—Ya. Bueno, mañana os seguiré por el circuito cerrado: aunque no hablo rumano, algo entenderé por los gestos.
—Hay muchas palabras parecidas, ya verás como entiendes bastante.
—¿Quieres ver la cinta de mi conversación con Diana? Creo que deberías verla, sinceramente. Me parece que estamos tensando la cuerda demasiado. Deberíamos revelarle todo. Es demasiado intuitiva y no acaba de creerse la historia. Mejor dicho, se la cree porque se la tiene que creer, pero no le acaban de encajar las piezas. Percibe algo extraño y puede saltar en cualquier momento, por donde menos lo esperemos. Si por lo menos le dijéramos…
—No, no… no ha llegado el momento. No podemos actuar al dictado de los acontecimientos. La muerte del pobre Alfonso ha sucedido en el peor momento posible, pero no podemos desviarnos del plan trazado. Ya es suficiente que descubra de pronto que todas sus misiones anteriores han sido ficticias.
—Pues tú dirás lo que quieras pero insisto en que es un error mantenerla engañada.
—Cuando tengamos la llave las cosas serán diferentes. Entonces podremos poner en marcha un proceso de incorporación normal para ella, con las fases habituales. A pesar de ser quien es, me parece lo más adecuado.
—Eso es lo que debería haberse hecho desde el principio.
El hombre enarcó las cejas y apretó los labios. Después miró a Marina con tristeza.
—Quizá tengas razón. Pero nunca surgió el momento oportuno.
—En fin, tú sabrás. Tenemos que hablar por teléfono con el teniente coronel Viesgo, de la Guardia Civil, y después con nuestros hombres en Santiago y Madrid. Parece que hay novedades sobre la muerte de Alfonso.
—¿Alguna pista más?
—Está claro que se trata de un agente extranjero formado en inteligencia militar. Nuestra gente sospecha del KGB. Dicen que el ejemplar de
Camino
y otras pistas similares son falsas. Pero yo tengo otra teoría.
—La misma que yo, probablemente.
Marina miró a los ojos a su superior.
—Creo que los enemigos de la razón han descubierto por fin a los responsables de su declive —dijo con preocupación mientras su jefe asentía—. Se ve la mano de la curia romana.
—No, no exactamente. No puede tratarse del servicio oficial de inteligencia del Vaticano. Tiene que haber algo más. ¿Te acuerdas de aquel informe de Ragnar, de hace unos años? ¿Cómo se llamaba esa especie de organización transreligiosa ultraconservadora?
—"The Order of Order", nada menos. —Exacto, eso es, la Orden del Orden… los Torquemadas del mundo, unidos contra natura para detener el futuro. Pues quizá hayan descubierto la existencia de la Sociedad. Habría que avisar a Ragnar.
Marina se levantó y dijo con tristeza: —El clero amonita vuelve a liderar a los demás cleros.
—Y de nuevo envía sus milicias al asalto de Akhetatón.
Edificio K, 2 de octubre de 1989
A las ocho de la mañana, Diana ya estaba vestida y bien despierta. Durante la última hora y media había buceado en la documentación entregada por Marina. Conforme iba adentrándose en el asunto, cada vez le resultaba más apasionante. Al principio había llegado a creer que toda aquella historia era imposible y que tanto el gobierno español como el rumano estaban dilapidando dinero y esfuerzos en busca de un absurdo grial que, al parecer, había llegado a interesar a los servicios secretos de medio mundo. Aquel arcón de una oscura civilización perdida le parecía tan intangible como la mítica Arca de la Alianza que también había consumido durante siglos fortunas, mentes y vidas en una estéril persecución.
La transcripción del discurso de Santiago Cárdenas en la universidad sevillana podía fácilmente tomarse como el delirio de un loco, pero si se tomaba en serio las consecuencias eran de una importancia trascendental. A la conferencia le faltaban al menos cinco párrafos y las últimas páginas. En su lugar había anotaciones tan chapuceras como "cambio de pilas de la grabadora" o "se terminó la cinta". El arqueólogo sevillano explicaba cómo, hace más de nueve mil años, había existido una civilización con grandes conocimientos científicos, cuyo único rastro era un arca llena de documentación. Según Cárdenas, la otra tabla egipcia, la que obraba en poder del régimen rumano, explicaba las principales características de esa civilización y relataba su extraordinario progreso. Justamente ahí estaba una de las lagunas del texto, pero quedaba claro que uno de los avances era una fuente de energía inagotable. El arca, custodiada tras su salida de Egipto por los antepasados de los dacios, debía encontrarse en una caverna accesible desde lo alto de un gran monte. En la carpeta también había informes sobre las actividades de la Securitate en España, sobre Radu Calinescu, sobre la versión oficial del robo de la tablilla y sobre otros asuntos relacionados.
