Authors: Isaac Asimov
Los palacios cretenses de Knossos comenzaron a construirse hacia la época del Imperio Medio egipcio. En su construcción debieron de influir fuertemente los relatos sobre el laberinto egipcio y así puede haber surgido la imitación cretense. Y fue ésta la que entró a formar parte de los mitos griegos. (Indiscutiblemente el minotauro surge a raíz del hecho de que los toros —como símbolo de fertilidad— desempeñaban un papel importante en los ritos religiosos cretenses).
Tampoco la XII Dinastía olvidó su origen tebano. Esta ciudad meridional fue embellecida y se edificaron templos y otros edificios si bien resultarían empequeñecidos por las actividades de una dinastía tebana posterior.
Pero tras la muerte de Amenemhat III ocurrió algo. Quizá subió al trono un gobernante débil y la nobleza aprovechó la oportunidad para disputar entre sí. Quizá la construcción del laberinto había debilitado la prosperidad egipcia como siglos antes habían hecho las pirámides.
Sea cual fuese la razón, pocos años después de la muerte del gran rey, toda la gloria y la prosperidad del Imperio Medio tocaron a su fin. Había durado dos siglos y medio, sólo la mitad de tiempo que el Imperio Antiguo.
De nuevo, el reino se dividió en fragmentos, gobernados por nobles que peleaban entre sí. De nuevo, oscuros monarcas aspiraron al trono.
Manetón habla de dos Dinastías, la XIII y la XIV, que deben de haber gobernado al mismo tiempo, por lo que ninguna pudo reivindicar con propiedad su señorío sobre el país. En realidad, una vez más la obra de Menes se vio desbaratada temporalmente y los dos Egiptos se separaron. La XIII Dinastía gobernó sobre el Alto Egipto desde Tebas, mientras que la XIV gobernó el Bajo Egipto desde Xois, ciudad situada en el centro del delta.
De nuevo, durante un siglo, se produjo una situación de caos y sobrevino una segunda Edad Obscura. Sin embargo, en esta ocasión, las dinastías enfrentadas no tuvieron la suerte de luchar en solitario hasta el momento en que una u otra se las ingeniase para alcanzar el control sobre la nación unida. En lugar de ello, estaba sucediendo algo que nunca había ocurrido antes en la historia del Egipto civilizado. El país fue invadido por extranjeros, prestos a sacar ventajas de la debilidad egipcia.
Los egipcios, que ya tenían una historia de mil quinientos años de civilización, que contaban con un país en el que la pirámide más antigua ya tenía mil años, despreciaban a los extranjeros. Es cierto que habían comerciado con ellos, pero siempre desde posiciones de riqueza, cambiando adornos y artilugios hábilmente fabricados por simples materias primas: madera, especias, metal bruto. Cuando los ejércitos egipcios habían salido fuera de sus fronteras hacia Nubia o Siria, habían sido capaces de instaurar su dominio sobre pueblos mucho menos poderosos y tecnológicamente menos avanzados que ellos. Sin duda, los egipcios se sentían tan orgullosos de su país como los ingleses de Gran Bretaña en los días de la reina Victoria, o los norteamericanos respecto a Estados Unidos hoy en día.
¿Cómo fue posible, pues, que un montón de miserables extranjeros pudiese arrasar Egipto —aunque se tratase de un Egipto dividido— y dominarlo sin lucha?
Los historiadores egipcios posteriores, totalmente avergonzados por este episodio, parecen haber hecho lo posible para suprimir todo lo referente a este período de sus libros de historia, con el triste resultado de que no conocemos prácticamente nada sobre el período o sobre los invasores.
Realmente, apenas sabemos algo más que el nombre de los invasores. En el siglo I d. C., el historiador judío Josefo cita a Manetón en el sentido de que a los invasores se los llamaba hicsos, lo que suele traducirse corrientemente por «reyes pastores». La consecuencia que extraemos es que eran nómadas cuya subsistencia dependía del pastoreo de animales tales como las ovejas, forma de vida que los egipcios civilizados, ligados a la agricultura desde hacía tiempo, consideraban bárbara.
Puede que esto haya sido así, pero actualmente se piensa que éste no es el verdadero sentido del término. Por el contrario, se cree que la palabra proviene del egipcio
hik shasu,
que significa «gobernantes de las montañas», o simplemente «gobernantes extranjeros».
Por otra parte, es cierto que los hicsos entraron en Egipto por el noreste, a través de la península del Sinaí; que eran asiáticos y producto del poderío militar relativamente complejo de este continente. En el pasado, Egipto había penetrado en Asia aunque no muy profundamente, y ahora Asia le estaba devolviendo este dudoso cumplido.
Hasta el 1720 a. C, el pueblo de la región del Tigris-Eufrates, el más avanzado militarmente de Asia, no había chocado directamente con Egipto. Los contactos habían sido de tipo comercial y cultural, pero no militar. Las novecientas millas que separaban las dos civilizaciones fluviales habían actuado como un efectivo aislante a lo largo del primer período de su historia.
