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Authors: Camilla Läckberg

Tags: #Policíaco

Los vigilantes del faro (13 page)

BOOK: Los vigilantes del faro
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Los pajarillos levantaron el vuelo de pronto. Pero no todos en la misma dirección, sino hacia los cuatro puntos cardinales. Dan comprendió enseguida por qué se habían dispersado de un modo tan repentino. El gato del vecino se había acercado sigilosamente, y se había plantado allí en medio a otear el árbol. En esta ocasión, no se daría ningún festín.

Se levantó. No podía quedarse sin hacer nada. Tenía que intentar hablar con Anna otra vez, conseguir que se despertara y que resucitara de entre los muertos. Muy despacio, fue subiendo las escaleras.

-¿Q
ué tal ha ido, Martin? —Patrik se retrepó en la silla. Otra vez se encontraban reunidos en la cocina.

Martin meneó la cabeza.

—No muy bien. He localizado a la mayoría de los que no estaban ayer, pero ninguno ha visto ni oído nada. Salvo quizá… —Dudó un instante.

—¿Sí? —preguntó Patrik, y todas las miradas se centraron en Martin.

—No sé si es interesante. El viejo no está bien de la cabeza.

—Cuéntanos.

—Vale. Este hombre, se llama Grip, vive en el mismo piso que Sverin. Ya os digo que parece un poco chiflado —Martin se llevó el dedo a la sien—, y tiene una cantidad asquerosa de gatos en el apartamento… —Respiró hondo al recordarlo—. Grip dijo que uno de sus gatos había visto un coche la mañana del sábado, muy temprano. O sea, a la misma hora a la que un ruido, que bien podía ser de un disparo, despertó al vecino Leandersson.

Gösta soltó una risita.

—¿Que el gato vio un coche?

—Calla, Gösta —dijo Patrik—. Continúa, ¿qué más dijo?

—Solo eso. No me lo tomé totalmente en serio, ya digo que el hombre no estaba muy en sus cabales.

—Los locos y los niños dicen la verdad —murmuró Annika mientras anotaba en el bloc.

Martin se encogió de hombros, desanimado.

—Bueno, pues eso es lo único que he averiguado.

—De todos modos, buen trabajo —dijo Patrik alentador—. Las rondas entre los vecinos no son fáciles. O han oído o han visto más de la cuenta, o nada en absoluto.

—Sí, no cabe duda de que este trabajo sería más fácil sin testigos —protestó Gösta.

—¿Y cómo os ha ido a vosotros? —Patrik se volvió hacia Gösta y Paula, que estaban sentados el uno junto al otro.

Paula meneó la cabeza.

—Tampoco demasiado bien, por desgracia. Mats Sverin no parece haber tenido vida privada, si damos crédito a sus compañeros de trabajo. Al menos, no que ellos supieran. Nunca hablaba de aficiones, de amigos ni de novias. Aun así, lo describen como a un hombre agradable y comunicativo. Resulta difícil de conjugar.

—¿Les contó algo acerca de sus años en Gotemburgo?

—No, nada. —Gösta negó con la cabeza—. Tal y como ha dicho Paula, no parece que hablara nunca de nada que no fuese el trabajo y temas generales.

—¿Sabían algo de la agresión? —Patrik se levantó y empezó a servir cafés.

—Pues no, no exactamente —dijo Paula—. Mats les había dicho que se cayó de la bicicleta y que estuvo ingresado en el hospital. Y claro, esa no era toda la verdad.

—¿Y con respecto a su forma de trabajar? ¿Alguna observación? —Patrik volvió a dejar en su sitio la jarra del café.

—Al parecer, hacía muy bien su trabajo. Se los veía muy satisfechos con él. Pensaban que habían tenido un golpe de suerte al poder contar con un economista con experiencia adquirida en Gotemburgo. Además, estaba vinculado a la región. —Gösta se llevó la taza a los labios, pero se quemó la lengua—. ¡Mierda!

—O sea, que ahí no hay ninguna pista que podamos seguir, ¿no?

