Authors: David Brin
—¡Claro que no! Es un oficial irreprochable. La mención de su nombre me lo recordó porque...
Metz no terminó la frase.
Porque es un stenos, concluyó Creideiki en su fuero interno. ¿Debo decirle a Metz que he considerado promover a Hikahi como segundo de a bordo? A pesar de toda su destreza, la melancolía de Takkata-Jim empieza a minar la moral de la tripulación. Y eso no puedo permitirlo en mi lugarteniente.
Creideiki lamentaba la desaparición de la teniente Yachapa-Jean, que había muerto en las Syrtes.
—Doctor Metz, desde que sacó a relucir el tema, he observado diferencias entre el perfil psico-biológico inicial de algunos miembros de la tripulación y su comportamiento posterior, incluso antes de que descubriéramos la flota abandonada. No soy un cetapsicólogo, per se, pero estoy convencido de que, en ciertos casos, los fines de la nave no se comportan como estaba previsto. ¿Tiene usted alguna explicación?
El rostro de Metz empalideció.
—No estoy seguro de saber de qué está hablando, comandante.
El arnés de Creideiki rechinó al extenderse su brazo para rascar una comezón sobre el ojo derecho.
—No tengo datos que pueda exponer, pero pienso usar pronto mis prerrogativas de comandante para examinar sus notas. A título oficioso, por supuesto. Haga el favor de prepararlas...
Un pitido interrumpió a Creideiki. Procedía del enlace com de su arnés.
—¡Sssí, hable! —ordenó. Escuchó durante unos segundos una voz zumbona en su derivación neural—. Que se pare todo —respondió—. Voy ahora mismo. Creideiki. Corto.
Concentró un estallido de sonar sobre la placa sensible de la cerradura. La escotilla se abrió con un chirrido.
—Era del puente —le dijo a Metz—. Ha regresado un explorador con un informe de Tsh't y Thomas Orley. Me necesitan, pero pronto continuaremos esta conversssación, doctor.
Con dos poderosos golpes de aleta, Creideiki atravesó la escotilla y se dirigió al puente.
Ignacio Metz le miró mientras se alejaba. Creideiki sospecha, pensó. Sospecha de mis estudios especiales. Debo detenerle. Pero ¿cómo?
Las condiciones derivadas del asedio y la tensión eran una extraordinaria fuente de datos, especialmente sobre los delfines que Metz había embaucado entre la dotación del Streaker. Pero ahora las cosas empezaban a estropearse. Algunos de estos casos presentaban síntomas de agotamiento nervioso que él nunca había esperado.
Ahora, además de las preocupaciones con respecto a los fanáticos ETs, tendría que vérselas con las sospechas de Creideiki. Y no le sería fácil explicar lo que había hecho.
Metz apreciaba la genialidad cuando la encontraba, sobre todo en un delfín elevado.
¡Si él fuese uno de los míos!, pensó de Creideiki. ¡Si yo pudiera acreditar un resultado así!
Las naves yacían en el espacio como una barahúnda de abalorios desparramados, reflejando vagamente el ligero resplandor de la Vía Láctea. Las estrellas más próximas eran las viejas y mortecinas rojizas de un pequeño cúmulo globular, pacientes vestigios de la primera época de formación de una estrella; carentes de planetas o metales.
Gillian contemplaba aquella fotografía, una de las seis que el Streaker había transmitido a casa con la mayor inocencia, creyendo que se trataba tan sólo de un bache gravitacional, oscuro y sin interés, situado fuera de las rutas más transitadas.
Una extraña y silenciosa armada que dejaba sin respuesta sus innumerables preguntas. Los terrestres no habían sabido qué hacer con ella. La flota de naves fantasmas no tenía cabida en la ordenada estructura de las Cinco Galaxias.
¿Pero cómo había pasado tanto tiempo desapercibida?
Gillian dejó la holo a un lado y seleccionó otra. Mostraba un primer plano de una de las gigantescas naves abandonadas. Grande como una luna, vieja y oxidada, resplandecía con una débil luminiscencia: la de un campo protector de insospechadas propiedades. El aura había desafiado los análisis. Sólo pudieron saber que se trataba de un intenso campo de probabilidad de naturaleza extraña.
Intentando abordar una de aquellas naves fantasmas, en los límites extremos del campo, la tripulación de la canoa del Streaker se había visto sometida a una reacción en cadena. Brillantes rayos luminosos surgieron entre el antiguo leviatán y la pequeña patrullera. La teniente Yachapa-Jean informó que todos los delfines estaban experimentando intensas alucinaciones. Había intentado retroceder, pero en su desorientación desplegó las pantallas de estasis en el interior del extraño campo. La explosión resultante los destruyó a ambos, la minúscula nave terrestre y el gigante abandonado.
Gillian dejó la foto y miró al otro lado del laboratorio. Herbie yacía en su red de estasis, una silueta desconocida desde hacía cientos de millones de años, billones de años.
