Maldito amor (11 page)

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Authors: Marta Rivera De La Cruz

Tags: #prose_contemporary

BOOK: Maldito amor
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   La muerte inesperada de un abuelo joven, la separación de sus padres, el dolor del primer amor, la traición de Emilio... Todas esas experiencias confirman un hecho: la separación es incontrolable. La persona amada te abandona, te hace daño, y es algo que no se puede predecir ni, por tanto, controlar.

 

   Pero ¿qué clase de fuerza opera en una persona para arrancar de su corazón el sentimiento que la vincula a otra y alejarse?

 

   Cuando el deseo por estar con la otra persona comienza a convertirse en una necesidad, y la necesidad, en dependencia, entonces la maquinaria se pone en marcha. Con un riguroso control de la atención y de la conducta, las personas que aman y temen al mismo tiempo comienzan a cortar los hilos que las conectan con la pareja. Como actores, actúan como si fueran otros, y no ellos mismos, los que aman.

 

   Lola comienza a comportarse
como si no
sintiera lo que siente y así, antes de que el sentimiento crezca y se vuelva salvaje, lo domina, lo encapsula y lo enfría.

 

   
Ese autocontrol se consigue aplicándose una dura disciplina a uno mismo
:

 

   
1. Se recuerda a menudo el objetivo que se ha decidido seguir en la vida, que tiene tanta fuerza porque no es un objetivo cualquiera. Se trata más bien de una
misión
identitaria
. «Nunca más me enamoraré»... Lola firma un contrato consigo misma, una especie de «conjuro». Este tipo de objetivos se refuerzan con creencias muy básicas acerca del mundo, de las personas o de las relaciones, que uno mismo se repite: «Los príncipes azules se vuelven ranas», «Las personas cambian con el tiempo, se vuelven peores», «Los hombres acaban enamorándose de otras o se cansan de la relación»... Estatutos que organizan las experiencias y que deshacen con eficacia los momentos de duda, porque las cosas son así, haciendo de la realidad algo dicotómico, blanco o negro. Ese rígido armazón aporta una claridad y obstinación únicas en la toma de decisiones. No hay más opciones. No se puede evitar.

 

   
2. Se dirige constantemente la atención a otra parte
. Las estrategias en este sentido pueden ser muy variadas, empezando por el simple control o «parada» de pensamiento, cada vez que la mente vuela hacia la pareja. Así, la atención se dirige intencionadamente hacia otro punto «más urgente» y el diálogo con uno mismo puede servir de estímulo o, mejor dicho, de castigo. «¡¿Qué haces pensando en él?!», «¡Ni se te ocurra volver a pensar en ella!», se dicen a sí mismas las personas como Lola. A medida que se tiene experiencia, la atención queda domesticada y en cuanto la atracción por alguien aumenta, se desvía la atención hacia otros asuntos «urgentes».

 

   
3. Se refuerza la independencia
. Cuando la persona que teme sufrir percibe que es capaz de estar con alguien, disfrutar del sexo para más tarde «olvidarse», sin sentir ni padecer en las rupturas, lo puede llegar a sentir como un «logro». Ser independiente es una seguridad, frágil, pero seguridad al fin y al cabo. Esta estrategia suele combinarse con una comunicación superficial con la pareja. Uno no se muestra íntimamente ni tampoco indaga en la vida del otro, como forma de mantener una relación sin más implicaciones y responsabilidades. Esta actitud de Lola decepcionó mucho a Luis, una de sus parejas, quien no entendía su falta de entrega, su frialdad.

 

   
4. Se procura que las relaciones no duren
. Lola, como otras personas miedosas, se ha ido convirtiendo en una experta en boicotear relaciones para evitar que los sentimientos
echen raíces
. Por ejemplo, en cuanto Antonio quiso invitarla a la casa de sus padres, cortó la relación. En otros momentos, ni siquiera hay que esperar a que suceda algo así, simplemente se previene. Para ello, es fundamental controlar la variable
tiempo
. Muchos amantes tienen muy bien cronometradas sus relaciones, para algunos son dos o tres meses el tiempo límite; más tiempo implicaría entrar en una dimensión peligrosa: habituarse al otro es algo que debe evitarse por todos los medios.

 

   Sin embargo, las estrategias pueden fallar, claro, sobre todo si la pareja es encantadora y la atención se «resiste» a ser doblegada. Entonces, puede funcionar la inmersión en la actividad laboral: la hiperactividad sobre asuntos de «extrema urgencia» y que suelen ocupar suficiente espacio mental como para no pensar, no desear, no poder ver a la otra persona. Este tipo de circunstancias no sólo justifican el alejamiento temporal sino también el desplazamiento de la tensión que puede producir la emergencia del amor. Y si la búsqueda de justificaciones externas no es suficiente, siempre se puede recurrir a fijarse en todo tipo de detalles negativos del otro. Y claro, como nadie es perfecto, siempre hay algo que encontrar que decepciona cada día más.