—Pues no, al menos, no que nosotros detectáramos —respondió Paula, tan desanimada como Martin hacía unos minutos.

—Bueno, pues por ahora tendremos que conformarnos con eso. Estoy seguro de que habrá ocasión de volver a interrogarlos. Yo he estado hablando con los padres de Mats, más o menos con el mismo resultado. Ni siquiera con ellos parecía ser muy abierto. Pero al menos he averiguado que una antigua novia suya se encuentra en Gråskär, en el archipiélago, y Gunnar cree que Mats pensaba ir a verla. Voy a llamarla. —Patrik dejó en la mesa las fotografías del Sahlgrenska—. Y además, me dieron esto.

Se fueron pasando las fotos.

—¡Por Dios bendito! —exclamó Mellberg—. Le dieron una buena paliza.

—Sí, a juzgar por las fotos, se trata de una agresión grave. Naturalmente, no tiene por qué guardar relación con el asesinato, pero yo había pensado que, de todos modos, podríamos indagar más en ello, pedir al hospital la historia clínica, a ver qué dice, y la posible denuncia en la Policía. Además, tenemos que hablar con el personal de la asociación donde trabajaba Mats. El hecho de que ayudasen a mujeres amenazadas es interesante. Puede que ahí encontremos un móvil, ¿no? Lo mejor será ir a Gotemburgo y preguntar directamente.

—¿Tú crees que es necesario? —intervino Mellberg—. No hay nada que indique que le hayan disparado por nada relacionado con Gotemburgo. Lo más verosímil es que se trate de un asunto local.

—Teniendo en cuenta la escasa información de que disponemos, y lo reservado que parece haber sido Sverin acerca del tiempo que pasó allí, yo creo que está más que justificado.

Mellberg frunció el ceño y se puso a reflexionar. La decisión parecía hallarse en lo más profundo de su ser.

—Mmm, bueno, está bien —dijo al fin—. Pero será mejor que saquemos algo en claro de ello. Te obligará a estar fuera la mayor parte del día de mañana.

—Nos esforzaremos al máximo. Ah, y había pensado que me acompañara Paula —aclaró Patrik.

—¿Qué hacemos nosotros mientras tanto? —preguntó Martin.

—Tú y Annika podéis comprobar qué hay en los registros públicos sobre Mats Sverin. ¿Algún matrimonio o divorcio secreto? ¿Tiene hijos? ¿Alguna propiedad? ¿Alguna condena? Todo lo que se os ocurra.

—Claro —dijo Annika mirando a Martin.

—Y Gösta… —Patrik pensó un instante—. Llama a Torbjörn y pregúntale si puedes entrar en el apartamento de Sverin a echar un vistazo. Aprémialo un poco con la investigación técnica. Es tan escaso el material con el que contamos para trabajar que necesitamos esos resultados cuanto antes.

—Por supuesto —dijo Gösta sin mayor entusiasmo.

—¿Bertil? ¿Tú seguirás defendiendo el fuerte?

—Sin ninguna duda —respondió Mellberg irguiéndose en la silla—. Estoy listo para la invasión.

—Bien. Pues mañana empezamos con renovadas fuerzas.

Patrik se levantó para indicar que la reunión había concluido. Sentía un cansancio infinito.

A
nnie se sobresaltó. Algo la había despertado. Se había adormilado en el sofá y había soñado con Matte. Aún podía sentir el calor de su cuerpo y recordar la sensación de tenerlo dentro, oír su voz, la de siempre, que tanta confianza le infundía. Pero él no parecía abrigar los mismos sentimientos, y lo comprendía. Matte había querido a la Annie que fue. La de ahora lo había decepcionado.

Ya no temblaba ni le dolían las articulaciones. Pero allí estaba el desasosiego. Le hormigueaba en las piernas y los brazos y la impulsaba a deambular de un lado a otro de la casa mientras Sam la miraba con los ojos como platos.

