Maldito amor (9 page)

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Authors: Marta Rivera De La Cruz

Tags: #prose_contemporary

BOOK: Maldito amor
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   Cuando Jerome mira así a Elsa, ésta
se eleva, se libera
de su vida monótona, la que ha dejado hace tiempo de representarla y que carece de alicientes. Se abre ante ella la expectativa de sentirse única, diferente y reconocida por alguien que es maravilloso, lo que la convierte consecuentemente en una mujer bella, deseable e importante. El cuerpo
se abre
a la vida. Lo nuevo es inquietante, interesante y atrayente. Los sabores, los olores que transporta el aire, la simetría de las formas... La belleza que antes parecía escondida ahora emerge ante nuestros ojos.

 

   Pero en especial, todo lo que es atrayente lo es porque guarda alguna relación con la persona amada. Los objetos cambian de valor si pertenecen al ambiente que rodea a esa persona.

 

   Elsa se relaciona ahora con una dimensión distinta de las cosas que ya estaban ahí. Las canciones de siempre, las de su madre, de repente tienen letra y hablan de amor: hablan de ella. Ella es la protagonista. Jerome y ella. Todo lo demás se ha relativizado.
El descubrimiento de uno mismo

 

   No obstante, junto al cambio de mirada hacia el mundo se encuentra la nueva visión de uno mismo. Elsa se mira al espejo como si lo hiciera por primera vez y descubre a una mujer hermosa. Su deseo y su esperanza, por primera vez, de ser deseada la llevan a reforzar su belleza, soltando su melena. Un gesto simbólico que encierra toda una serie de pequeñas transgresiones o liberaciones que irán conformando poco a poco su vida.

 

   
Cuando el amor romántico es correspondido provoca un impacto enorme sobre la autoestima de las personas. Hay dos factores principales que lo explican: la admiración recíproca y la empatía. Cuando amamos, descubrimos todo lo que tiene de positivo la otra persona. Aunque se suele creer en que el amor es «ciego», en realidad no suele serlo. La persona enamorada es capaz de ver también los «defectos» en el amado, pero con una diferencia: los comprende.

 

   Al enamorarnos, empatizamos plenamente, somos capaces de explicar las dificultades o contrariedades del otro y confiamos totalmente en su evolución positiva porque estamos cautivados por su identidad.

 

   A su vez, ser admirados y comprendidos por la persona que representa para nosotros lo mejor genera un estado de seguridad y confianza plena, que nos facilita vernos de forma más positiva y nos da fuerzas para potenciar nuestras capacidades. Podría decirse que el amor es una cura para la inseguridad.

 

   Elsa apenas ha tenido oportunidad de que Jerome la conozca íntimamente. Sin embargo, a través de la fantasía, a solas en su habitación, imagina este intercambio de empatía y admiración. La fantasía se convierte en el refugio en el que proyectamos los escenarios, los diálogos y las cualidades que necesitamos de la otra persona. Por este motivo, para muchos psicólogos el amor es un sentimiento que guarda más relación con la proyección de nosotros mismos que con la realidad objetiva que define a la otra persona.
La metamorfosis

 

   Cualquier dato que tenemos sobre la persona amada se convierte en un tesoro. Buscamos cada objeto que la representa. Nos hacemos
dueños
de la canción que sonaba en el lugar donde le conocimos, del perfume que usa o del libro que parece estar leyendo. Así comenzamos a sustituir su presencia por distintos elementos que la simbolizan. Nos hacemos rodear de esos objetos e imitamos su conducta. Son intentos de hacerla presente de forma permanente. También comenzamos a frecuentar los lugares y a ver a las personas que puedan hablarnos del ser amado. Es una forma de sentirnos próximos y comprender lo que el otro hace o las cosas que le gustan.4

 

   Elsa sabía muy poco sobre Lecompte, pero eso no es ningún obstáculo para este cometido. Él le dijo que había nacido en París y ella buscó en la biblioteca un libro con fotografías de Robert Doisneau mientras escuchaba canciones de amor en francés. Todo lo que desconoce de Jerome es inventado,
completado
por ella. Es la fantasía del amor romántico. Y así, poco a poco, se va produciendo la transformación. Confiando en nuestras potencialidades y escuchando, imitando, comprendiendo e «inventando», aprendemos a ser más evolucionados, ya que formamos parte del universo de la persona que representa de forma más perfecta nuestros valores, el ideal de quienes queremos ser.