Tras el desastre, Tom Orley había salido solo y regresó al Streaker con la misteriosa reliquia, introduciéndola a bordo en secreto por una de las esclusas laterales.
Un premio muy costoso, pensó Gillian contemplando el cadáver. Hemos pagado mucho por ti, Heb. ¡Si tan sólo supiera lo que hemos comprado!
Herbie constituía un enigma digno de las investigaciones conjuntas de los grandes Institutos, no de los pobres medios de una sola mujer aislada a bordo de una nave en peligro, y lejos de casa.
Era frustrante, pero alguien tenía que hacer el esfuerzo. Alguien debía intentar comprender por qué se habían convertido en animales de caza. Con Tom en el exterior, y Creideiki demasiado ocupado con el funcionamiento de la nave y su tripulación, el trabajo era suyo. Si ella no lo hacía, no lo haría nadie.
Poco a poco, estaba aprendiendo algunas cosas sobre Herbie... lo bastante para confirmar que el cadáver era muy viejo, que poseía la estructura esquelética propia de una criatura andante en la superficie de un planeta, y que la micro Biblioteca de a bordo seguía afirmando que nunca había existido nada parecido.
Puso los pies sobre la mesa y cogió otra foto del montón. Mostraba con claridad, a través del reflejo del campo de probabilidad, una serie de símbolos grabados en el costado de un impresionante casco.
—¡Ábrete Biblioteca! —dijo. De las cuatro pantallas holo que había sobre su mesa, la del extremo opuesto, la que tenía encima el glifo de la espiral de radios, se encendió.
—Fichero Sargazos, búsqueda de referencias sobre los símbolos. Abertura y cambios de exposición.
En respuesta, una breve columna de texto apareció sobre el muro de su izquierda. La lista era descorazonadoramente concisa.
—Sub-persona: Bibliotecario de Referencia, modo interrogativo —continuó Gillian.
El texto seguía aún proyectado sobre el muro. A lo largo de la columna, un diseño giratorio se incorporó al interior de la espiral de radios. Una voz baja y pausada salmodió:
—Modo Bibliotecario de Referencia. ¿Puedo ayudarle?
—¿Esto es todo lo que has sido capaz de encontrar sobre los símbolos de la nave abandonada?
—Afirmativo —la voz era tranquila. Sus inflexiones eran correctas, pero no se había realizado ningún esfuerzo para camuflar el hecho de que provenía de una persona mínima, de un pequeño rincón del programa de la Biblioteca de a bordo—. He buscado en mis archivos alguna correlación con esos símbolos. Pero usted sabe, desde luego, que sólo soy una muy pequeña microsección, y esos símbolos son interminablemente mutables en el tiempo. El perfil muestra todas las referencias posibles que he encontrado con los parámetros fijados por usted.
Gillian miró la corta lista. Era difícil de creer. A pesar de ser incomparablemente pequeña en relación a las secciones planetarias o sectoriales, la Biblioteca de la nave contenía el equivalente a todos los libros publicados en la Tierra hasta el siglo veintiuno.
¡Allí tenía que haber más correlaciones de las mostradas!
—¡Ifni! —suspiró—. Algo ha conseguido que la mitad de los fanáticos de la galaxia se despierten. Quizás el retrato de Herbie que transmitimos. Quizás esos símbolos. Pero ¿qué ha sido exactamente?
—No estoy preparado para especular —respondió el programa.
—La pregunta era retórica, y de todos modos no iba dirigida a ti. Veo que demuestras una correlación del treinta por ciento entre cinco símbolos y los glifos religiosos de la Alianza «Abdicadora». Dame una sobreimpresión de los Abdicadores.
El tono de voz se modificó:
—Modo sumario cultural...
«Abdicador es el término escogido por el ánglico para designar una de las mayores agrupaciones filosóficas de la sociedad galáctica.
»La Creencia Abdicadora data del legendario episodio tarseuh, en el quinceavo eón, más o menos seiscientos millones de años atrás, una época particularmente violenta, en la que los Institutos Galácticos sobrevivieron a duras penas a las ambiciones de tres poderosos linajes tutelares (referencias números 97AcF109t, 97AcG136t y 97AcG986s).
»Dos de estas especies figuran entre las más fuertes y agresivas potencias militares conocidas en la Historia de la Federación de las Cinco Galaxias. La tercera fue responsable de la introducción de varias innovaciones técnicas en el diseño de aeronaves, incluyendo las ahora normalizadas...»
La Biblioteca se perdió en una exposición extremadamente técnica sobre los métodos de fundición y fabricación. A pesar de su interés, aquello no le parecía importante. Con la punta del pie, Gillian apretó la tecla «aceleración» de su consola, y el relato saltó hacia adelante.
«...Los conquistadores usaban una denominación que podría traducirse por ┌Los Leones». Consiguieron controlar la mayor parte de los puntos de transferencia y los centros de poder, y todas las grandes Bibliotecas. Durante veinte millones de años su dominio pareció irreductible. Los Leones se empeñaron en una incontrolada expansión y colonización que acabó con ocho de las diez razas pre-pupilas que en aquella época tenían las Cinco Galaxias.