Si hubiera podido explicarle a Matte cómo se torció todo… Le había contado una parte cuando estuvieron charlando en la cocina. Le confió aquello que era capaz de formular en voz alta. Pero no tuvo fuerzas para contarle las peores humillaciones. Las cosas que se había visto obligada a hacer y que habían cambiado su esencia.

Ya no era la misma, ella lo sabía. Matte se dio cuenta, vio hasta qué punto estaba podrida y destrozada por dentro.

Annie se incorporó. Sintió como si le costara respirar. Flexionó las piernas, apoyó el mentón en las rodillas y se las rodeó con los brazos. Todo estaba en silencio, pero de repente algo rebotó contra el suelo. Una pelota, la de Sam. Se quedó mirándola mientras rodaba hacia ella. Sam no había jugado una sola vez desde que llegaron a la isla. ¿Estaba ya despierto y se había puesto a jugar? El corazón le latió esperanzado, hasta que comprendió que era imposible. La puerta del dormitorio de Sam estaba a su derecha, y la pelota había salido de la izquierda, de la cocina.

Muy despacio, se levantó y se dirigió allí. La asustaron por un momento las sombras que se movían por techos y paredes, pero luego el miedo se esfumó tan pronto como había aparecido. Una gran calma se apoderó de ella. Allí no había nadie que quisiera hacerle daño. Lo notaba perfectamente, pese a que no podía explicar cómo ni por qué.

Se oyó una risita procedente de los oscuros rincones de la cocina. Miró hacia allí y alcanzó a atisbarlo. Un niño. Pero, sin darle tiempo a ver más, el niño se movió otra vez. Echó a correr hacia la puerta y ella lo siguió sin pensar. Abrió la puerta, notó el viento en la cara pero sabía que él quería que lo siguiera.

El niño corría en dirección al faro. A veces se volvía, como para cerciorarse de que ella iba detrás. El viento le alborotaba el pelo rubio, el mismo viento que casi la asfixiaba mientras corría.

La puerta del faro era pesada, pero el niño había ido corriendo hasta allí, y ella tenía que entrar. Annie subió la escalera a toda prisa, oía al niño moverse allá arriba, oía sus risitas.

Pero cuando llegó, se encontró con que la habitación circular estaba vacía. Quienquiera que fuese aquel niño, había vuelto a desaparecer.

-¿Q
ué tal os va? —Erica se acercó un poco más a Patrik en el sofá.

Había llegado a casa a tiempo para cenar, y los niños ya estaban dormidos. Con un bostezo, Erica estiró las piernas y las colocó encima de la mesa.

—¿Cansada? —preguntó Patrik. Le acariciaba el brazo sin apartar la vista del televisor.

—Muerta.

—Pues vete a la cama, cariño. —La besó en la mejilla con expresión ausente.

—Sí, eso debería hacer, pero no quiero. —Levantó la vista—. Necesito pasar algún tiempo con adultos, algo de Patrik, algo de noticias, para contrarrestar los pañales de caca, el vómito de las camisitas y los gorjeos.

Patrik se volvió hacia ella.

—¿Va todo bien?

—Sí —dijo Erica—. No es como con Maja, desde luego, pero a veces es demasiado de todos modos.

—Después del verano me encargaré yo, así podrás empezar a escribir.

—Ya, ya lo sé. Además, está todo el verano de por medio. Tranquilo, es solo que ha sido un día muy duro. Y lo de Matte es horrible. En realidad, yo no lo conocía mucho, pero después de todo, estuvimos en la misma clase un montón de años. Tanto en la escuela como en el instituto. —Guardó silencio un instante—. ¿Cómo lleváis la investigación? No me has dicho nada.

—Mal. —Patrik lanzó un suspiro—. Hemos hablado con los padres de Mats y con varias personas del trabajo, pero parece que era un lobo estepario. Nadie tenía nada interesante que contarnos sobre él. O bien era el hombre más aburrido del mundo, o bien…

—¿O bien? —preguntó Erica.

—O bien hay cosas que todavía ignoramos.

