Los egipcios (12 page)

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Authors: Isaac Asimov

BOOK: Los egipcios
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Pero Tutmosis III reaccionó al instante y con violencia marchó hacia el interior de Siria y se enfrentó a la coalición armada de las ciudades cananeas en Megiddo, la «Armagedón» bíblica, que se encontraba a unas cincuenta millas de la ciudad que llegaría a ser famosa en el mundo entero con el nombre de Jerusalén. En este lugar, Tutmosis obtuvo una gran victoria y, a continuación, inició un sistemático e infatigable esfuerzo para completar la labor de una vez por todas.

La ciudad de Kadesh, a unas 120 millas al norte de Megiddo, que era el corazón y el espíritu de la coalición combatía encarnizadamente. Aunque le costó seis campañas, finalmente Tutmosis III alcanzó y tomó Kadesh en el 1457 a. C.

Tras Kadesh se encontraba la todavía poderosa amenaza de la propia Mitanni. Tutmosis III llevó a cabo once campañas más, avanzó hacia el Eufrates, tal como había hecho Tutmosis I (pero contra una oposición mucho mayor), lo cruzó, como no había logrado hacer su abuelo, e invadió el reino de Mitanni. Victorioso como siempre, sometió a Mitanni a tributo.

Este fue el punto álgido del prestigio militar egipcio, y en ocasiones Tutmosis es llamado Tutmosis el Grande o el Napoleón de Egipto. Si la pericia militar lo hubiese sido todo, Tutmosis podría ser considerado, sin más, un general competente. Sin embargo, la administración nacional fue firme y eficiente y la prosperidad de Egipto se engrandeció tanto como su poderío militar. Por ello Tutmosis III puede ser considerado como el faraón más grande de todos.

Tutmosis III murió en el 1436 a. C., tras haber reinado durante treinta y tres años. El impulso que logró dar a Egipto le hizo conservar su magnífico auge durante tres cuartos de siglo y su población tal vez alcanzó cotas cercanas a los cinco millones.

Amenhotep II, Tutmosis IV y Amenhotep III fueron el hijo, nieto y bisnieto de Tutmosis el Grande y salvaguardaron con éxito la herencia del gran faraón. No hicieron ningún intento para extender el imperio y quizá no habría sido prudente hacerlo, ya que el Egipto de la época muy probablemente se extendía hasta donde podía hacerlo sin peligro. Las líneas de comunicación no habrían resistido una ulterior expansión.

Tutmosis IV persiguió una deliberada política de paz con Mitanni y trató de hacer que esta paz fuese estable, abandonando el exclusivismo egipcio hasta el punto de casarse con una princesa mitanni. Y terminó también el último obelisco planeado por Tutmosis III, ese monstruo que se halla hoy en Roma.

Bajo el gobierno de Amenhotep III, el hijo de la reina mitanni y de Tutmosis IV, la prosperidad egipcia alcanzó sus cotas más elevadas. Amenhotep III, que accedió al trono en el 1397 a. C. y que reinó durante treinta y siete años, prefirió el lujo en el interior a la lucha en el exterior, lo cual también benefició a Egipto. Sus predecesores habían embellecido Tebas sin cesar y habían ampliado el templo de Amón. El rey continuó su labor, utilizando el dinero de los tributos que le llegaban de todos los rincones del imperio.

Al parecer estuvo muy enamorado de su reina Tiy, procedente también de Mitanni. La asoció a él en las inscripciones monumentales y construyó para ella un lago de recreo, de una milla de largo, en la orilla occidental del Nilo.

Tras la muerte del rey se edificó en su honor un espléndido templo, cuya entrada estaba flanqueada por dos grandes estatuas suyas. La situada más al norte, tenía la propiedad de emitir una nota alta poco después del amanecer. Sin duda existía un dispositivo interno colocado allí por los sacerdotes de Amón para impresionar a los incautos. Y, con toda seguridad, los devotos resultaron impresionados, del mismo modo que los viajeros griegos posteriores.

