Los partidarios de Norn gritaban a pleno pulmón. Haviland Tuf, con sus pálidos rasgos medio ocultos por la barba, se puso en pie y abandonó la Arena y su incómodo asiento.
Pasaron semanas y el Arca permaneció en órbita alrededor de Lyronica. Haviland Tuf observaba cuidadosamente los resultados de la Arena de Bronce y vio que los gatos de Norn vencían un combate tras otro. Herold Norn siguió perdiendo, de vez en cuando, si usaba un colmillos de hierro, pero esas derrotas eran fácilmente contrapesadas, por una cada vez más larga lista de victorias.
Tuf se dedicó a conversar con Dax, jugó con sus demás gatos, se entretuvo con los holodramas que había comprado recientemente, sometió numerosas y detalladas proyecciones ecológicas al juicio de sus ordenadores, bebió incontables jarras de la negra cerveza de Tamber, se decidió a envejecer cuidadosamente su vino de hongos y esperó.
Unas tres semanas después de que los gatos hubieran hecho su debut en los combates, recibió las llamadas que había previsto.
Su esbelta lanzadera estaba pintada de verde y oro y los tripulantes vestían una imponente armadura de esmalte verde y placas de oro. Cuando Tuf acudió a recibirles, se encontró a tres visitantes aguardándole inmóviles y algo envarados al pie de la nave. El cuarto visitante, un hombre corpulento y de aire algo pomposo, llevaba un casco dorado, con un penacho verde brillante, para ocultar una cabeza tan calva como la de Tuf y, dando un paso hacia adelante, le ofreció la mano.
—Aprecio su intención —dijo Tuf, manteniendo sus dos manos impávidamente cruzadas sobre Dax—, y ya me he dado cuenta de que no blande usted arma alguna ¿Puedo preguntarle cuál es su nombre y su ocupación, caballero?
—Morho y Varcour Otheni —empezó a decir el líder de los visitantes.
—Ya —dijo Tuf alzando una mano—. Y ocupa el cargo de Maestre de Animales de la Casa de Varcour y ha venido a comprar un monstruo. Debo confesar que este reciente giro de los acontecimientos no me resulta del todo sorprendente.
Los gruesos labios del Maestre de Animales se abrieron formando una «O» de asombro.
—Sus acompañantes deben quedarse aquí —dijo Tuf. Suba al vehículo y haremos lo necesario.
Haviland Tuf apenas si dejó que Norho y Varcour Othe ni pronunciara una palabra, hasta que se encontraron solos en la misma habitación a la cual había llevado antes a Herold Norn, ocupando asientos diagonalmente opuestos.
—Obviamente —dijo entonces Tuf—, habrá oído mi nombre en boca de Norn.
Norho sonrió con cierto disgusto. —Pues sí. Un hombre de Norn fue persuadido para que revelara el origen de sus gatos de cobalto y para nuestro gran deleite resultó que el Arca aún se hallaba en órbita. ¿Ha encontrado Lyronica divertida?
—La diversión no es el meollo del asunto —dijo Tuf—. Cuando hay problemas mi orgullo profesional me exige prestar todos los servicios que estén en mi mano, por pequeños que sean. Y, por desgracia, Lyronica está repleta de problemas. Por ejemplo, ahí está su dificultad actual. Varcour es ahora, estoy casi seguro de ello, la última y menos considerada de las Doce Grandes Casas. Un hombre más dado a la crítica que yo podría llegar incluso a observar que sus lagartos-leones, no son gran cosa como monstruos y sabiendo, como sé que sus tierras son en su mayor parte pantanosas, su gama de elección para los combatientes de la arena debe resultar un tanto limitada. ¿He adivinado la esencia de sus quejas?
