Authors: David Brin
—Bien —Creideiki transmitió las palabras directamente por el enlace neural—. ¿Se sabe algo de Orley?
—No, señor. Y se está retrasando. ¿Está seguro de que quiere seguir con su plan?
¿Qué pasará si no puede hacernos llegar un mensaje psibomba?
—Ya hemos examinado todas las eventualidades.
—¿Así que de cualquier modo vamos a mover la nave? Creo que deberíamos discutirlo de nuevo. Creideiki sintió una oleada de irritación.
—No vamosss a discutir de tácticas en un canal abierto, teniente. Y ya está decidido.
Volveré en seguida. Mientras, vaya ultimando los detalles. ¡Debemos estar preparados para cuando Tom llame!
—Bien, señor.
Takkata-Jim cortó la comunicación sin formular la más mínima disculpa.
Creideiki había perdido la cuenta del número de veces que se le había interrogado acerca del plan. Si no confiaban en él porque era «sólo» un delfín, deberían pensar que la idea original había procedido de Thomas Orley. Además, él, Creideiki, era el comandante.
Era él el responsable de salvar sus vidas y su honor.
Cuando sirvió a bordo de la nave de exploración James Cook, nunca presenció que nadie discutiera las órdenes del comandante humano, la capitán Álvarez.
Golpeó el agua con la cola hasta que su cólera se calmó. Contó hasta que le embargaron las estructuras tranquilizantes del Keneenk.
Dejémoslo, decidió. La mayor parte de los tripulantes no preguntan, y el resto obedece las órdenes. Para Ser una tripulación experimental, bajo una enorme presión, eso ya es mucho.
«Cuando la mente se empeña, encuentra la solución», enseñaba el Keneenk. Todo problema contenía los elementos de su solución.
Accionó los brazos manipuladores para alcanzar el panel de acceso a la boya.
Si la boya funcionaba bien, tendría un pretexto para licitar a Takkata-Jim. Ésa sería la clave para llegar hasta el teniente, llevarlo de nuevo a la comunidad de la nave y romper su círculo vicioso de aislamiento. «Cuando la mente...»
Era cuestión de minutos comprobar si estaba en buen estado. Creideiki conectó una extensión desde su toma neural al ordenador de la boya. Y pidió a la máquina que informase de su situación.
El brillante arco de una descarga eléctrica destelló ante él. Creideiki gritó mientras la sacudida provocaba un cortocircuito en su arnés y le carbonizaba la piel alrededor de la derivación neural.
¡Una corriente de penetración!, comprendió Creideiki en la eternidad del latigazo. ¿Pero cómo...?
Lo sentía todo a cámara lenta. La corriente luchó contra los diodos protectores de su neuroamplificador. El interruptor general se desconectó, pero el aislante volvió a formarse casi al instante bajo el efecto del contragolpe.
En su parálisis, Creideiki tuvo la impresión de oír una voz en los ardientes campos de batalla, una voz que se burlaba de él.
Cuando la mente se empeña,
Encuentra - también engaño
Engaño - hay engaño en la ilusión.
Arqueando el cuerpo en un grito de agonía, Creideiki lanzó un único e incontrolado alarido en primal, el primero de su vida adulta. Luego rodó panza arriba y se hundió en unas tinieblas más densas que la noche.
Porque el cielo y el mar,
Mi padre era guardián del faro de Eddystone,
Una noche apacible apareció una sirena,
De su unión nacimos tres: Una marsopa, una dorada y yo.
Oh, ¡por la vida en el mar ondulante!
Viejo cántico
«Como la mayor parte de las especies derivadas de ancestros exclusivamente carnívoros, los tandu fueron pupilos difíciles. Tenían tendencias caníbales y en los estudios tempranos de su elevación se oyó hablar de casos de ataque contra individuos de su raza tutora, los nght.
»Los tandu son notables por su baja empatía hacia las otras formas de vida inteligente.
Son miembros de un movimiento pseudo-religioso cuya doctrina propone el exterminio final de todas las especies juzgadas «indignas». Aunque observan los códigos de los Institutos Galácticos, los tandu no hacen un secreto de su deseo de ver menos poblado el Universo, ni de la impaciencia con que esperan el día en que las leyes sean barridas por una potencia suprema.
»Según los seguidores de la formación «legataria», esto ocurrirá cuando los Progenitores regresen a las Cinco Galaxias. Los tandu aseguran que, al llegar ese día, ellos serán los elegidos para aplastar a los indignos.
»Mientras esperan ese milenio, los tandu se entrenan complaciéndose en innumerables escaramuzas menores y batallas de honor. Se alistan en cualquier guerra declarada por los Institutos Galácticos, sea cual sea la causa, y son citados con frecuencia por abusos de poder. Se les ha atribuido «la extinción accidental» de por lo Menos tres especies astronavegantes.