Está claro que a los griegos debieron llegarles bastante pronto rumores sobre estas asombrosas estatuas, que, al parecer, inspiraron uno de sus mitos. Entre las leyendas griegas referentes a la guerra de Troya (que tuvo lugar siglo y medio después de la época de Amenhotep III), hay una relacionada con un rey de Etiopía, nombre que bien puede haber sido utilizado para referirse a Tebas y a los lejanos tramos meridionales del Nilo, que por aquel entonces se encontraban bajo dominación egipcia. Este rey, llamado Memnón, luchó a favor del bando troyano y se lo suponía hijo de Eos, diosa del amanecer. Fue muerto por Aquiles y se cree que la estatua norte de Amenhotep III es el propio Memnón que «canta» para llamar a su madre con un grito cada mañana.

6. La caída del imperio
El reformador religioso

La gloria de Egipto resultó comprometida por la reina Tiy, esposa de Amenhotep III y la madre del nuevo faraón, Amenhotep IV. Era una mujer mitanni y, según parece, no simpatizaba con el sistema religioso egipcio, tan infinitamente complejo. Prefería sus propios ritos, más simples.

Es posible que su amante esposo (también él medio mitanni) la escuchara afectuosamente, e incluso estuviese de acuerdo con ella. Sin embargo, poco podía hacer, ya que ello hubiera significado oponerse al poderoso clero que había gobernado a los píos egipcios durante siglos y que ahora había acumulado tanto poder que ni siquiera un faraón podía superar.

Pero Tiy debió de hacer algunos conversos, pues el hálito de una nueva religión se hizo sentir en los últimos años de Amenhotep III. Naturalmente, el primer converso de Tiy fue su propio hijo, y algunos otros debieron seguir este camino, por los beneficios que pudiera reportarles el estar del lado de la «verdadera religión» cuando el nuevo faraón se sentase en el trono.

Mientras vivió Amenhotep III su hijo poco pudo hacer, pero cuando el viejo rey murió en el 1370 a. C, el nuevo rey (de ascendencia mitanni por tres de los cuatro costados) comenzó a poner en práctica las nuevas ideas que había recibido de su madre y que, quizá, había ido elaborando por sí mismo.

Abandonó incluso su propio nombre, Amenhotep, pues conmemoraba a Amón (significaba «Amón está complacido») uno de los dioses egipcios que él despreciaba como mera superstición. Su dios era el glorioso sol, que adoraba de un modo distinto al de los egipcios. Lo adoraba no como a un dios, en el sentido habitual de representarlo bajo forma humana o animal, sino que era el mismo disco del sol lo que veneraba, el fulgurante y redondo sol, que imaginaba emitiendo rayos que terminaban en manos; manos que derramaban los favores divinos de la luz, del calor y de la vida sobre la tierra y sus habitantes (lo que, desde un moderno punto de vista científico, no es una idea del todo equivocada).

El rey llamó Atón al disco solar, y se nombró a sí mismo Ajenatón (también llamado Ijnatón o Akhenatón), que significa «agradable a Atón».

Ajenatón, como se lo conoce en la historia, tenía intención de imponer sus creencias a los egipcios. Fue el primer «fanático» religioso conocido de la Historia, a menos que contemos a Abraham, el cual, según la leyenda judía, destrozó los ídolos de su ciudad natal de Ur por convicciones religiosas, unos seis siglos antes de Ajenatón.

Ajenatón construyó templos para Atón y preparó un ritual completo para el nuevo dios. Existe por otra parte un hermoso himno al sol, que se encontró esculpido en la tumba de uno de sus cortesanos. La tradición lo atribuye a la imaginación del propio faraón, y es un himno que suena casi como un salmo bíblico
[4]
.

