Los vigilantes del faro (22 page)

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Authors: Camilla Läckberg

Tags: #Policíaco

BOOK: Los vigilantes del faro
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—Dicho así, suena muy sencillo —dijo Vivianne, que notaba cómo el desasosiego le crecía por dentro. Desasosiego, y preguntas que no se atrevía a formular.

—Es que es sencillo. —Anders hablaba entrecortadamente, sin desvelar ningún sentimiento en el tono de voz. Pero Vivianne conocía bien a su hermano. Sabía que, a pesar de aquella mirada firme tras las lentes, se sentía inquieto. Pero no quería que ella lo supiera.

—¿Vale la pena? —preguntó al fin.

Él la miró sorprendido.

—De eso intentaba yo hablar el otro día, pero no quisiste escucharme.

—Lo sé. —Se llevó la mano a un rizo de la melena rubia y lo enrolló jugueteando con el dedo—. En realidad no tengo ninguna duda, pero quisiera que ya hubiera pasado todo para que pudiéramos estar tranquilos.

—¿Tú crees que podremos estar tranquilos alguna vez? Puede que estemos tan desquiciados que nunca encontremos lo que buscamos.

—No digas eso —lo reprendió Vivianne.

Anders acababa de expresar con palabras lo que ella pensaba en momentos de debilidad, los pensamientos que se le colaban dentro cuando se acostaba y estaba a punto de dormirse.

—No podemos hablar así, ni siquiera pensarlo —repitió con énfasis—. Lo hemos probado todo en la vida, hemos luchado por todo, nunca nos han dado nada gratis. Nos merecemos esto.

Se levantó tan bruscamente de la silla que la volcó y cayó al suelo con estruendo. La dejó tal cual y se fue corriendo a la cocina. Allí había trabajo que hacer, y no tendría que darle vueltas a la cabeza. Temblando, empezó a revisar el frigorífico y la despensa para asegurarse de que tenían cuanto necesitaban para la inauguración de prueba del día siguiente.

M
ette, la vecina del apartamento de al lado, fue tan amable que se ofreció a cuidar de los niños un par de horas. Madeleine no tenía nada de particular que hacer, a diferencia de las demás, su vida no se regía por las tareas y obligaciones cotidianas que ella tanto añoraba. Únicamente necesitaba un par de horas para estar a solas.

Fue paseando por Strøget hacia la plaza Kongens Nytorv. Las tiendas anunciaban tentadoras los artículos del verano. Ropa, trajes de baño, pamelas, sandalias, bisutería y juguetes de playa. Todo lo que la gente normal, que llevaba una vida normal, podía comprar sin ser conscientes de lo afortunados que eran. No es que ella fuese una desagradecida, al contrario, se sentía infinitamente feliz de encontrarse en una ciudad extraña que le ofrecía lo que tantos años llevaba sin sentir: seguridad. Y por lo general bastaba con eso, pero había días, como aquel, en que, además, tenía muchísimas ganas de ser normal… No quería lujos ni poder comprar un montón de cosas inútiles que solo servían para llenar los armarios. En cambio añoraba poder permitirse las pequeñas cosas de la vida, entrar en las tiendas y comprar un bañador para llevar a los niños a la piscina el fin de semana siguiente. O poder entrar en los almacenes BR y comprarle a Kevin unas sábanas de Spiderman, solo porque creía que, si compartía la cama con su ídolo, tal vez durmiera mejor. Sin embargo, tenía que rebuscar en los bolsillos las coronas suficientes para tomar el autobús al centro. Eso no tenía nada de normal pero, al menos, se sentía segura. Aunque por el momento, eso solo lo sabía el cerebro, no el corazón.