—Pues a mí no me parecía aburrido cuando íbamos al instituto. Al contrario, era muy extrovertido y alegre. Tenía mucho éxito. Uno de esos chicos con pinta de ir a triunfar en la vida, hiciera lo que hiciera.

—Ah, por cierto, su novia también estaba en la misma clase, ¿no? —preguntó Patrik.

—¿Annie? Sí. Pero ella… —Erica buscaba la palabra adecuada—. Daba la impresión de creerse mejor que los demás. No encajaba del todo, la verdad. A ver si me explico, o sea, ella también tenía mucho éxito y los dos formaban la pareja perfecta. Pero yo tenía la sensación de que, ¿cómo te lo diría?, de que él iba detrás como un cachorro. Moviendo la cola feliz y agradecido por tantas atenciones. Nadie se sorprendió cuando Annie decidió irse a Estocolmo y dejar aquí a Matte. Se quedó destrozado, creo, pero seguramente tampoco a él le extrañaría mucho. Annie no parecía ser de las chicas que uno puede conservar. ¿Comprendes, o te estoy confundiendo?

—No, lo entiendo.

—¿Por qué preguntas por Annie? Estuvieron juntos en el instituto. Y por poco que me guste reconocerlo, de eso hace ya una eternidad.

—Porque está en la comarca.

Erica lo miró atónita.

—¿En Fjällbacka? Pero si lleva no sé cuántos años sin venir por aquí.

—Ya, pero según los padres de Mats, ha venido con su hijo y está en la isla de la familia.

—¿En la Isla de los Espíritus?

Patrik asintió.

—Sí, así la llaman, pero creo que dijeron que tiene otro nombre.

—Gråskär —dijo Erica—. Aunque la mayoría de los de por aquí la llaman la Isla de los Espíritus. Dicen que los muertos…

—… nunca abandonan la isla —terminó Patrik con una sonrisa—. Gracias, sí, ya he oído la versión supersticiosa de la región de Bohuslän.

—¿Y cómo puedes estar tan seguro de que es superstición? Nosotros dormimos allí una noche y la mitad de la clase y yo acabamos convencidos de que había fantasmas de verdad. Reinaba un ambiente de lo más extraño, y vimos y oímos unas cosas como para no querer volver a dormir allí nunca más.

—Bah, fantasías de adolescentes, no les tengo mucho respeto.

Erica le dio un codazo.

—No seas tan soso. Unos cuantos fantasmas le animan la vida a uno.

—Ya, claro, también se puede ver así. En cualquier caso, tengo que hablar con Annie. Los padres de Mats creían que pensaba ir a verla, pero no saben si llegó a hacerlo. Aunque hayan pasado muchos años desde que estuvieron juntos, puede que a ella le contara más… —Hablaba como si pensara en voz alta.

—Pues yo voy contigo —dijo Erica—. Avísame cuando quieras ir para que le pida a tu madre que haga de canguro. A ti Annie no te conoce —añadió antes de que Patrik empezase a protestar—, pero ella y yo fuimos compañeras de clase, aunque no fuéramos amigas. Puede que consiga hacerla hablar.

—Vale —consintió Patrik, aunque a disgusto—. Pero mañana tengo que ir a Gotemburgo, así que tendrá que ser el viernes.

—Hecho —dijo Erica, y se acurrucó junto a él.

Fjällbacka, 1870

-¿E
staba rico?

Emelie preguntaba después de cada comida, aun sabiendo que la respuesta sería la de siempre. Un gruñido de Karl y otro de Julian. La alimentación era un poco monótona en la isla, sí, pero no estaba en su mano cambiarla. La mayoría de lo que ponía en la mesa era el fruto de las salidas en barco de Karl y Julian, casi siempre caballa y platija. Y dado que aún no le habían permitido ir con ellos a Fjällbacka, cosa que podían hacer un par de veces al mes, las compras dejaban mucho que desear.

