Los guardianes del tiempo (47 page)

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Authors: Juan Pina

Tags: #Intriga

BOOK: Los guardianes del tiempo
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—¡Pues esto ya es el colmo! A ver si encima van a ser ellos quienes lideren la transición y se pongan las medallas… —protestó el amigo de Silvia—. A mí me revienta que sean ellos mismos quienes vayan a gestionar el
post-ceausismo
.

—A ti y a todos, Florian. A ti y a todos… es repugnante —le dijo Cristian, pensativo.

—Ah, ya empieza el discurso —Diana se acercó a subir el volumen del televisor. Reconoció inmediatamente el estudio de televisión: era el situado en el primer sótano del edificio del Comité Central, a dos pasos de las escaleras que bajaban al segundo sótano, donde se encontraban los despachos de la unidad Z.

"Hay una conspiración de los círculos imperialistas y reaccionarios que amenaza la independencia de nuestro Estado socialista —dijo con tono grave aquel anciano pálido, y a Diana le vino inmediatamente a la memoria un recuerdo de su infancia: la imagen en blanco y negro de otro viejo tirano, Francisco Franco, diciendo cosas muy parecidas desde el balcón del Palacio Real madrileño—. Pero desde hace varios días nuestras fuerzas armadas defienden el orden en la ciudad de Timisoara".

Junto al Conducator aparecieron en pantalla cuatro miembros del gabinete, incluida, cómo no, su esposa Elena. El dictador agradeció el trabajo de los militares, pero no mencionó siquiera a la Securitate, seguramente porque ya la consideraba culpable, cuando menos, de no haber impedido los sucesos de Timisoara.

* * *

—Cristian, creo que tengo un plan —le dijo Diana mientras cerraba tras de sí la puerta de la terraza. Después de cenar, Smaranda les había servido a todos un excelente vino dulce de Murfatlar. Su hijo había salido a la terraza y contemplaba la ciudad apoyado en la barandilla.

—Pues espero que sea un plan de ejecución inmediata, o mucho me temo que los
ejecuten
a ellos antes.

—Lo es. De hecho es para esta misma noche.

Cristian se volvió hacia ella y bebió un sorbo de vino.

—Tú dirás.

—Verás, durante más de un mes hemos agotado todas las estrategias ordinarias que se habían trazado en la reunión de Gibraltar y en mis reuniones posteriores con… —se mordió la lengua a tiempo— con Marina García, David Fernández y el general Zaldívar. Lo que no hemos contemplado hasta ahora es la posibilidad de poner en marcha una estrategia extraordinaria, es decir, aprovechar la propia excepcionalidad de las circunstancias del país para forzar a Elena Ceausescu a modificar su actitud habitual, a actuar de una forma completamente distinta.

—La teoría es magnífica, pero ya me dirás cómo la llevamos a la práctica.

—Escucha, en realidad no es tan difícil. Ella confía en ti. Te aprecia, si es que tal sentimiento se le puede atribuir a esa mujer. Has cumplido perfectamente las instrucciones de Popescu: te has ganado a la vieja. Bebe los vientos por ti, más o menos como Florian por tu hermana —a través de la puerta de cristal, Diana observaba muy divertida cómo el muchacho se derretía mirando a Silvia—. Bueno, pues ya es hora de aprovechar tu ligue.

—Oye, un respeto.

—No, si no hace falta que te acuestes con ella.

—¡Vaya, qué pena! Y yo que me había hecho ilusiones…

—No, no. Ya sabes que no renuncio a mi exclusiva sobre ti —miró un momento al interior del salón y besó a Cristian, que la abrazó por la cintura.

—Diana, no sé dónde quieres ir a parar. Parece claro que la vieja confía en mí, pero no creo que sea para tanto. Si confiara tanto como tú dices, o como cree Popescu, ya me habría dado los dos objetos. Mis argumentos al pedírselos siempre han sido razonables, y nunca se ha negado pero tampoco me los ha entregado.

—Pues revisemos nuestras premisas. Yo creo que ella no desconfiaba de ti sino de las circunstancias, de los posibles riesgos al sacar la llave y la tablilla de su escondite —Diana se liberó suavemente del abrazo y comenzó a pasear por la terraza, pensando en voz alta—. Es necesario crearle una situación de excepcionalidad, en la que perciba que el riesgo menor es confiarte los objetos a ti. Y con todo lo que está pasando, la propia situación de Rumanía nos proporciona esa excepcionalidad. Cristian… en las próximas horas vas a tener que representar un papel digno de Oscar. Tienes que pasar ante ella por el más leal de los súbditos, muy preocupado por la crisis actual. Tienes que conducirla hasta un punto en el que sólo tenga la opción de confiar en ti o en el resto del aparato del Estado. Tienes que convertirte en su último recurso, en su arma definitiva…

Cristian la miraba sin acabar de comprender, pero las explicaciones de Diana no tardaron en desvelarle el plan que la agente llevaba horas madurando. Un plan muy arriesgado, cuyo fracaso podía dar al traste con toda esperanza de hacerse con los objetos, pero quizá el único plan posible ante la inminencia de un golpe de Estado.