 

   Lola ha optado por la excusa del trabajo, un trabajo que pone mucha tierra de por medio y que dificulta los reencuentros o cualquier momento de «debilidad» por su parte. La disciplina que se impone es muy dura.
La necesidad de control y comprensión

 

   Nuestro cerebro es muy rápido cuando se trata de desencadenar reacciones de defensa ante cualquier señal de peligro, pero también lo es buscando causas y haciendo hipótesis sobre el origen de las amenazas, ya que la predicción y control de lo que nos hace daño es clave para la existencia. Es curioso que, después de la frustración de su primer amor en la adolescencia, Lola se enamorase del mejor amigo de su novio. Después de haberse sentido traicionada, ahora es ella la que «prueba» a traicionar.

 

   Para muchos psicólogos las casualidades no existen. La necesidad de control y comprensión de los seres humanos es tan increíble que se puede buscar inconscientemente una relación en la que se pueda reproducir un rol o una estrategia que ha seguido alguien con influencia sobre nosotros y que nos ha hecho daño. Para otros, Lola no hace más que reproducir un modelo de conducta en el amor que es el que ha seguido quien ha salido «triunfador». Puede que el lector opine que fue simplemente una cuestión de suerte, algo que es posible que suceda y ya está. Lola es la única que podría dilucidarlo.
La historia del temor

 

   Como todos los que temen, Lola tiene muchas razones para comportarse así. En realidad, no está huyendo de Jorge, tampoco del amor o la felicidad que ansía terriblemente. Lola está huyendo de un sentimiento de vulnerabilidad máxima, un sentimiento de abandono e inseguridad terrible al que quiere sobrevivir. Enamorarse es la
señal
de que puede volver a suceder, es la puerta de entrada a ese posible sufrimiento.

 

   Sus principales experiencias de amor antes de Jorge se han caracterizado por un final doloroso, inesperado e incomprensible. Es la relación con Emilio la definitiva en su proceso. Había empezado a confiar, a amar con apertura, sin reservas. En el momento en el que es más feliz y está convencida de que Emilio también lo siente así, termina. Su confianza se quiebra para siempre.

 

   Sin embargo, muchas personas, a pesar de haber tenido experiencias semejantes, logran seguir confiando en las personas, en las relaciones de pareja. Consiguen centrarse en los aspectos positivos de las relaciones y asumen con resignación el hecho de que el amor pueda terminarse por las razones que sean. Aunque la separación les cause sufrimiento, es un sufrimiento que no les «marca» de por vida. Resurgen de las cenizas una y otra vez. ¿Dónde radica la diferencia?

 

   
Todo depende de las condiciones que rodeen la relación y del tipo de vínculo que se haya establecido con los padres o con los familiares de los que hemos dependido para vivir a lo largo de nuestra infancia. Esas condiciones deben ser de tal naturaleza que los niños puedan sentir que el mundo de los seres humanos, a pesar de las adversidades y dificultades, es un lugar donde uno puede hallarse relativamente a salvo, confiado y seguro de sí mismo. Desde hace muchos años se estudian e investigan las experiencias que llevan a un niño a desarrollar un sentimiento de
confianza básica
en el mundo, a la vez que le permiten reconocer y prevenir el peligro, de manera que le sea posible hacer predicciones y distinguir entre situaciones potencialmente seguras y situaciones potencialmente inseguras.¹

 

   Cuando los niños se ven obligados a tener que enfrentarse a la vida en medio del miedo, la soledad y la inseguridad, sin la base de protección, empatía, afecto y aceptación de las figuras familiares principales, se desarrolla lo que los investigadores han denominado
apego inseguro
. El apego es un modo de relacionarse o vincularse afectivamente a los demás. Se ha demostrado que las experiencias de apego durante la infancia son una disposición muy importante para el desarrollo de relaciones en la vida adulta. Algunas personas desarrollan vínculos seguros, basados en la confianza y el desarrollo de la autonomía. Otras estrechan lazos exagerados y viven constantemente angustiadas por retener a sus parejas y con una actitud ambivalente respecto al amor. Otras se vinculan de manera débil, se muestran muy autosuficientes, sin apenas implicación afectiva y viven los duelos de forma poco emotiva, aunque somaticen las separaciones. Este último tipo de relación se denomina
apego evitativo
y refleja bien el comportamiento que ha ido poco a poco aprendiendo Lola.

 

   Lola ha aprendido a evitar sufrir en el amor. Ha aprendido a desconfiar no sólo por las experiencias vividas desde la adolescencia, sino también por las condiciones en las que se ha desarrollado su vida familiar. Ha aprendido a no esperar empatía, apoyo ni amor duradero. La marcha de su padre y la convivencia con una madre
difícil
que no está presente ni es protagonista en los momentos en los que necesita apoyo o consuelo son pistas de que sus bases para la confianza interpersonal son frágiles. Los
modelos
de pareja o del rol femenino no están precisamente asociados a la felicidad, sino más bien al sufrimiento y la falta de control sobre el mismo.