 

   En esos cambios se encierra también la alteración de los hábitos y de las reglas que nos organizan. El amor casi siempre implica una cierta transgresión en el sentido de suponer una ruptura con el presente que nos condiciona y con muchos de los valores que lo mantienen. Con el corazón alborotado y «como si hiciese una travesura», Elsa corre a casa de Lecompte. Aunque para muchos lectores la actitud de Elsa no represente en absoluto riesgo alguno, desde el punto de vista de ella, acudir con el pelo suelto a la casa oscura del diplomático es romper con lo establecido, con su vida convencional, segura y controlada.
Vulnerables en el amor

 

   Los estudios sobre el amor han demostrado que, sobre la base de la emocionalidad intensa, hay dos sentimientos que dominan la experiencia en el enamoramiento: la
esperanza
y la
inseguridad
.5 Ser correspondido es obtener el mayor logro de la vida, es encontrarle un sentido a la existencia. De ahí que el rechazo suponga exactamente lo contrario: el fracaso, la desesperanza.

 

   Estos hallazgos también encuentran su correlato en la participación de unas áreas específicas del cerebro que se activan más en las personas enamoradas y que son las mismas que intervienen en las adicciones. Estas áreas disponen de mucha dopamina, un neurotransmisor que provoca euforia, adicción y ansiedad.

 

   Elsa pasa, de un día para otro, de la felicidad a la tristeza profunda, al pensar que sus encuentros con Jerome Lecompte se han terminado. Para Elsa, es «como si el mundo se hubiese velado». De repente, la vida se ha polarizado, en un polo está el éxito con el amado; en el otro, la soledad que se muestra insuperable.
   El hecho de que otra persona alcance tanta importancia en nuestra vida es lo que distingue al amor romántico del amor filial o paternal.

 

   
El amor siempre conlleva un riesgo doloroso, el rechazo, el desamor, la ruptura o separación. Pero para algunas personas ese riesgo es mayor porque conlleva un dolor más difícil de manejar y superar. Paradójicamente, aprendemos a manejar la adversidad y el sufrimiento cuando hemos tenido la oportunidad de ser amados al menos una vez en la vida. Durante los primeros años de vida, sobre todo, aprendemos a confiar, a sentir que las personas pueden querernos, respetarnos y no hacernos daño, a comprender que podemos estar tranquilos porque siempre habrá alguien que acudirá a protegernos y a ayudarnos. Esto nos permite construir una base de seguridad, desde la cual emprendemos todas nuestras aventuras de exploración del mundo y también de las relaciones.

 

   Para quienes disponen de una base débil, amar es más arriesgado. Cuanto menos amor se ha recibido de niño, más fuerte es la necesidad de ser amados, pero más débil es la confianza en tal posibilidad y más dependientes y vulnerables somos del amor. Amar es abrirse al otro, volver a confiar y dejar el pecho descubierto no sólo a la posibilidad de recibir amor y admiración, sino también a lo contrario. Si tenemos heridas mal curadas, éstas volverán a abrirse y necesitaremos construir defensas para no sufrir e incluso, si es necesario, para no caer en la «trampa» del amor, resistiéndonos con uñas y dientes a volver a depender de otros que pueden abandonarnos o traicionarnos en cualquier momento.
Un proyecto de confianza

 

   Sin embargo, ¿cómo puede una niña-mujer dejarlo todo y marcharse con un desconocido? Todo aquello que asusta o preocupa a un observador externo queda fuera del universo de los enamorados. Cualquier toma de decisiones respecto al futuro queda sesgada por la imperiosa necesidad de transformación y de amor.

 

   Elsa no parece cuestionarse la función que puede cumplir en la vida de ese hombre, el papel de madre que le tocará asumir, cómo será la convivencia o la vida que le tocará llevar. Tampoco le inquieta pensar qué significado, qué aportación o cambio beneficioso está representando para la vida de Lecompte. Si bien no todos experimentamos el amor así, podría decirse que, cuanto más imperiosa es la necesidad de romper con lo establecido, más impulsivo es el amor y más nos reafirmamos ante los obstáculos.

 

   Cuando estamos enamorados y vivimos con la fantasía de ser correspondidos, la emoción lo baña todo, el optimismo lo baña todo. Entramos en un estado natural de excitación, que reduce el miedo a lo desconocido, a la incertidumbre del futuro. Estamos preparados para emprender empresas arriesgadas, iniciar nuevos proyectos de vida, aunque éstos supongan ir a la otra punta del mundo donde se habla un idioma que desconocemos. Sobre todo,
confiamos
en la otra persona. Esa confianza no es fruto de la experiencia compartida ni de la reflexión o el análisis racional, es una intuición básica. Ésa es la magia del amor, una magia que abre fronteras, que derriba miedos y prejuicios, que nos convierte en valientes y grandes exploradores del mundo.
El amor romántico y la evolución

 