Durante la época arcaica de Egipto y en los primeros siglos del Imperio Antiguo, las ciudades del Tigris-Eufrates permanecieron desunidas. Lucharon entre sí incesantemente, edificaron murallas alrededor de sus ciudades para defenderse y posteriormente desarrollaron el arte de la guerra de asedio para derribar y atravesar tales murallas. Estuvieron demasiado ocupadas entre sí como para complicarse con aventuras exteriores.
Sin embargo, hacia el 2400 a. C., un gobernante llamado Sargón, de la ciudad de Akkad, impuso su poder sobre toda la región, creando un imperio que con el tiempo pudo haber alcanzado, en breve, Siria y el Mediterráneo. En esta época Egipto era fuerte y la V Dinastía reinaba en paz. Ni Sargón ni sus sucesores se aventuraron a alargar sus precarias líneas de comunicación hasta tal punto que les permitiese atacar las tierras del Nilo.
El imperio de Sargón declinó y desapareció en menos de dos siglos, y cuando el Imperio Antiguo se desintegró en el caos, la región del Tigris-Eufrates era de nuevo, simplemente, un conjunto de ciudades en continua enemistad, y no pudo sacar ventaja de ninguna manera.
Coincidiendo con la época en que estaba llegando al poder el Imperio Medio egipcio, un grupo de nómadas llamados amorritas se establecieron en la región del Tigris-Eufrates. Convirtieron en capital a una ciudad (entonces sin importancia), sobre el río Eufrates, llamada Bab-ilu («la puerta de Dios»). Para los griegos el nombre de la ciudad se transformó en Babilonia y es por este nombre por el que mejor la conocemos. Babilonia llegó a ser una gran ciudad bajo los amorritas y siguió siéndolo quince siglos más tarde. Por esta razón solemos referirnos, cuando hablamos de historia antigua, a la región del Tigris-Eufrates con el nombre de Babilonia.
Hacia el 1800 a. C., el rey babilonio Hammurabi gobernaba sobre un imperio casi tan extenso como el de Sargón. Sin embargo, en esta época, el Imperio Medio egipcio estaba en ascenso, y una vez más, los asiáticos, que atravesaban un período de poder, no intentaron cruzar sus espadas con Egipto, ni siquiera impedir que este país lanzase sus tentáculos hacia el sur de Siria.
El ciclo de ascenso y caída de imperios en Egipto y Asia se había sincronizado bien y Egipto resultó el más afortunado. Con todo, el período de fortuna iba a terminar pronto.
En todas las guerras que tuvieron lugar en Asia en zonas relativamente amplias, se había desarrollado una importante arma de guerra: el caballo y el carro. El caballo había sido domesticado en algún lugar de las grandes praderas que se extendían entre Europa y Asia, al norte de los centros civilizados babilónicos.
Los nómadas siempre habían venido del norte pero, por lo general, se había logrado rechazarlos. Los nómadas tenían la ventaja de la sorpresa, y estaban más habituados a luchar. Generalmente, los habitantes de las ciudades eran pacíficos, pero habían formado ejércitos y construido murallas. Eran capaces de resistir. Los amorritas penetraron en Babilonia pero se establecieron primero en las pequeñas ciudades, y tomaron las grandes sólo cuando adoptaron la civilización babilonia.
Sin embargo, tras el reinado de Hammurabi, los nómadas llegaron del norte con su nueva arma. Ligeros carros de dos ruedas tirados por caballos formaban ahora la vanguardia de su ejército. Sobre el carro iban dos hombres de pie, uno de ellos guiaba el caballo y el otro se concentraba en el manejo de una lanza o de un arco. Sus armas, diseñadas para ser utilizadas mientras el carro corría rápidamente, eran más largas, más robustas y de mayor alcance que las que bastaban para los lentos soldados de a pie.
Podemos imaginar el efecto que producía una masa de caballería al galope sobre un grupo de infantes que nunca antes se habían encontrado ante nada semejante. Los fogosos caballos, con sus atronadores cascos y sus crines al viento, formaban, sin duda, una imagen aterradora. Ningún soldado de a pie, no acostumbrado a resistir a la caballería, podía hacer frente a los veloces animales sin sentir temor. Y si los soldados se desbandaban y huían, como solía suceder, los jinetes podían rodearlos en un instante, convirtiendo una retirada en una derrota completa.
En la época posterior a Hammurabi, los jinetes nómadas conquistaron todos aquellos lugares en los que penetraron, salvo en los casos en que su codiciada presa fuese lo suficientemente rápida como para unirse a ellos, para adoptar también el caballo y el carro, o para buscar refugio en el interior de las ciudades amuralladas.
Las ciudades de Babilonia pudieron mantenerlos a raya durante un tiempo, pero una tribu, conocida por los babilonios por el nombre de kashshi, y por los griegos por el de kasitas, avanzaba sin cesar. En el 1600 a. C, habían erigido un imperio sobre Babilonia que duraría cuatro siglos y medio.
