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Authors: Camilla Läckberg

Tags: #Policíaco

Los vigilantes del faro (40 page)

BOOK: Los vigilantes del faro
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—Sí, es ese tipo de cosas que los currantes como tú y como yo no comprendemos. —Konrad se levantó del sofá blanco y mullido donde se encontraba y se dirigió al recibidor—. Parece que los colegas de estupefacientes ya están aquí.

—Bien —dijo Petra—. Pues vamos a ver lo que nos cuentan los chicos.

—Y las chicas —añadió Konrad, sin poder ocultar una sonrisa.

-¿Q
ué hacemos? —preguntó Gösta resignado—. No ha sido una gran idea hablar con esta gente.

—No —reconoció Patrik—. En fin, lo guardaremos como último recurso.

—¿Pero qué hacemos? Creemos que la banda de los Illegal Eagles es la responsable de la agresión y quizá también del asesinato, pero no nos atrevemos a hablar con ellos. Vaya policías. —Gösta meneó la cabeza.

—Vamos a volver al lugar donde trabajaba Mats cuando le agredieron. Hasta ahora solo hemos hablado con Leila, pero ya veremos lo que los demás compañeros tienen que decir. Es el único camino, tal y como están las cosas. —Puso el coche en marcha y se dirigió a Hisingen.

Los recibieron enseguida, pero Leila los miró con hastío al verlos entrar.

—Queremos ayudar, desde luego, pero no sé qué creéis que vais a sacar en claro con tanta visita. —Hizo un gesto de resignación—. Hemos facilitado el material y respondido a todas las preguntas. Sencillamente, no sabemos nada más.

—Quisiera hablar con los demás empleados. Aquí había dos personas más, ¿no? —preguntó Patrik con voz suave, pero firme. Comprendía que para ellos era una molestia tenerlos por allí a todas horas, pero al mismo tiempo, Fristad era el único lugar donde podían encontrar algo más de información. Mats seguía siendo una página en blanco, y la asociación a la que tanto se entregó podría ser una fuente fiable para empezar a escribirla.

—Vale, podéis sentaros en la sala de personal —dijo Leila con un suspiro, y señaló hacia la puerta de la derecha—. Le diré a Thomas que vaya y que avise a Marie cuando hayáis terminado con él. —Se pasó el pelo detrás de la oreja—. Luego me gustaría disfrutar de un poco de tranquilidad, a ver si podemos trabajar. Comprendemos perfectamente que la Policía tiene que investigar el asesinato, y lo sentimos mucho por la familia de Matte, pero nuestro trabajo es importante y no tenemos mucho más que añadir. Matte estuvo trabajando aquí cuatro años, pero ni siquiera nosotros sabíamos mucho de su vida privada, y ninguno tenemos ni idea de quién pudo matarlo. Además de que ha ocurrido después de que dejara su puesto aquí y se fuera de la ciudad.

Patrik asintió.

—Lo comprendo. En cuanto hayamos hablado con los demás empleados, trataremos de no molestar más.

—Lo agradezco muchísimo, y no quisiera parecer desagradable. —Se fue a su despacho, y Patrik y Gösta se instalaron en la sala de personal.

Al cabo de unos minutos llegó un hombre alto y moreno de unos treinta y cinco años. Patrik lo había visto de pasada en las visitas anteriores, pero nunca habían hablado.

—¿Tú trabajabas con Mats? —Patrik se inclinó con los codos apoyados en las rodillas y las manos cruzadas.

—Sí, empecé poco después de que él llegara, así que estuvimos juntos casi cuatro años.

—¿Os veíais fuera del trabajo? —preguntó Patrik.

Thomas negó con un gesto. Lo miraba sereno con sus ojos castaños, y respondió sin tener que pensarlo mucho.

—No, Matte era muy reservado. En realidad, no sé con quiénes se relacionaba, salvo con el sobrino de Leila. Pero parece que luego perdieron el contacto.

Patrik suspiró para sus adentros. Era lo mismo que decían todos los que conocían a Mats.