En realidad, el entusiasmo de Ajenatón por Atón era tan grande que no se contentó simplemente con añadirlo a los demás dioses egipcios, o incluso con convertirlo en el dios principal del panteón egipcio, sino que decidió que Atón debía ser el
único
Dios y que todos los demás dioses debían ser eliminados. Se trata, pues, del primer monoteísmo de la Historia que conocemos, a menos que, de nuevo, aceptemos el monoteísmo de Abraham.

Hay quien arguye que el Moisés bíblico vivió en la época de Ajenatón y que el faraón egipcio recogió de aquel gran profeta algo así como una versión distorsionada del judaísmo. Pero podemos asegurar que esto no fue así, ya que no es posible que Moisés viviera en la época de Ajenatón, y si acaso vivió, sin duda lo hizo por lo menos un siglo más tarde. También hay quien afirma que Moisés adoptó la idea monoteísta de Ajenatón y que después le añadió ciertos refinamientos.

Sea cierto o no que Ajenatón enseñara a Moisés, en lo que fracasó fue en enseñar al pueblo egipcio. Los sacerdotes tebanos retrocedieron horrorizados ante un hombre al que sólo podían considerar como ateo y vil profanador de todo lo que era sagrado; un faraón más extranjero que egipcio, que podía compararse a los propios hicsos.

Sin ninguna duda, los sacerdotes arrastraron al pueblo tras de sí. Los egipcios habían sido educados en el amor a la belleza y magnificencia de los templos y al aterrador ritual creado por los sacerdotes. Y no querían de ninguna manera sustituir esto por una extraña mezcolanza de ideas acerca de un disco solar.

Ajenatón tuvo que conformarse con rendir culto al sol en el seno de su propia corte, en su familia y entre sus cortesanos más fieles. El principal consuelo provino sin duda de su esposa Nefertiti, mujer más conocida para la mayoría de las personas que su regio marido, y ello únicamente a través de una obra de arte. Y el propio arte, como podemos ver, también resultó completamente revolucionado durante el reinado del «monarca hereje». Desde los tiempos del Imperio Antiguo los egipcios habían empleado ciertos métodos estilizados para sus retratos. La cabeza tenía que ser representada de perfil, pero el cuerpo se retrataba de frente, con los brazos estirados, estrechamente pegados a los costados, y con las piernas y pies de nuevo de perfil. Las expresiones eran únicamente las correspondientes a una tranquila dignidad.

Con Ajenatón se impuso un nuevo realismo. Ajenatón y Nefertiti se representan en poses informales, en momentos de afecto, jugando con sus hijos. No se hizo ningún esfuerzo para ocultar que Ajenatón era un hombre bastante feo, carilargo, barrigudo y de muslos gruesos. (Todo este «arte moderno» debió conmocionar a los egipcios convencionales casi tanto como las excéntricas opiniones religiosas del faraón). Es posible que Ajenatón sufriese una afección glandular, pues murió cuando todavía era joven.

Pero la mejor obra de arte es un retrato, un busto de piedra caliza pintada, hallado en 1912 ante los restos de un taller de escultor, en las ruinas de lo que una vez fue la capital de Ajenatón, y que hoy se encuentra en el Museo de Berlín.

Se cree que es de Nefertiti y constituye sin duda, una de las obras de arte egipcias más exquisitamente bellas. Ha sido copiado y fotografiado infinidad de veces, y gran número de personas han podido admirar algún tipo de reproducción en alguna ocasión. Y ha llegado casi a fijarse en la mente de la gente como representación ideal de la belleza egipcia, lo que es más bien irónico, pues probablemente Nefertiti no era sino otra princesa asiática.

Entre paréntesis, diremos que es bastante triste que el aparentemente idílico matrimonio formado por Ajenatón y Nefertiti no fuera, por lo que parece, muy duradero. En los últimos tiempos, Nefertiti cayó en desgracia y el rey se divorció de ella o la desterró.