   La necesidad de cambiar, de reconstruir lo que somos y hacerlo desde una base de seguridad, explicaría que nos enamoremos a lo largo de toda la vida y que, de hecho, empecemos a hacerlo en la adolescencia, justo cuando más necesitamos de la fuerza y de la confianza que proporciona el amor, para saltar a la otra orilla: la de la vida adulta. El enamoramiento, por tanto, puede diferenciarse del impulso sexual y del hecho de cumplir con un programa biológico que nos hace proclives a buscar cada cierto tiempo una pareja y así potenciar la transmisión de nuestro legado genético. Aunque en su origen la función haya sido común, es muy probable que hayamos experimentado el amor romántico en la medida en que los miembros de la especie humana se han ido diferenciando más y más entre ellos.6

 

   La evolución de los seres humanos tiene mucho que ver con un proceso de identificación, de construcción de individuos con identidad única y predecible. Individuos que, sobre esa base diferencial, interactúan y cooperan para resolver los obstáculos y dominar la naturaleza. Enamorarse o amar románticamente puede haber contribuido a lograr asegurar nuestra individualidad. El amor romántico sería entonces un potente refuerzo para
diferenciarse
sin riesgo a ser excluidos socialmente. Quizá se trate de una trampa más de la evolución para asegurar la diversidad.

 

   En la medida en que los seres humanos hemos adquirido la capacidad de ser conscientes de nosotros mismos, nos hemos enamorado más y más. La evolución nos ha permitido pasar del mero impulso sexual, de las emociones básicas, a los sentimientos más complejos. Ser conscientes de nuestras emociones,
saber
qué sentimos, nos permite nombrar y expresar de mil maneras diferentes el amor, transformando nuestra propia realidad.7

 

   
El amor nos explica más acerca de quiénes somos y de lo que necesitamos que cualquier otra cosa. Por este motivo, la experiencia amorosa es una herramienta básica de autoconocimiento.
Prueba a preguntarte:

 

   
«¿Quién soy yo? ¿Quién deseo ser? ¿Qué imagen de mí misma/o me devuelve el estar con él/ella? ¿Qué cambios necesito hacer en mi vida? ¿Cómo deseo vivir? ¿Qué es lo más importante para mí? ¿Lo más importante es lo que desea la persona que amo?
»

 

   Para Elsa, se ha vislumbrado un puente seguro con la vida de la otra orilla. En un margen queda la casa familiar, su vida de niña dependiente y reflejo de un proyecto de sus padres. En el otro, la vida autónoma, su realización como persona única.

 

   
La huida

 

   —Pero ¿dónde está eso exactamente?
   —En... en Pensilvania.
   Jorge la miró con la boca abierta.
   —Es una broma, ¿verdad?
   —No, no es una broma. Es un trabajo bien pagado y muy interesante. Y con los tiempos que corren, no...
   Pero él la interrumpió, con el ceño fruncido.
   —Corrígeme si me equivoco, pero pensaba que «ya» tenías un trabajo así.
   Era cierto. Lola era subdirectora de un laboratorio. Tenía contrato fijo desde hacía cinco años, un buen sueldo y un horario bastante flexible. El sueño de cualquiera, y más en mitad de una crisis, como reconocía ella. Y, sin embargo, ahora esgrimía las supuestas ventajas de otro puesto para justificar su traslado al otro extremo del mundo. Concretamente a Erie, Pensilvania. Estados Unidos de América.
   Acababa de decírselo a Jorge, que ahora paseaba por la habitación, con las manos en los bolsillos y un gesto de triste incredulidad.
   —Lola, perdona, pero no entiendo...
   —No hay nada que entender. Me han ofrecido el traslado al laboratorio de Erie y lo he aceptado. Cualquiera en mi lugar lo habría hecho. Me pagan muy bien y...
   Esta vez Jorge le dirigió una mirada desolada.
   —Te pagan muy bien. Eso ya lo has dicho. Y es interesante, y viajar enseña mucho, y bla, bla, bla. Pero Lola ¿qué pasa conmigo? ¿Qué... qué pasa con nosotros?
   Lola se encogió de hombros antes de mirar al suelo. La respuesta estaba clara.
   —Creía que estábamos... Bueno, creía que estábamos bien. —Jorge se llevó las manos a la cabeza como si no se creyese lo que acababa de decir—. Por Dios, parece una frase de una teleserie... Mira, llevamos seis meses juntos... Yo pensaba que... Vale, no digo que seamos un matrimonio ni nada de eso, pero...
   Ella se puso de pie, cruzó la habitación y se fue a la cocina, de donde volvió con una lata de cerveza a la que dio un sorbo tan ridículo que quedó claro que sólo estaba intentando ganar tiempo.
   —Yo no digo que estemos mal. Pero estas oportunidades sólo surgen una vez en la vida.
   —Pero ¿qué oportunidad es ésa? Irte a un pueblo que no sé ni dónde cae a hacer lo mismo que haces aquí no es lo que yo entiendo por la ocasión del siglo, vamos...

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