El Balneario

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Authors: Manuel Vázquez Montalbán

BOOK: El Balneario
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En los balnearios nunca pasa nada...

Hasta que pasa. Es entonces cuando se pierden las maneras, el decoro, la templanza, el bisoñé, la salud e incluso la vida. Cada novela de la serie Carvalho responde a un nuevo desafío circunstancial, pero en este caso el detective creado por Manuel Vázquez Montalbán ni viaja ni come, y tiene que ingeniárselas para poder quemar un libro a hurtadillas. Sin embargo es una novela de gastronomía, de gastronomía caníbal, podría decirse. Fábula de la conducta individual y social de “viejos” y “nuevos” europeos, escrita en clave de humor y de terror suave. Un terror de balneario.

Manuel Vázquez Montalbán

El Balneario

Carvalho 13

ePUB v1.2

Editado por ErikElSueco
30/04/2012

Desde mi condición de supremo hacedor de esta novela hago constar que cualquier parecido entre lugares, personajes y situaciones que en ella aparecen con lugares, personajes y situaciones reales es pura coincidencia azarosa o fruto de una lectura morbosa, de la que el autor sólo sería mínimamente responsable. Al mismo tiempo rindo un homenaje a los balnearios y clínicas de adelgazamiento que tanto hacen por ayudar a envejecer con dignidad a una inmensa minoría del género humano.

Finalmente, dedico esta novela a Francesc Padullés, la persona que después de Josep Solé Barbera y Rafael Borras, cada uno de los dos por diferentes motivos, con más impaciencia espera las novelas de Carvalho.

Europa es como un balneario.

J
AVIER
P
RADERA

1

—Los triglicéridos, un desastre. Desastre relacionado con la subida del azúcar; estar al otro lado de la frontera del colesterol malo, y a este lado del colesterol bueno. No hablemos de los lípidos. Si no se enmienda, es usted una bomba suicida de relojería.

—Sólo he venido a purificarme durante algunos días. Dos semanas de purificación me permitirán otros diez años de pecado.

—Que se cree usted eso. Cuando esté a punto de salir le haremos otro análisis de sangre y todos los índices peligrosos habrán bajado. Pero si vuelve a la mala vida, en tres meses va a estar otra vez al borde del abismo.

—Tenemos conceptos diferentes sobre la vida. ¿Qué opina usted del bacalao al pil-pil?

—¿Qué es eso?

—Un plato español. Vasco.

—El bacalao será fresco.

—No. Bacalao salado puesto en remojo, guisado con aceite, ajos, removiéndolo para que con la gelatina que desprende la piel se produzca una emulsión.

—Poco aceite.

—Mucho aceite.

—¡Qué horror!

El doctor Gastein aparta con las manos la tentación del plato imaginario. Parece un modelo masculino de delgada pulcritud consecuencia de la medicina vegetariana, enmarcado por la ventana abierta de par en par a la paz silente del jardín subtropical del valle del Sangre. Un microclima, se repite una y otra vez Carvalho cuando quiere explicarse el milagro de las Jacarandas, los altos ficus e hibiscus, las plataneras, y sin embargo también está ahí el Mediterráneo, en los pinares, algarrobos y naranjos, en los laureles altos como torreones y los adelfos, a veces setos poderosos, otras esbeltos árboles con la coronilla floreada. Desde el ventanal del consultorio central se perciben las racionalidades sucesivas de las vegetaciones. El bosque antiguo que domina en la periferia de la finca y el jardín domesticado que rodea el edificio central y el arabizante pabellón de los barros. Y lo que desde aquí parecen señalizaciones para no perderse por el laberinto vegetal, en realidad son consignas sanitarias que los pobladores de El Balneario encuentran en cada cruce de senderos o al acecho sobre una fuentecilla de agua sulfurosa o a la entrada del gimnasio o de cualquier otra dependencia de la gran maquinaria de la salud.

Tu cuerpo te lo agradecerá.