»Aunque esta raza tenga muy poca empatía por los tutores de igual nivel, es maestra en el arte de la elevación. En su forma presensitiva, en su mundo de barbecho, han domesticado algunas especies locales para utilizarlas como animales de caza: el equivalente de los perros de rastreo en la Tierra. Desde que se vieron libres del aprendizaje, los tandu han adquirido y adoptado dos de las especies psíquicas más poderosas de la reciente cosecha de pupilos. Los tandu están realizando investigaciones a largo plazo por medio de manipulaciones genéticas abusivas sobre esas dos especies, para convertirlas en instrumentos dependientes por completo de su amor a la caza...» (Ver referencias: EPISIARCA -el- 82f49; ACEPTADOR -el- 82f50).
Gente encantadora, esos tandu, pensó Gillian.
Dejó la placa de lectura junto al árbol donde estaba sentada. Se había concedido una hora de lectura esa mañana, y casi tocaba a su fin. Había leído doscientas mil palabras, más o menos.
Aquella ficha sobre los tandu llegó del Streaker por cable la noche anterior. Al parecer, la máquina Niss estaba consiguiendo algo de la mini Biblioteca recuperada por Tom del naufragio thenanio. Aquel resumen resultaba demasiado claro, y trataba el tema de una forma demasiado directa como para proceder de la traducción inglesa de la desesperante microsección del Streaker.
Gillian, por supuesto, ya conocía algunas cosas acerca de los tandu. Todos los agentes de Terragens eran informados sobre aquellos sigilosos y brutales enemigos de la Humanidad.
El presente informe sólo reforzaba su sentimiento de que había algo terriblemente equivocado en un Universo que albergaba a tales monstruos. Gillian pasó un verano leyendo viejas novelas del espacio anteriores al Contacto. ¡Qué abiertos y amigables parecían aquellos antiguos universos de ficción! Incluso los más extraños y «pesimistas» no se acercaban a la cerrada y peligrosa realidad.
Pensar en los tandu la llevaba a ensoñaciones melodramáticas en las cuales ella empuñaba una daga y recurría a la última y antigua prerrogativa de una mujer si la capturaban aquellas criaturas asesinas.
El pesado olor orgánico del humus dominaba al sabor metálico que lo impregnaba todo cerca del agua. El aire estaba fresco tras la tormenta de la noche anterior. Las verdes frondas ondulaban despacio bajo las suaves borrascas causadas por los incesantes vientos alisios de Kithrup.
A estas horas, pensó, Tom ya debe haber encontrado su isla crisol y empezado a preparar su experimento... Si es que sigue vivo.
Aquella mañana, por primera vez, la certeza la había abandonado. Siempre estuvo segura de que si moría ella lo sabría en el mismo momento; en cualquier sitio en que se encontrase. Pero ahora estaba confusa. A su mente le faltaba claridad. Sólo estaba segura de que habían ocurrido cosas terribles durante la noche anterior.
Primero, al atardecer, aquella sorda premonición de que le había sucedido algo a Tom.
No pudo concretar el sentimiento, pero la preocupó.
Luego, durante la noche, tuvo una serie de pesadillas.
Se le aparecieron unas caras. Caras de galácticos, cubiertos con cueros, plumas y escamas, con dientes y mandíbulas. Ululaban y farfullaban pero ella, a pesar de su esmerada educación, no podía entender ni una palabra o senso-glifo. En su sueño, reconoció varias razas: dos astronautas appish que morían al ser abatida su nave; un jofur que aullaba a través del humo ante el muñón sanguinolento de su brazo; una shyntiana que escuchaba los cantos de las ballenas mientras esperaba con impaciencia tras un bloque de piedra helado por el vacío.
En su sueño, Gillian fue impotente para rechazar aquellos rostros.
Se había despertado de repente en medio de la noche, con un temblor que le tensaba la columna vertebral como si fuera la cuerda de un arco. Respirando pesadamente en la oscuridad, sintió una conciencia retorciéndose en agonía en el límite de su alcance sensorial. A pesar de la distancia, captó un mezclado aroma en el febril glifo psíquico.
Aquello era demasiado humano para proceder de un delfín y demasiado cetáceo para proceder de un hombre.
Luego todo cesó. El ataque psíquico había finalizado.
No sabía qué hacer. ¿De qué servía un poder psi cuando los mensajes eran tan imprecisos que resultaban indescifrables? Su intuición potenciada por la genética padecía ahora una cruel decepción. Era peor que no tenerla.
Aún le quedaban unos minutos de su hora. Los pasó con los ojos cerrados, escuchando el flujo y reflujo de los sonidos, mientras las rompientes proseguían su eterna batalla contra las altas orillas occidentales y el ramaje de los árboles se elevaba y replegaba bajo el viento.
Intercalados entre los chasquidos de los troncos y las ramas, Gillian pudo oír los agudos trinos de los aborígenes presensitivos, los kiqui. De vez en cuando, distinguía la voz de Dennie Sudman hablando en una máquina que traducía sus palabras a las altas frecuencias del dialecto kiqui.
