Read Los Días del Venado Online
Authors: Liliana Bodoc
La magia separada de las criaturas era el inicio del nuevo mandato en el que Molitzmós y su Casa serían enaltecidos.
Zabralkán y Bor se sostenían la mirada. Bor había reclamado aquella audiencia de manera urgente. "Y en soledad", había remarcado.
En pocos días más tendría lugar la última jornada del concilio. Zabralkán conocía que lo que estaba a punto de oír tenía mucho que ver con eso, y que no era lo menos importante. Bor había obrado con grandeza en apoyo de las Tierras Fértiles. Pero siempre desde una prescindencia final, como de quien repara lo que puede de un mal ajeno.
—Muy bien, las criaturas han hecho todo lo que les era posible. Y es necesario admitir su coraje y celebrar su victoria.
Las primeras palabras de Bor habían sido minuciosamente pensadas, y así sonaron. Después, y a medida que el Astrónomo se acercaba a la verdad de lo que quería decir, su discurso fue perdiendo compostura.
—Victoria que, sabemos, será muy breve. Las criaturas no resistirán otra embestida de Misáianes que, para más, vendrá fortalecida en muchas maneras.
Zabralkán asentía con la cabeza, reforzando el ímpetu de Bor.
—Somos la Magia... Somos la Magia de este lado del mar. La Cofradía del Recinto y la Cofradía del Aire Libre nacieron de una misma luz allá en las Tierras Antiguas. Cuando ambas consigan elevarse por sobre las criaturas se encontrarán en los cielos, y allí se entenderán.
Zabralkán dejó de asentir.
—Ellos y nosotros reunimos toda la Sabiduría —continuó Bor—. Podemos y debemos entendernos en nuestro territorio de estrellas. No somos un níspero, ni una iguana; ni siquiera un hombre. No busquemos aliarnos con ellos, sino con nuestros pares. La alianza de las Cofradías es la única fuerza ante la cual todos, hasta el mismo Misáianes, se doblegarán.
Zabralkán escuchaba con los ojos cerrados.
—¿Amamos a las criaturas? —Bor exasperó el tono, intentando traerlo de regreso —. Entonces hay dos posibilidades: regresar al sitial que nunca debimos abandonar para alumbrarlas y protegerlas desde allí. O desaparecer con ellas.
Zabralkán abrió despacio los ojos. Más despacio aún se alzó de su asiento. Dudó un largo momento entre hablar y no hablar. Y al fin, se marchó sin decir nada.
El cuerno sonó en llamadas de igual duración avisando que comenzaba la jornada. Ni la sala era la misma, ni eran siete los que iban a deliberar. De aquellos que fueron faltaban cuatro. Dulkancellin, Elek de la Estirpe y el Pastor habían muerto en la batalla. Nakín continuaba encerrada en su memoria, ya casi transformada, por dentro y por fuera, en una delgada corteza grabada con signos del pasado. Pero en el lugar de los ausentes llegaron otros.
El concilio se sentó en ruedas concéntricas alrededor de la Piedra Alba. Zabralkán, Bor, Kupuka y HohQuiú formaban el círculo central. En los restantes, se distribuía gente de todos los pueblos que había sido designada por los suyos para estar presente. Zabralkán extendió una mano, y los murmullos se apagaron.
—Iniciamos —dijo el Supremo Astrónomo.
El anciano hizo una pausa en la que nadie intentó tomar la palabra. Ninguno hubiera querido hacerlo antes de que él lo hiciera.
—¿ Quién desconoce que nuestra victoria, sin menoscabo de su grandeza, no es definitiva? Si así fuese, celebraríamos en abundancia; y cada cual a su tierra. Sin embargo seguimos aquí, casi tan apenados como antes. Una voz no poco sabia dijo que Misáianes regresará fortalecido en muchas maneras, y que las criaturas no podrán resistir esta nueva embestida.