 

   
Cuando se parte de una base frágil y las primeras experiencias amorosas refuerzan la expectativa de daño, es muy difícil no desarrollar una coraza de protección para seguir adelante.

 

 

 

   Para muchas personas, la evitación de la dependencia amorosa está presente incluso desde las primeras experiencias amorosas, desde la adolescencia. Al no implicarse emocionalmente, boicotean sin querer la posibilidad de construir vínculos amorosos alternativos y reorganizadores de su mala experiencia familiar. Ocurre así porque desde muy pronto han aprendido a defenderse de las emociones dolorosas, justamente de lo que sintieron cuando siendo niños fueron ignorados, criticados, rechazados de forma sistemática o mantenidos a distancia de manera más o menos constante.²
Lo que necesitamos

 

   Cuando todo se desmorona se imponen dos
necesidades
: la
comprensión
o entendimiento de lo que ha sucedido y el
consuelo
, una base de amor y seguridad que nos brinde el apoyo necesario para continuar, para aliviar el dolor y saber que no estamos solos.

 

   
Necesitamos comprender
. Necesitamos construir una teoría que nos explique todo o, al menos, casi todo. Comprender en estos casos se puede convertir en algo casi obsesivo, porque es urgente salvarnos. Hay dos motivos muy básicos que justifican la búsqueda de una explicación. El primero es que no es tolerable la existencia bajo la sospecha de que uno no tiene suficiente valor y, por ello, los demás le abandonan. El segundo es que disponemos de un cerebro diseñado para
predecir
, nos vemos impulsados a reconocer cuáles son los indicios del peligro y a desarrollar estrategias para prevenirlo. Encontrar una explicación es la base para reconstruir un futuro más certero y seguro.

 

   Lola nunca supo por qué su padre se separó de su madre. Nunca comprendió por qué aquel chico dejó de quererla. Nunca entendió por qué Emilio se enamoró de otra, por más y más vueltas que le daba... Lo que Lola está haciendo es seguir el modelo aprendido: dejar las relaciones sin justificación. Jorge no puede hacerse cargo de un motivo semejante, no sabe «nada» de ella.

 

   
Necesitamos el consuelo
. No hay consuelo desde la negación del sentimiento. Tampoco lo hay si lo que se siente no es compartido o «validado» por otros. Lola no ha experimentado ese alivio nunca. La primera vez que sintió el dolor... con el primer amor, no estaba ni su madre ni su padre para abrazarla, estaba su abuela, quien con la mejor intención del mundo hizo un torniquete en la herida para que el dolor no fluyera más. Es decir, no le dio permiso a llorar, no le demostró que comprendía lo mal que se sentía porque es normal sentir ese dolor cuando ocurre algo semejante. Tampoco le dio la oportunidad de buscar explicaciones, de construir una teoría aliviadora que le permitiera enfocar el futuro con optimismo, con confianza en otros hombres, ya que lo que sucede en una relación no tiene por qué suceder en otras. Sin embargo, introdujo una idea en su mente, una de esas ideas que en momentos de vulnerabilidad actúan como semillas que germinan en creencias arraigadas, cuya raíz se hace tan fuerte que es difícil de arrancar y que actúan en la vida como asideros, en los que uno se apoya cuando no hay capacidad para entender o consolar: el amor se acaba y punto.
La desconfianza heredada

 

   Es muy interesante observar cómo en aquel momento íntimo con su abuela lo que le impresiona más, por encima incluso del propio disgusto, es la manera en la que su abuela pronuncia aquellas palabras: «con una tranquilidad pasmosa». Son palabras que brotan de una creencia arraigada, de un dolor asumido e irresuelto en su propia vida. Es un momento que refleja bien cómo se «heredan» las creencias y las actitudes frente a la adversidad. Momentos de conexión intergeneracional, en los que las expectativas dramáticas sobre la vida pasan de unos a otros.

 

   Son palabras que carecen del tono consolador, de la empatía que tanto necesitaba la chica y que habría curado a Lola. Esa empatía, ese apoyo o consuelo es lo que hace que las personas aprendan a relacionarse con sus sentimientos, tolerando la dificultad que implican y no sintiéndose tan vulnerables e inseguras en este tipo de situaciones. Es posible sentirse mal y estar
seguros
. Es el tipo de base que proporciona la familia o los grandes amigos. Cuando dicha base está presente desde que somos pequeños, reside en nuestro interior y nos convierte en bambú: flexibles y resistentes. Pero nunca es tarde para convertirse en bambú, aunque requiera de nosotros paciencia y perseverancia.

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