—¿Sabías si tenía algún problema? Personal o laboral —intervino Gösta.

—No, nada —respondió Thomas rápidamente—. Matte era siempre… Matte. Increíblemente tranquilo y estable, jamás estallaba por nada. Si algo hubiera ido mal, se le habría notado. —Miraba a Patrik sin pestañear.

—¿Y cómo se enfrentaba a las situaciones que se os presentaban aquí?

—Pues, como es natural, a todos los que trabajamos aquí nos afecta enormemente el destino de las personas a las que conocemos en este contexto. Al mismo tiempo, era importante guardar cierta distancia, de lo contrario, no aguantaríamos. Matte lo llevaba muy bien. Era cálido y compasivo sin implicarse demasiado.

—¿Tú cómo viniste a trabajar aquí? Por lo que tengo entendido, Fristad es la única asociación de ayuda a mujeres maltratadas que contrata hombres, y Leila nos explicó lo concienzuda que es a la hora de elegiros —dijo Patrik.

—Sí, Leila ha recibido muchísimas críticas por Matte y por mí. A Matte lo conoció a través de su sobrino, eso quizá ya lo sepáis. Mi madre es la mejor amiga de Leila, y yo la conozco desde que era pequeño. Cuando volví a Suecia después de haber trabajado de voluntario en Tanzania, me preguntó si no me gustaría trabajar aquí. No me arrepiento ni por un segundo. Aunque es una responsabilidad enorme. Si cometo algún error, aquellos que son contrarios al hecho de que haya hombres en las asociaciones de mujeres maltratadas se saldrán con la suya.

—¿Sabes si Mats tuvo algún contacto más estrecho con alguien? —Patrik escrutó el semblante de Thomas por ver si ocultaba algo al responder, pero seguía igual de sereno.

—No, está totalmente prohibido, entre otras razones por lo que acabo de decir. Debemos mantener una relación estrictamente profesional con las mujeres y con sus familias. Es la regla número uno.

—¿Y Mats la cumplía? —preguntó Gösta.

—Todos la cumplimos —respondió Thomas, ligeramente molesto—. Una actividad como la nuestra se mantiene gracias a la buena fama. El menor paso en falso puede ser fatal y llevar, por ejemplo, a que Asuntos Sociales interrumpa de inmediato la colaboración. Lo que, a la larga, perjudica a las personas a las que tratamos de ayudar. Y como ya he intentado explicaros, los hombres tenemos una responsabilidad aún mayor. — Thomas hablaba cada vez con más acritud.

—Es nuestro deber hacer estas preguntas —dijo Patrik para quitarle hierro al asunto.

Thomas asintió.

—Sí, lo sé. Perdonad si parece que me he enfadado. Es que es tan importante que nada ensombrezca nuestro trabajo, y sé que Leila está muy preocupada por el modo en que todo esto pueda afectar a la asociación. Tarde o temprano, alguien empezará a pensar que no hay humo sin fuego, y a partir de ahí, todo puede venirse abajo. Leila ha corrido grandes riesgos para poner en marcha Fristad, y para gestionarla de un modo distinto.

—Lo comprendemos perfectamente. Pero tenemos la obligación de hacer preguntas incómodas. Como por ejemplo, esta. —Patrik tomó impulso—. ¿Observaste alguna vez que Mats consumiera drogas o traficase con ellas?

—¿Drogas? —Thomas se lo quedó mirando fijamente—. Sí, ya he leído los periódicos esta mañana. Aquí estamos escandalizados de toda la basura que decían. Es ridículo. La sola idea de que Matte hubiera estado implicado en algo así es absurda.

—¿Conoces a los IE? —Patrik se obligó a continuar, aunque tenía la clara sensación de estar hurgando en una herida abierta.

—¿Te refieres a los Illegal Eagles? Sí, por desgracia, sé quiénes son.

—Tenemos un testigo que asegura que fueron varios de sus miembros quienes enviaron a Mats al hospital de una paliza. No una pandilla de muchachos, como el propio Mats declaró.