Bor comenzaba a entrever buenos indicios. Era posible que el silencio de Zabralkán, unos días atrás, hubiese sido el intento de tomar una decisión que luego los astros acabaron de afianzar. Era posible que, por fin, Zabralkán hubiese entendido.
—¿Cuánto tiempo tardará Misáianes en regresar? — Zabralkán quería alguna respuesta.
—No será demasiado —dijo Kupuka.
—Lo esperaremos con un gran ejército —dijo HohQuiú. —No será suficiente —volvió a decir el Brujo de la Tierra.
Bastaba con recordar las desgracias que Misáianes había enviado delante de sus naves, muchas de las cuales permanecían entre ellos, para que todos comprendieran el
alcance de esta afirmación.
—Has dicho muy bien, hermano Kupuka —dijo Zabralkán—. Un ejército no será suficiente. ¿Acordamos en eso?
Todos tenían frente a sí el costo de la victoria. Bastaba con eso. Y con recordar los heroísmos de algunos y los prodigios de otros, para no vacilar en la respuesta.
—Acordamos —dijo HohQuiú, primero que nadie.
—Acordamos —dijeron las voces de la Estirpe.
—Acordamos —dijeron los husihuilkes.
—Acordamos —dijeron los zitzahay.
—Acordamos —dijeron los astrónomos menores.
¿Cómo nos fortaleceremos en espera del día que llegará? Zabralkán pidió que cada uno diera a conocer sus convicciones sobre lo que creía necesario realizar, en lo grande y en lo pequeño; y de cada uno se oyeron palabras sensatas que provenían de sus hábitos y sus naturalezas.
—Cuanto hemos oído decir a nuestros hermanos es bueno y necesario —exclamó Zabralkán—. Y si imaginamos todas esas acciones entrelazadas, vemos un gran muro de piedra en torno a nosotros que, nadie lo dude, nos servirá de protección. Levantarlo será el arduo trabajo que emprenderemos de aquí en adelante. Sin embargo, antes de tomar las cargas y separarnos, asegurémonos de recordar lo primordial. Porque cada vez que lo recordamos, lo conocemos mejor.
Zabralkán elevó ambos brazos en dirección a Bor que, hasta entonces, se había mantenido en silencio. Y cuando todos empezaban a preguntarse por el significado de ese gesto, el anciano Astrónomo pidió a su par que les expresara dónde residía, a su entender, la verdadera fuerza contra Misáianes.
Bor palideció. ¿Acaso Zabralkán pretendía que aquellos comprendieran las hebras de un reencuentro con la Cofradía del Recinto ? Molitzmós podría hacerlo, dotado como estaba de un entendimiento que rebasaba su propia condición de simple criatura. Pero, ¿cómo podrían entenderlo los guerreros del sur y su hechicero?, ¿cómo lo entenderían los artesanos zitzahay, o los jóvenes pescadores de la Estirpe?
—Hablaremos mejor por boca de Zabralkán —dijo Bor.
Lo que sucedió en ese momento, y que muy pocos notaron, fue un juego de fuerzas entre los Supremos Astrónomos. Una guerra íntima en la que Zabralkán le demandó a Bor que eligiera su sitio y lo defendiera; que tomara posición frente a todos y ponderara, en alta voz, el lugar que reclamaba para la magia: cerca de las estrellas y lejos de las criaturas. Ante la exigencia, Bor pareció ceder y elegir un sitio junto a ellos.
—Digo que lo que Zabralkán diga son mis propias palabras, pero mejor pronunciadas —repitió Bor, como si ya no pensara como horas atrás lo hacía.
Zabralkán supo que no era ése el momento de enfrentarse con Bor. Tal vez su hermano aún tuviera regreso.
—Me honras —dijo el Astrónomo anciano—. Pero digo que, mejor que ninguno, Kupuka nos hablará sobre lo que es primordial. Tú, hermano Bor, dijiste: "Hablaremos mejor por boca de Zabralkán". Yo digo que hablaremos mejor por boca de Kupuka.