* * *

Florian se marchó y al cabo de un rato lo hizo Diana, con la intención de dejar a Cristian solo con su familia y reunirse con él poco después. El plan diseñado, como cualquier otra solución definitiva, tenía grandes implicaciones sobre Smaranda y Silvia. Cristian puso un disco de ópera casi a todo volumen y se sentó en el sofá.

—Mamá, Silvia, venid aquí, por favor. Sentaos, tengo que comentaros algo muy importante. En primer lugar tengo que hablaros sobre Diana…

—Bueno, hijo —le interrumpió su madre—, si no hace falta. No hay más que veros juntos. Ya era hora de que nos presentaras a una novia… ¡que no mordemos, hijo!

—Te tiene en el bote, hermanito —intervino Silvia, sonriente—. Hacéis muy buena pareja.

—No, no es eso… O son, también es eso, claro —a Cristian lo daba bastante vergüenza hablar del tema—. Diana y yo… bueno, pues sí, estamos juntos, ¿vale? Pero ahora tengo que informaros de un asunto importantísimo que os concierne directamente. Diana no es… no es exactamente quien vosotras creéis.

—¿No me digas que también es de la
Secu?
—preguntó Silvia, asombrada. Para ella, Diana era una simple arqueóloga de provincias contratada por su hermano.

—No. En realidad es una agente occidental en misión especial en Rumanía. A pesar de su dominio casi perfecto del idioma, es extranjera.

Las dos mujeres se quedaron con la boca abierta.

—Yo soy un agente doble. Hace dos meses y medio que trabajo para Occidente. Diana y yo estamos a punto de culminar una operación importantísima cuyo objetivo es evitar que unos conocimientos científicos muy avanzados caigan en manos del bloque comunista. Si no tenemos éxito, le podrían servir para recuperarse de su rápido declive actual e incluso ganar la Guerra Fría. No puedo contaros más, como podéis entender.

Silvia le abrazó emocionada, sin decirle nada. Se sintió muy orgullosa de su hermano. A su madre, en cambio, le aterrorizó la idea de que pudieran descubrirle y eliminarle.

—En menos de veinticuatro horas… No sé cómo decíroslo —se armó de valor—. Tengo que pediros un sacrificio enorme. Tenéis que abandonar temporalmente el país porque dentro de poco la Securitate conocerá mi deserción y vendrán a por vosotras. Iréis a Europa occidental y permaneceréis allí unas semanas, un par de meses, no sé. Hasta que aquí se calme la situación y, con un nuevo régimen en el poder, dejéis de correr peligro. No salgáis de casa bajo ninguna circunstancia. Os recogeremos aquí mañana a lo largo de la tarde. Ahora tengo que irme.

Smaranda y Silvia se quedaron sin habla. La madre pensó en sus alumnos, en sus amigos y hasta en sus muebles y otros objetos. Abandonarlo todo no era fácil, pero terminó por hacerse a la idea. Su hija, en cambio, no estaba segura de qué hacer. Por la mañana había quedado con Florian y no pensaba faltar a la cita. Iban a seguir juntos el discurso del dictador, en casa de unos amigos. Aunque aún no lo sabía, por fin estaba empezando a gustarle aquel chico.

* * *

La inmensa arrogancia del Conducator le había llevado a creer que todavía controlaba la situación. La población aún estaba siguiendo su discurso sobre los sucesos de Timisoara mientras, unas plantas más arriba del pequeño estudio de televisión, los secretarios del dictador desarrollaban una frenética actividad telefónica. A última hora de la noche convocaron allí mismo, con carácter de extrema urgencia, a los embajadores de las "naciones socialistas hermanas". Los representantes diplomáticos fueron llegando, sin demasiadas ganas, a la sede del Comité Central.

Al entrar, Cristian saludó cortésmente a quien resultó ser el embajador búlgaro y enseguida se escabulló para descender hasta las oficinas de la unidad Z.

En su despacho, Nicolae Ceausescu acababa de hablar con el dictador chino Deng Xiaoping y esperaba con impaciencia una comunicación con Gorbaehov o con el Ministro de Exteriores soviético, Edvard Shevardnadze, pero ninguno de los dos estaba "localizable".

—¡Ponedme con Fidel Castro! —gritó a su asistente, y acto seguido cruzó con su esposa una mirada de preocupación y de rabia contenida.

Habló brevemente con el dictador cubano y se fue con Elena a la sala donde le esperaban los embajadores. Echó una rápida ojeada y vio que había dos ausencias significativas. Faltaba el embajador Tiajelnikov, que oportunamente había adelantado sus vacaciones de invierno y ya estaba en Moscú. Y tampoco había acudido el representante de la vecina Hungría. Decidió no morderse la lengua.