No te aborrezcas a ti mismo. Cuida tu imagen.

Dios pone la vida. Tú has de aportar la salud.

Come para vivir, no vivas para comer.

Mastica incluso el agua.

Cada bocado debes masticarlo treinta y tres veces.

Tu cuerpo es tu mejor amigo.

La dieta: una moda para alargar la vida.

Lo que para otros puede ser una comida sana, para ti puede ser un veneno.

No hay dietas mágicas, pero tampoco hay pildoras mágicas.

Piensa como si estuvieras delgado y actúa como tal.

Dentro del frigorífico está tu peor enemigo.

Cuando comer es un vicio, deja de ser un placer.

La comida excesiva es una droga dura.

—¿Los rótulos? Es cierto, a algunos clientes les parecen un poco pueriles, sobre todo a los españoles. A los españoles siempre les da miedo parecer pueriles o que les traten como a niños. A nosotros los centroeuropeos nos importa menos, tal vez porque no tenemos complejo de inmaduros. Los españoles sí. No quisiera molestarle, pero los españoles tienen complejo de inmaduros, aunque no lo sean.

—¿Los rótulos son de usted?

—No. Están presentes en todas las sucursales de Faber and Faber y su adaptación aquí fue cosa de madame Fedorovna. Madame Fedorovna es muy apostólica. Yo creo que habría podido ser una gran monja, algo así como la madre Teresa de Calcuta.

—Una madre Teresa de Calcuta invertida. Para ricos gordos.

—En cierto sentido. Pero no todos los que vienen aquí son gordos, ni tampoco ricos. Usted no es gordo, pero acaso sea rico.

—Quizá.

—La gente se preocupa por su cuerpo. Cada vez más. Porque cada vez somos más sabios y más dueños de nuestro propio cuerpo.

—Excelente consigna. No la he visto en los rótulos.

—Hay que dejar algo para las consultas.

Y ríe Gastein tendiendo un puente de plata por el que pueda marcharse el penúltimo recelo de Carvalho.

—Me parece que está usted tenso.

—Alerta, simplemente.

—¿Por qué?

—No es normal, ni natural, que me encierre tres semanas en un balneario a pasar hambre.

—No pasará hambre.

—Con el cerebro sí.

—¡Ah, el cerebro!

Y se lleva el médico la mano a la cabeza, como si quisiera comprobar que sigue en su sitio. Gastein tiene la cabeza cana y el cráneo como dibujado para que destaque la melosidad del cabello sobre los parietales abultados. Moreno de sol y atlético pese a su avanzada sesentena, el médico tiene los movimientos jóvenes pero una mirada vieja, detrás de cristales oscurecidos en contacto con la luz. Cuando habla castellano sólo el arrastre de las erres y la mal ocultada impresión de que está hablando para niños en un idioma de niños denuncia su extranjería. Por la manera como repite las consignas que figuran en los carteles que jalonan la entrada en el valle del Sangre, diríase que son suyas o que las ha asumido como si fueran suyas, aunque en la retaguardia Carvalho presiente una segunda mirada, una segunda voz que Gastein tal vez emplee para las cosas que le son más imprescindibles que ser médico al servicio de ciudadanos económica y socialmente de primera, pero pobre y débil gente incapaz de luchar cotidianamente contra las tentaciones o dotados de un código genético desconectado de la moderna cultura del aspecto, posterior a los años de la reconstrucción mundial en la que también jugó su papel la recuperación desmedida de grasas, proteínas y vitaminas.

—¿Se ha sentido deprimido?

—Algo.

—Procure relacionarse con sus compañeros. La conversación ayuda a soportar el ayuno y además crea un estímulo, una relación de competencia para no violarlo.

—¿Violar el ayuno?

De pronto a Gastein le sale una risa incontrolada, como si estuviera revelando una de esas cosas que Carvalho adivina en su retaguardia.