Igual que Bor, el Brujo de la Tierra había permanecido callado. Pero el artificio de Zabralkán poco tenía que ver con eso, y mucho con mostrarle a Bor el largo trecho de soberbia que debía desandar.
Kupuka, descalzo y con olor a madriguera, empezó riendo. Sentado junto al esplendor de dos Astrónomos y un príncipe, el Brujo parecía, más que nunca, de barro.
—Zabralkán, que es anciano al lado de cualquiera, no lo es a mi lado. Sin embargo, ha sido más astuto. Me arrebató la calma y me paró sobre brasas. "Habla sobre lo primordial..."— el tono de Kupuka le quitaba toda seriedad a su queja —. Pero Zabralkán es un buen hermano y me allanó el camino. Ahora yo solamente deberé repetir lo que él mismo ha dicho con toda claridad. Zabralkán dijo: "Hablaremos mejor por boca de Kupuka". Eso es lo primordial.
Los que entendieron el camino que tomaba el Brujo empezaron a sonreír.
—"Hablaremos mejor por boca de Kupuka" es como decir que un Astrónomo de la Comarca Aislada no es mejor que un Brujo de Los Confines. Y aquí yo comienzo a repetir: un Brujo de Los Confines no es más ni es menos que un nogal; un nacimiento humano no es más ni es menos que una floración, un Astrónomo escrutando las estrellas no es más ni es menos que un pez desovando. El cazador no es más ni es menos que la presa que necesita para vivir; un hombre no es más ni es menos que el maíz que lo alimenta. Esto es lo que Zabralkán dijo; y es lo primordial. La Creación es una urdimbre perfecta. Todo en ella tiene su proporción y su correspondencia. Todo está hilado con todo en una trama infinita que no podrían reproducir ni mis amadas tejedoras del sur. Pobres de nosotros si olvidamos que somos un telar. Y que no importa dónde se corte el hilo, de allí Misáianes comenzará a tirar hasta deshacer el paisaje.
Kupuka sacó una raíz de su morral, y se puso a morderla indicando que había terminado. Cucub era el rostro de la vida, mirando al anciano desde uno de los círculos mayores. Molitzmós era el rostro de la muerte, metido en lo peor de sus propósitos.
—Ahora nos corresponde a los largamente astutos repetir lo que han dicho los largamente ancianos —dijo Zabralkán, hablando al modo de Kupuka.
Las sonrisas volvieron a aparecer. El Supremo Astrónomo advirtió que se había confundido de espíritu, y volvió a la solemnidad que conocía.
Frente a frente, con un círculo de por medio, Bor y Molitzmós pudieron espiarse las reacciones. Cada nueva debilidad de Zabralkán profundizaba la convicción que compartían.
—Porque... ¿podríamos poner la magia por sobre las criaturas, o al revés? —continuó Zabralkán—. ¿Podríamos poner más alto el día que la noche? ¿No necesitan uno del otro para existir? Kupuka nos recordó que la Creación es una urdimbre de hilos indispensables. Y bien, es atributo de la Magia ver y comprender esas correspondencias. Esa, y no otra, es su sabiduría, hecha de las materias de la tierra. Tal vez la Magia pueda comprender cómo se corresponden la lombriz y la montaña, dónde se buscan y dónde se resisten. Pero para eso debe preguntarle a la montaña y a la lombriz. Sí un día lo olvidamos, la sabiduría será soberbia; y lo mismo que nos sirve como medicina, será ponzoña.
Mucho después, cuando hasta el último detalle de los trabajos estuvo previsto, los círculos se deshicieron. Zabralkán buscó a Bor, y lo apartó de los demás.
—Es posible que éste que tengo enfrente sea Bor, mi hermano. Pero mientras me aseguro, estaré atento.
Por un momento, Bor sintió que la dura amonestación de Zabralkán lo traía de regreso, y quiso aceptarla. Pero desde un rincón de la misma sala, lo tironeaban Molitzmós y sus susurros.