Entró en Illum y se dirigió resuelta a la pastelería. Olía tan bien… A pan recién hecho y a chocolate, y al ver los bollos de crema con chocolate en el centro casi se le cae la baba. Ella y los niños no pasaban hambre, no. Y los vecinos se habían dado cuenta de la situación, porque a veces les llevaban algo para la cena aduciendo que habían preparado demasiada comida. Desde luego, no podía quejarse, pero le gustaría tanto acercarse a la chica del mostrador, señalar los bollos de crema y decir: «tres bollos de chocolate, por favor». O mejor aún: «seis bollos de chocolate, por favor». Así podrían comer a cuatro carrillos, devorar dos por cabeza antes de, con el estómago un poco revuelto, chuparse los dedos llenos de chocolate. Sobre todo a Vilda le encantaría. Siempre le chifló el chocolate. Le gustaba incluso el relleno de licor de cerezas que había en la caja Aladdin. El que no le gustaba a nadie. Vilda solía comérselo con aquella sonrisa beatífica en los labios que a ella tanta alegría le daba ver. Él siempre les llevaba chocolate a Vilda y a Kevin.

Se obligó a pensar en otra cosa. No debía pensar en él. Si lo hacía, la angustia le crecería hasta asfixiarla. Salió a toda prisa de Illum y continuó hacia Nyhavn. Al ver el mar, sintió que volvía a respirar mejor. Con la mirada clavada en el horizonte, dejó atrás el hermoso barrio antiguo cuyas terrazas se veían llenas de gente, y donde abrillantaban orgullosos sus barcos atracados en el canal. Al otro lado estaba Suecia, y Malmö. Los transbordadores salían prácticamente cada hora, y si uno no quería ir en barco, podía optar por el tren o ir en coche cruzando el puente. Suecia estaba tan cerca y, aun así, tan lejos… Tal vez nunca pudieran regresar. Solo de pensarlo se le hacía un nudo en la garganta. La sorprendía lo mucho que añoraba su país. No se había ido muy lejos, y Dinamarca se parecía engañosamente a Suecia. Aun así, había tantas cosas que eran diferentes…, y allí no tenía a su familia ni a sus amigos. La cuestión era si volvería a verlos algún día.

Le dio la espalda al mar, se irguió y volvió paseando al centro. Iba absorta en sus pensamientos cuando notó una mano en el hombro. El pánico la azotó con toda su fuerza. ¿La habían encontrado, la habían encontrado? Se dio la vuelta con un grito, dispuesta a golpear, arañar, morder, lo que fuera preciso. Pero se encontró con una cara aterrada.

—Perdona si te he asustado —le dijo un hombre obeso y de cierta edad, que parecía a punto de sufrir un infarto y la miraba sin saber muy bien qué hacer—. Se te ha caído el pañuelo. Te estaba llamando, pero no me oías.

—Perdón, perdón —acertó a balbucir, antes de romper a llorar amargamente, para horror del desconocido.

Sin decir una palabra más, salió huyendo, corrió hacia el autobús más cercano que pudiera llevarla a casa. Tenía que volver a casa, con sus hijos. Tenía que sentir sus brazos en el cuello y sus cuerpecillos cálidos cerca del suyo. Así estaban las cosas todavía, solo se sentía segura con ellos.

-H
a llegado el informe de Torbjörn —dijo Annika en cuanto vio entrar a Patrik y a Martin.

Patrik estaba tan lleno que apenas podía respirar. Se había tomado una ración de pasta gigantesca en el Lilla Berith.

—¿Dónde está? —preguntó entrando en recepción para abrir enseguida la puerta del pasillo.

—En tu mesa —respondió Annika.

Se apresuró pasillo arriba con Martin pisándole los talones.

—Siéntate —le dijo señalando la silla. Él también se sentó y empezó a leer los documentos que Annika le había dejado en el escritorio.

Martin estaba tan impaciente que parecía dispuesto a arrebatárselos.

—¿Qué dice? —preguntó al cabo de unos minutos, pero Patrik lo aplacó con un gesto y continuó leyendo. Al cabo de lo que le pareció una eternidad insoportable, dejó el informe con la decepción en el semblante.

—¿Nada? —dijo Martin.