Diana comenzó a pasear por el salón con algunos de los informes en la mano, valorando el asunto, pero de pronto algo tan insignificante como un enchufe llamó su atención. Se acercó a mirarlo con discreción, pues sospechaba con razón que debía de haber cámaras espiándola. Buscó otros enchufes y eran todos iguales. Repasó su conversación con Marina y las últimas veinticuatro horas de su vida. Su enfado estuvo a punto de hacerla estallar, pero logró serenarse. Dejó a un lado la documentación que estaba estudiando y se sentó en una silla, atónita.
* * *
A escasos metros de allí, en un salón muy parecido, Cristian Bratianu estaba desayunando con el alto responsable español que se hacía llamar David Fernández… y que le había narcotizado la noche anterior. El arqueólogo había aceptado con resignación y cierto enfado su disculpa.
—Es comprensible que la inteligencia española desee mantener el secreto de este edificio, pero habría bastado traerme con los ojos vendados desde el avión, ¿no?
—No, Cristian, no habría bastado. Por si te sirve de consuelo, muy pocos de nuestros propios agentes vienen aquí, pero cuando lo hacen pasan por el mismo proceso.
Cristian optó por ser práctico y zanjar la cuestión.
—Muy bien. Tomo olvidado. ¿Podemos continuar con el asunto que nos ha traído hasta este misterioso lugar?
—Por supuesto. Para eso estoy aquí. Voy a ser muy claro, Cristian. España y el bloque occidental necesitan tu ayuda y estamos dispuestos a atender tus condiciones y exigencias siempre que…
—¡¿Me has tomado por un mercenario?! —estalló el arqueólogo, muy ofendido por el planteamiento.
—¡No, no! Por supuesto que no. No te voy a pedir que cambies de bando por dinero, Cristian. Me refiero a otras cosas. Verás. Por lo poco que te conozco hasta ahora, y por los escasos informes que hemos podido obtener sobre ti, está claro que jamás traicionarías a tu país. Si quisieras hacerlo, te habría bastado con pedirnos asilo político desde el principio. Tu lealtad está fuera de toda duda, pero al mismo tiempo detestas el régimen comunista. Te preocupa, lógicamente, tu familia y las posibles represalias si huyes del país o caes en desgracia. Y naturalmente te interesa el descubrimiento arqueológico como tal, desde el punto de vista científico. Muy bien, pues te aseguro que podemos conciliar todos estos intereses.
»Lo que te propongo es que regreses a Rumanía y trabajes para nosotros. Una agente nuestra colaborará estrechamente contigo. En Bucarest te pondrás la medalla de haber obtenido una foto de nuestra tablilla, pero será una falsificación. La información que contiene, elaborada por nuestros mejores egiptólogos basándose en la tablilla auténtica, inducirá a creer que el arcón se encuentra en algún lugar de los montes Retezat, pero las coordenadas astronómicas de la tabla, es decir, la orientación para llegar al monte en cuestión, serán confusas y ambiguas. A partir de ahí movilizas equipos de excavación y sigues con tu labor de coordinación desde Bucarest. Tu objetivo real es hacerte con la otra tabla y con la llave.
»Te garantizo varias cosas: primero, que cuando se dé a conocer el verdadero yacimiento, el mérito del hallazgo arqueológico recaerá sobre ti, y que, si la estabilidad política de tu país lo permite, todo el material encontrado irá a parar a vuestro museo de Bucarest. Si no, quedará embargado en Occidente hasta que llegue ese momento, pero con la consideración de patrimonio del Estado rumano. Sólo se extraerán los documentos que hagan referencia a la fuente de energía, cuya existencia no se hará pública. Te aseguro que el arca se podrá desenterrar tan pronto como tengamos la llave, tanto si ya ha caído el régimen comunista rumano como si no —Cristian le miró perplejo, sin comprender cómo pensaba excavar y sacar el arca delante de las narices de las autoridades rumanas.
»Segundo, te prometo que serás el primero en estudiar el legado de la civilización perdida y contarás con tiempo suficiente antes de que se revele el hallazgo. También serás el primero en publicar y te brindaremos todos los medios para ello. Se creará un patronato internacional para el estudio de la civilización descubierta, con importantes recursos económicos, y si lo deseas tú serás su presidente.
»Tercero, dadas las circunstancias actuales de Rumanía, te ofrezco la residencia e incluso la nacionalidad española para ti y para tu familia al término de la misión, así como una absoluta protección personal, una casa en España e identidades nuevas: lo que tú decidas cuando llegue el momento. Y cuarto, al término de la misión recibirás una asignación económica de veinte millones de dólares de libre disposición. No, no me interrumpas. Y no te ofendas, por favor, que no queremos comprarte. Es la gratificación justa por evitar que esta energía caiga en manos del bloque comunista. Si no quieres el dinero, podrás donarlo al propio patronato o crear una fundación arqueológica, como quieras.