—¿Que fueron los Illegal Eagles?

—Esa es la información que tenemos —dijo Gösta—. ¿Habéis tenido algo que ver con ellos?

Thomas se encogió de hombros.

—Bueno, la mujer de alguno ha pasado por aquí. Pero no hemos tenido más problemas que los que nos plantean otros idiotas, novios o maridos.

—¿Y Mats no fue el enlace de alguna de esas mujeres?

—No que yo sepa. La agresión debió de ser un caso de violencia no provocada. Seguramente, estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado.

—Sí, esa fue su versión: lugar equivocado y momento equivocado.

Patrik oyó su propio escepticismo. Thomas debía de saber que aquel tipo de bandas criminales no se dedicaban a agredir a la gente de forma gratuita. ¿Por qué querría convencerlos de lo contrario?

—Bueno, pues eso es todo por ahora. ¿Tienes un teléfono al que podamos llamarte por si surge algo más? —preguntó Patrik sonriendo a medias.

—Claro. —Thomas garabateó un número en un papel y se lo entregó—. También queríais hablar con Marie, ¿no?

—Sí, por favor.

Estuvieron hablando en voz baja mientras esperaban. Gösta parecía haberse tragado todo lo que les había dicho Thomas, cuya versión le parecía totalmente fiable, pero Patrik dudaba. Claro que parecía sincero y honrado, y había respondido a sus preguntas sin titubear. Aun así, Patrik había percibido cierta duda en un par de ocasiones, pero era más una sensación que una observación.

—Hola. —Una mujer, más bien una jovencita, entró en la sala y los saludó con un apretón de manos. Las tenía un poco frías y sudorosas, y tenía rojeces en el cuello. A diferencia de Thomas, era evidente que estaba nerviosa.

—¿Cuánto tiempo llevas trabajando aquí? —comenzó Patrik.

Marie se pasaba la mano por la falda. Era bonita como una muñeca. Naricilla respingona, melena rubia y larga que le daba continuamente en la cara, con forma de corazón, y ojos azules. Patrik calculaba que tendría veinticinco años, pero no estaba seguro. A medida que pasaba el tiempo, le costaba cada vez más calcular la edad de la gente joven. Quizá un instinto de supervivencia, para poder creerse que él seguía teniendo veinticinco.

—Empecé hace poco más de un año. —Las rojeces se oscurecían cada vez más, y Patrik tomó nota de que de vez en cuando tragaba saliva, como si estuviera angustiada.

—¿Y estás a gusto? —Quería que se relajara, que no estuviera alerta. Gösta parecía haberle dejado el timón, y se había recostado en su asiento para escuchar tranquilamente.

—Sí, mucho. Es un trabajo muy enriquecedor; o, bueno, también es duro, pero de un modo enriquecedor, no sé si me entiendes. —Hablaba atolondradamente, como si le costara explicarse.

—¿Qué opinión te merecía Mats como compañero de trabajo?

—Matte era un encanto. Todo el mundo lo quería. Los que trabajamos aquí y las mujeres. Con él se sentían seguras.

—¿Se implicó más de la cuenta con alguna de las mujeres?

—No, no, esa es la regla número uno, no puedes tomártelo como algo personal. —Marie meneó la cabeza con tal vehemencia que se le movió la melena entera.

Patrik miró de reojo a Gösta, para ver si a él también le parecía que aquel era un tema muy delicado. Pero Gösta estaba extrañamente tenso. Patrik lo miró. Pero ¿qué le pasaba?

—Oye…, tengo que… ¿Podemos hablar un momento? A solas. —Le tiró a Patrik de la manga de la camisa.

—Claro, ¿quieres que…? —Hizo un gesto hacia la puerta, y Gösta asintió.

—¿Nos perdonas un momento? —dijo Patrik, y Marie no se opuso, aliviada al ver que se interrumpía el interrogatorio.

—¿Qué te pasa? Justo ahora que estábamos a punto de averiguar algo —lo reprendió Patrik cuando estaban en el pasillo.