—Compañeros embajadores, gracias por venir a estas horas. Es urgente que se comuniquen ustedes con sus gobiernos y les adviertan de lo que está sucediendo en Rumanía, porque estoy seguro de que lo mismo puede pasar en todas la repúblicas hermanas. Ahora ya está claro que la conspiración imperialista ha logrado infiltrarse en el corazón mismo del Kremlin. Sabemos que la insurrección contrarrevolucionaria de Timisoara responde a un complot imperialista en el que están implicados el KGB y, cómo no, el gobierno húngaro. Estoy convencido de que Moscú le ha prometido a Hungría las regiones rumanas del Banato y Transilvania a cambio de desestabilizar nuestro gobierno y provocar su caída. Es evidente que quieren sustituirnos por un régimen títere que se pliegue a la política de desmantelamiento de nuestro sistema socialista, como ya han conseguido en otros países.

»Ahora estamos viendo la verdadera cara de la
perestroika
. Polonia no cambió de bloque por la debilidad de Gorbachov, sino con su absoluta complicidad. Sólo fue la primera ficha del dominó. Ya están viendo ustedes los resultados: Hungría, Alemania Oriental… ¡Gorbachov ha provocado la caída del muro de Berlín que nos protegía a todos!
[55]
Esto es una voladura controlada por la cúpula del PCUS.
[56]
¡El
politburó
está infestado de agentes imperialistas occidentales, incluido el máximo jefe! Todos los países que se resistan van a correr la misma suerte a menos que nos unamos y plantemos cara juntos. Ha llegado el momento de denunciar al traidor Gorbachov y desvelar su juego, para ayudar al pueblo soviético y a los cuadros sanos del PCUS a rebelarse contra la camarilla que detenta el poder, claramente vendida a Occidente. En este momento deberíamos volver todos la mirada hacia los compañeros asiáticos, cuyo ejemplo de firmeza…

En el Dacia de Cristian, aparcado cerca del edificio, Diana seguía a través de una pequeña estación de escucha la reunión del dictador con los embajadores, y tomaba notas para perfeccionar el guión que habría de interpretar el arqueólogo.

Pasada la medianoche, los vehículos de los esposos Ceausescu y su séquito emprendían el camino hacia el palacio Primaverii. Unos minutos después, Cristian subía discretamente al coche llevando consigo unas cuantas carpetas de documentación, mientras Diana giraba la llave para poner el motor en marcha.

Londres, 21 de diciembre de 1989. 00:30

Carlos Román dejó a un lado el último informe de su jefe de seguridad. Ragnar había mantenido en Roma una nueva reunión con representantes de la Orden del Orden y todo parecía estar bajo control. El presidente de la Sociedad llamó a su piloto y le dio instrucciones de solicitar autorización para despegar con destino a Asturias a las tres de la madrugada. Así podría desayunar con su mujer. Leonor estaba cada vez más nerviosa por la prolongada desaparición de Marcos. Sacó de su maletín el informe que había solicitado a Martin Wallace sobre la situación política de Rumanía. Eran diez páginas pero todo se reducía a una frase: "El golpe de Estado es inminente". Dudó de haber acertado al dejar la operación en manos de su hija, pero recordó que no tenía más remedio. Lo exigía una buena parte de los Sabios, incluidos Margarida y el general Zaldívar. "Que sólo la razón guíe a Diana", pensó en lengua de Aahtl. Miró el reloj y decidió salir a dar un breve paseo antes de marcharse al aeropuerto. Las lujosas casas de Belgravia estaban en silencio. Muchas de ellas, dedicadas a oficinas o embajadas, estaban a esa hora cerradas y a oscuras.

"¿Qué nos hace realmente humanos?". Esta pregunta siempre le había rondado la mente. Había vivido momentos de flaqueza a lo largo de los años, momentos en los que habían pesado más en su mente los puntos negativos de la humanidad que los positivos y había dudado que la especie mereciera salvarse. Cuando había estado a punto de tirar la toalla, siempre se había dicho que tal vez no valía la pena prolongar artificialmente el ciclo de una especie llamada a desaparecer. El más elemental cálculo de probabilidades aseguraba que la vida inteligente no podía ser un fenómeno exclusivo. La existencia de amenazas externas a las condiciones de vida de un planeta podía ser un mecanismo natural que evitara su excesiva duración y expansión. Pero nada garantizaba que otras formas de vida inteligente fueran ni remotamente similares a la nuestra. Pensar que toda la Historia humana hubiera ocurrido para nada le horrorizaba tanto como a Zalm de Aahtl, tanto como a los Fundadores de la Sociedad.

Siempre había desechado esos pensamientos funestos y se había aferrado a la Misión que daba a su vida un sentido pleno, aunque también colocaba sobre sus hombros una carga casi insoportable. "Muchas cosas nos hacen humanos", se dijo, "pero entre ellas está el poder de idear mecanismos de supervivencia haciendo uso de la razón". Esa capacidad, sin embargo, podía resultar insuficiente o no desarrollarse a tiempo hasta el punto necesario. "2109… qué poco queda, en realidad".

Palacio Primaverii (Bucarest), 21 de diciembre de 1989. 02:50

—Comandante, ya sé que usted tiene la autoridad necesaria, pero le insisto en que la
compañera
ha tenido un día muy duro. Ya sabe usted cómo están las cosas. ¿Está seguro de que quiere despertarla a estas horas?

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