—¡Hum... sí, ciertamente! Se me ha adelantado usted, caballero, pero ha dado en el blanco. Nos iba todo bastante bien hasta su interferencia y desde entonces... bueno, no hemos conseguido ganar a Norn ni una sola vez y antes eran nuestras víctimas habituales. Unas cuantas victorias misérrimas sobre la Colina de Wrai y la Isla de Amar, un golpe de suerte contra Feridian y un par de triunfos en el último segundo sobre Arneth y Sin Doon. Eso ha sido todo lo que hemos conseguido durante el último mes. ¡Bah!, así no podremos sobrevivir. Me harán cuidador de rebaños y me enviarán de vuelta a nuestras tierras, a menos que actúe.
Tuf acarició a Dax y levantó la mano para calmar a Morho.
—No es preciso que sigamos discutiendo tales asuntos. Me he dado cuenta de cuál es su problema y desde mis tratos con Harold Norn he tenido la fortuna de poder consagrar abundantes ratos a la ociosidad. Por lo tanto, y para ejercitar mi cerebro, me he podido dedicar a los problemas de las Grandes Casas, una por una. No es preciso que sigamos malgastando un tiempo precioso. Puedo resolver sus actuales dificultades, aunque habrá ciertos gastos, claro.
Morho sonrió. —He venido preparado. Ya oí hablar de su precio. Es alto, no hay discusión posible al respecto, pero estamos dispuestos a pagar siempre que pueda...
—Caballero —dijo Tuf—, soy hombre caritativo. Norn era una Casa pobre y su Maestre de Animales prácticamente un mendigo. Por compasión le fijé un precio bajo, pero los dominios de Varcour son más ricos, sus historiales más brillantes y sus victorias han sido ampliamente celebradas. El precio que debo fijarles es de doscientas setenta y cinco mil unidades... De esta forma, compensaré las pérdidas que sufrí al tratar tan generosamente a la casa de Norn.
Morho emitió una especie de balbuceo atónito y las escamas de su traje tintinearon al removerse en su asiento.
—Demasiado, demasiado... —protestó—. Se lo imploro. Es cierto que nuestra gloria supera a la de Norn, pero, aún así, no es tan grande como piensa. Para pagar su precio nos veremos obligados a pasar hambre. Los lagartos-leones atacarán nuestras moradas y nuestras ciudades lacustres se hundirían sobre sus soportes, hasta quedar cubiertas por el barro, en el que se ahogarían nuestras criaturas...
Dax se agitó en el regazo de Tuf y emitió un leve maullido.
—Ya entiendo —dijo Tuf—, y me apenaría pensar que puedo llegar a causar tales sufrimientos. Quizá un precio de doscientas mil unidades resultaría más equitativo.
Morho y Varcour Otheni empezó a protestar e implorar de nuevo, pero esta vez Tuf se limitó a esperar en silencio, cruzado de brazos, hasta que el Maestre de Animales, con el rostro enrojecido y sudoroso, se quedó finalmente sin argumentos y accedió a pagar el precio.
Tuf oprimió un botón situado en el brazo de su asiento. La imagen de un saurio, tan enorme como musculoso, se materializó entre él y Morho. Tenía dos metros de alto, estaba cubierto de escamas grises y verdes y se sostenía sobre cuatro patas cortas y achaparradas, tan gruesas como troncos de árbol. Tenía una cabeza muy grande, protegida por una gruesa placa de hueso amarillento, que se prolongaba hacia adelante, como el espolón de una antigua nave de guerra, y en cuya parte superior había dos cuernos. El cuello de la criatura era corto y grueso y bajo su frente acorazada asomaban dos ojillos de color amarillento. Situado entre los dos ojos, justo en el centro de la cabeza se distinguía un oscuro agujero que atravesaba el hueso del cráneo.
Morho tragó saliva.
—Oh —dijo—. Sí. Muy... esto... muy grande. Pero parece... ¿no tendría originalmente un tercer cuerno en la frente, verdad? Parece como si se lo hubieran... bueno, que se lo hubieran quitado. Tuf, nuestros especímenes deben encontrarse en perfecto estado...