Aunque trabajaba doce horas al día ayudando a Dennie en su investigación sobre los nativos, Gillian no podía evitar un sentimiento de culpabilidad por los descansos que se estaba permitiendo. Se recordó a sí misma que aquellos pequeños seres tenían una gran importancia.
Pero uno de los rostros de su sueño la estuvo persiguiendo toda la mañana. Hasta media hora antes, Gillian no se había dado cuenta de que se trataba de su representación subconsciente de Herbie, el antiguo cadáver causante de todos los problemas, que se le aparecía tal como debió ser cuando estaba vivo.
En el sueño, poco antes de empezar a sentir las premoniciones de una catástrofe, el alargado y humanoide rostro le había sonreído y luego, con lentitud, hecho un guiño.
—¡Gillian! ¿Doctora Baskin? ¡Es la hora!
Abrió los ojos. Levantó el brazo y consultó el reloj. El mecanismo estaba ajustado a la voz de Toshio. Siempre se puede confiar en la palabra de un guardiamarina, recordó Gillian. Dile que venga a recogerte dentro de una hora y lo hará en un segundo. Al comienzo del viaje Gillian tuvo que recurrir a las amenazas para convencerle de que usara el tratamiento de «señor», o el anacrónico «señora», sólo cada tres frases, y no cada dos palabras.
_¡Ya voy, Toshio! ¡Un minuto!
Gillian se levantó y se desperezó. Aquel descanso le había resultado provechoso. Su mente había estado tan bloqueada que sólo el reposo podía devolverle la lucidez.
Confiaba en acabar allí y poder regresar al Streaker pasados tres días, justo en el momento en que Creideiki planeaba mover la nave. Para entonces, ella y Dennie ya tendrían una idea concreta de las necesidades ambientales de los kiqui, y podrían llevarse con ellos un pequeño grupo de muestra al Centro de Elevación de la Tierra. Si el Streaker escapaba, y si la Humanidad registraba su primera demanda de pupilaje, podrían salvar a los kiqui de una suerte mucho peor.
Caminando entre los árboles, Gillian vislumbró el océano por un espacio que se abría al nordeste, entre el follaje.
¿Podré sentir desde aquí la llamada de Tom? La Niss dice que su señal será detectable en cualquier punto del planeta.
Con seguridad, todos los ETs podrán oírla.
Procuraba conservar sus energías psíquicas al nivel más bajo posible, como Tom le había recomendado. Formuló una plegaria oral a la antigua usanza, y la envió hacia el norte, por encima de las olas.
—Apuesto a que esto complacerá al doctor Dart —dijo Toshio—. Los sensores, desde luego, quizá no sean del tipo que buscaba. Pero el robot es totalmente operacional.
Gillian examinó la pequeña pantalla conectada al robot. Ella no era experta en rebotica ni en planetología, pero comprendía los principios.
—Creo que tienes razón, Toshio. El espectrómetro de rayos X funciona. Lo mismo que el zaper láser y el magnetómetro. ¿Puede aún moverse el robot?
—¡Como un pequeño cangrejo! Lo único que no puede hacer es volver a subir. Sus tanques de flotación se rompieron cuando el bloque de coral cayó sobre él.
—¿Dónde está ahora?
—En una cornisa, a unos noventa metros de profundidad Toshio pulsó el diminuto teclado y apareció un holo esquemático en el espacio frente a la pantalla—. Acaba de darme un mapa sonar de esa profundidad. No quiero hacerle descender más hasta que haya hablado con el doctor Dart. Sólo podemos ir hacia abajo, de cornisa en cornisa; siempre en la misma dirección. Cuando el robot abandona un lugar, ya no puede regresar a él.
El esquema mostraba una cavidad cilíndrica que descendía al interior de las metalíferas rocas de la delgada corteza de Kithrup. Las paredes eran irregulares, con salientes y cornisas como la que servía de soporte a la sonda averiada.
Un sólido tronco se izaba levemente inclinado en la gran cavidad. Era la enorme raíz taladradora que Toshio y Dennie destrozaran pocos días antes. Su extremo superior descansaba contra uno de los bordes de su propia excavación subacuática. El resto desaparecía en regiones desconocidas, más abajo del área registrada en el esquema.
—Creo que tienes razón, Toshio —Gillian hizo una mueca y pellizcó el brazo del joven—. Charlie se alegrará por esto. Tal vez así deje en paz a Creideiki. ¿Quieres darle tú mismo las noticias?
Era evidente que Toshio estaba satisfecho con el elogio, pero no supo cómo reaccionar ante la oferta de Gillian.
—Uh, no, gracias, señor. Quiero decir, ¿no podría usted añadirlo hoy en su informe a la nave? Estoy seguro de que el doctor Dart preguntará cosas que no estoy preparado para responder...
Gillian no podía censurar a Toshio. Darle buenas noticias a Charles Dart no era más placentero que dárselas malas. Pero antes o después el joven guardiamarina debería encararse con el planetólogo chimp. Era mejor que aprendiera a enfrentar el problema desde el principio.