Gösta se miraba los zapatos. Después de carraspear un par de veces, miró a Patrik con cara de espanto.

—Es que creo que he cometido una gran tontería.

Fjällbacka, 1871

F
ue el tiempo más maravilloso de su vida. Cuando Karl y Julian se alejaron de Fjällbacka en el barco rumbo a Gråskär comprendió lo que la vida en la isla le había hecho. Se sentía como si pudiera respirar por primera vez en mucho tiempo.

Dagmar la mimaba continuamente. Emelie se sentía avergonzada a veces al ver lo bien que la trataba y lo poco que tenía que trabajar. Trataba de ayudar con la limpieza, la colada y la comida, porque quería ser útil, no convertirse en una carga. Pero ella la apartaba y le ordenaba que descansara, y al final tuvo que doblegarse a aquella voluntad, que era más fuerte que la suya. Y claro que era agradable descansar, eso no podía negarlo. Le dolían la espalda y las articulaciones, y el bebé no paraba de dar pataditas. El cansancio era, pese a todo, lo que más notaba. Era capaz de dormir doce horas seguidas por la noche y luego echarse una siesta después del almuerzo, sin por ello sentirse espabilada cuando estaba despierta.

Le encantaba tener quien se ocupara de ella. Dagmar preparaba tés e infusiones exóticas que, según decía, le darían fuerzas, y la obligaba a comer las cosas más extrañas para fortalecerla. No parecían ser de gran ayuda, el cansancio no cedía, pero se daba cuenta de que a Dagmar le sentaba bien ser útil. Así que Emelie comía y bebía sin protestar todo lo que le servía.

Lo mejor de todo eran las noches. Entonces se sentaban en la salita y charlaban mientras tejían, hacían ganchillo y cosían ropita para el bebé. A Emelie no se le daban muy bien las labores de aguja hasta que llegó a casa de Dagmar. Las criadas practicaban otras tareas. Pero Dagmar era muy habilidosa con la aguja y el hilo, y le enseñó todo lo que sabía. Los montones de mantas y ropita de bebé crecían sin parar. Allí estaban los gorritos, las camisitas, los calcetines y todo lo que un pequeñín necesitaba al principio. Lo más bonito era el centón, al que dedicaban un rato cada noche. En cada cuadro bordaban lo que se les ocurría. Lo que más le gustaba a Emelie eran los cuadros con malvarrosas. Al verlos, sentía una punzada en el corazón. Porque, por extraño que pareciera, a veces añoraba Gråskär. No a Karl y a Julian, a ellos no los echaba de menos ni un segundo, pero la isla se había convertido en una parte de ella.

Una noche trató de hablar de Gråskär con Dagmar, de aquella cosa tan singular que existía allí y de por qué nunca llegó a sentirse sola. Pero aquel era el único tema del que no podían hablar bien. Dagmar apretaba los labios y volvía la cara de un modo que indicaba que no quería escuchar. Tal vez no fuese tan extraño. A ella misma le parecía rarísimo cada vez que trataba de describirlo, pese a lo natural y obvio que le resultaba cuando estaba en la isla. Cuando se encontraba entre ellos.

Había otro asunto que nunca trataban. Emelie había intentado preguntar por Karl, por su padre y por su infancia. Pero entonces veía la misma expresión en el semblante de Dagmar. Lo único que le decía era que el padre de Karl siempre les había exigido mucho a sus hijos, y que Karl lo había decepcionado. No conocía los detalles, decía, y no quería hablar de cosas que, en realidad, no conocía. Así que Emelie no insistió más. Se contentó con dejarse imbuir de la calma que reinaba en el hogar de Dagmar y sentarse por las noches a tejer calcetines para el bebé cuyo nacimiento se acercaba. Gråskär y Karl tendrían que esperar. Pertenecían a otro mundo, a otro tiempo. Ahora solo existía el sonido de las agujas y el hilo blanco que resplandecía a la luz de los candiles. La vida en la isla volvería a ser su realidad dentro de un tiempo. Aquello no era más que un sueño del que no tardaría en despertar.

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