—Bueno, nada que aporte ninguna novedad, al menos. —Patrik respiró hondo, se retrepó en la silla y cruzó las manos detrás de la cabeza.

Se quedaron unos minutos en silencio.

—¿Ningún indicio, nada? —Martin ya sabía cuál sería la respuesta.

—Léelo tú mismo, pero no me da esa impresión. Por raro que pueda parecer, las únicas huellas que había en el apartamento eran de Sverin. En el picaporte y en el timbre había otras, dos de las cuales pertenecen seguramente a Gunnar y a Signe. Entre ellas, encontraron una también en el picaporte de dentro, y esa podría ser del asesino. En ese caso, podemos usarla para vincular a un sospechoso al lugar del crimen, pero puesto que no está en los registros, no nos sirve de mucho por ahora.

—Ya. Bueno, pues ya lo sabemos. Esperemos que Pedersen tenga algo más que ofrecernos —dijo Martin.

—Pues no sé qué novedades puede traernos Pedersen, la verdad. Esto parece muy sencillo. Alguien le disparó en la nuca y luego se largó. No parece que el asesino haya estado en el apartamento siquiera. O al menos, ha sido lo bastante hábil como para borrar sus huellas al salir.

—¿Decía el informe algo al respecto? ¿Si habían limpiado el picaporte y esas cosas? —Martin recobró la esperanza por un instante.

—Bien pensado, pero yo creo… —Patrik no terminó la frase, sino que empezó a hojear el informe de nuevo. Después de comprobarlo, meneó la cabeza—. No, parece que no. Hallaron las huellas de Sverin en todas las superficies imaginables: picaportes, tiradores de armarios, el fregadero… No parece que hayan limpiado nada.

—Pues eso indica que el asesino no pasó del recibidor.

—Sí. Lo que significa que, por desgracia, seguimos sin saber si era o no un conocido de Mats. Quien llamó a la puerta pudo ser alguien de su entorno o un completo desconocido.

—Al menos sabemos que se sentía seguro con la persona a la que abrió la puerta, puesto que le dio la espalda.

—Bueno, según se mire. También podría estar huyendo y por eso le dio en la espalda.

—Tienes razón —dijo Martin. Callaron de nuevo—. ¿Y qué hacemos ahora?

—Pues sí, buena pregunta. —Patrik estiró la espalda y se pasó la mano por el pelo—. La inspección del apartamento no ha dado ningún resultado. Los interrogatorios tampoco. Ni el informe de la Científica. Y las probabilidades de que Pedersen encuentre algo son mínimas. Así que, ¿qué hacemos ahora?

No era propio de Patrik venirse abajo de ese modo, pero había tan pocas pistas que seguir en aquel caso, tan poca información en la que continuar indagando… De repente, se irritó consigo mismo. Tenía que haber algo que ignoraban sobre Mats Sverin, pero que era decisivo para el caso. Por algo lo habían asesinado en su propia casa. Algo había, y Patrik no se rendiría hasta encontrarlo.

—Tú te vienes conmigo a Gotemburgo el lunes. Vamos a hacer otra visita a Fristad —dijo.

A Martin se le iluminó la cara.

—Claro. Ya sabes que te acompaño sin problemas. —Se levantó y retrocedió hasta la puerta, y Patrik casi sintió vergüenza al ver lo feliz que se había puesto al pedírselo. Y pensó que lo había dejado un poco de lado últimamente.

—Llévate el informe —dijo cuando estaba a punto de salir—. Será mejor que lo leas tú también, por si se me ha pasado algo importante.

—Vale. —Martin alargó el brazo enseguida y echó mano de los documentos.

Cuando se fue, Patrik sonrió para sus adentros. Al menos hoy había conseguido hacer feliz a alguien.

L
as horas pasaban con una lentitud insufrible. Signe y él deambulaban por la casa en silencio. No tenían nada que decirse, apenas se atrevían a abrir la boca por miedo a que se les escapara el grito que tenían encerrado dentro.