Cristian cerró los ojos sin decir nada. Después se quedó mirando a la pared, hecho un lío.
—Tienes una hora para pensarlo. Desgraciadamente no disponemos de mucho más tiempo —Fernández se levantó y se dirigió hacia la puerta, pero al salir se detuvo un momento y miró comprensivamente al joven rumano antes de darle un consejo sincero—. Que sólo la razón te guíe.
Cuando se cerró la puerta, Cristian apoyó los codos en la mesa del desayuno y hundió la cara en sus manos. Pensó en el riesgo tan alto que iba a correr si aceptaba, pensó en su madre y en Silvia, pensó en su desdichado país. Le cruzó por la mente una rápida sucesión de imágenes: sus clases en la facultad, su reclutamiento por la Securitate, su primera reunión con Aurel Popescu en el parque de Herastrau, la expresión de Elena Ceausescu al contarle la auténtica misión de la unidad Z. Como tantas veces antes, se preguntó qué habría pensado su padre, qué consejo le habría dado. Se dejó llevar por el recuerdo imborrable de la desesperación dibujada en el rostro de su madre cuando recibieron la noticia de que Laurentiu Bratianu había muerto en prisión.
No pudo evitarlo: pensó en la cifra inabarcable que le había prometido su interlocutor español: ¡veinte millones de dólares! Le costaba incluso imaginar esa cantidad. Pensó en las colas sin fin de los bucarestinos para hacerse con un pan rancio o un salami de soja, y después recordó la calle Preciados de Madrid, que le había parecido el cuerno de la abundancia… Con todos los defectos que pudiera tener, ése era el modelo social y económico que deseaba para su país, que no merecía seguir soportando la miseria y la brutalidad comunistas. Revivió el momento aún reciente en que estrechó por primera vez la mano de Nicolae Ceausescu, tragándose el desprecio infinito que sentía por él. O tal vez fuera simple asco.
Cristian apenas consumió la mitad de la hora concedida. Llamó a la puerta pero nadie la abrió. Sin embargo, un par de minutos después entró David Fernández acompañado por una mujer.
—Llamabas, ¿verdad? ¿Te importa que continuemos en inglés? Mi acompañante no habla rumano. Te presento a Marina García, la responsable de la sección P-7 del CESID.
Se sentaron y nadie dijo nada, pero los dos españoles le miraban con expectación. Al final habló Cristian.
—He decidido aceptar vuestra oferta con una sola condición: si en algún momento se va a actuar de una forma que dañe los intereses objetivos de Rumanía (no del régimen actual, sino del país), yo quedaré liberado de mis obligaciones. No estoy dispuesto a actuar contra mi conciencia.
—Condición aceptada —se apresuró a asegurarle David—, y te doy mi palabra de honor de que no tendrás que recurrir a esa cláusula.
—En todo caso, quiero que volvamos a repasar los compromisos que asumís. Por otro lado, ¿cómo puedo estar seguro de que se cumplirán?
—Ya escuchaste ayer al ministro: hablo en nombre del gobierno español. Pero no querrás que firmemos un contrato ante notario, Cristian… O confiamos mutuamente o no. También nosotros podríamos desconfiar. ¿Cómo sabemos que no vas a contarle todo a tus jefes o al propio Ceausescu tan pronto como llegues a Bucarest? Y sin embargo hemos optado por confiar en ti, de lo contrario no habríamos pedido tu colaboración.
—Ya… Bueno, además, tengo que poneros al corriente sobre la situación interna del régimen y sobre mi papel dentro de la Securitate, que no se limita a dirigir la unidad Z. Informo sobre los Ceausescu al general Aurel Popescu gracias a mi acceso privilegiado a ellos y a su residencia. La cúpula de la Securitate está preparando el derrocamiento y exilio del dictador, y parece que ya es cuestión de unos pocos meses que se materialice. La conspiración está encabezada por comunistas descontentos, nucleados en torno a Ion Iliescu y partidarios de la
perestroika
o, en realidad, partidarios simplemente de seguir la línea de Moscú, sea cual sea, para salvar así el régimen. Están coordinados con el KGB. Yo he aceptado ayudarles por la presión a la que Popescu me ha sometido, y además porque creo que en estos momentos cualquier cambio político sería un avance, aunque desde luego mi deseo es un sistema democrático de libre mercado.
—Somos conscientes del plan contra Ceausescu —dijo Marina—. Por ello es vital conseguir la llave antes de que se desencadenen los acontecimientos. Poro tu seguirás informando a Popescu y ejecutando las tareas que te asigne para su plan. Bien, ahora vamos a explicarte brevemente algunas cuestiones relevantes y después nos reuniremos con Diana Román, que va a ser tu compañera en esta operación. Esta tarde comenzaremos a preparar a fondo la misión y tendremos una reunión con los miembros del comité de coordinación de los servicios de inteligencia occidentales para este asunto.