En el oeste, las ciudades sirias, peor organizadas, no pudieron resistir a los jinetes del norte tanto tiempo como las ciudades babilónicas. Los nómadas conquistaron Siria. Algunas de las ciudades cananeas fueron tomadas; otras se les unieron como aliadas.
Una horda compuesta por nómadas y cananeos descendió sobre Egipto. No constituían un solo pueblo o tribu y no se llamaban a sí mismos hicsos. El nombre les fue puesto por los egipcios y el que se les designase por un único nombre no implica que formasen un único pueblo.
Tampoco fueron los hicsos la avanzadilla de un imperio conquistador. Fueron cualquier cosa menos eso. Más bien eran una horda abigarrada de invasores. Pero tenían caballos y carros (por cierto, arcos y flechas mejores que los de los egipcios).
Los egipcios carecían de caballos. Para el transporte utilizaban asnos, mucho más lentos. Tampoco poseían carros. Quizá un rey inteligente hubiese procurado adoptar rápidamente las armas del enemigo, pero en esta época Egipto se hallaba desmembrado y formaba un simple cúmulo de principados. La buena suerte de Egipto se había agotado.
Ante la llegada de los jinetes, los infantes egipcios huyeron. El país sucumbió sin luchas en el 1720 a. C., menos de ochenta años después de la muerte del gran Amenemhat III.
Pero no todo Egipto sucumbió. Los hicsos no eran muy numerosos y no se atrevieron a dispersarse demasiado a lo largo del Nilo. Se desentendieron del lejano sur y concentraron su interés en el rico delta y en las zonas circundantes. Gobernaron sobre un imperio formado por el Bajo Egipto y por Siria.
Establecieron su capital en Avaris, en la orilla noreste del delta del Nilo, una ubicación central para un reino que tenía un pie en el delta y otro en Siria. Dos linajes de reyes hicsos gobernaron sobre Egipto, y Manetón se refiere a ellos como las Dinastías XV y XVI (es importante recordar que los gobernantes extranjeros también se catalogaban entre las dinastías). No sabemos prácticamente nada de estas dinastías, pues los egipcios de épocas posteriores prefirieron ignorarlas y no las incluyeron en sus escritos. Cuando se las menciona en alguna inscripción, es sólo con una hostilidad extrema.
De ahí surgió la creencia de que los hicsos eran extremadamente crueles y tiránicos y de que devastaron Egipto sin piedad. Sin embargo, parece que esto no es cierto, sino que gobernaron con razonable honradez.
Lo que ofendió realmente a los egipcios fue que los hicsos conservaran sus propias costumbres asiáticas y no prestaran ninguna atención a los dioses egipcios. A los egipcios, que durante miles de años habían seguido sus propias costumbres como la única forma de vida decente y que no conocían apenas nada de las extranjeras, no les cabía en la cabeza que los demás pueblos tuviesen otros modos de vida, y que los tuvieran en tan alta estima como los egipcios el suyo. Los hicsos fueron para los egipcios un pueblo ateo y sacrílego, y, por ello, no podían ser perdonados jamás.
En realidad, según todos los indicios, los reyes de la segunda dinastía de los hicsos, la XVI, acabaron amoldándose a los modos egipcios. Quizá no llevaron a cabo esta integración con la suficiente profundidad como para ganarse los corazones de los egipcios, pero sí bastó para enajenarse a los asiáticos. Este puede haber sido un importante factor en el debilitamiento de la dominación hicsa.
Puede que durante el período de dominación de los hicsos, entrasen en Egipto gran cantidad de inmigrantes asiáticos desde el sur de Siria (Canaán). Bajo un gobierno nativo, una inmigración de esta índole habría despertado grandes recelos y no se habría alentado su entrada en el país. Los reyes hicsos, en cambio, debieron acoger a estos inmigrantes como compatriotas asiáticos con los que podían contar para su programa de mantener a los nativos egipcios bajo control.
De hecho, la historia bíblica de José y sus hermanos tal vez refleje este período de la historia egipcia. Sin duda, el benévolo monarca egipcio que convirtió a José en su primer ministro, dio la bienvenida a Jacob y asignó a los hebreos un lugar en Goshen (en el delta al este de Avaris), no pudo haber sido un egipcio nativo. Fue sin duda un rey hicso.
De hecho, el historiador Josefo, que trató de demostrar la pasada grandeza de la nación hebrea, les atribuyó una historia de conquistas manteniendo que los hicsos
eran
los hebreos y que conquistaron Egipto en este período. Esta afirmación, sin embargo, no se ajusta a los hechos.
Mientras los hicsos gobernaban en el norte, Tebas con sus recursos del glorioso Imperio Medio, se encontraba bajo el gobierno de los sacerdotes de Amón. Gradualmente éstos consolidaron su poder, se acostumbraron a no tener autoridad superior a la que rendir pleitesía —al menos en el Alto Egipto— y comenzaron a hacer planes para aumentarlo.