Él había intentado que Signe probara bocado. Siempre era ella la que insistía y se lamentaba de que él o Matte no comían lo suficiente. Ahora era Gunnar quien preparaba bocadillos y los partía en bocados pequeñitos que trataba de hacerle tragar. Ella hacía lo que podía, pero Gunnar veía crecer los trozos en la boca, y enseguida venían las arcadas. Al final ya no lo aguantaba, no resistía ver su mirada reflejada en la de ella al otro lado de la mesa.

—Voy a ver el barco. No estaré fuera mucho rato —dijo. Signe no pestañeó siquiera.

Se puso la chaqueta con desgana. Había caído la tarde y el sol ya no brillaba alto en el cielo. Se preguntaba si podría volver a disfrutar de una puesta de sol. Si podría volver a sentir nada en absoluto.

El camino por el pueblo le era muy familiar y, al mismo tiempo, tan extraño… Nada se le antojaba como antes. Ni siquiera caminar. Un movimiento que antes le parecía natural, resultaba ahora artificioso y torpón, como si tuviera que decirle al cerebro que pusiera un pie detrás del otro. Se arrepintió de no haber ido en coche. Había un trecho hasta Mörhult y notó que la gente con la que se encontraba se lo quedaba mirando. Algunos incluso cambiaban de acera cuando creían que no los había visto, para no tener que pararse a hablar con él. Seguramente, no sabrían qué decir. Y Gunnar no habría sabido qué responder, así que tal vez fuese lo mejor después de todo, que lo tratasen como a un leproso.

El amarre estaba en Badholmen. Hacía mucho que lo tenían, y encaminó los pasos mecánicamente a la derecha, cruzando el puentecillo de piedra. Estaba totalmente inmerso en su mundo y no se dio cuenta hasta que no llegó al amarre. El barco no estaba. Gunnar miró desconcertado a su alrededor. Tenía que estar allí, donde había estado siempre. Un bote de madera con una lona azul. Avanzó unos metros, hasta el fin del pontón. Tal vez estuviera en otro amarre, por alguna razón que no acertaba a explicarse. O quizá se hubiese soltado y hubiese ido a la deriva mezclándose con los otros botes. Pero llevaban días de calma total y Matte siempre era muy cuidadoso a la hora de amarrar el barco debidamente. Volvió al amarre vacío. Y luego sacó el móvil.

P
atrik acababa de entrar por la puerta cuando lo llamó Annika. Hizo malabares con el teléfono entre la oreja y el hombro derecho para poder llevar en brazos a Maja, que apareció corriendo hacia él.

—Perdona, ¿qué has dicho? ¿Que ha desaparecido el bote? —frunció el entrecejo—. Sí, estoy en casa, pero puedo ir a ver. No, no pasa nada, yo me encargo.

Dejó a Maja en el suelo para poder colgar el teléfono, le dio la mano y fue a la cocina, donde Erica estaba preparando dos biberones, espoleada por los chicos, que estaban en las hamaquitas que Erica había colocado en la mesa de la cocina.

—Hola, ¿quién llamaba? —dijo Erica, poniendo los biberones en el microondas.

—Annika. Tengo que irme otra vez, solo un momento. Parece que han robado el bote de Gunnar y Signe.

—No, ¿además eso? —Erica se volvió hacia Patrik—. ¿Quién puede tener tan mala idea de hacerles algo así ahora?

—No lo sé. Según Gunnar, el último que lo usó fue Mats, cuando fue a visitar a Annie. Es un tanto extraño que desaparezca su barco precisamente.

—Anda, vete a ver. —Erica le dio un beso en los labios.

—Vuelvo enseguida —dijo encaminándose a la puerta. Demasiado tarde, cayó en la cuenta de que Maja sufriría un pequeño ataque al ver que se iba cuando acababa de llegar. Pero se convenció con cierto remordimiento de que Erica resolvería la situación. Y además, no tardaría en volver.

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