—El tris neryei; del Aterrizaje de Cable —dijo Tuf—. Al menos, ése fue el nombre que le dieron los Fyndii, cuyos colonos precedieron a la humanidad en ese mundo, con una ventaja de varios milenios. No le falta ningún cuerno, caballero, y la traducción literal del término es «cuchillo viviente» —un largo dedo se movió con suave precisión sobre los controles y el tris neryei giró su inmensa cabeza hacia el Maestre de Animales de Varcour, el cual se apresuró a inclinarse hacia adelante, con cierta torpeza, para estudiarla más de cerca.
Al aproximarse hacia el fantasma, en el grueso cuello del animal se movieron unos potentes tendones y una afilada cuchilla de hueso, tan gruesa como el antebrazo de Tuf y de un metro de longitud, brotó del agujero con una velocidad increíble. Morho y Varcour Otheni lanzó un chillido asustado y se volvió lívido al verse atravesado por aquel cuerno, que le empaló en el asiento. Un olor más bien repulsivo invadió la estancia.
Tuf siguió sin decir palabra. Morho, farfullando, bajó la vista hacia el punto de su estómago que había sido atravesado por la cuchilla de hueso y por su expresión parecía a punto de vomitar. Le costó un largo y más bien horrible minuto darse cuenta de que no había sangre, de que no sentía dolor alguno y que el monstruo era solamente un holograma. Su boca se abrió formando una «O» silenciosa, pero fue incapaz de emitir sonido alguno, hasta que no hubo tragado saliva un par de veces.
—Muy... eh... muy dramático —le dijo a Tuf. El final de la cuchilla de un pálido color hueso estaba estrechamente sostenido por anillos y fibras de un músculo negro azulado que latía lentamente. Poco a poco, la cuchilla fue siendo absorbida en el interior del cráneo.
—La bayoneta, si puedo atreverme a llamarla así, se encuentra escondida en una vaina recubierta de mucosidad que va a lo largo del cuello de la criatura, y los anillos de musculatura que la rodean, son capaces de proyectarla a una velocidad aproximada de setenta kilómetros por hora, con una fuerza en relación a la velocidad que he citado. El hábitat nativo de esta especie es bastante parecido al de las zonas de Lyronica que se hallan bajo— el control de la Casa de Varcour.
Morho se removió en el asiento haciéndolo crujir bajo su peso. Dax ronroneó estruendosamente.
—¡Magnífico! —dijo el Maestre de Animales—. Aunque el nombre me parece un poco... bien, un poco extraño. Le llamaremos... a ver, déjeme pensar... ¡ah, sí, le llamaremos lancero! ¡Sí!
—Llámele como quiera —dijo Tuf—, ya que dicho asunto no me concierne en lo más mínimo. Estos saurios poseen muchas ventajas obvias para la Casa de Varcour y pienso que debería optar por ellos. Además, y sin ningún recargo adicional, les entregaré unas cuantas babosas arbóreas de Cathadayn. Descubrirán que...
Tuf siguió con toda diligencia las nuevas que llegaban de la Arena de Bronce, aunque no se arriesgó nuevamente a pisar el suelo de Lyronica. Los gatos de cobalto seguían barriendo a todos sus enemigos y, en el último combate transmitido, una de las bestias de Norn había logrado destruir a un mono estrangulador de primera clase de Arneth y a una rana carnosa de la Isla de Amar durante un combate triple.
Pero la fortuna de Varcour empezaba también a seguir un rumbo ascendente. Los recién introducidos lanceros habían resultado ser una auténtica sensación en la Arena de Bronce. Sus retumbantes gritos, su pesado andar y el rápido e implacable golpe con que sus gigantescas bayonetas óseas impartían la muerte a sus enemigos estaban causando furor.