—Se sorprendería usted del infantilismo de algunos de los clientes de la clínica. Vienen voluntariamente. Pagan cuantiosas facturas. Todo cuanto les proponemos es por su bien. Y en cambio aprovechan cualquier oportunidad para salir de aquí, acercarse a los pueblos más cercanos y comer lo que no deben. Además es peligroso. Puede sobrevenirles un colapso hepático, y comer en pleno ayuno es como poner una carga de goma dos en el estómago. El día de purga limpia el estómago de jugos gástricos y por eso no tienen ustedes tanta sensación de hambre; la tienen, pero es imaginativa, cultural, no dictada por los movimientos de los jugos del estómago. Pues bien, imagínese usted que a ese estómago desvalido, desprovisto de la función corrosiva de sus jugos, van a parar dos raciones de pescaíto frito o una tapita de jamón de Jabugo o de caña de lomo… Imagínese. Hay que ser muy insensato para hacerlo, pero el mundo está lleno de gente insensata. ¿No cree?

—Es una de las primeras conclusiones a las que se llega en mi profesión.

—¿A qué se dedica usted?

—Soy detective privado.

Gastein se enfunda una sonrisa irónica y silba impropiamente, piensa Carvalho. No tienes edad, ni aspecto de adulto silbador. Pero Gastein ha silbado.

—¿Algún trabajito por aquí cerca?

—No. Ya se lo he dicho, prescripción facultativa. Necesitaba dejar de beber, de comer, de fumar, a ver si consigo desengancharme de esas drogas.

—Su cuerpo se lo agradecerá. Su cuerpo es su mejor amigo.

Desvió la vista Carvalho hacia la ventana para contener la respuesta que le suscitaba la letanía moralizante. Allí estaba El Balneario. Un volumen colgado sobre la torrentera del río sangriento, encalada arquitectura herreriana, con los tejados de ocre sangre. Sobre los hombros del doctor Gastein cabalga la cúpula preárabe de lo que queda del viejo balneario que dio a Jara del Río un prestigio ya medieval, cuando los abderramanes, almanzores, almotamides y demás jomeinis se iban a curar los sarpullidos en sus aguas sulfurosas. Todavía está en uso el restaurado pabellón de cúpula lucernaria, asilo de viejos reumáticos lugareños con memoria, que acuden al menos un día cada año en peregrinación para tomar las aguas, los barros y perder las pupas del cuerpo y el alma en las bañeras de azulejos. Pero es ya un simple pretexto ético y estético rodeado por la rotundidad del nuevo balneario construido por Faber and Faber, hermanos, una pareja de vegetarianos suizos poseedores de una pequeña multinacional de la salud basada en el ayuno casi integral y la recuperación vegetariana del organismo. Pretexto para una memoria de la antigua salud, el viejo pabellón conserva clientela ritual, incluso precios rituales para estos viejos reumáticos locales que acuden a él como quien a una ceremonia expiatoria. Apenas se utiliza para los tratamientos de fango de la nueva clientela de ricos gordos o intoxicados por los malos hábitos de vida de la modernidad. Alemanes, suizos, franceses, belgas y también obesos españoles de la zona del dólar madrileño o del marco catalán. Recibimiento en un alegre comedor en olor a quesos frescos, hierbas aromáticas e infusiones de malta o hierbas medicinales. Días de fruta y arroz integral para empezar a soltar amarras, a continuación día de purga y congelación del culo obligado al duro banco de la taza sanitaria y los primeros asaltos del complejo de estupidez por la perspectiva de días y días sin otro alimento que una taza de caldo vegetal con perejil al mediodía y un vaso de zumo de frutas al anochecer. La obligación, desde luego moral, de beber al menos dos o tres litros de agua al día. Omnipresente el agua en formaciones de docenas de botellas presentes en todos los ámbitos del balneario, como si su simple presencia fuera el reclamo de su necesidad. Aguas para orinar mucho y que con los orines se vayan las grasas y otras toxinas que el cuerpo quema.

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