»Los tarseuh ayudaron a organizar el derrocamiento de aquella tiranía, requiriendo la intervención de seis antiguas especies a las que hasta entonces se creía desaparecidas.
La unión de estas seis fuerzas con los tarseuh se vio coronada por el éxito en su contraataque en favor de la cultura galáctica. Más tarde, cuando los Institutos fueron restablecidos, los tarseuh acompañaron a los misteriosos defensores a un oscuro olvido...»
Gillian interrumpió el aluvión de palabras.
—¿De dónde procedían las seis especies que ayudaron a los rebeldes? ¿No has dicho que se consideraban extinguidas?
La voz del monitor volvió:
—Los archivos de la época las daban como extinguidas. ¿Desea saber los números de referencia?
—No. Continúa.
«Hoy, la mayor parte de los sofontes estima que se trataba de seis vestigios raciales que aún no habían acabado su «salida» hacia un posterior estado evolutivo. Así pues, las seis razas quizá no se extinguieron en el sentido estricto de la palabra, sino que se habrían desarrollado de un modo casi irreconocible. Todavía eran capaces de interesarse por los asuntos mundanos cuando éstos alcanzaban cierta gravedad. ¿Desea que la remita a los artículos sobre los modos naturales de tránsito de las especies?»
—No. Continúa. ¿Dónde intervienen los Abdicadores?
«Los Abdicadores estiman que existen ciertas razas etéreas que, de vez en cuando, se dignan tomar una forma física, disfrazadas en un esquema de elevación en apariencia normal. Esos «Grandes Espíritus» son criados como pre-pupilos, pasan por su contrato de aprendizaje, y acaban por convertirse en conductores superiores, sin llegar a revelar nunca su verdadera naturaleza. En caso de emergencia, sin embargo, esas superespecies pueden rápidamente intervenir de forma directa en los asuntos de les mortales.
»Se dice que los Progenitores son los más antiguos, los más reservados, y los más poderosos de todos esos Grandes Espíritus.
«Naturalmente, esto difiere en esencia de la leyenda corriente de los Progenitores, que asegura que los Ancestros partieron hace ya mucho tiempo de la Galaxia Natal, prometiendo regresar algún día...»
—¡Alto!
La Biblioteca quedó en silencio de inmediato. Gillian frunció el ceño mientras reflexionaba sobre la última frase: «Naturalmente, esto difiere en esencia...».
¡Tonterías! La creencia Abdicadora era sólo una variante del mismo dogma básico, y difería muy poco de otras milenarias leyendas acerca del «regreso» de los Progenitores.
La controversia le recordaba los antiguos conflictos religiosos de la Tierra, cuyos adeptos se entregaban a frenéticas interpretaciones de sus dogmas.
Este particular delirio sobre puntos menores de la doctrina podía ser casi divertido si la batalla no continuara a pocos miles de kilómetros sobre ella.
Gillian anotó un recordatorio para intentar una referencia cruzada de la creencia hindú en los avatares de las deidades. Su similitud con los dogmas Abdicadores le hacía preguntarse por qué la Biblioteca no había establecido la relación, al menos como una analogía.
Demasiado, esto es demasiado.
—¡Niss! —llamó Gillian.
La pantalla del extremo derecho se encendió. Un diseño abstracto de motas centelleantes explotó dentro de una zona estrechamente delimitada justamente encima de la pantalla.
—Como usted sabe, Gillian Baskin, es preferible que la Biblioteca no conozca mi existencia a bordo. Me he tomado la libertad de cegarla para que no pueda observar nuestra conversación. ¿Desea preguntarme algo?
—Claro. ¿Estabas escuchando el informe que acaba de emitir?
—Escucho todo lo que hace esta microsección de la nave. Ésa es aquí mi función principal. ¿Thomas Orley no se lo ha dicho nunca?
Gillian se contuvo. Su pie estaba demasiado cerca de la insultante pantalla. Lo apoyó en el suelo para evitar tentaciones.
—Niss, ¿por qué la microsección de la Biblioteca habla en ese galimatías? —preguntó ella sin alterarse.
La máquina tymbrimi suspiró de forma antropomórfica.
—Virtualmente, doctora Baskin, todas las razas respiradoras de oxígeno, excepto la Humanidad, han sido destetadas con una semántica que desarrolló puntos relaciónales de tutor-pupilo; todas influenciadas por la Biblioteca. Las lenguas de la Tierra son extrañas y caóticas, según los estándares galácticos. Los problemas derivados de convertir los archivos a su poco convencional sintaxis son enormes.
—¡Todo eso ya lo sé! Los ETs quisieron que todos aprendiéramos el Galáctico Siete en el momento del Contacto. Les dijimos que cogieran su idea y se la comieran.