tandu hacían elegir al pueblo del Aceptador un camino en vez de otro. Durante cuarenta mil años les había asombrado. Quizás algún día podrían hacer algo al respecto. Pero no había prisa. Quizás ese día ya fuesen tutores. Sesenta mil años más serían sólo una corta espera.
La señal emitida por el espía synthiano se desvaneció. Al parecer, el furor de la batalla lo arrastraba lejos de Kthsemenee.
El Aceptador buscó la señal, lamentando un poco la pérdida. Pero el esplendor de la batalla se abría ante él. Impaciente por la abundancia de estímulos que le aguardaba, el Aceptador decidió posponer su informe sobre el synthiano... si lo recordaba.
Tom miró por encima del hombro las nubes que se amontonaban. Era aún pronto para saber si la tormenta le alcanzaría. Tendría que recorrer una larga distancia antes de averiguarlo.
El planeador solar zumbaba a unos mil doscientos metros de altura; el pequeño vehículo aéreo no había sido diseñado para batir ningún récord. Era poco más que un estrecho chasis. La hélice era impulsada por los rayos del sol al caer en la amplia y translúcida ala.
El mundo oceánico de Kithrup asomaba bajo cúmulos blancos. Tom enfiló hacia el nordeste, y dejó que los vientos alisios se ocupasen casi de todo. Al volver, suponiendo que volviera, aquellos mismos vientos convertirían su avance en lento y aventurado.
Unos vientos más rápidos y más altos impulsaban sombrías nubes tras de él, hacia el este.
Volaba un poco a ciegas, sin más referencia para su tormentosa navegación que el disco anaranjado del sol de Kithrup. Una brújula no le hubiera servido para nada, pues la riqueza metálica del planeta lo recubría de entrecruzadas anomalías magnéticas.
El viento silbaba furioso en la pequeña nariz cónica del planeador. Tom, tumbado boca arriba en la estrecha plataforma, lo sentía como una ligera brisa.
Deseó tener un almohadón más. Sus codos empezaban a irritarse y sentía una ligera tortícolis. Tuvo que suprimir muchas cosas de su lista de material y hasta había tenido que elegir entre una psibomba suplementaria para utilizar en su destino y un destilador de agua que le permitiera sobrevivir cuando llegase. Todo estaba sujeto con tiras adhesivas a la plataforma en la que se apoyaba su cojín, pero de un modo tan desigual que era casi imposible encontrar una posición confortable.
El viaje se había convertido en una inacabable monotonía de mar y cielo.
Por dos veces, creyó distinguir el vuelo de unas criaturas en la lejanía. Era el primer indicio de que existían seres voladores en Kithrup. ¿Habrían evolucionado a partir de peces voladores? Le sorprendía que existieran aves en un mundo tan falto de tierras secas.
Aquellas criaturas, desde luego, podían haber sido modeladas por algún antiguo inquilino galáctico de Kithrup, pensó. Allí donde la diversidad de la naturaleza parecía disminuir, los sofontes podían inmiscuirse. He visto cosas, conseguidas genéticamente, más raras que seres voladores en un mundo acuático, se dijo.
Tom recordó la ocasión en que Gillian y él acompañaron al viejo Jake Denrwa al mundo-universidad tymbrimi de Cathrhennlin. Entre dos conferencias, Jill y él recorrieron una vasta reserva natural del continente, donde grandes manadas de bestias clideu pastaban manteniendo una formación de acuerdo con unos precisos y complicados diseños geométricos. La disposición de los dibujos se modificaba de forma espontánea minuto a minuto, sin que al parecer hubiera la menor comunicación individual entre los animales; como el aparente movimiento ondulante de un tejido de
moiré
. Los tymbrimi les explicaron que una antigua raza galáctica, que había morado en Cathrhennlin mucho tiempo atrás, programó los diseños del movimiento de los clideu como una adivinanza. En todos esos años, nadie había logrado descifrar el enigma, si es que existía en la actualidad.