En los tres combates celebrados, un enorme feridian, un escorpión acuático y un gato-araña de Gnethin, se habían revelado como incapaces de competir con el saurio de Varcour. Morho y Varcour Otheni tenía un aspecto radiante. A la semana siguiente, un gato de cobalto se enfrentaría a un lancero en un combate, por la supremacía de la Arena y ya se afirmaba que no habría ni un asiento libre.
Herold Norn llamó una vez al Arca, poco tiempo después de que los lanceros hubieran conseguido su primera victoria.
—¡Tuf! —dijo secamente. Le ha vendido un monstruo a Varcour. No aprobamos dicha venta.
—No me había dado cuenta de que su aprobación fuera necesaria —replicó Tuf—. Trabajo según la idea de que soy un agente libre, al igual que lo son los señores y los Maestres de todas las Grandes Casas de Lyronica.
—Sí, sí —gritó Herold Norn—, pero no pensamos dejar que nos estafe, ¿me ha oído?
Haviland Tuf permaneció tranquilamente inmóvil, contemplando el ceño fruncido de Norn mientras acariciaba a Dax.
—Me tomo grandes trabajos para ser siempre justo, en los negocios que concluyo —le dijo—. De haber insistido en la concesión exclusiva de los monstruos para Lyronica quizás hubiéramos llegado a discutir tal posibilidad, pero por lo que yo recuerdo esto no se llegó ni tan siquiera a sugerir. Naturalmente, me habría resultado muy difícil concederle tales privilegios exclusivos a la Casa de Norn sin un precio adecuado, ya que tal acto me habría indudablemente privado luego de una fuente de ingresos muy necesaria. De todos modos, me temo que esta discusión carece de utilidad, pues, mi transacción con la Casa de Varcour ya ha sido completada y sería para mí un acto totalmente desprovisto de ética y prácticamente imposible, si me negara ahora a satisfacer sus peticiones.
—Esto no me gusta, Tuf —dijo Norn.
—No llego a ver que haya causa legítima para quejarse. Sus monstruos se están portando tal y como esperaba y no me parece demasiado generoso por su parte irritarse sencillamente porque otra Casa comparte ahora la buena fortuna de Norn.
—Sí. No. Es decir... bueno, dejémoslo. Supongo que no podré detenerle. Si otras Casas llegan a conseguir animales capaces de vencer a nuestros gatos, sin embargo, espero que nos proveerá con algo capaz de vencer a los que les haya vendido, sea lo que sea. ¿Me ha entendido?
—La idea es fácil de comprender —Tuf miró a Dax—. Le he dado a la Casa de Norn una serie de victorias sin precedentes y pese a ello Herold Norn arroja ahora dudas sobre mi honestidad y mis capacidades intelectivas. Me temo que no se nos aprecia en lo que valemos.
Herold Norn torció el gesto. —Sí, sí... Bien, cuando necesitemos más monstruos supongo que nuestras victorias nos habrán permitido afrontar los espantosos precios que sin duda alguna tendrá entonces la pretensión de imponernos.
—Confío en que por lo demás todo vaya bien —dijo Tuf.
—Bueno, sí y no. En la Arena, sí, sí, decididamente sí.
Pero en cuanto a lo demás... bueno, ésa es la razón de mi llamada. Los cuatro gatos jóvenes no parecen demasiado interesados en reproducirse y no sabemos por qué y nuestros cuidadores se quejan de que están adelgazando mucho: Quizás estén enfermos. No puedo decirlo con toda seguridad, ya que me encuentro en la Ciudad y los animales están ahora en las llanuras de Norn, pero, al parecer, hay motivos para preocuparse. Los gatos se encuentran en libertad, naturalmente, pero tenemos sensores que nos dicen...
Tuf cruzó las manos formando un puente con ellas. —Es indudable que su temporada de celo aún no ha empezado y mi consejo al respecto es que tenga paciencia. Todas las criaturas vivientes se dedican tarde o temprano a reproducirse, algunas incluso en exceso, y puedo asegurarle que, cuando las hembras empiecen su fase de estro, todo irá con la debida rapidez.