—Verás, Karl, me estaba preguntando… —Emelie dejó los cubiertos, aunque aún no había empezado a comer—. ¿No podría ir con vosotros a Fjällbacka la próxima vez? Llevo mucho tiempo sin ver gente y me encantaría pasar aunque fuera unas horas en la ciudad.

—Ni lo sueñes. —Julian tenía aquellos ojos tenebrosos con que siempre la miraba.

—Le hablaba a Karl —respondió Emelie serena, aunque el corazón se le salía del pecho. Era la primera vez que se atrevía a replicarle.

Julian resopló y miró a Karl.

—¿Lo has oído? ¿Voy a tener que aguantar estas cosas de tu mujer?

Karl fijó aburrido la vista en el plato.

—No podemos llevarte —dijo, dejando traslucir claramente que daba por zanjado el asunto. Pero el aislamiento había empezado a sacar a Emelie de quicio, y no pudo contenerse.

—¿Por qué no? Hay sitio en el barco, y podría encargarme mejor de la compra, así podría preparar otras comidas, no solo caballa y patatas día sí día no. Estaría bien, ¿no crees?

Julian se puso pálido de ira. No apartaba la vista de Karl, que se levantó bruscamente de la mesa.

—No vas a venir, y no se hable más. —Se puso la chaqueta y salió al vendaval que soplaba fuera. Cerró de un portazo.

Así estaban las cosas desde la noche en que intentó acercarse a Karl. Su indiferencia se había transformado en un sentimiento más parecido al desprecio de Julian, una maldad que Emelie no comprendía y de la que no podía defenderse. ¿Tan terrible fue lo que hizo? ¿Tan repulsiva, tan repugnante le parecía? Emelie trataba de recordar el día en que él pidió su mano. Fue muy repentino, sí, pero en su voz resonaban la calidez y el deseo. ¿O fue más bien que reconoció en él lo que ella sentía y soñaba? Bajó la vista y la clavó en la mesa.

—Mira lo que has conseguido. —Julian arrojó con estruendo los cubiertos en el plato.

—¿Por qué me tratas así, si yo no te he hecho nada malo? —Emelie no comprendía de dónde sacó valor, pero era como si tuviera que dejar salir lo que siempre llevaba como un nudo en el pecho.

Julian no respondió. Se la quedó mirando con aquellos ojos negros, se levantó y fue en busca de Karl. Unos minutos después, vio que el barco se alejaba del muelle, rumbo a Fjällbacka. En realidad, ella sabía muy bien por qué no le permitían ir con ellos. En el bar de Abelas, en la isla de Florö, donde al parecer solían recalar en sus salidas, no era bien visto quien iba acompañado de su mujer. Volverían antes de que cayera la noche, siempre volvían a tiempo de ocuparse del faro.

La puerta de un armario se cerró de golpe y Emelie dio un salto en la silla. No creía que la intención fuera asustarla, pero así fue. La puerta de la casa estaba cerrada, así que no podía achacarlo a un golpe de viento. Se quedó inmóvil, atenta y mirando a su alrededor. No se veía nada, allí no había nadie. Sin embargo, al aguzar bien el oído, percibió un ruido amortiguado, lejano. Era el ruido de alguien al respirar —suspiros ligeros, regulares—, y resultaba imposible determinar de dónde venían. Era como si surgieran de la casa entera. Emelie trató de entender lo que querían, pero de pronto desaparecieron y volvió el silencio.

Comenzó a pensar en Karl y en Julian otra vez y, abatida por el desánimo, se puso manos a la obra con la vajilla. Era una buena esposa y, aun así, todo lo que hacía estaba mal. Se sentía terriblemente sola. Al mismo tiempo, intuía que no lo estaba. A medida que pasaban los meses, había empezado a sentir su presencia en la isla. Oía cosas, sentía cosas, como hacía un instante. Ya no tenía miedo. No querían hacerle daño.

Mientras trajinaba con la tina de los platos, con las lágrimas rodándole por las mejillas y cayendo en el agua sucia, notó una mano en el hombro. Una mano que quería darle consuelo. Emelie no se dio la vuelta. Sabía que no vería a nadie.

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