Alterado y desanimado por la obstinada resistencia de los tebanos, Ajenatón tomó la desesperada decisión de abandonar la gran ciudad real. Con su familia, y con los cortesanos que había logrado convertir, decidió construir, en el 1366 a. C, una nueva capital, una ciudad pura dedicada, desde un principio, al nuevo culto. Eligió un lugar en la orilla oriental del Nilo, a medio camino entre Tebas y Menfis, y allí erigió Ajetatón (el «horizonte de Atón»).

En esta ciudad construyó templos, palacios y mansiones para sí mismo y para la nobleza leal. El templo de Atón era un edificio muy poco convencional, pues carecía de techo; así, el sol que adoraba podía lucir libremente en el interior del templo edificado en su honor.

En Ajetatón, Ajenatón se retiró del mundo real, y se rodeó de otro artificial —un mundo en que había triunfado su versión de la religión—, y se consagró a perseguir al antiguo clero, y a ordenar que el nombre de Amón fuese borrado de los monumentos, y suprimidas las referencias a los «dioses» en plural.

La monomanía de Ajenatón lo apartó de todo otro interés que no fuera el religioso, haciéndole descuidar los asuntos militares y los problemas exteriores. Estos últimos eran apremiantes, pues las incursiones de los nómadas tocaban ya Siria por el este. A Ajenatón le llegaban constantemente mensajes de sus generales y virreyes de Siria, informándole sobre la peligrosa situación y solicitando refuerzos.

Por lo que parece, Ajenatón ignoró todas las demandas de auxilio. Quizá era un pacifista convencido y sincero que no quería luchar. Quizá pensaba que la única batalla verdadera era la religiosa y que todo lo demás era secundario. O quizá pensaba que si Egipto sufría, merecía estos sufrimientos por haber rechazado lo que él consideraba la verdadera fe.

Cualquiera que fuese la razón, el prestigio exterior de Egipto experimentó un declive desastroso, y todo lo ganado y conservado por Tutmosis III y sus sucesores en el siglo anterior acabó perdiéndose. Al parecer fue durante el reinado de Ajenatón cuando diversas tribus de habla hebrea formaron naciones en las fronteras de Siria. Estas tribus se denominaban Moab, Ammón y Edom, nombres con los que estamos familiarizados gracias a la Biblia.

Más importancia que estos exiguos grupos tribales del desierto, que apenas eran algo más que pequeñas molestias para el poderoso Egipto, revistió el surgimiento, en el norte, de una nueva gran potencia.

En el Asia Menor oriental un pueblo que hablaba una lengua indoeuropea (familia lingüística a la que pertenecen la mayoría de los actuales idiomas europeos) se había convertido gradualmente en una nación fuerte. Eran los hatti, como los llamaban los babilonios, los hititas de la Biblia, y es por este nombre por el que se los conoce generalmente.

Durante el tiempo en que Egipto había estado bajo el yugo hicso, los hititas habían gozado de un período de poderío bajo monarcas eficientes. Este es el período del «Imperio Antiguo» hitita, que se prolonga del 1750 al 1500 a. C. Sin embargo, el surgimiento de Mitanni provocó el declive de este Imperio Antiguo, y en tiempos de Hatshepsut los hititas eran tributarios de Mitanni. Cuando el poderío de Mitanni fue quebrado por Tutmosis III, los hititas volvieron a tener una oportunidad, recobrando el terreno perdido, y ganándolo a medida que Mitanni lo perdía.

En el 1375 a. C., un monarca, que tenía el «líquido» nombre de Shubbiluliu subió al trono hitita. Este reorganizó el país con sumo cuidado, estableciendo un poder central y reforzando al ejército. Cuando Ajenatón accedió al trono egipcio y comenzó a preocuparse por —y a preocupar al pueblo egipcio— con controversias religiosas, Shubbiluliu vio llegada su oportunidad. Inició una enérgica campaña contra Mitanni, que por aquel entonces era aliada o, en realidad, títere de Egipto.

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