Siete días completos duraron las celebraciones del Oacal. Las procesiones cruzaban Beleram hasta la explanada de la Casa de las Estrellas. Músicos y ofrendadores, bailarines y malabaristas. Hombres que sostenían cañas del ancho de la avenida atiborradas de tórtolas, palomas, papagayos, búhos y cernícalos que con frecuencia abandonaban la caña para ir a posarse en los hombros o la cabeza de sus portadores. Y cuando las procesiones llegaban a la Casa de las Estrellas, los Supremos Astrónomos salían a celebrar la ceremonia con ropas de oro.
Pero ya todo eso había terminado y el pueblo de Beleram se reunía en el mercado para su mejor parte. La bebida del oacal pasaba sin parar de las tinajas grandes a las pequeñas. Se atragantaban los hombres, se les corría el agua dulce por las comisuras. Había puestos que vendían ciruelas cubiertas con miel, puestos donde se apilaban panes y tortillas. En los braseros se mantenían calientes las carnes de ave cocidas con cardos y puerros, y el guiso de pescado.
Y era comer hasta hartarse. Y beber hasta que les llegaba primero la risa, y después los tumbos y el sueño del oacal. Aquel año, la celebración fue exasperada. Amaneciendo, podían verse cientos que dormían donde ya no pudieron mantenerse en pie. Los braseros se apagaron. Y en el fondo de las vasijas, se enfriaron los guisos sin jugo.
Un poco más tarde los puesteros despertaron. Era hora de limpiar los desperdicios en los alrededores de su fuego y preparar comidas para el día que comenzaba. Kupuka, entusiasta bebedor de oacal, había acabado durmiendo a la intemperie entre otros muchos roncadores. El Brujo se despertó con los trajines de la limpieza y los nuevos buenos olores. Y cuando decidía quedarse, tirado de cara al sol, hasta que se le aligeraran las molestias de la borrachera, recordó el casamiento de Kuy-Kuyen y se marchó apurado.
Mucho más apurado que él, sin oacal y sin boda, HohQuiú abandonó Beleram.
—He permanecido demasiado tiempo lejos de mi país —dijo el príncipe—. Y allá seguirán zumbando los enemigos de todos los días. ¡Qué insignificantes parecen al lado del que enfrentamos! Y sin embargo, habrá que regresar a ocuparse de sus pobres intrigas.
Molitzmós había aprendido a sacarle provecho a esos desplantes que HohQuiú repetía a menudo. Gracias a ellos se convencía de la justicia de su odio. Y el príncipe no los escatimaba. Más bien los recrudecía ante la presencia de Molitzmós, sin saber que echaba alimento a las razones de su enemigo.
"Extrañas criaturas son los hombres", pensaba Zabralkán escuchando a HohQuiú. "Aunque el cauce grande los amenace de naufragio, ellos parecen entristecer un poco cuando la vida vuelve a su cauce ordinario".
Molitzmós esperó a que el príncipe terminara. Luego se acercó a él y solicitó permiso para permanecer algunos días más en Beleram. Se excusó con la boda de Cucub, al que llamó su hermano, y con la persistencia de un malestar que le dificultaría el viaje.
—Puedes hacerlo —dijo el príncipe—. Pero elige un animal veloz, y alcánzanos antes de las Colinas del Límite.
Cargados con obsequios, provisiones en abundancia, y varios de los mejores animales con cabellera para que se multiplicaran del otro lado de las Colinas, los Señores del Sol fueron los primeros extranjeros que abandonaron Beleram.
Desposar a Kuy-Kuyen era una buena razón para cantar. Así que Cucub estuvo dándole vueltas a su canción durante toda la mañana. "Crucé al otro miedo..." El inicio no era apropiado para la ocasión. "Pedí permiso al río..." Eso sí estaba bien, porque le recordaba la ceremonia en la que debió pedir el consentimiento de Thungür para la boda.
Más temprano, Kuy-Kuyen le había preguntado cuándo tendría ella su propia canción.